Cuando Bruce Sterling publicaba su primera novela, «El Chico Artificial» (1980), se perfilaba en la década venidera una «Nueva Ola de los 80» que, como la pasada «New Wave», reiteraba la crisis de la Ciencia Ficción y la preocupación por el tiempo cercano. El «movimiento cyberpunk» surgía como una necesidad estética para encarar el pesimismo del futuro porvenir, esta vez al borde del fin de siglo. Como sus antecesores, aparecía una cierta inquietud por lo «interior», pero como conexión psicodélica utópica entre el hombre y la máquina. El ejercicio del poder, lo social y lo cultural y la manipulación del individuo serían motivos que el nuevo subgénero reciclaría para retornar a un romanticismo trágico, donde se moverían los nuevos héroes del próximo milenio. «El Chico Artificial» desarrolla fundamentalmente la faceta «punk» por esa capacidad del autor para sofisticar la violencia y degustar el placer del daño físico. Estamos en una cultura decadente, donde los personajes son más emblemáticos que reales, cuya capacidad de reconversión física permanente los hace inmortales. En una «Zona Descriminalizada», los gladiadores-urbanos se enfrentan en una mascarada mortal, saboreando nostálgicamente los despojos de un pasado remoto. Somos contagiados por una estética de los nuevos bárbaros del futuro. En cuanto a lo «cyber», la longevidad artificial y la lucha como escenificación imaginaria en fórmula de videocinta, suplantaría a ese «cyberespacio» adictivo del «Neuromante» de William Gibson