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Servidor Maestro. Capítulo 5

Alcorta, Agustín C.

Ubicación desconocida

 

El universo era él, y él era el universo. Uno no podía ser tal sin el otro. Fabián manejaba un poder sin límites, el poder que le daba ser el Servidor Maestro. No podía parar de crear, pensar, planear.

El Servidor, recluido en una enorme villa de estilo romano protegida de la vista de los demás por una barrera que permitía ver el edificio, pero no lo que pasaba adentro, siguió desarrollando y programando el Sistema. Los parches y actualizaciones se sucedían con un frenesí imparable.

Pero muy pronto el peso de todo el desarrollo fue demasiado para ocuparse él solo, y al mismo tiempo tener una vida dentro del nuevo plano. Con el fin de ser asistido en tareas administrativas, creó una empresa de diseño general que existiría únicamente en el universo virtual. La primera de su tipo; otro hito para la humanidad, se dijo.

Lanzó una campaña de contratación adentro y afuera del Sistema. A diferencia de las empresas creadas por los usuarios, los trabajos serían remunerados en moneda real, en el mundo real, pero los empleados solo trabajarían en el virtual.

Se crearon ministerios públicos para regular la vida dentro del Sistema. Las penalizaciones no tendrían, en principio, implicancias en el mundo exterior y se limitarían a recortes en los abonos, inhibición de bienes virtuales, o bloqueos temporarios o permanentes de cuentas y personas. Aunque este último punto era lo menos común ya que sí era plausible que generase otras complicaciones de tipo social en la vida fuera del Sistema.

Si la primera versión del Sistema de Simulación Virtual había sido un éxito, la nueva realmente cambió el futuro de una manera inimaginable hasta para Fabián mismo. Gracias a la colaboración con Luz, pudieron desarrollar implantes inalámbricos subcutáneos, subcraneales y para las córneas, mucho más chicos que los primeros usados por él mismo y los chimpancés de los experimentos iniciales. Además, se cargaban por un conector detrás de la oreja. Eso hacía invisible el conjunto. Avance que permitió aumentar de manera exponencial, y en muy poco tiempo, la cantidad de nuevos usuarios registrados.

Fabián trabajó sin descanso, y en apenas tres años creó una copia fiel y exacta del universo conocido. Estableció un sistema de pagos, como en cualquier otro juego en línea, para que los usuarios pudiesen desarrollarse, comprar naves y explorar el espacio o simplemente una casa o un planeta. Les dio la posibilidad fundar colonias extraterrestres y la libertad de crear empresas y negocios. Todo pagando los debidos impuestos a Soltar. El gobierno universal que administraría los fondos sería él, Fabián Moras. O Servidor Maestro, como se lo rotularía desde ahí en adelante para todo efecto.

No se acordaba de cuándo dejó de tener contacto con la población del Sistema para dedicarse únicamente al desarrollo de este universo. Vivía más tiempo creando estrellas y planetas, considerando los últimos avances astronómicos, que en el núcleo de su creación junto a la mayoría de sus habitantes. Seguía viendo a Luz, pero cada vez menos, porque también ella significaba una distracción. Con el tiempo empezó a ignorarla.

Incluso convertirse en un ermitaño dejó de alcanzarle, por eso creó un segundo universo al que podía acceder desde el planeta más alejado del primero. Ahí podía sentir el vacío negro del espacio más que en ningún otro lado. Un universo donde disfrutaba de caminar por los mundos, en soledad. Ajeno a las leyes de la física, visitaba planetas gaseosos, con atmosferas irrespirables o superficies volcánicas. Pasó meses deambulando por el nuevo universo, pero todavía sentía estar demasiado cerca del anterior.

Necesitaba tiempo. Mandó un mensaje a la casilla de correo de Luz, donde le comunicaba que se iría por unas temporadas y que ella quedaba a cargo de la programación general. Le iba a habilitar las credenciales para que pudiese trabajar tranquila, con el debido control de los ministerios públicos, que eran básicamente una costilla de él.

Está bien, le respondió Luz. Y aclaró que antes necesitaba verlo. Es mi condición, excluyente para aceptar el cargo, leyó él.

Fabián se tomó dos semanas para contestarle, en ese tiempo creó un tercer universo. Redactó el mensaje:

Entiendo. Te voy a transportar a donde estoy, ni bien te conectes.

