Grandote, fortachón, encefalograma plano: el ejército hizo de Bill el perfecto soldado de las galaxias, el perfecto peón de la épica lucha entre la cultura y la civilización terráqueas y todos los imperios del mal (son muchos) del universo, el perfecto fantaseador sexual y el perfecto aspirante a la muerte por cirrosis alcohólica. Pertrechado con dos brazos derechos -el que cuelga de su hombro izquierdo es negro, rescatado, tras la muerte de un camarada, por un cirujano militar poco escrupuloso-; un glorioso colmillo procedente del más sanguinario de los muy sanguinarios instructores de reclutas, y de un pie (o una sucesión de pies, todos insatisfactorios: ¿quién va a molestarse en buscr buenos pies a los soldados rasos?) en sustitución del que se había volado; no puede decirse que Bill hubiera triunfado en la vida, incluso procediendo de una granja. Pero el destino, siempre misericordioso con los más brutos, le iba a deparar las más estupendas, indeseables y emocionantes pruebas... EN EL PLANETA DE LOS DIES MIL BARES ¡Por fin una aventura a la medida de Bill! Persiguiendo un hippie terrorista que cobardemente se refugia en el tiempo, Bill va a parar a Mundobar, un planeta especializado en los placeres etílicos. ¡Felicidad de todos los sabores y con todas las graduaciones! Pero poco dura la alegría en la casa del pobre, y así Bill será arrastrado por su fatal sino a planetas escenario y a una Nueva York nazi. Si las de Bill no fueran aventuras tan reales como la realidad misma, sólo parecerían delirios alcohólicos.