Del escritor belga Thomas Owen no había aparecido hasta el momento ninguna antología en español, cosa que es muy de lamentar. El conocido traductor y especialista en literatura fantástica Francisco Torres Oliver ha seleccionado especialmente para esta edición una decena de relatos tomados casi en su totalidad de los primeros libros de Owen y que nos dan una idea completa, si no del conjunto de la carrera de este autor, sí de su ideario en cuanto a lo fantástico se refiere. Siempre sutil, siempre acertado, el autor nos permite echar una mirada a sus mundos casi oníricos, y en ellos nos vamos a encontrar con presencias sencillas pero aterradoras. El terror de Owen no es un terror brusco; es, más bien, algo poco definido y muy escurridizo. Nos deja entrever, más que mostrárnoslo de manera clara y detallada, una colección de seres conocidos pero nuevos, con un toque fresco que nos llama la atención, que nunca nos decepciona y que nos lleva de la mano por lugares de pánico pero ya frecuentados, sencillos pero ignorados. Yo les daría un consejo: cuando empiecen a leer alguno de los relatos recogidos en este libro, no lo abandonen hasta haberlo terminado. Son muy cortos, pero es imprescindible dejarse atrapar por ellos. La ruptura de la narración dejaría la historia en el aire con una sensación de inacabada que difícilmente se podría recuperar una vez reanudada la lectura. Leer a Owen es una experiencia nueva que nadie que ame el género fantástico se debería perder de ninguna de las maneras.
Thomas Owen, de nombre verdadero Gérald Bertot (nacido el 22 de julio de 1910 en Lovaina y fallecido el 2 de marzo de 2002 en Bruselas) fue un escritor belga contemporáneo y francófono.
En noviembre de 1933, se casó con Juliette Ardies y tuvo dos hijos. Después de terminar sus estudios de Derecho en 1933, entró a trabajar en un molino de harina, el Moulin des Trois Fontaines [el Molino de las Tres Fuentes], en Vilvorde, donde fue director durante cuarenta y tres años. También fue Presidente General de la Industria Molinera Belga, y luego del Groupement des Associations Meunières de la CEE. Atraído por el surrealismo, se convirtió en crítico de arte de La Libre Belgique y L’Écho bajo el seudónimo de Stéphane Rey.
Movilizado en 1939, escapó a la deportación tras la capitulación del gobierno belga.
Su encuentro con Stanislas-André Steeman desencadenó su carrera como escritor. Esto último le animó a escribir novelas de detectives, un género no muy reconocido en aquel momento. De 1941 a 1943, publicó varios cuentos y novelas policíacos, caracterizados por «un sentido del humor bastante feroz», que atrajeron la atención de la crítica.
Luego se dedicó a la literatura fantástica, publicando Les chemins étranges [Los caminos extraños]. Fue este género particular, cuentos e historias de horror, lo que le permitió recibir el reconocimiento del público en general. Sus historias cortas de fantasía nos sumergen en un universo en perpetua colisión con el horror y la irracionalidad.
Amigo de Jean Ray, a quien representó en uno de sus cuentos («Au cimetière de Bernkastel» [«En el cementerio de Bernkastel»]), escribió varios artículos sobre su persona, en particular en la revista Bizarre (octubre de 1955).
Fue elegido para la Real Academia de Lengua y Literatura Francesa de Bélgica en 1976.