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Rompehielos

Pappas, Mariela

Le dio un sorbo a su café; sobre la cubierta la bebida se mantenía caliente durante apenas unos microsegundos; cuando descendió por su garganta ya estaba fría. Arrojó la taza vacía por la borda y esta estalló en miles de pedazos contra el hielo.  Sakimoto Ryoichi se frotó las manos, abrigadas por los gruesos mitones de piel de foca, y miró hacia el horizonte. El viento ululaba con un tono tenebroso, casi humano, y el potente motor del rompehielos destrozaba la superficie congelada, abriéndose paso sobre la blanca sepultura de lo que cierta vez habían sido continentes enteros. Algo de escarcha voló hacia sus ojos entrecerrados, pero aun así el capitán notó que el cielo se estaba tiñendo con los colores que tiempo atrás anunciaban la llegada del crepúsculo. No supo si sentirse feliz o asustado por ello; hacía años que día y noche no se diferenciaban, pero ahora el níveo firmamento estaba perdiendo su blancura. Escuchó su nombre por la radio de la cabina y decidió regresar adentro.

— Sakimoto, aquí la base ¿me escucha? Cambio.

— Sí. Aquí estoy — respondió —. Creo que se está haciendo de noche. Cambio.

Cada vez tardaba más en responder las llamadas. Cualquiera diría que al ser el único tripulante del monstruoso rompehielos estaría desesperado por oír otra voz humana. Pero la verdad era que aquello lo irritaba.

— Aquí también lo hemos visto. Eso significa que la tierra está rotando nuevamente. Tal vez pronto tengamos días y noches ¡y estaciones! — exclamó el muchacho del otro lado.

Ryoichi no dijo nada; sabía que el joven almirante era demasiado ingenuo y optimista. Irritante para su gusto. O tal vez lo molestaba tanto porque en el fondo no le importaba nada de lo que aconteciera en los cielos.

— Sakimoto ¿Está ahí? Cambio.

— Sí. No lo sé, no soy científico. Espero órdenes. Cambio.

Escuchó al muchacho discutir con varios oficiales. Era ridículo tener un superior tan joven. Pero al mismo tiempo, era ridículo tener rangos en un mundo donde permanentemente era invierno.

— Regrese a la base cuanto antes. Si realmente cae la noche sería peligroso navegar. Cambio.

Estaba cortando la comunicación cuando el muchacho volvió a hablar.

— Y Sakimoto…Feliz Nochebuena.

— Fijando rumbo a la base. Cambio y fuera —. Su mano tembló antes de apagar el interruptor con un golpe violento.

¡Desgraciado! ¿Por qué le había hecho acordar de aquello? Miró el calendario en la pared; había miles de métodos más modernos para llevar rastro del tiempo, pero él prefería hacerlo a la antigua. En un principio, cuando había comenzado la misión, él contaba el paso de los días con precisión casi obsesiva. Luego, comenzó a dejar pasar un día o dos, luego un par de semanas. Después ni siquiera sabía en qué mes estaba. Y había llegado el momento en el cual era 24 de diciembre sin que él lo notara. Aquello agudizó la punzada en su pecho, pero decidió ignorarla concentrándose en sus tareas de rutina.

Sin embargo, seguía maldiciendo al Almirante Larssen entre dientes, y maldiciéndose a sí mismo por olvidar que era Nochebuena. Aunque no podía culpar del todo al muchacho por su desazón; desde que había despertado una sensación ominosa lo oprimía. Era una mezcla de nauseas con desesperanza, un grito silencioso en la boca de su estómago, una neblina que nunca se despejaba Ryoichi la llamaba La Víspera; esa sensación inminente antes de que el lazo se corte, y la amarga consciencia de que no puedes hace nada para evitarlo. Ese microsegundo antes de la pérdida. Cuando el muro de hielo está a punto de destrozarse frente a tu rostro y extiendes tus dedos en cámara lenta hacia adelante, aun sabiendo que no puedes cambiar el resultado. No puedes evitar que la avalancha te devore. La última vez que había sentido aquello fue la noche cuando Kaoru murió, cuando el policía le estaba informando por teléfono sobre el accidente.

