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Solenopsis invicta

Signes Urrea, Carmen Rosa

 

A H.G.Wells por su Reino de las hormigas

A mi esposo, apoyo e inspiración constante, sin ti escribir sería imposible.

 

-. ¿Es que no va a quedar otro remedio que

dejarles el campo libre a esas condenadas

hormigas en cuanto  se presenten?

(El reino de las hormigas H. G. Wells)

 

Se puede hablar de ignorancia o, más bien, de incredulidad y dejadez. Lo cierto es que, a día de hoy, 31 de agosto de 1970, el terror ha venido a instalarse en las ya no tan tranquilas tierras de Wight, y todo llega cumplido el tercer año de conciertos solidarios por los desplazados, por nuestros hermanos americanos, que llevan casi cinco décadas huyendo de sus hogares. De ese bello continente no queda absolutamente nada, tal ha sido la destrucción del hábitat que creímos imperecedero. Un hecho que despertó sentimientos encontrados entre todos los países miembros de las Naciones Unidas, cuya sede tuvo que ser trasladada en 1949 a París, cuando la crisis de las hormigas alcanzó la costa este de Estados Unidos. En los treinta años transcurridos desde esa fecha, el reparto de los supervivientes ha sido escalonado y no exento de problemas. Europa acababa de salir de una guerra que había diezmado su población y destruido gran parte de sus ciudades y patrimonio, algo que hacía inviable el alojamiento de la mayoría de ellos. Miles de campamentos provisionales elevaron los índices de hambruna y enfermedades contagiosas. Se tuvieron que planificar métodos educativos y de integración, así como la creación de empleos, que no fue complicado debido a la necesidad de mano de obra para la reconstrucción. No obstante, aquellos refugiados fueron considerados como ciudadanos de tercera, haciendo necesarias las iniciativas de ayuda solidaria: conciertos, exposiciones, festivales, campañas de recogidas de alimentos y ropa, recaudación de donativos, etc… A pesar de eso, estas pobres gentes, a las que se les ha negado el acceso a determinadas ciudades, arrastran el injusto estigma de gente problemática y sin recursos, debido a las protestas que han liderado, porque generalmente se les niega la posibilidad de mejorar su situación.

Setecientas mil almas se han acercado hasta la isla de Wight, jamás antes se había podido reunir a tanta gente para apoyar esta causa. Disfrutan de las actuaciones de los artistas del momento, muchos de ellos también refugiados forzosos. El éxito de esta tercera convocatoria del festival se sustenta en la certeza de que la amenaza parecía superada, de que el mal ya no iba a alcanzar el viejo continente, que aquellas mal llamadas profecías científicas que auguraron la invasión de las hormigas entre 1950 y 1960 después de la toma completa del continente americano, no iban a cumplirse.

El peligro sería otro, a la animadversión de los naturales de la isla se sumaba a las de otros personajes siniestros y malintencionados que estaban en contra de la ocupación del territorio por parte de los refugiados, entre otras razones porque no creían las terribles historias que sobre las hormigas y sus estragos se contaban. Pancartas con el lema “Yankies go home”, “No queremos sudacas en nuestro territorio” y similares eran visibles en muchas partes del recorrido hasta la zona de conciertos. Para aquellos rústicos campesinos la amenaza real venía también de manos de aquellos hippies promotores del evento, de su desenfadado estilo de vida, que los impulsaba a cometer a las más disímiles aberraciones en los campos de cultivo locales.

Era la madrugada del 31 de agosto y el festival estaba a punto de cerrar, muchos de los presentes comenzaban a recoger sus pertenencias para regresar a casa, pero la inmensa mayoría no quería perderse la oportunidad de escuchar al más grande. Apenas Jimmy Hendrix subió a escena, comenzaron los problemas. Los espectadores se sintieron indignados porque el sonido no llegaba con nitidez y limpieza. Ruidos extraños se colaban en el audio. Voces que por momentos parecían desesperadas, mezcladas con gritos desgarradores: “Necesitamos apoy…”. “Dolor, corran, huyan,…”. ”¡Cuidado! Miren por dónde pisan”, “Quítenmelas de encima…. ¡Socorro!”. “¡Ya están aquí!”…

El guitarrista luchaba con la tecnología, intentando proyectar su música por sobre las interrupciones de audio que muchos interpretaron como arreglos experimentales. Al rato pareció lograrlo, el silencio de voces y gritos del fondo vino a dar a bien con las notas de su conocida Midnight Lightning. Las interferencias habían terminado.  Lejos de imaginar lo que realmente estaba sucediendo, cientos de personas comenzaron una protesta contra los cuerpos de seguridad, acusándolos de censura encubierta. Algunos cantantes se unieron a la manifestación, paralela al concierto del divo, que transcurría sin mayores incidentes. En un momento dado, los policías que estaban situados frente al escenario corrieron hacia el fondo del mismo y, traspasando la primera valla cerca de donde se encontraba una de las zonas de campamento, la saltaron presa de la mayor de las urgencias. Al final de la zona de tiendas, carromatos y floreadas furgonetas, a un kilómetro del escenario, hallaron los primeros cuerpos. Un despistado joven había tropezado con un grupo de gente que, invadidos por el sopor de las drogas que llevaban en el cuerpo, estaban siendo devorados, sin darse cuenta,, por un ejército de hormigas invasoras.

