En un mundo donde, a fuerza de pervertirlas, las palabras han perdido su significado, los niños se han hecho con el poder y han instaurado el silencio como norma. Junto a esa imposición han creado una religión de la imagen, cifrada en un monumental dispositivo que emite estímulos visuales sin descanso, y persiguen cualquier manifestación verbal o escrita. En esa realidad sorda y muda, alguien llamado Él (no hay nombres propios en esta fábula) intenta hallar un sentido a la existencia amparado por tres compañeros singulares: un libro, un mono y la risa.