Regresó a la cabina, se quitó los guantes y abrió la pequeña cámara frigorífica contra la pared. En el fondo, detrás de decenas de envases de alimento congelado, estaba el pastel de Navidad. Lo colocó en el procesador de alimentos y cinco segundos más tarde estaba a la temperatura justa para comerlo. Ryoichi lo sirvió en la mesa de la cabina y se sentó a contemplarlo. La crema era de un blanco tan impoluto como la nieve que cubría el planeta. Las fresas en la superficie estaban rojas y rebosantes como el día en que lo compró. Un 24 de diciembre. En aquel entonces el calentamiento global era un problema alarmante, pero Japón seguía existiendo y las parejas enamoradas se preparaban para festejar Navidad entre pasteles y arrumacos.  A él nunca le habían gustado esas idioteces románticas, pero las disfrutaba con Kaoru.

En la soledad de la cabina, Ryoichi despidió una carcajada amarga ¡Que ridículo le resultaba pensar en el calentamiento global ahora! Así surgió el Proyecto Jotun, que prometía revertirlo ¡Y mierda que lo revirtió! Ralentizaron tanto la rotación terrestre que ahora el mundo estaba sumido en un eterno invierno. Pero antes de eso, la había conocido a ella. Llevaba el cabello corto y era doctora en física nuclear, una de las responsables de calibrar los reactores nucleares que propulsaban al Rompehielos. A diferencia de otras mujeres con las que había estado, a ella no le importaba que él pasara meses enteros en altamar, ni las cosas que hacía con los otros marineros. De hecho, solía hacer chistes al respecto.

Cuando Ryoichi llegó de la morgue las rodillas le temblaban y el pastel esperaba intacto sobre la mesa. No tuvo las fuerzas para desecharlo y lo guardó en el refrigerador de su piso. Los años transcurrieron y las civilizaciones quedaron enterradas bajo el hielo y la nieve. Los pocos sobrevivientes se agruparon en rudimentarias bases diseminadas por todo el planeta, y gracias a su experiencia en la Marina él mantuvo su cargo de Capitán en el rompehielos. Solo que ahora la misión a bordo de la bestia metálica pintada de escarlata no era transportar mercancías sino buscar sobrevivientes del holocausto glacial. Nunca había encontrado a nadie, pero siempre se encargó de llevar el pastel en la cámara frigorífica. Cada vez que llegaba Nochebuena, lo descongelaba, lo servía en la mesa de la cabina y lo contemplaba por horas. Jamás tuvo el coraje para comerlo, y aquel año no sería la excepción.

Un temblor lo distrajo de sus pensamientos. Fue tan violento que cayó de bruces al suelo. Algo mareado, se puso de pie. La sacudida parecía haberse originado en la proa. Se abrigó con la chaqueta rellena de plumas de ganso y cubrió su cabeza con la capucha recubierta en piel. Mientras caminaba hacia la cubierta, notó algo inaudito; el rompehielos se había detenido. Una vez afuera, el viento golpeó su rostro, y lo primero que notó era que había oscurecido demasiado rápido. Con manos nerviosas buscó la linterna en su bolsillo y la encendió. Asomó la mitad del cuerpo por la borda y encontró el problema; el casco se mantenía levemente inclinado hacia arriba, inmóvil, mientras que los trozos de hielo se acumulaban bajo la proa e impedían que las hélices funcionaran correctamente. Pensó que tal vez los tanques de lastre se habían llenado de agua y eso le impedía avanzar a la embarcación, sin embargo, cuando alzó la vista otra cosa lo alarmó todavía más. La negrura avanzaba devorándolo todo; apenas se distinguía la línea del horizonte, ni donde terminaba tierra y comenzaba el cielo.

