Twitter Facebook
Entrar o Registrarse
desc

Si no tienes cuenta Regístrate.

Mobi Epub Pdf  

Un último vistazo

Juárez López, Edher

Caminaron sin descanso, a pesar de no sentir cansancio. Motivados por su reciente objetivo, deseosos de verlo una última vez.

Hacía casi dos semanas de su asombroso descubrimiento. El primero en observarlo fue Tortuga. Con su pesado caparazón caminaba recolectando cuanta basura vislumbraba, sus circuitos le informaban de los sucesos en las proximidades, con su vista lograba encontrar lo esencial y lo dispensable. Después de una larga mirada a su hallazgo, trajo consigo a sus inseparables compañeros.

  —Miren esto —les dijo al estar todos reunidos, alrededor de aquello que encontró.

  — ¿Qué es eso? —preguntó dudoso Topo.

  —Es luz —respondió el gruñón Cangrejo.

  —No cualquier luz, Cangrejo. Luz de sol. —Anonadados ante el comentario de Tortuga, los amigos se reunieron para ver aún más de cerca la luminosidad que venía desde los cielos oscuros.

Desde hacía años que los rayos de la estrella más cercana no tocaban el suelo, un gris y nublado cielo era todo lo que los robots veían a diario. Sin ningún tipo de vida alrededor, ni en las lejanías,  para que pudiera disfrutarlo. Las máquinas se quedaron estupefactas de aquel milagro. Pero prontamente, una gran nube acabo por cubrir la minúscula luminiscencia.

  —Bien, fin del espectáculo —dijo Cangrejo sin perturbación alguna—. De vuelta al trabajo. Hay mucho que triturar.

  —Tienes razón, tengo mucho que cavar todavía —dijo Topo siguiendo a su amigo. Pero uno de ellos no se les unió. Tortuga, el que se encargaba de buscar, segregar y cargar la basura del lugar, aguardo ahí, mirando el piso, donde aquel fervor iluminó. Algo misterioso, por primera vez desde que fuera activado, ocurrió dentro de sus circuitos.

Los recuerdos lo agobiaron en aquel instante, de aquellos días donde tenía un propósito claro. Acarrear la basura del mundo donde se encontraba. Manufacturado, al igual que miles otros, creado por maquinarias igual a él. Sin un anhelo específico, pero sí con un objetivo programado. Tortuga en ese fragmento de reflexión hizo lo único que tenía prohibido, dejó de trabajar. Y con algo nuevo en la mente, aparte de su cotidiana labor y que ahora rehusaba a realizar, se dirigió a un nuevo destino.

Retornó semanas después, en la noche, donde la recarga todos ejecutaban. Con su caparazón algo dañado y su cuerpo cubierto de polvo, se adentro a su zona de resguardo. Donde Topo y Cangrejo se habilitaron al sentir la presencia de su amigo.

  —Tortuga —dijo Topo consternado al verlo en tal estado— ¿Qué te ha pasado?

  —Algo de lo más asombroso —comentó Tortuga.

  —Pareciera que te enfrentaste contra los Rinos —dijo Cangrejo, hablando de algo imposible.

  —A decir verdad, así fue.

  — ¡¿Qué?! —dijeron al unisonó los dos compañeros, al saber que su amigo se había enfrentado a los guardianes del suelo.

   —Hay mucho que contar y más por hacer. Lo primero será recargarnos. Pues mañana tendremos que irnos lejos de aquí.

  — ¿Qué? ¿Cómo que alejarnos? Los Rinos debieron de haberte averiado.

  —Tortuga —dijo Topo a su camarada que ya se encontraba en recarga—. No entendemos de qué hablas.

  —Lo sé y les prometo que pronto lo sabrán, sólo aguarden. Les contaría todo, pero la verdad, ya no me quedan energías. —y con esto último dicho, Tortuga entró en hibernación para una mejor recarga. Dejando a sus compañeros con un sinfín de incógnitas.

Anduvieron por los desiertos, que estaban despojados de cualquier tipo vida, entre las ruinas de la ya antigua civilización que alguna vez moró aquel sitio, dejando únicamente a sus máquinas eternas.

Mientras que Tortuga se encargaba de acarrear una despedaza nave, inservible a la vista. Topo era el encargado de usar sus censores de proximidad para vigilar si los Rinos se llegaran a acercar.

  —Espero que ahora nos cuentes todo, Tortuga —dijo Cangrejo sin comprender tal viaje—. Los Rinos casi nos despedazan en el centro de recarga. Buscaban a un Tortuga y a un fugitivo.

