A cada instante, un pequeño trozo del Presente, al unísono, es consumido junto con una pequeña parte del Mañana. Robert Sheckley lo sabe, conoce ese cambio contínuo. Sabe que la gente puede ser dirigida por la fascinación del romance, que las máquinas pueden impedir los crímenes aún antes de que la intención de perpetrarlos exista; que es posible irse de vacaciones al siglo que se elija.