Regresó a la cabina; los niveles de agua estaban normales. Con un nudo en la garganta intentó abrir comunicación con la base. No obtuvo respuesta. Insistió e insistió, pero ninguna voz respondió del otro lado. Contuvo el impulso de destrozar el panel de control a las patadas y se quedó quieto. Sentía que el pánico estaba devorando sus pies y le impedía caminar. Inválido al igual que el rompehielos, rio entre lágrimas, y se desmayó.

Cuando recuperó el conocimiento unos tambores golpeaban sus tímpanos, acompañados de un canto gutural. Con el aliento entrecortado se puso de pie, y a medida que recuperaba la consciencia, notaba que la música y los cánticos se hacían más insistentes. Pensó que estaba alucinando, pero luego se dio cuenta que los sonidos eran reales, y provenían de afuera. Tambaleó hasta la cubierta; la noche había consumido el cielo por completo. Solo podía ver gracias a un grupo de antorchas formaban un círculo de fuego sobre el hielo. Quienes las sostenían eran los mismos que cantaban; las notas graves vibraban en sus gargantas y llenaban la noche de una melodía ominosa. Sus alientos formaban arabescos de vapor que danzaban con las chispas de fuego, y se perdían en la oscuridad. Estaban abrigados con tupidas pieles de osos y felinos, que se mezclaban con sus cabellos y barbas. Ryoichi entrecerró sus ojos para que la escracha no lo cegara, pero a través de ellos pudo ver que estaban armados con filosas lanzas que les doblaban la altura. Cuando su vista se acostumbró a la oscuridad un nuevo hallazgo le heló la sangre; detrás de aquellos hombres, unas bestias aguardaban. Casi tan altas como el rompehielos; de grueso pelaje, colmillos encorvados hacia arriba y larga trompa. Unos hombres depositaron a un muchacho desnudo en el centro del círculo, y pintaron su cuerpo con extraños símbolos mientras los cantos se acrecentaban. Ryoichi corrió de nuevo hacia la cabina y buscó el rifle. Sus dedos temblaban tanto que apenas pudo cargarlo, cuando volvió a precipitarse sobre la cubierta temió que al chico ya le hubieran apuñalado. El disparo explotó en el aire nocturno, y la pólvora le hizo arder la nariz.  Atemorizados, los hombres dejaron caer las antorchas y alzaron las sogas hacia las monturas de los mamuts. Pronto jinetes y bestias se habían desvanecido en la oscuridad, dejando apenas el eco débil de algún bramido. El fuego de las antorchas se extinguía, pero pudo distinguir que habían dejado el cuerpo del muchacho atrás. Ryoichi se cargó el rifle al hombro y arrojó la escalera de emergencia por la borda. Descendió del rompehielos con el corazón golpeando con furia contra sus costillas, y sus pies tanteando cada peldaño en la oscuridad. Una vez abajo, sintió cómo el hielo se resquebrajaba con cada paso, pero aun así llegó hasta el muchacho y se arrodilló junto a él. Se quitó uno de los mitones y el frio el hizo doler la mano desnuda. Cuando lo palpó, todavía estaba tibio. Apenas podía verlo, así que exploró la piel en la oscuridad, guiándose por la respiración que se apagaba. Sintió la sangre húmeda en la yema de sus dedos, y subió por la curva de la garganta, hasta encontrar la barbilla y la boca. Separó con sus dedos los labios agonizantes y respiró entre ellos. Durante unos instantes el único puente entre la consciencia y la oscuridad fueron esos labios. Hasta que el muchacho le devolvió el aliento y arqueó su cuerpo con violencia. El quejido rasgó la oscuridad. Ryoichi se apuró a incorporarlo, antes que el frío los devore a ambos. Logró volver a subir por la escalera de emergencia con el chico a sus espaldas. Era delgado, pero aun así todos los músculos de Ryoichi dolieron una vez culminada la hazaña. A bordo del rompehielos la temperatura era cálida y la luz abundante. Se tomó unos segundos para recuperar el aliento y despejar la cabeza, pero la desnudez del chico lo distraía. Se quitó el abrigo manta y lo cubrió. El cabello rojo formaba un semicírculo alrededor de su cabeza, como un halo de fuego. El rostro era imberbe y broncíneo, con el puente de la nariz algo lacerado por la escarcha. Soy un idiota, pensó el capitán. Cogió el botiquín de primeros auxilios y una botella de whisky. Le dio un sorbo y volcó el resto sobre la puñalada, el muchacho se retorció de dolor. Con el mismo alcohol limpió los símbolos que habían pintado en su pecho.

