Como un hombre atrapado en un sueño, alargó la mano y desactivó al último centinela, el perro guardián, el robot que orbitaba más cerca del Puesto. En una exhalación desapareció el primer fortín, mientras el enemigo avanzaba, indemne, hacia la única línea de números veinte, a cincuenta mil kilómetros, con la pantalla defensiva a sólo diez mil kilómetros por detrás. Sin vacilar, sus manos recorrieron el teclado y sus veinte se lanzaron hacia adelante, intentando contactar con el enemigo en una zona lo más alejada posible de la pantalla.
Cuarenta minutos más tarde, tres naves alienígenas se adentraron en una zona desguarnecida, donde dos de sus defensores, los números cuarenta y todos los treinta ya no estaban. Y las naves se hallaban apenas a mil quinientos kilómetros de la pantalla detectora.
Relatos:
El Dorsai Perdido (1980)
Guerrero (1965)
Hermano de Acero (1952)