  —Lo sé. No hay forma en que les agradezca lo que hicieron por mí. Me ayudaron a huir.

  —Y al parecer tú ayudaste a alguien a escapar también.

  —Lo hice, para que nos auxiliara.

  — ¿Auxiliar a qué, Tortuga? —preguntó Topo.

  —A ver la luz del sol otra vez, Topo. A ver la luz del sol.

  — ¿El sol? —Recriminó Cangrejo—. Por eso hacemos todo esto, por una estúpida y muy lejana estrella.

  —Sí —dijo Tortuga sin dejar de andar con la pesada nave detrás.

  —Tú egoísta. No podremos regresar al centro de carga, ya nos tienen etiquetados como criminales. Los Rinos nos harán chatarra y todo para qué, para ver la estúpida luz otra vez.

  —Ya basta, Cangrejo —dijo Topo alzando la voz—. Estoy seguro que Tortuga tiene sus razones.

  —Si las tiene yo no las quiero escuchar —dijo Cangrejo alejándose.

  — ¡No! —Gritó Tortuga—. Los necesito.

  — ¿Por qué?

  —Porque…

  —Egoísta —dijo Cangrejo, mientras veía la nave comprendiendo la razón—. Nos quieres como baterías, es por eso que nos quería recargados.

  — ¿Eso es cierto, Tortuga? —preguntó Topo mirando a su amigo.

  —Lo es, pero no es lo único.

  —Entonces dinos, si no me iré junto con Cangrejo.

  — ¿No lo sintieron? —comenzó a decir Tortuga después de una larga pausa—. Seguro que sí. Ver la luz, tocando aquel pedazo de tierra. Fue…algo que no debía de suceder, algo que nuestra vista jamás debía ver, pero aún así lo hicimos. ¿Por qué? quiero saber, si podemos ver de nuevo eso y sentir aquella extraña sensación nuevamente.

  — ¿Qué sensación? —Preguntó Topo.

  —Cómo si algo dentro de mí embonara realmente, como si disfrutara, como si algo estuviera bien al hacerlo. Fue…como si, por alguna razón, yo realmente debiera existir y no fuera creado con el propósito de obedecer algo sin preguntar.

  —Tonterías  —inquirió Cangrejo—. Hablas como los robots revoltosos.

  —Yo iré contigo —dijo Topo sin escuchar a su amigo.

  — ¡¿Qué!? Oh no, no me dejarán solo. Además, no tengo a donde volver, si regreso al centro de carga, los Rinos me destruirán.

  —Maravilloso, mis amigos. Vengan, no falta mucho.

  —Genial, ahora iremos a quien sabe dónde. Además, apuesto que ni siquiera fue la luz del sol. Seguro que fue una de esas calderas espaciales donde funden de todo.

¿Cuánto caminaron los aventureros?, no lo registraron, pues su meta era aún mayor que la carga de dejar todo lo que alguna vez tuvieron.

Llegaron hasta los hornos subterráneos, donde el fuego se alzaba desde las profundidades del planeta y se elevaba hasta alcanzar los cielos. Entre aquel infernal calor, se vieron obligados a continuar. Dejaron la aeronave a las afueras aguardando su regreso.

Las advertencias se activaron dentro de sus cuerpos, pues el ardor dañaría irremediablemente a los tres amigos si no salían rápido de ahí, y aunque por insistencia de Topo y Cangrejo de irse, Tortuga fue quién los convencía de aguantar un poco más, hasta que se detuvo y dijo: —Llegamos.

Sin ningún tipo de advertencia, una máquina salió de entre los escombros delante de los viajeros. Elevándose sólo un poco. Sus alas de acero —que no se encontraban unidas a su cuerpo, sino levitando muy cerca— se abrieron y permanecieron estáticas. Un fuego azul era exhalado de su cola y con una cabeza diminuta en comparación de su cuerpo.  No mucho más grande que ninguno de los tres compañeros. Los observó durante unos segundos hasta que finalmente habló: —No pensé que regresarías, Tortuga.

  —Avispa —dijo Tortuga al robot volador —, traje lo que me pediste. Lo dejé a las afueras.

  — ¿Te  siguieron? —preguntó Avispa.

  — ¿Quién es, Tortuga? —dijo Topo desconfiando de la nueva maquinaria.

  —Quien nos ayudará —le respondió Tortuga a su amigo.

  — ¡Ayudarnos! —expresó Cangrejo dudoso —. Es un robot de guerra, no sabe sino destruir.