— Esto va a dolerte — advirtió mientras enhebraba la aguja con dedos temblorosos. Ignoraba si entendía su lenguaje. Cuando la aguja se hundió en la piel volvió a gritar. Ryoichi lo silenció metiendo un trapo en su boca y continuó su tarea. Para cuando la herida estuvo cerrada, el chico se había desmayado.

Ryoichi arremetió nuevamente contra el panel de control.

— ¡Base! ¡Hombre herido! ¡Respóndanme! —  chilló hasta que las lágrimas rodaron por sus mejillas, todavía algo entumecidas por el frio de afuera. No podía creer que deseara tanto escuchar la voz de Larssen del otro lado. Pero no hubo respuesta alguna.

Se sentó en la mesa de la cabina, el muchacho estaba inconsciente en el suelo, su pecho subía y bajaba con suavidad mientras respiraba. Ryoichi miró el pastel de navidad, todavía intacto sobre la mesa, y enterró su cabeza entre sus brazos. Su sueño fue intranquilo.

En ellos vio el rostro de su mujer, con esa media sonrisa burlona que ella le hacía cuando estaba en lo cierto.  Kaoru siempre tenía la razón. Tú construiste este motor, le acusó Ryoichi ¿Esto significa que quieres que me reúna contigo?

— ¿Quién es Kaoru? — .  Una voz lo despertó.

Ryoichi se sobresaltó, sentado a la mesa, frente a él estaba el muchacho pelirrojo. Tenía el pecho desnudo y la herida parecía estar sanando. Sostenía un tenedor en la mano y estaba devorando el pastel con voracidad casi infantil.

— ¡No puedes comerte eso! —  chilló el capitán. Se puso de pie y le alejó lo que quedaba del poste. 

— Creí que era mi festín de bienvenida — se encogió de hombros y relamió la crema del tenedor —. De todas maneras, creo que estaba malo ¿Dónde están mis ancestros?

— ¿Quién eres? — sostenía los restos del pastel contra su pecho a manera defensiva. Sus ojos buscaron el rifle en vano.

— Njord — se puso de pie y avanzó hacia el capitán. Estaba tan desnudo como cuando lo había encontrado. Los ojos eran redondos, del mismo color del musgo que crece sobre las rocas. — Y lo he logrado.

— ¿Qué has logrado?

— ¡He sobrevivido la Noche Silenciosa!  —  exclamó, lleno de júbilo —. ¡Mi carne ha renacido y he llegado a los recintos sagrados, donde es siempre verano!

— No…— Ryoichi sintió una aguda punzada en las sienes — No estás muerto, yo he curado tu herida. Y no estás en ningún paraíso, estás a bordo del Rompehielos.

— ¿Cómo lo sabes?

— Porque eso no existe, Cuando la gente muere, muere.

Njord entrecerró sus ojos, incrédulo.

— Esto no tiene sentido. Hay que conseguirte ayuda médica pronto—. Se quejó Ryoichi. Volteó hacia el panel de control y miró hacia afuera. Parecía que alguien había colgado un telón negro sobre la cabina.

— Me siento perfecto. Nada puede dañarme ahora.

— Deberías vestirte. Si caminas derecho por aquel pasillo, mi camarote es la tercera puerta. Elije uno de mis uniformes, aunque te quedarán grandes —. explicó sin siquiera mirarlo. Cogió la linterna y una de las bengalas de emergencia. Se colocó de nuevo la chaqueta y salió hacia la cubierta. La oscuridad era asfixiante, no había diferencia entre tener los ojos cerrados o abiertos. Y sentir el rompehielos inerte bajo sus pies era una sensación de aterradora impotencia. Pero lo peor era el silencio, la quietud absoluta que consumía todo. Apuntó al cielo y disparó la bengala. El fuego artificial tiñó el cielo de magenta durante unos breves instantes, y luego se extinguió. Ryoichi deseó para sus adentros que hubieran visto aquella señal desde la base, y volvió a entrar a la cabina antes de enloquecer.

Revisó compulsivamente cada uno de los componentes del rompehielos. No había ninguna fisura aparente sin embargo la bestia escarlata se negaba a avanzar. Las horas transcurrieron como minutos y pronto él estaba exhausto. Entró a su camarote y se sentó en la cama, Njord estaba hecho un ovillo debajo de las mantas térmicas.

— Hay comida para los dos, pero debemos racionarla — suspiró Ryoichi —. Si vieron la bengala, tardarán aproximadamente una semana en llegar aquí en moto nieve. Más si el equipo de rescate viene a pie…Y si nunca la han visto…No, no… ¡aunque no la hayan visto se preguntarán por qué no he llegado! A menos que…

Njord abrazó su espalda. Sentir el calor de esa piel le aseguró que no estaba alucinando. Pero saber eso no lo tranquilizaba.

— No temas. Conmigo sobrevivirás la Noche Silenciosa. Como yo lo he hecho.

— Fuera de mi cama — protestó Ryoichi, pero no hizo nada al respecto. Le daba pánico estar solo en una situación así. Se quedó dormido junto al muchacho, sepultados bajo el calor de las mantas. En los días siguientes le costó separarse de aquel calor que le prometía algo de esperanza. Aunque sabía que la esperanza siempre era venenosa, y que la víspera siempre acechaba.

— ¿Quién es Kaoru? — volvió a preguntar Njord casi una semana después — Has dicho su nombre mientras yo te abrazaba.

— Es...era mi esposa — suspiró Ryoichi contra su cuello.

— ¿Todavía la amas?

— Sí.

— Eso está mal. Debes amarme solo a mí — protestó Njord.

— Ella está muerta.

— Yo también.

— ¡No estás muerto! — . Se quejó Ryoichi —. ¡Estás vivo, igual que yo!

— ¿Y cómo sabes que tú estás vivo?

Ryoichi resopló, hundió su rostro en la mata de rizos rojos y se quedó dormido. A la mañana siguiente se levantó y realizó el mismo examen a los controles del rompehielos, sin lograr hacerlo andar. Miró el calendario en la pared, ya había perdió la noción del tiempo ¿Cuánto podía durar una puta noche? ¡Debía amanecer en algún momento! Asomó a la cubierta y de nuevo, la oscuridad amenazaba con tragarlo. Cenaron unas conservas y volvieron a cobijarse el uno en la carne del otro. Njord acariciaba el cabello negro del capitán y este temblaba de miedo.

— El silencio…— jadeaba —. Puedo tolerar la oscuridad, ¡pero no el silencio!

— ¿Quieres oír una canción de mi pueblo? — le ofreció Njord.

Y el muchacho de cabello rojo le contó sobre los héroes de su pueblo, los jinetes de mamuts que combatían los demonios de la escarcha con lanzas de fuego sagrado. Le contó sobre las guerras entre clanes, y sobre los muchachos que se transformaban en tigres de dientes de sable cuando llegaba el plenilunio. También de los espíritus traviesos que encarnaban en focas para molestar a los humanos, y de los gigantes que dormían en cuevas de hielo. Otras de las hazañas estaban protagonizadas por él, quien sabia disparara un hacha de mano a mayor distancia que ningún otro guerrero de las nieves.

