El fin del mundo, en incómodos plazos.
«No somos vagabundos, somos nómadas». Es la expresión de la última brizna de dignidad que le queda a un universo tras años de desempleo, sin techo y sin blanca, que deambula con muchos otros en el límite de la subsistencia. Como él, millones de desahuciados vagan por caminos y carreteras, desesperados por aferrarse a los ecos de un esplendor que ya no existe, mientras el sueño del capitalismo emite sus últimos estertores.
Apocalipsis suave corta la respiración no solo por la verosimilitud con la que describe (¿predice?) el colapso del capitalismo, sino por la escalofriante lucidez con la que, en paralelo, recrea la descomposición de la personalidad de sus víctimas: la renuncia progresiva a valores que creíamos absolutos y la pugna por mantener viva una llama que siga dándole sentido a la vida.