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¿Sueñan las heroínas con mujeres que arrastran cajas?

Pérez Ruiz, Begoña

Reguló el sensor de su muñequera sobre la marcha, sin dejar de correr ansiosa tras su objetivo. Acababa de abatir a cuatro miembros del F.A.L.O, aunque no se atrevía a asegurar si aquellas bajas habían sido más producto de la suerte que de su pericia sobrada como tiradora. Al fin y al cabo los había encontrado reunidos comiendo en mitad de aquel campamento secreto en medio del bosque, todos ellos relajados y sin poder pensar que estaban a punto de ser cazados. La sorpresa había jugado a su favor, aunque era innegable que su subfusil láser había ejecutado a aquellos tipos con una precisión y rapidez absoluta.

  Pero uno de los componentes de aquella célula terrorista había salido de entre unos arbustos en plena refriega y se había vuelto a escabullir, sin que ella pudiera abatirle en ese momento. Así que, tras reponerse de aquel segundo de conmoción, ella le siguió a la carrera a través de aquel bosque que se le presentaba como un escenario desconocido y, presumiblemente, repleto de trampas. No se sentía cómoda, pero la adrenalina de su cuerpo le servía para dejar que esa sensación quedara en una parte muy escondida de su cerebro y no le hiciera perder el ritmo.

  Por ello se le hacía tan necesario regular el flujo de información del sensor de su muñequera. Bajó el visor de su casco y se dispuso a recibir todos los datos. Se encontraba en una situación peligrosa, aunque eso no suponía algo que no hubiera afrontado ya, lo que se esperaba de ella. Le hubiera sido fácil pedir apoyo aéreo y dejar que los deslizadores robóticos terminaran la misión sin más. Pero entonces ella no sería nombrada como la Heroína del Invierno. Un apodo que se había ganado cuando, tiempo atrás, se había hecho pasar por insurgente y se había introducido así en un importante grupo de rebeldes. Y todo para rescatar a cinco jóvenes y traerlas de regreso a Ciudad Señorial.

Todo eso había ocurrido hacía apenas dos años, en un invierno que atacó con frío extremo y de manera virulenta a la parte sur de la capital. Nadie se atrevió a culpar a la Gobernadora por la falta de suministro eléctrico en aquella zona. Nadie levantó una voz indicando que en los centros gubernamentales y en las residencias de las Principales existieran sistemas de calor que evitaban aquella penurias. Ni siquiera cuando una facción del F.A.L.O aprovechó los cortes de energía y raptó subrepticiamente a las cinco muchachas de las clases más altas.

Como solía ocurrir con sus técnicas de guerrillas, su rastro se perdió en los pasadizos subterráneos exteriores, aquellos que aún existían como recuerdo de las últimas Guerras de la Desolación. Nadie podía saber en qué parte del bosque se encontraban, y a nadie, ni siquiera a las fuerzas especiales, le apetecía o le parecía buena idea tratar de encontrarlos en pleno frío invernal. Pero Miranda Lima aceptó el reto de internarse en el bosque haciéndose pasar por renegada para encontrar al grupo de raptores insurrectos.

Entonces apenas era una cadete policial recién licenciada de la academia O.M.S, pero tenía suficiente valor para desafiar las bajas temperaturas de aquel momento e internarse en lo más profundo de las zonas boscosas, alejadas de cualquier reducto de la civilización y plagadas de grupúsculos diversos y opuestos de rebeldes, todos enemigos del gobierno de la Gobernadora. Por no mencionar a los mutantes que se alzaban más como monstruos espantosos que como enemigos del sistema.

Miranda Lima soportó todas las inclemencias y dificultades de adentrarse sola en la zona boscosa más inexplorada, sin apoyo logístico alguno, sin armas y sin uniforme blindado de ningún tipo. Tenía que parecer una paria, una desertora de Ciudad Señorial.

Cuando regresó con las cinco jóvenes recién rescatadas, fue recibida como si fuera la protagonista de una gesta temeraria. Así se encargaron de ensalzarla las altas autoridades, aunque poco se filtró de la historia real de dicha aventura.

Aún no había comenzado la primavera a su vuelta a la civilización, así que Miranda Lima recibió el calificativo de la Heroína del Invierno, junto con un montón de condecoraciones diversas y uno de los lujos más preciados, un aire acondicionado con bomba de calor. Algo que, dadas las situaciones climáticas cada vez más extremas había pasado de ser una comodidad a un verdadero reconocimiento.