— ¿Cómo puede ser que nunca hayamos visto a los de tu pueblo?

— Ustedes solo ven lo que desean ver — respondió el chico—. Siempre ha sido de esa manera.

Cuando Ryoichi volvió a despertar, una voz lo estaba llamando a la distancia.

Se precipitó fuera de la cama. Casi sin vestirse. La luz del día casi lo cegó cuando pisó la cubierta. Tuvo que cubrirse los ojos durante un segundo, cuando los abrió de nuevo el mundo estaba tan blanco como siempre. Y abajo un pequeño grupo de rescate esperaba por él.

  — ¿Se encuentra bien, capitán?

  — Sí. Estoy…algo mareado… — respondió —. Pero estoy bien, necesito un médico para un sobreviviente que he rescatado.

  — Láncenos la escalera — ordenó uno de ellos.

  Estaba a punto de hacerlo cuando sintió que su presión arterial bajaba. Se desmayó sobre la cubierta del rompehielos con una sonrisa en sus labios.

  Despertó en la enfermería de la base, abrigado y con los músculos algo entumecidos.

  — ¿Está bien, Sakimoto? — preguntó el Almirante Larssen a su lado.

  — Sí. No puedo creer que estoy feliz de ver su rostro, Larssen —. Se incorporó en la cama con algo de dificultad —. ¿Qué ha ocurrido?

   — Parece que hubo algún problema con la hélice que perforaba el hielo. La están reparado — explicó el chico uniformado —. Vimos la bengala y acudimos al rescate.

  — ¡Pues bien que se han tomado su tiempo! ¡Casi seis meses esperándolos!

  Los ojos celestes del joven Almirante se abrieron en forma exagerada y asustada.

  — Capitán. Solo tardamos seis horas en rescatarlo. No estaba tan lejos de la base. Usted lanzó esa bengala ayer, y no respondía nuestros mensajes

  — ¡¿Qué?! ¿Qué día es hoy?

— 25 de diciembre. Feliz navidad 

Ryoichi quiso golpearlo.

— Nuestros especialistas dicen que esto significa que pronto tendremos una sucesión normal de días y noches. Son buenas noticias, Sakimoto.

— ¿Y Njord? ¿Cómo está él?

Ora vez esa expresión bovina en la cara del rubio Almirante.

— ¡No ponga esa cara! ¡Njord! ¡El chico que yo rescaté! ¡Pelirrojo, veintitantos! ¡Estaba a bordo del rompehielos!

— Capitán, no había ningún chico a bordo. Estaba usted solo en el rompehielos.

Ryoichi comenzó a temblar. Otra vez, el muro de hielo se estaba resquebrajando frente a sus ojos.

— No otra vez — rio en forma amarga—. No de nuevo… 

— Mejor descanse, Capitán —. El otro se puso de pie —. Cuando el rompehielos esté reparado, volverán las misiones de reconocimiento. Ahora concéntrese en recuperarse.

Esa misma noche, estaba intentado conciliar el sueño en la soledad de la enfermería cuando sintió que había alguien junto a él. Encendió la luz y encontró a Kaoru sentada en el borde de la cama, con sus pequeñas manos entrelazadas sobre su regazo. Llevaba el cabello corto pulcro, y el suéter amarillo que había usado en su primera cita.

— ¿Por qué hiciste esto? — preguntó él.

— ¿Te enamoraste de él? —  respondió con su voz de jilguero tímido.

Ryoichi tragó saliva y asintió.

— Entonces logré mi cometido — respondió, orgullosa —. Siempre has sido tan dramático, Ryoichi ¡Y me alegra que ya no conserves ese pastel horrible!

Ambos rieron como en los viejos tiempos.

—Una vez que arreglen el rompehielos deberías ir a buscarlo — dijo ella—. Ya sabes dónde encontrarlo. Estará feliz de verte de nuevo.

— Sí, debería — respondió, pensativo —. Tienes razón.

— Siempre la tengo.