Y se lo envió.

Luz clickeó el link enviado por Fabián, y unos segundos después se encontró flotando en medio de un espacio con las estrellas de fondo en todas direcciones. Por un buen rato no pensó en nada. La conmovió tanto silencio, tal sensación de calma. Fabián apareció frente a ella después de una explosión de luz similar a la de la aurora boreal.

—¿Por qué te fuiste? —preguntó Luz con un gesto de sincera preocupación—. Ya va a ser un año desde la última vez que alguien te vio.

Fabián flotó hasta acercarse más.

—En principio no puedo desaparecer, pero entiendo tu pregunta —dijo. Luz se cruzó de brazos, pero lo dejó seguir—. Lo que te puedo decir es que era demasiada información la que me llegaba. Todo el tiempo, sin parar. Abrumador. Incluso para alguien… ¿puedo decir que soy alguien todavía? —Se quedó callado—. En fin, para alguien como yo. Necesitaba tiempo, Luz. Tiempo para procesar todo. Y las cosas siguen funcionando tan bien como antes, ¿o no?

Luz dudó, después asintió poco convencida.

—Sí, igual eso no te habilita a que todos tengan que preguntarse dónde estás y por qué no das más señales de vida. Puede generar pánico y, no sé, que los usuarios por miedo dejen de conectarse. No sé.

—Eso no va a pasar: el sistema ya trasciende a mi imagen, no hay ningún peligro de que se genere caos.

—Sos la base de todo esto, Fabián, sos importante. Irremplazable. Vos y lo que representás.

Fabián le extendió la mano.

—Vení, vamos a dar una vuelta.

Viajaron por el Sistema Solar hasta tener la Tierra a plena vista.

—No digo que yo no sea importante. Lo que quiero decir es que lo básico y necesario ya está dado, y no hay vuelta atrás en ese aspecto. Que yo esté presente o no es anecdótico. El Sistema sólo necesita dos cosas: energía y datos, los dos pilares fundamentales que nos permiten tener orden y después estructura. Pero ahora sigamos viajando.

La conversación continuó girando alrededor de la falta de presencia de Fabián en la civilización virtual, hasta que él dejó de prestar atención.

—Fabián, contestame.

—Perdón, dejémoslo acá. Por ahora. Cualquier cosa que sea importante, yo te contacto. Pero quiero que transmitas tranquilidad a la población. Cuando sea tiempo, voy a volver.

 

Por unos meses la vida en el plano virtual casi se detuvo por completo. La curva de nuevos usuarios bajó a un diez por ciento del caudal al que la empresa estaba ya acostumbrada. La expansión espacial, apadrinada por las empresas más poderosas de ambos planos, se suspendió casi en su totalidad. Nadie quería arriesgar capital económico, habiendo riesgo de colapso. Los inversores que habían soportado la incertidumbre del nuevo Sistema en sus inicios y ahora eran terratenientes significativos del plano virtual amenazaban con apropiarse de todo lo que fuera propiedad de Soltar en ambos planos de la realidad. Aunque los usuarios de menor importancia en los aspectos político—económicos del Sistema no tenían esa opción, sólo podían suspender sus cuentas o dejar de pagar sus abonos y tratar de perder lo menos posible de lo invertido.

Los valores de todos los bienes comerciables perdieron valor de manera inmediata. Surgieron nuevos poderosos, además de los que incrementaron todavía más su patrimonio virtual, y muchos perdieron casi todo lo ganado en esa segunda vida.

A pesar de la incertidumbre reinante, los rumores que Luz hizo correr sobre la reaparición del Servidor Maestro fueron dándole fe a quienes creían que, de volver, el creador les devolvería lo perdido injustamente.

Con los años el culto al Servidor creció hasta convertirse en una religión. Finalmente, el Sistema sobrevivió a la desaparición de su creador, y al mismo tiempo liberó cierta limitación en la conducta general de los usuarios. Las agresiones al Culto se tornaron tan violentas y desenfrenadas que Luz blindó a todos los usuarios que profesaran la religión adentro del Sistema, protegiendo sus bienes y cuentas, a los que no hubieran respondido a las agresiones con más violencia. La paz en el centro del poder se garantizó con mucha dificultad después de décadas de luchas y caza de devotos.

 

A Luz no le quedaba mucho tiempo, treinta años de negociaciones y pujas de poder le drenaron la energía vital. Estaba decidida, se iba a tomar una licencia hasta que Fabián apareciera, o hasta que ella se muriera de una vez por todas. Hizo todos los arreglos necesarios y le mandó un último mensaje a Fabián, despidiéndose.

 

Quizás en el mundo real se viera vieja y el cuerpo le pasara la factura de todo lo vivido. Pero había algo que no tenía precio: le podía sentir el gusto a la comida, a las bebidas frescas en una tarde de pileta a los pies de la cordillera o a una buena cena seguida de sexo jugoso y agotador. El sistema no brindaba esa posibilidad.

El retiro le dio casi diez años extra de vida plena, hasta que recibió un llamado que casi la hizo caer sobre la parrilla donde su pareja cocinaba un asado.

—Esperame un segundito, amor —dijo levantando un dedo y alejándose unos metros—. Sí, soy la Directora General, diga.

—Señora, un gust…

—Al grano, hombre, dígame qué pasa.

—Señora —insistió el hombre—. La necesitamos urgente en el Sistema, hay una emergencia.

—Estoy retirada, intente con el Servidor Maestro o con el presidente del directorio.

—El Presidente está al tanto. Pero se requieren sus credenciales, Directora.

Luz sabía que si no iba por su propia voluntad la iban a ir a buscar hasta la Luna misma si hacía falta. Y sin credenciales, no había posibilidad de accionar las órdenes más críticas.

—La concha bien de las credenciales. En dos horas estoy en Buenos Aires. Tengan preparado un helicóptero.

—Bien, señora, buen viaje —contestó la voz y colgó la llamada.

—Buen viaje mis tetas.

Llamó a sus asistentes y les ordenó que se sincronizaran con Soltar para recibir una introducción al estado de la alerta.

 

De sus setenta y cinco años, Luz había pasado treinta al servicio de Soltar y sólo diez, los últimos, descansando. Pero las locuras que la llevaron a ella y a Fabián a una posición privilegiada a nivel global ocuparon incluso más tiempo que ese, porque a Fabián lo conocía desde la facultad, y ya desde aquel momento él la volvió loca con sus ideas revolucionarias. Ahora se preguntaba qué hubiera pasado de no haber aceptado, en aquel entonces, ese primer trabajo que definió toda su existencia.

Luz apagó la interfaz de realidad aumentada que le mostraba los datos de la situación en el Sistema, y el manto de nubes que pasaba muy lento por debajo del avión le puso la mente en blanco. Ya no quería acordarse ni de Fabián ni del Sistema ni de Soltar, quería estar al final de la crisis y regresar a su casa en la Patagonia y no volver a pensar en nada.

Llegó a Buenos Aires con la caída del sol. Antes de que el avión apagase las turbinas en la plataforma, vio el helicóptero de la empresa con el motor encendido. No habría pausa. Suspiró y se desabrochó el cinturón.

­—Señora —dijo el presidente Thomas, extendiéndole la mano—, la aeronave está lista.

—Paren de decirme señora, por favor, soy Luz Valdés.

—La situación es crítica —siguió Thomas sin corregirse—: las naves se acercan a Marte y en una hora estarán sobre la Tierra.

Luz se paró frente al helicóptero. El ruido de los rotores la obligó a subir el tono de la voz.

—Estoy al tanto de todo, Presidente. Lo que no entiendo es cómo llegamos a esto ni por qué esperaron hasta ahora para activar el protocolo de emergencia. Que quede claro que después de esto va a haber cambios.

Thomas abrió la puerta de la aeronave y, sin decir otra palabra, ayudó a Luz a subir.

 

El helipuerto del edificio Soltar estaba repleto de hombres y mujeres, que cuando el piloto apagó el motor se acercaron y esperaron a que bajaran Luz y el presidente. Inmediatamente describieron el estado de situación.

—Ya está todo listo —escuchó Luz que le decían a Thomas, mientras lo rodeaban—. Tenemos poco tiempo.

Thomas se giró para mirarla.

—Luz, tiene que conectarse ahora. La situación empeoró. Preparamos una estación especial en el último piso. En el Sistema levantamos un puesto de monitoreo.

Entraron en una habitación con dos sillones uno frente al otro, donde Thomas y ella debían conectarse. Un asistente le acercó a Luz una caja con un cargador para su implante, y treinta segundos después ya se había conectado.