Ahora su pecho le pesaba, pero no por la carga de medalla alguna, sino por la agobiante trabazón de la nueva armadura blindada que soportaba aquel día. Odiaba estrenar nuevo equipo policial, más cuando le tocaba afrontar una misión como esa, en la que al final tenía que andar corriendo en pleno entorno hostil. Pero no podía negar que aquel traje avanzado tenía sus ventajas ofensivas y menos cuando la pulsera le notificó que su objetivo enemigo estaba encima de ella.

El aviso le llegó apenas unos segundos antes de una ráfaga de disparos que esquivó en el último momento, aunque su nueva armadura podía protegerla de ese tipo de munición anticuada. Tras sortear el ataque, llegó la respuesta de Miranda. Ella no erró en el disparo y su objetivo cayó contra el suelo, desde la copa del árbol donde se ocultaba,  como si se tratara de un simple fardo y no de un ser humano.

Cuando acudió para verificar que aquel estaba muerto, comprobó que su última captura era una mujer joven. Aquello no le resultaba inesperado, pero sí infrecuente de encontrar entre los grupos del F.A.L.O. Y aunque no suponía su primera experiencia de ese tipo, no dejaba de desconcertarla y cargarla con un sentimiento extraño de culpa, como si de alguna manera hubiera estado en su mano evitar la muerte de esas mujeres que se obstinaban en abandonar la protección de la Ciudad y convertirse en rebeldes a la causa de la Gobernadora. Intentar entenderlas se le antojaba siempre como algo peligroso y su mente prefería sufrir como si no entendiera un complicado rompecabezas del que ella misma formaba parte.

Miranda Lima fue recogida por una unidad aérea en cuanto comprobó que la zona estaba limpia. Ella misma se encargó de llamar al transporte aéreo. Estaba agotada, algo habitual últimamente, un estado que parecía no querer abandonarla, le gustaba engañarse pensando que solo suponía una condición física pasajera, pero era consciente, en su fuero interno, que aquello no tenía nada de transitorio. Hubiera deseado pedir ser llevada directamente a su apartamento para descansar sin más, pero tenía que obedecer las ordenanzas e ir a reportar a su superiora.

—Otra gran misión de la Heroína del Invierno— comentó su superiora, Ditrina Mila en cuanto Miranda le relató cómo había ido todo con su última batida contra el F.A.L.O.

Miranda sonrió tratando de que su poca convicción no se notara y suplicando en su cerebro porque aquello no se alargara.

—Sin duda la Gobernadora volverá a tenerte en cuenta para la entrega de medallas especiales de este trimestre.

—No creo que merezca una nueva condecoración, la misión de hoy era bastante rutinaria…

Ditrina le dedicó una mirada mezcla de reprobación y recelo que alertó a Miranda. No debía nunca cuestionar las posibles distinciones de las que era protagonista, porque así se lo había dejado claro hacía tiempo la Gobernadora. Ella siempre sería una heroína para la Ciudad, no podía dejar de serlo, y su deber sería honrar ese papel. Que Miranda se sintiera extenuada con su papel no era algo admisible,  ni debía preocupar a nadie. Miranda había perdido su derecho a ser una persona libre e individual, porque se manifestaba como demasiado importante para el gobierno de la Ciudad, no podía disfrutar de una existencia más vulgar e ignorada. Cada ciudadana debía cumplir con su deber, más o menos sencillo, de otra forma la Ciudad se desmoronaría.

—En realidad quería decir que quizá otra compañera merezca esa condecoración más que yo misma.

La corrección de Miranda evaporó al momento la sombra de fastidio de los ojos de su superiora. Todo se calmó para alivio de Miranda, que solicitó al instante poder retirarse a descansar.

—Sí, será mejor que des tu turno por finalizado hoy. Vete a tu casa, mañana puedes reportar el informe final en la computadora matriz.

Miranda llegó a su pequeño apartamento totalmente extenuada, ni se preocupó en prepararse algo para comer, no sentía apetito. Se duchó para quitarse el sudor del uniforme de batalla y se marchó a dormir con la esperanza de soñar con ella, con aquella mujer que tanto le atraía y con la vida ordinaria y tranquila que tenía.