  — ¡Tal vez deba hacerlo contigo! —dijo Avispa enojada, y al momento de hacerlo, desplegó sus armas. Saliendo de su espalda, elevándose por sí mismas, y apuntando a Cangrejo.

  — ¡Avispa, no! —Dijo Tortuga que se interpuso entre la guerrera y su objetivo—. Son mis amigos.

Avispa sólo aguardo sin dejar de ver su blanco, pero de repente, algo más llamó su atención. Se elevó lo más que pudo, rompiendo la barrera del sonido hasta lograr ver aquello que la sobresaltó. Descendió con la misma velocidad para informar de lo acontecido.

  —Te siguieron y ya casi llegan —dijo la guerrera Avispa.

  —Hay que ir a la nave —concluyó Tortuga.

Ninguna palabra más fue dicha. Se encaminaron lo más rápido que pudieron para así abordar y llegar hasta su destino final. Al estar dentro los tres amigos engancharon sus circuitos a los de la aeronave y con esto le dieron vida nuevamente. Por su parte Avispa se instaló en el tejado de la misma y al instante los motores se encendieron para comenzar el viaje. Una imagen holográfica de la guerrera voladora se presentó frente a los viajeros. Su cuerpo controlaría nave. Sus alas se extendieron aún más y su propulsor exhaló lo máximo de su capacidad.

Salieron del lugar de llamas, justo a tiempo, pues los Rinos ya se acercaban con sus colosales cuerpos que levantaban el polvo. Disparando para detener a los renegados, pero no pudieron lograrlo. Se elevaron a la suprema velocidad y se dejaron llevar por Avispa quien controlaba la nave.

Justo cuando la calma los apaciguaba, un comunicado entró: —Soy la Reina Avispa —dijo por los altavoces—. Deténganse de inmediato o los destruiremos.

  — ¿Qué haremos? —Dijo Topo.

  —No lo sé —contestó Tortuga sin saber qué hacer.

  —Respondan —Dijo la Reina sin ningún tipo de sentimiento en su voz mecanizada.

  —Era demasiado bueno para ser realidad —expresó Cangrejo hacia nadie en específico.

  —Es hora de parar —le dijo Topo a Tortuga. Una extraña sensación recorrió los circuitos Tortuga mientras notaba que las probabilidades estaban en su contra, al saber su inevitable desenlace y la falla de su misión. Sintió algo que no podía computar, “tristeza” en palabras de humanos.

  —Tortuga —comenzó a decir Avispa que también se comunicaba desde los parlantes —dime algo. ¿Estás dispuesto a dejar de existir por esto?

  — ¿Dejar de existir? —preguntó dudoso por la cuestión hecha.

  —Morir, Tortuga. ¿Morirías por tu sueño? —Y aunque los segundos se hicieron eternos, con firmeza en su voz, a pesar de ser una sintética, por fin el viajero respondió.

  —Sí.

  —Bien. Los dejaré, distraeré a las Avispas. Dejaré la nave a su máxima capacidad, se terminará la energía más aprisa, pero lograrán llegar a las coordenadas que me dieron.

  —Avispa, morirás.

  —Nunca estuve viva, Tortuga. Pero si dejo de existir, prefiero que sea por alguien que sí lo está. Adiós.

No dijo nada más la guerrera aérea. Se desancló de la aeronave y emprendió su vuelo con dirección a los cientos de robots de ataque que se acercaban. Los viajeros no lo vieron desaparecer en medio de los fuegos y explosiones, pero al menos les dio un poco más de tiempo.

  —Lo lograremos —dijo Topo al notar que faltaba poco.

  —Sí, ya casi —dijo Tortuga con un extraño furor que provenía de su interior.

  —Deténganse —dijo la Reina por los amplificadores nuevamente. Al instante de que se terminara la instrucción, un estallido hizo que la nave se desestabilizara.

  —La próxima no fallará —exclamó Topo.

  — Moriremos —dijo Tortuga.

  —No —comenzó a decir Cangrejo mientras se desenchufaba de su lugar —, es mi turno de ser el valiente.

  — ¿Qué?  —Dijo Topo.

  —Es algo que decían los seres vivos.

  —Tú también morirás —dijo Tortuga con un amargo sentir y comenzando a entender el verdadero significado de la palabra.

  —Todos lo haremos —dijo Cangrejo a los Viajeros —. Pero al menos haré que cumplas tu sueño vieja máquina de hojalata. —abrió la escotilla y se preparó para salir, mientras se veía como la enorme Reina se aproximaba velozmente. —Adiós, amigos. —Se dejó llevar por los aires y logró llegar hasta su blanco, para poder autodestruirse y llevarse a la Reina consigo.

