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En tiempos de Mitsivaluvier

Signes Urrea, Carmen Rosa

A menudo se echa en cara a la juventud el creer

que el mundo comienza con ella. Cierto,

pero la vejez cree aún más a menudo que

el mundo acaba con ella. ¿Qué es peor? 

Christian Friedrich Hebbel (1813-1863)
 

Mitsivaluvier siempre nos recordaba lo desgraciados que éramos al vivir estos tiempos. Después de su paseo diario en el que con lentitud recorría la nave que le vio nacer y hacerse soldado, no podía regresar a su habitáculo sin referirse a nosotros de un modo despectivo y paternal que rallaba el sarcasmo.

Y vosotros creéis que sois únicos. En mis tiempos…

Con rigor poco científico intentaba hacernos creer que cualquier tiempo pasado había sido mejor, a la vez que afirmaba  que de nada servían los avances técnicos conseguidos después de que él fuera nombrado cadete y que también  desconocíamos cuales debían ser las verdaderas virtudes de un guerrero espacial curtido a base de esfuerzo, experiencia y con los mejores maestros.

Sus ojos reflejaban una luz diferente que despertó en mí la curiosidad ante la perentoria de aquella vida concluyente.

Mitsivaluvier solía situarse sobre un mullido asiento en la cubierta de plata del club de oficiales, alternando su contemplación entre un mapa estelar y el mirador, mientras señalaba en el firmamento con el dedo los fenómenos que atisbaba y de los que se sentía tremendamente orgullo al asegurar que él había sido el primero en verlos, en conquistarlos.

He de confesar que de vez en cuando me solía acercar para escuchar los relatos con los que salpicaba las horas de descanso sin orden de ningún tipo. Apreciaba aquellas historias que hablaban de conquistas, imperios, luchas, batallas. Porque Mitsivaluvier se había perpetuado el puesto por méritos propios, no sólo por la labor cumplida durante más de ochenta años de fiel entrega, sino porque se le debía en conciencia desde el día en el que perdiera la vida por culpa de la perrería de unos muchachos cansados de su forma de ser.

Cuando Mitsivaluvier dejó de señalar la constelación del espejo, imaginé que le preguntaba de nuevo por la vez en la que él la pisó por vez primera antes de que el holograma comenzara con el bucle de programación que narraba esa parte de su vida.