 

Esa mujer soñada, Lola Muse, no era nadie especial en su mundo, ella misma se lo decía cada mañana ante el espejo. Ni su ocupación, ni sus aficiones, nada se salía de lo normal, de lo más ordinario. Ni siquiera su físico la convertía en singular, sino que la marcaba como una mujer más, con escaso atractivo. De haber estado al lado de Miranda Lima incluso hubiera sido calificada de fea, comparativamente. Y desde luego su cuerpo rollizo estaba muy alejado del fibroso y atlético de Miranda. Pero ella y Miranda vivían en dos realidades diferentes y distantes, dos mundos alejados en el espectro del espacio y del tiempo. Así que se hacía imposible que ambas fueran comparadas a la vez, la una en frente de la otra. Solo compartían sus sueños.

Miranda soñaba con Lola Muse y esta última lo hacía con la Heroína del Invierno. Separadas por sus existencias, no compartían ni físico, ni profesión similar.

Lola trabajaba como una sencilla dependienta en un establecimiento de comida rápida.

A sabiendas de lo poco llamativa que era, había trabajado su saludo habitual, aquel con el que atendía a los clientes que se agolpaban a diario en el mostrador para pedir hamburguesas. Lola les sonreía con una opulencia que estaba fuera de lugar en un sitio tan anodino como aquel, donde ni siquiera primaba la calidad de la comida, sino la rapidez del servicio. Pero Lola se empeñaba en que la consideraran una persona y no una simple apuntadora de comandas. Aunque su esmero en saludar y en dar un trato simpático nunca era apreciado por nadie. Y menos aún por su propia jefa.

—Lola, deja que Claudio se ocupe de atender a los clientes y ve al almacén a colocar las cajas que hemos recibido esta mañana.

Lola nunca se quejaba a la hora de mover y colocar cajas, aunque solía ser su trabajo habitual y terminaba siempre con la espalda cargada y las piernas agarrotadas. Puro cansancio físico. Se había acostumbrado a ello, como se había habituado a sufrir calambres cada noche por aquellas sobrecargas musculares. Incluso cuando llegaba el verano y no podía disfrutar del frescor que emitía el aire acondicionado en el interior del local, alejado del almacén y de sus cajas.

Su amiga Susan siempre le recomendaba que tomara al menos un plátano al día para evitar los calambres en las piernas. Claro que su amiga Susan era la misma que le aconsejaba que mandara a su despótica jefa a la mierda y se marchara de aquel apestoso trabajo. Aunque Susan se lo podía recomendar dada la tranquilidad de su propia existencia. Ella era una joven extremadamente atractiva, algo que le había ayudado en su curriculum a la hora de conseguir un buen trabajo como administrativa. Mientras, Lola tenía que conformarse con un trabajo horrible y confiar en que la crisis económica terminara y sus conocimientos académicos de filóloga fueran apreciados por alguien.

Lola odiaba su trabajo, en realidad eso suponía lo único que la unía con la lejana Miranda Lima. Ambas detestaban sus ocupaciones, ambas ansiaban, sin saberlo, la vida de la otra, intercambiar sus papeles. Dos almas conectadas y desdichadas en su desemejanza.

Cuando Lola terminaba de trabajar, no solía tener compromisos sociales que atender, sin casi amigos que esperaran su presencia y sin muchas ganas de tratar de sentirse esperada por su parte. La soledad de su vida más allá del trabajo no la asfixiaba, no si podía escaparse en sus sueños y viajar a mundos distantes.

Lo habitual era que se refugiara en su piso, aquel que compartía con su madre y una gata, ambas viejas, obesas y apáticas. Allí, en su habitación, acostumbraba a encerrarse a leer y a disfrutar evadiéndose, transportándose a lugares lejanos e inexistentes a través de las páginas de sus libros. Solía leer de todo tipo de literatura, aunque su favorita era la de Ciencia Ficción.

Y luego, cuando finalmente se iba a dormir, lo que más ansiaba era poder soñar con Miranda Lima, su adoraba e intrépida heroína. Esa que no temía a nada, ni a nadie. La Miranda Lima que, aunque Lola no lo supiera, se temía y odiaba a sí misma y ansiaba ser una simple vendedora de hamburguesas y cargadora de cajas. Una Lola Muse.

 

—Acabo de revisar los sistemas de aerotermia por si sufren algún fallo, pero todo está correcto. Todos los aparatos de ventilación y soporte vital marchan a la perfección y era lo último que teníamos por comprobar. No hay fallo alguno en las temperaturas de las vainas. Estaba seguro de ello, pero los humanos no son como nosotros, ellos no pueden mantenerse bien aquí sin el sistema de aerotermia, y si la temperatura que este regula falla sus organismos sufren o incluso pueden estropearse. Debía de comprobar esa última opción para explicar qué está pasando, pero, como te digo, no hay problema alguno en nuestros aparatos de atmósfera estimulada. Así que no puedo entenderlo, ni siquiera procesarlo por más datos que me des de ambas individuas. Las cápsulas de sueño inducido permanente están en perfecto estado operativo.

