Levanto el parche que cubre la cuenca vacía en la parte izquierda de mi rostro. Embadurno de sangre tanto mi ojo como la esfera de metal, similar al mecanismo de un reloj, que tengo a modo de remplazo.
La herramienta de la perdición empieza a moverse, libre de la funda mística que lo contiene y resguarda. Cada engranaje se mueve, cada pieza sigue a otra consecuentemente, como las varitas que chocan en una caja musical, solo que ésta es una canción infernal.
El párpado mecánico está por abrirse. Me cubro el ojo derecho con la mano ensangrentada y toda mi visión se vuelve escarlata, hasta que comienzo a tener su perspectiva. El Ojo del Diablo se ha activado.