¡Mirad mis nuevas botas!
Todos los ojos se volvieron hacia Catuxa.— "¡Como brillan!" "¡Que color rosa más fuerte!" "¡Caramba, quien pillara unas iguales!" se enredaron varias voces.
— Podéis tocarlas— dijo la muchacha sentándose a su vez en la base del cruceiro y levantando coqueta uno de los pies— Es plástico auténtico, se llama vinilo. Acetato de vinilo, con las suelas de goma. No se moja, no se estropea, y es lo bastante fuerte para resistir los tojos. ¡Y son rosas, igual que mi impermeable! Cuando llegue el monzón, iré a la escuela muy bien protegida.
La dulce mirada azul de Tono parpadeo dos veces desde la altura que le daban los escalones del cruceiro en que se hallaba sentado, abrazado a sus rodillas. El mozo se bajó de un ágil salto, se acuclilló y la agarró por el tobillo, acariciando el suave y resbaladizo material.
— ¡No son tan buenas como la trenca y las botas del Capitán!
— ¡Tú eres tonto Tono! — habló esta vez Uxía— La trenca y las botas del Capitán tienen muchos años, se hicieron cuando él era un niño antes de la guerra, y de que escaseara el petróleo, y eso que ahora es un hombre viejo. Y están viejas y sucias, y son amarillas y no de ese rosa tan bonito, y hieden a bacalao. Solo te gustan porque tú quieres llegar a ser Capitán.
— ¡Y lo seré!
- ¡Mucho carbón tienes que remover para eso, badulaque! — la mocita sacudió el pié — Quita esas manos, que ya te estás aprovechando...
Tono la soltó de mala gana. Siempre le había gustado Catuxa, la rubia y orgullosa Catuxa, con las manos suaves y blancas, la que nunca había trabajado al salir de la escuela ni faltado a una clase para recoger la cosecha. Qué pena ser él un simple hijo de redera y ella la pequeña princesa del procurador. El plástico de la botas era bueno. Bien lo sabía él, que de niño había zurcido muchas redes de Dios, de las viejas, de las que valían, juntando trozos gastados trozos de nylon para dejarlas listas para otro arrastre. Ahora volvían a hacerlas de fibra vegetal. No era lo mismo.
Bueno, él también tenía algo que anunciar.
— Pues yo también tengo buenas noticias. El capitán me quiere. Iré con él a Londres la próxima semana.
La pandilla quedó en silencio. Manolo encendió un pitillo de hierba seca, enarcando las cejas con envidia. Catuxa tenía su pequeña boca de corazón muy abierta, tapada con sus blancas manos.
— ¡Oh Tono! ¡Es muy peligroso! — sollozó — ¡Las tormentas del monzón están al caer! ¿de qué te quiere?
— De fogonero al principio. Pero luego de contramaestre, dice que soy listo. Xurxo está ya mayor, Ahora que ha comprado esa casa de la colina para echar patatas y tiene esa mocita portuguesa, un día no va a querer volver al mar....
— De Portugal, ni buen viento ni buen casamiento....— rió Manolo— Te felicito Tono. Es mejor que palear carbón en esta pocilga.
— ¿Y si os asaltan los piratas franceses?— apuntó Uxía con un gritito de emoción.
— Bah, el Capitán me ha dicho que me asignará una escopeta. Ya soy un hombre. Y aunque es el primer viaje, tendré una parte entera de los beneficios. Bueno, me tengo que ir a trabajar, que tengo turno de noche.... ¡Catuxa, si me das un beso te traeré un paraguas! ¡Del mismo color que las botas! ¡Sintético, no de tela encerada!
— ¡Vete a trabajar badulaque! ¡Siempre estás igual!
Tono se puso en camino. Cerca de la playa, la oscuridad se teñía de una suave luz rojiza. El Campo de la Quema olía al humo de la lenta combustión de titánicos hornos, cuyas altas chimeneas de ladrillo rojo iluminaban el cielo con pavesas que ascendían al cielo como luciérnagas de cobre incandescente. Los eucaliptos de Galicia, transformados en carbón vegetal, suministraban el material de rápido crecimiento y buena capacidad calorífica que los barcos y trenes precisaban para moverse.
— Vamos holgazán, ¡Espabílate! ¡A trabajar, carallo, que llegas tarde al turno!
Tono corrió a por su material de protección. Era una noche de verano y decidió desprenderse de la camiseta. Aferró un vástago de metal con fuerza tras calzarse los guantes de amianto y ayudó a otros cuatro hombres a revolver la panza de uno de los hornos, mientras sus compañeros avivaban los fuelles. Se hacía difícil respirar con su máscara puesta (una cosa voluminosa y fea, de cuero encerado, rellena de celulosa y carbón activo) pero cuando le cambiaba los filtros, podía ver toda la porquería que quedaba dentro; y no se la quitaría por nada del mundo.
