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Perder la cabeza

Keller, Juan

(Basado en) Manipulado a partir de hechos reales.

 

El 2 de diciembre de 1975 a las 9:30 de la mañana David Hanson abordó el vuelo UA735 de Las Vegas a California. No había despachado equipaje, su viaje duraría apenas día y medio. Cargaba un pequeño bolso de mano con una muda de ropa y artículos de higiene personal y una caja de cartón de treinta centímetros de lado que acomodó con dificultad en el compartimiento superior a su asiento. David estaba exultante y ansioso. Dentro de la caja llevaba la cabeza de Philip Dick.

Por ese entonces, Dick era un semidiós de la literatura en Francia y gran parte de Europa y un paria en su propio país. La policía lo tenía en la mira por el continuo fluir de dealers en su vivienda y la CIA lo espiaba suponiéndolo un comunista al servicio de los rusos. Era conocido en los círculos de autoridad como el Shakespeare de las anfetaminas. Una bestia literaria capaz de escribir diez mil palabras por día. Dick era, en realidad, un paranoico que escribía libros paranoicos imbuidos en un ambiente de ciencia ficción. La ciencia nunca era coherente en sus obras, la imaginación siempre estaba por encima de cualquier consideración tecnológica o viso de verosimilitud. Buscaba exorcizar sus demonios y mostrar sus propias y contradictorias ideas en un paisaje poblado por extraterrestres y naves espaciales.

David Hanson era un científico de veinticinco años. En su adolescencia había estudiado escultura. A pesar de proyectarse como un artista promisorio, David se inscribió en la Universidad Tecnológica de Nevada de donde egresó con medalla de oro. Planeaba fundar una empresa de robótica y estaba realizando sus primeros pasos. Había fabricado una cabeza mecánica de Dick en el garaje de sus padres. Una pequeña batería movía treinta y seis servomotores alojados en su interior. Era capaz de emitir en forma autónoma diez frases grabadas desde el reproductor de cinta miniatura que estaba en su boca. Las oraciones eran acompañadas por movimientos coordinados de labios, mejillas, ojos y cejas. David estaba muy orgulloso de su trabajo. Había embalado la cabeza con esmero y planeaba mostrársela al Dick de carne y hueso.

El escritor iba por su tercer divorcio. El futuro le depararía dos matrimonios más inevitablemente terminarían mal. Vivía en hoteles o casas de amigos. Su departamento acaba de incendiarse misteriosamente. Él afirmaba que se había tratado de un fallido intento de asesinato por parte del gobierno. Su última obra, “Una Mirada a la Oscuridad”, era un éxito en el viejo continente y recibía una tibia recepción en Estados Unidos. La amarga novela contaba la historia de un policía adicto que debía vigilarse a sí mismo. Dick había comenzado a tener visiones místicas y decía que la entidad que programaba la realidad le hablaba personalmente desde un satélite invisible.

El vuelo llegó en el horario establecido y David se apresuró a conseguir un taxi que lo llevó directamente al auditorio Staples donde se llevaba a cabo la Tecno Com ’75, una convención de literatura y cine de ciencia ficción donde, por fin, podría conocer a su ídolo. Pensaba presentarle a su escritor favorito la reproducción animada de su cráneo. Dick humano enfrentaría a Dick androide.

La conferencia de Dick “Si creen que este mundo es malo, deberían ver alguno de los otros”, estaba programada para las dos de la tarde. David tuvo tiempo de comer un sándwich con un jugo de naranja antes de dirigirse al auditorio Lawson. La sala estaba casi vacía por lo que pudo ubicarse al centro en la segunda fila.

Dick entró al escenario con diez minutos de retraso. Se escuchó un discreto aplauso de los presentes. Vestía un pantalón marrón arrugado, camisa celeste, corbata oscura floja y saco a cuadros. Sus zapatos se veían sucios y gastados. Una joven desabrida lo presentó a la audiencia y el autor se sentó a la mesa cubierta por un tapiz azul. Sacó un puñado de hojas, se colocó unas gafas sobre la punta de la nariz y empezó a leer. Su voz era monótona, inexpresiva e implacable. No parecía ser un hombre que aceptara opiniones que lo contradijeran en lo más mínimo.

