Encontraron al bebé abandonado entre los restos de un ordenador de sobremesa. Le alimentaron con placas de memoria quemadas y fragmentos de cables SATA/IDE. Su primera sonrisa amplió dos megas el ancho de banda del acceso contratado por el monasterio.
Cuando transcurrieron seis años, seis meses y seis días desde que lo hallaron injertaron en sus pulgares obsoletas memorias USB de 2GB. Introdujeron en ellas datos falsos acerca de un pasado del que carecía. Los leyó y no los compartió con nadie.
Dijo su primera palabra a los nueve años, tras sustituir su sistema nervioso por gruesos cables de fibra óptica. No habló directamente, lo hizo a través de la red telefónica. Nadie entendió el mensaje. Nadie respondió.
A los quince huyó del monasterio en el que le recluían contra su voluntad. Envió un mensaje de despedida a través de Twitter, Facebook y Four Squares, así lograron localizarle. Le respondieron con un paquete de instrucciones de apagado remoto.
Los tecnófobos lo hallaron solo y desnudo en un campo de maíz. Lo ataron con cuerdas a la verja que rodeaba el campo. Le colocaron un sombrero. Los pájaros no se atreven a acercarse cuando, al anochecer, sus ojos se tornan rojos y brillantes.
Santiago Eximeno (Madrid, 1973) ha publicado novelas como Condenados (Saco de Huesos, 2011) y Asura, libros de relatos como Obituario Privado (23 Escalones, 2010), y numerosos relatos en diferentes antologías y revistas, así como infinidad de microrrelatos que también ha recogido en volúmenes como Gas Mask (Ediciones del Cruciforme, 2012). Mantiene una Web con información actualizada de su obra: http://www.eximeno.com