Emilio, padre de una familia convencional, despierta aturdido y desconcertado en un recinto de paredes de hormigón donde apenas se filtra una tenue luz a través de los cristales rotos de unas altas claraboyas. Junto a él, su mujer Samanta y su hija Clara. David, el hijo menor, ha desaparecido.
Poco a poco sus ojos van adaptándose a la nebulosa claridad que invade el habitáculo. No están solos. Los seres que los acompañan no se sienten alterados por su presencia, pues su familia representa para ellos el reflejo de su mejor pasado. Estos les devolverán recíprocamente el halo de desesperanza en un futuro sombrío.
Con una carga claustrofóbica que recuerda a películas como Cube, esta obra concede un profundo análisis sobre la conducta humana, además de una ácida crítica a la sociedad actual con un marcado carácter filosófico que increpa al lector a replantearse sus propios principios éticos, dándole así una vuelta de tuerca a una historia en esencia asfixiante.
Pasteles de barro enaltece una buena exposición literaria enarbolando la virtud de saber establecer un vínculo entre lo social y el ámbito de lo fantástico, aportando originalidad y frescura al género de la novela de terror.