Avivaron como pudieron el corazón del horno para subir la temperatura del mismo, con el fin de darle tiro y que se quemase como Dios manda hasta convertirse en el mejor carbón vegetal; entretanto, el preciado gas pobre, se recogía en el mismo horno para acumularse en el depósito allá abajo, en el muelle, donde sería embarcado para mover los vehículos en Madrid o Londres, o de los señoritos que podían permitírselo en La Coruña.
A la hora aproximadamente de duro trabajo, Mateo le hizo señas con su mano enguantada. A esas alturas, Tono ya parecía tan negro como Alí, uno de sus compañeros de horno que en ese momento estaba removiendo con toda la saña de su potente musculatura.
— ¡Rapaz, vete a por más agua de beber, que desfallezco! ¡Negro, mueve por los dos un poco mientras trae el agua!
Tono volvía con dos botijos cargados cuando todo sucedió. De pronto, con un terrible crujido, el corazón de la chimenea se resquebrajó con un chasquido; Los obreros se quedaron asombrados, mirando como el calor escapaba de la chimenea. Tono nunca había visto nada así.
— La madre que la pa....
Una detonación y una nube de polvo cegaron durante un segundo a Tono. Con los ojos cerrados, solo pudo caer en la cuenta que el depósito intermedio acumulador de gas de esa chimenea había deflagrado, ayudado por el gas de las conducciones. Cuando abrió los ojos (sin siquiera ser consciente de la sangre que le corría por la cara a causa de una esquirla) vio como la vencida construcción se venía abajo. Del roto gasoducto emanaba una llama alta y maloliente.
Tres de los cuatro hombres, aturdidos y cegados, salieron de las proximidades de la polvareda. Todos de piel blanca.
"¡Alí!" "¿Donde está Alí?" "¡Alí!" "¡Negro está atrapado!" gritaba un pandemónium de voces.
Más tarde, Tono sería consciente de que no llegó a pensar lo que hizo. Ignorando la falta de visibilidad y el calor ardiente, rompió un botijo contra otro derramándose el agua encima, y echó a correr entre las escorias y escombros del horno. Los ojos le picaban terriblemente y casi no podía respirar.
De unos ladrillos vio sobresalir el musculoso brazo de ébano de su compañero. El resto del cuerpo, yacía bajo un puntal de hormigón; Tono empezó a quitar ladrillos, ignorando el sofocante calor y la piel que se caía de sus muñecas, quemada por el horrible calor de las piedras. Afortunadamente las manos estaban protegidas.
— ¡Aguanta Negro! — Gritó a través de la máscara— Sentía como el agua se secaba sobre su piel por segundos y siseaba al gotear sobre los ladrillos.
Sorprendentemente Alí estaba consciente e incluso ayudó a facilitarle la extracción, arqueando la espalda para empujar hacia arriba el puntal, antes de desmayarse. Luchando contra la asfixia, Tono lo liberó del todo y cargó al tremendo hombrote. Cuando sus pulmones iban a fallar, unos fuertes brazos los agarraron a los dos.
— ¡Los tenemos, a Negro y al chico! ¡Agua por Cristo! ¡Esas mangueras!
Una bienvenida cascada de agua cayó sobre Tono. Como en un sueño, vio como brillantes gotas resbalaban sobre la quemada carne de su compañero. El terrible estado del poderoso pecho le horrorizó.
***
Tres días después, un Tono aún convaleciente aguardaba, como cada noche, cerca de la higuera del camposanto.
Cuando la figura envuelta en plástico rosa apareció ante el su corazón se alegró.
— Por fin solos — . Catuxa le cogió de las manos y le dio un pico— ¡Hay Tono! Pensé que moría anteayer cuando me lo contaron...
— Gracias por el medicamento y venir a verme a casa. Y por poner para los antibióticos de Alí. De no ser por la porra para eso, el médico asegura que hubiera muerto de infección.
— No es nada... ¿Cuando embarcas?
— En un mes. Estaré bien por entonces.
— Tengo miedo por ti...
— Tengo que hacerlo Catuxa. Si llego a ser capitán, tu padre no tendrá más remedio que aceptarme. ¿Esperarás?
— Claro... para casarse con un capitán hay que ennoviar con un marinero...
Mientras caminaban por la pradera verde a la luz de la luna, Tono pudo ver como la hierba mojada limpiaba el barro de las botas de Catuxa, que brillaban con fuerza incluso en la penumbra.
Sus propios zuecos de abedul eran de un sucio color negruzco, o marrón donde había barro pegado. Pensó en su ropa nueva de marinero, que se completaba con unas pesadas botas de agua amarillas. Todo iba a cambiar. No sería solo otro patán.
Después de todo, siempre hay que empezar por algo.
Manuel Moledo (1977) Nací en Serra de Outes, soy biólogo, vivo en La Coruña.
Trabajos publicados:
En Contos Estraños (publicación periódica de Pulp gallego y en gallego) http://contosestranhos.blogaliza.org: