Raymond no contesta. No estoy seguro de qué es lo que he hecho mal, pero Raymond no contesta. Aparece conectado, pero no contesta. Ha leído mis mensajes, pero no contesta. Sé que no debería pensar más en ello, que no debería obsesionarme, que tendría que mirar más por mí mismo, pero… Raymond no contesta.
Pasan las horas y los días, y no puedo apartar los ojos de la pantalla del móvil, del chat silencioso, de las redes sociales, vacías de amor y respuesta. Y el Melón me observa, impertérrito, desde su lugar de honor sobre la mesa. El Melón no me juzga. El Melón me comprende. Al menos tengo al Melón.