Anodino y pusilánime, Manuel Jorges apareció en el despacho después de las vacaciones, casi sin que nadie se diera cuenta de que había llegado. Sin embargo, bajo esa apariencia atesora una fama de elemento excéntrico y desestabilizador, urdidor descarado de invenciones imposibles. Los compañeros de oficina tardan en aceptar a este Münchausen y sus disparatadas historias, pero pronto consigue poblar con ellas el otrora anodino espacio de trabajo con viajes imposibles y sucesos ridículos por los que desfilan animales parlantes, siniestras mascotas o poderes absurdos. Como la inopinada protagonista de una de sus anécdotas, Jorges es un mensajero de lo impensable, un ser posiblemente desquiciado que, además, se revela peligrosamente contagioso.