Tramuntana tiene que entregar una carta, pero no solo porque ese sea su trabajo; tiene que hacerlo para que deje de regresar, una y otra vez, a la Colmena. Porque quiere ser leída, porque quiere llegar a su destinatario. Y es muy, muy persistente.
Pero Tramuntana no las tiene todas consigo. Posee un talento sobrenatural para perderse, incluso donde es imposible hacerlo. Y el mundo es un lugar confuso que no deja de cambiar. Aun así, con el saco de cartas colgado, el arcabuz en una mano y su (poco) intrépido perro Azulejo, está dispuesta a no cejar en su empeño por muchas mansiones simbiontes, sirvientes imposibles y grietas en la realidad que se le pongan en su camino.