En su lecho de muerte, la madre de esta novela susurra una palabra justo antes de apagarse: «Comedme». Todos sus hijos sabían que lo haría, pero no deja de ser un último deseo engorroso, cuando no cruel. Los Seltzer son canibaloamericanos, pero los hermanos deben ahora enfrentarse a sus contradicciones, a sus dudas, a su modernidad, a la tradición, a la culpa, a conflictos fraternales y a demasiados kilos de carne roja, incluso aunque se la repartan entre los doce hijos. Un plato de mal gusto. Y aun así, si no lo hacen, si no se cenan a mamá esta noche, no podrán cobrar la herencia. Y quizá no vuelvan a verse. El Séptimo ve en ese festín problemas logísticos y emocionales. El Segundo solo ingiere comida kosher, el Noveno es vegano, el Primero odiaba a la matriarca (y los valores tribales y cadenas familiares que representaba) y el Sexto ha muerto (uno menos para el reparto). Después de hablar de madres judías sobreprotectoras y de dioses desalmados en enormes éxitos de ventas y crítica como Lamentaciones de un prepucio, Shalom Auslander va aún más allá y firma una sátira, hiperbólica pero tremendamente certera, desternillante y también triste, de cómo gestionamos nuestra memoria familiar, nuestro dolor y nuestro dinero los que nos quedamos en el mundo cuando alguien importante se nos muere.