La población más cercana al festival ya había sido tomada y los gritos y mensajes desesperados que se colaron por los altavoces de la actuación no habían sido sino los mensajes desesperados de advertencia y las peticiones de ayuda de la policía local de la zona. Decenas agonizaban, muchos de ellos por los efectos del veneno de las picaduras de las hormigas. El panorama era dantesco. El pánico vino a sustituir a la euforia cuando el escenario se llenó de hormigas que atacaron inmisericordes a los músicos. Jimmy Hendrix, tomando su guitarra, le prendió fuego y la utilizó como arma de defensa. Sus partes quedaron desparramadas junto a centenares de hormigas, prendidas y aplastadas al son de los últimos acordes del instrumento.

Tuvimos suerte, tan próximo estaba el fin del concierto que logramos salir casi la totalidad de los asistentes en los ferrys que ya se hallaban en el puerto para la evacuación de la isla. De haber variado las circunstancias no nos hubiéramos librado de la cuarentena protocolaria con la que, posiblemente, nos hubieran condenado a una muerte segura. Lo importante era salir de allí cuanto antes. ¿Por qué imaginar que los insectos habían logrado subir a las naves? Amanece en el mar. Nuestra primera parada: la mayor de las islas británicas. Pero temo que la orgullosa Albión también tendrá que ceder terreno y en poco tiempo debamos partir de allí.

Me ha parecido escuchar que ya hace una semana se reportaron avistamientos de hormigas en la costa atlántica de Irlanda, puede incluso que alguna muerte de ganado, pero que ni tan siquiera el sentido común hizo caso de los avisos. En el ferry también se comenta que en el tiempo transcurrido desde el primer reporte, allá a finales del siglo pasado, los insectos parecen haber ganado en fuerza, rapidez y destreza, debido en gran parte al uso descontrolado de DDT que, al igual que ha ocurrido con otros artrópodos, ha ayudado a desarrollar en estas especies cualidades tales como la inmunidad al veneno y, en ciertos casos, podría decirse que ha aumentado su inteligencia, haciéndolas precavidas al producto. También me ha parecido oír comentarios que hablan de la posibilidad de que estas bestias hayan disminuido en número, apreciación arriesgada, ya que nadie las ha visto aún, ni las ha podido cuantificar. Tal vez, en su agónico éxodo bajo la tierra del fondo del océano Atlántico, en el que se podría suponer que escaseaba el alimento, éstas hayan recurrido al canibalismo para sobrevivir. Lo que sí resulta  innegable es la certeza de que todos, de una forma u otra, nos encontraremos en el mismo dilema.

Dicen que Asia continúa libre de la amenaza, quizá en el tiempo que tarden en llegar hasta allí, se nos ocurra un método eficaz para librarnos de ellas.  Casi con lo puesto, no tardaremos en partir hacia el este.  Nos vemos arrastrados por motivos obvios. Ahora bien, la circunstancia que ha empujado a las hormigas a seguir la misma dirección, siempre contra el camino del sol, preservando de esa forma aquel continente, así como al océano Pacífico, seguirá siendo un misterio.

 

 

Carmen Rosa Signes U. (Castellón-España, 1963), ceramista, fotógrafa e ilustradora. Lleva escribiendo desde niña, tiene publicadas obras en páginas web, revistas digitales y blogs (Revista Red Ciencia Ficción, Axxón, NGC3660, Portal Cifi, Revista Digital miNatura, Revista Planetas Prohibidos, Albim Off, Breves no tan breves, Químicamente impuro, Ráfagas parpadeos, Letras para soñar, Predicado.com, La Gran Calabaza, Cuentanet, Blog Contemos cuentos, El libro de Monelle, 365 contes, etc.). Ha escrito bajo el seudónimo de Monelle. Actualmente gestiona varios blogs, dos de ellos relacionados con la Revista Digital miNatura que co-dirige con su esposo Ricardo Acevedo, publicación especializada en microcuento y cuento breve del género fantástico. Ha sido finalista de algunos certámenes de relato breve y microcuento: las dos primeras ediciones del concurso anual Grupo Búho; en ambas ediciones del certamen de cuento fantástico Letras para soñar; I Certamen de relato corto de terror el niño cuadrado; Certamen Literatura móvil 2010, Revista Eñe, El Dinosaurio 2008 (Cuba). Ha ejercido de jurado en concursos tanto literarios como de cerámica, e impartiendo talleres de fotografía, cerámica y literarios.