Nadie me conoce realmente. Nadie nunca se ha preguntado por mi pasado y por quién fui. Por norma general los vampiros siempre hemos sido solitarios; aunque en más de una ocasión hemos unido fuerzas por nuestro bien común.
Tal y como sucedió diez años atrás cuando la humanidad casi se extingue por completo, y en consecuencia nuestro alimento: su sangre. Un soplo de aire fresco para nuestros pútridos cuerpos. Nuestro néctar de la vida.
Nuestra supervivencia se lo debíamos a mi gran amiga; mi queridísima señorita Keydara Aleneri. Los humanos no recuerdan lo que sucedió. Los ángeles borraron de su memoria la batalla que hubo contra los demonios comandados por Lucifer, y en su lugar, les colocaron falsos recuerdos.
Lucifer nos desterró del templo que teníamos en el infierno junto a ellos; obligándonos a convivir en la Tierra. Debíamos encontrar la manera de descender de nuevo y sumergirnos hasta las entrañas del submundo para encontrar a Keyd.
Como bien he citado antes, nadie sabe ni un ápice de mí. Me conoceréis como Astaroth; un vampiro elegante, de alto talle, cabello rubio y ojos azul añil. Pero, ¿qué me diríais si os confieso que ni siquiera es ese mi verdadero nombre?