Kar7 ajustó su visión biónica al máximo fijándose en cada detalle de los mostrados por el computador. Su compañera de turno, una ginoide recién llegada que respondía al nombre de Avar14, le miró como si su naturaleza fuera capaz de sentir una sincera curiosidad. Ella tampoco acababa de comprender la extraña relación entre las vainas de sueño X458 y la B207, las humanas que las ocupaban nada tenían en común. Pero en ese momento su fría lógica tampoco le permitía comprender que su androide compañero, Kar7, se esforzara en regular sus ojos robóticos como si fuera posible que el error estuviera en ellos y no en las mujeres durmientes.

—Los datos son los que son, carece de sentido que puedas pensar que la computadora muestra mal o desvirtúa los sueños de ambas individuas. Y tiene menor sentido aún que puedas pensar que algo incorrecto en nosotros hace que interpretemos mal lo que se ve a simple vista.

Kart7 dibujó en su frío rostro un gesto de molestia al procesar las palabras de su compañera.

—No dudo de nuestro perfecto funcionamiento, ni del de el ordenador central. Pero esta atípica conexión de sueños me es incomprensible. Y desde luego no quiero que nuestros amos yamiths crean que no estamos haciendo bien aquello para lo que se nos programó. Los durmientes eternos de las cápsulas criogénicas no deberían compartir así sus sueños, estos son sólo compartidos y recogidos por el ordenador central, no es admisible ni verosímil un contacto entre individuos desparejos sin previa programación establecida.

—Recogemos los sueños de todos los sujetos de esta célula de durmientes como ellos quieren. No hemos dejado de hacerlo en ningún momento. Cumplimos con nuestra misión. Dos sujetas humanas durmientes andan soñando la una con la otra. Pero yo no entiendo porqué eso debería ser un error en nuestra labor.

—Esta debe ser la primera célula de durmientes a la que te asignan, sin duda. De lo contrario notarías en tus procesadores la misma presión que yo tengo. Me reitero al decirte que nunca había visto una conexión de sueños entre dos ocupantes de vainas desvinculadas, sin relación alguna familiar, de amistad, ni siquiera geográfica o temporal. Esas dos mujeres humanas me desconciertan, tan distintas y tan unidas entre sí.

—¿No son los humanos esa raza animal que presume de poseer alma? Quizá su extraño nexo proceda de ese órgano—. Kart7 la dedicó una mueca burlona, tanto como le era posible a su semblante metálico.

—No seas ilógica. El alma no existe. Es pura mitología, incluso los humanos actuales han desechado un concepto tan pueril y disparatado.

—Y aún así, los humanos siguen siendo una de las razas más extrañas de este universo— replicó Avar14 con un tono duro, tratando de fingirse molesta, pese a su naturaleza robótica y artificial—. Muchos de sus comportamientos son chocantes si aplicamos la lógica. Quizá estas durmientes solo sean un caso más de singularidad humana.

Las pupilas anaranjadas de Kar7 se iluminaron al momento tras escuchar las últimas palabras de su compañera.

—Quizá la singularidad de esas dos durmientes y sus sueños compartidos sea lo que los yamiths anden buscando con esta célula de criaturas tan diversas adormecidas y congeladas.

—Puede ser. Al fin y al cabo desconocemos el propósito del experimento de los durmientes, el porqué del registro de sus sueños y el mantenerlos eternamente inconscientes—. Kart7 la miró como si acabara de decir algo irracional, impropio de su naturaleza robótica.

—Los yamiths son los amos y señores no sólo nuestros, sino de todo el espacio-tiempo, ¿crees racional que compartan sus propósitos y pensamientos con siervos como nosotros?

Avar14 no contestó nada, el sentido de la prudencia que tenía programado así se lo dictó. Pero algo en su interior, que no obedecía a programación alguna, le hizo pensar en Miranda Lima, la vaina X458 y Lola Muse, la B207, en cómo ambas estaban unidas en sus sueños, desesperación y anhelos más íntimos. Y meditó también en cómo le gustaba el sonido de la palabra alma y todo el peculiar concepto que esta englobaba. Y, sólo por un microsegundo, su cerebro artificial ambicionó poder soñar.