Pero de entre las llamas, un último disparo la reina proyectó.  No logró dar en el blanco, pero sí estalló muy cerca.  Las máquinas recibieron daño al igual que la nave. Las alarmas se activaron, titilantes de advertencia por lo acontecido. Topo había perdido medio cuerpo y Tortuga la mitad de su rostro, resultante del ataque. No podían hacer mucho en su estado actual.

  —Peligro —dijo la aeronave desde sus bocinas—. Daño irreparable. Descompresión. Perdida del motor. Peligro.

  —No lo lograremos —dijo Tortuga, con voz entrecortada por el daño.

  —No tenemos otra opción —dijo Topo, que se acercaba hacia su amigo, caminando con sus patas mecánicas que le sobraban.

  — ¿Topo? —preguntó dudoso Tortuga, que giraba la cabeza de lado a lado.

  —Aquí —contestó Topo al notar que su amigo no veía más.

  —Peligro —siguió emitiendo el transporte—. Colapso eminente de todos los sistemas. ¿Qué desea hacer?

  —Procede hacia las coordenadas, no importa el peligro ni los daños —dijo firmemente Topo.

  —Me quedé sin visión —dijo Tortuga, con un raro ardor en sus circuitos de habla y con dolor en su interior.

  —No te preocupes, volverá. Tu sistema se está formateando, dale unos segundos. —Topo no supo con exactitud, cuál fue la razón de no confesar la realidad a su amigo, nunca lo supo.

En la fría oscuridad, con el opaco planeta debajo de ellos, rodeado en su mayoría por una gran tormenta eléctrica. Con el fuego exhalante de los hornos del subsuelo. Pudieron continuar el viaje, aunque corto en distancia, parecieron horas. Con la nave tambaleante, con explosiones dentro y fuera.  Hubo una ocasión que el motor se apagó y cayeron sin ningún tipo de freno.  Pero se volvió a encender y pudieron continuar.

 El mapa holográfico se desplegó y mostró que estaban ya en su destino. Después de unos pocos segundos la aeronave ceso cualquier actividad. Primero las luces se apagaron y después siguió el motor, esta vez no se volvió a encender. Estáticos en la inmensidad del espacio.

  —Llegamos, ¿cierto? —proclamó Tortuga. Pero Topo no quería contestar ante la siniestra verdad.

Una temible oscuridad se hallaba afuera. Ni una sola estrella alumbraba el cielo. Y no había señales de aquel sol que los registros contaban. No hubo fallos en los cálculos, era la hora precisada y las coordenadas exactas. Lo único que quedaba era el planeta y nada más.

Los sensores de Topo le notificaron de qué enemigos se aproximaban. Más avispas, con decenas de reinas y cientos de guerreros.

Fue ahí, que una luz salió y los alumbró. Era…era…una simple caldera espacial. Hecha para consumir los desechos. Topo miró detrás de ésta, haciendo zoom, y vislumbró más de aquellas máquinas incandescentes. Algunas ardían tanto, que emanaban destellos de luz, unos pocos alumbraban al planeta —y sólo uno alcanzó a pasar las densas nubes—. Topo no sabía que decir, explicar lo que vio sería lo mejor. Pero por una singular razón, tan rara como todo lo que había experimentado en ese viaje,  decidió decir lo siguiente.

  —Lo veo, Tortuga, lo veo.

  —De verdad —dijo Tortuga, con una inhóspita reparación—. ¿Lo ves? ¿Cómo es? dímelo, por favor.

  — ¿Decírtelo? —Dijo sorprendido Topo, que simplemente veía la oscuridad y las calderas del lugar—. Si tú también las puedes ver.

  — ¿Puedo?

  —Sí, tu sistema se formateó ya. Tu vista regresó.

  —Es cierto, ¡es cierto! —manifestó Tortuga con su renovada energía—, ya veo de nuevo.

  —Lo ves, ¿cierto?

  — ¡Lo veo, Topo! Lo veo al fin. Veo lo que los registros dicen. Y es aún más hermoso de lo que imaginé.

  —Es verdad, amigo, es verdad.

Topo giró la mirada, para ver que sus enemigos ya preparaban su ataque. Uno al que no podrían escapar.

  —No quites la mirada del sol —dijo Topo, aunque conocía a la perfección la condición de su camarada—. Pronto estaremos ahí.

  — ¿De verdad?  ¿Cómo? Ya no tenemos energía.

  —No te preocupes. Llegaremos y veremos a Avispa y a Cangrejo otra vez.

  —Sí, los veremos.