David estaba extasiado. No escuchaba las palabras, o mejor dicho, no le interesaba su significado. Tenía frente a sí, apenas a unos metros de distancia, al autor de los libros que habían dado sentido a su juventud solitaria. La obra de Dick no tenía héroes, ni siquiera protagonistas. Apenas personajes reales (demasiado humanos a veces) llenos de miedos y contradicciones. Nunca estaban seguros de nada, ni siquiera de qué era o no real. Eran vapuleados por las circunstancias continuamente y nunca sabían qué hacer. Como David en sus años adolescentes.

David se concentró en las facciones del escritor. Aguzando su vista, se convenció que el robot debería tener cejas más juntas y pobladas, la mandíbula más fuerte y la barba más larga y descuidada. Aunque quizá esto último no fuera un rasgo distintivo de la fisonomía sino algo cambiante.

“...Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo, por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta. No conozco a nadie que haya hecho declaraciones como ésta, pero sospecho que mi experiencia no es única. Quizá lo sea el deseo de hablar de ella”. Dick terminó de leer y se puso de pie soportado por un débil aplauso. Saludó a la concurrencia levantando la mano derecha que después le tendió a la presentadora y salió del escenario por la izquierda. David tomó el bulto que había dejados a sus pies y se dirigió corriendo al pasillo lateral. Se topó con un guardia con aspecto aburrido que lo dejó pasar sin preguntarle nada cuando le dijo que quería saludar al escritor. ¿Qué diría Dick al verse a sí mismo?

Interceptó a Dick cuando estaba por entrar al camarín. Sin decir nada se puso frente a él bloqueándole el paso. El escritor le sonrió y lo miró a los ojos. Aunque en realidad no lo miraba. Veía más allá o a través de David algo que solo él parecía ser capaz de percibir. David levantó su brazo derecho y puso frente al rostro de su ídolo el bulto que acarreaba. Pero no se trataba de la caja de cartón con la cabeza sino un bolso de viaje negro que contenía ropa y artículos de higiene. Dick levantó una ceja y David estuvo a punto de gritar. Había perdido la caja con la cabeza robot. Bajó los brazos y estuvo a punto de desmayarse. Al ver la cara descompuesta del joven, Dick lo ayudó a apoyarse contra la pared y le preguntó si se encontraba bien. David asintió y balbuceó:

—Gracias.

Dick le palmeó el hombro y desapareció en el camarín. David dejó caer el estúpido bolso y se golpeó los costados de la cabeza con las palmas de las manos. ¿Dónde había perdido la cabeza de Dick? ¿En la cafetería? ¿En el taxi? Estaba tan excitado con el encuentro y haciendo planes para el futuro que ni siquiera había bajado la caja del avión. Tomó un taxi hasta el aeropuerto y se dirigió a la Oficina de Objetos Perdidos. La caja no estaba ahí. Llamaron por teléfono a San Francisco, la escala final del vuelo UA735. Tampoco hallaron nada. 

David nunca encontró la cabeza original. Con el tiempo, creó una versión mejorada y fundó su propia empresa, Hanson Robotics, que tiene actualmente sede en Hong Kong.

La vida de Philip Dick también cambió drásticamente por esos días. Ya no volvió a la cordura. Cada vez se desconectó más de la realidad y abrazó una visión mística y mesiánica del universo. Creyó comunicarse con su hermana gemela que había muerto pocas horas después de nacer dejándolo permanentemente solo. Sus libros se volvieron más delirantes (aún) y cerrados. Contenían salvadores universales, religiones omnipresentes, reencarnaciones y drogas, muchas drogas en medio de pesadas páginas de reflexiones metafísicas.

Dick apenas alcanzó a ver un fragmento sin terminar de la primera adaptación cinematográfica de sus obras. Fue en 1982 poco antes de morir. Los que estuvieron en la proyección privada dicen que se lo veía feliz. No solo porque finalmente estaba recibiendo el reconocimiento que merecía, sino porque parecía sentir que otros compartían su particular y pesimista visión de la humanidad. El libro adaptado era ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? y la película, dirigida por un inglés, se llamaba Blade Runner.