¿Se imagina el lector que en el centro de Sevilla, en vez de que el consistorio se hubiera gastado decenas de miles de euros en construir las Setas, un potente grupo inmobiliario hubiese decidido erigir una gran pirámide de inspiración prehispánica?
“El efecto Transilvania”, de Juan Ramón Biedma, nos traslada a una Sevilla alternativa, diferente de la oficial. Una Sevilla en la que la Torre del Oro no brilla precisamente con esplendor y cuyo cielo aparece poblado de inquietantes cometas negras y coronado por un dirigible cuya alargada sombra nos retrotrae a un terrible pasado, no del todo finiquitado y enterrado.
En los descampados, polígonos, colegios y arrabales de esa Sevilla tan extrañamente esquizofrénica viven, juegan, van a clase y sueñan una pandilla de amigos que, desde el principio de la narración, empiezan a ver, sentir y experimentar fenómenos extraños; lo que no es de extrañar dado que la ciudad apresta a acoger un espectáculo nada edificante: la ejecución pública de una chica joven, originaria del Perú.
Eme, el protagonista de la historia, es uno de esos personajes singulares que interpreta la vida de una forma distinta a los demás. Recién dado de alta en el hospital, tras haber superado una extraña enfermedad de la que nadie le quiere decir nada, Eme disfruta de la compañía de sus amigos: Paco Ballesta, un cuentista de tomo y lomo; el mexicano Fritz o Tona. Pero, sobre todo, disfruta de la compañía de la enigmática Peña. Mientras le dejan.
Así, cuando Peña desaparezca, el único propósito de Eme será encontrarla y para ello no dudará en utilizar los métodos que considere necesarios, por muy raros y extravagantes que puedan parecer; ni en contactar con los personajes más enigmáticos que imaginarse pueda.