La interfaz desplegó una puerta con la leyenda: cuarto de control. Entraron. Un ejército de hombres y mujeres sentados frente a pantallas daba órdenes a las fuerzas del Gobierno. Thomas se acercó hasta ella vestido de general.

—En cuarenta minutos la flota enemiga va a llegar hasta la Tierra. Y en cinco minutos los vamos a tener en rango de tiro de los misiles de pulso electromagnético.

Luz abrió una holopantalla.

—Quiero un canal de comunicación con las naves de los accionistas.

Thomas le hizo un gesto a uno de sus subordinados.

—Llame a su nave insignia. ¡Ya!

—¿Activaron sus sistemas de armas?

—No, Directora, de momento no se registran incidentes.

—Mantenga a todos replegados. No quiero que se le escape un tiro a nadie, o perdemos la guerra antes de que empiece. ¿Soy clara?

—Entendido, las órdenes ya fueron despachadas.

—¿Tenemos respuesta?

—Los accionistas están a la espera —dijo una mujer—. Solo falta su orden, Señora.

—Bien —contestó Luz—, póngalos en línea.

Se desplegó una pantalla de más de cinco metros de alto, donde apareció un hombre con uniforme de almirante. Se lo veía relajado, aunque sus ojos mostraban determinación. Cuando amagó a hablar, Luz levantó la mano.

—No lo conozco, almirante. Antes de que me diga nada, quiero dejar constancia de algunas cosas. Creo que esto puede ayudarnos a todos a resolver lo que sea que esté pasando. En primer lugar, tener a una flota de naves ingresando sin aviso al Sistema Solar no infringe ninguna norma seria a los estatutos de conducta del Sistema de Realidad Virtual representado por mí, Luz Valdés. —El hombre la miraba atentamente, sonriendo—. En segundo lugar, si usted o cualquiera de sus naves inicia alguna acción hostil contra el gobierno de Soltar, van a ser definitivamente expulsados de la simulación. Por último: ¿Qué mierda están haciendo?

El hombre se levantó del sillón de capitán y se acomodó el uniforme.

—Estimadísima señora Valdés, es un honor tener la oportunidad de hablar con usted. Hubiese preferido que fuera en otras circunstancias, pero dada la ocasión es igual de oportuno. Represento a la junta de accionistas que posibilitaron la creación de nuestro querido Sistema y su implementación efectiva. Como sabrá, cuarenta años de ausencia del Servidor Maestro resultaron en pérdidas enormes de ganancias e inestabilidad permanente en los mercados en los cuales las empresas de mis jefes participan activamente. Mi misión es reencarrilar a Soltar. Creemos que su Directorio ya no es capaz de guiar el buen futuro de los grupos de accionistas que tanto le han dado para salga adelante.

Luz se pasó la mano por el cuello y lo miró con furia.

—Lo que creo yo, señor…

—Almirante Irizar.

—Original, Almirante. Buena manera de romper el hielo invadiendo el Sistema Solar. —Irizar soltó una risa irónica—. Lo que creo es que los accionistas son la misma mierda ahora que hace cuarenta y tantos años, y que no pudieron contenerse más para asaltar el Sistema. Y que el hecho de que el Servidor Maestro no los haya parado antes les dio valor. Un valor infame, si se me permite, para lograr lo que siempre quisieron… —Respiró y después lo señaló—: Quedarse con Soltar y sus ganancias.

Irizar negó con la cabeza.

—Cuarenta años sin el Servidor Maestro, quién sabe si no se fusionó tanto con el Sistema que ya dejó de existir conscientemente. Y diez años sin ningún gobierno de ningún tipo, señora Valdés. No llegamos hasta acá por casualidad ni por codicia ni por otras cuestiones, vinimos hasta las puertas mismas del Sistema porque queremos intentar salvarlo de la ineptitud de su Directorio, con todo respeto, señor Thomas. Pero no nos enredemos en argumentaciones sin sentido, no tenemos tiempo. Sean realistas y apaguen sus defensas, así hacemos esto de manera ordenada y todos volvemos a nuestras vidas normales lo antes posible. Tienen dos minutos, nada más, nada menos. Irizar fuera.

—Luz —dijo Thomas—, sus órdenes.

—No hay nada que hacer más que defender el núcleo del Sistema con todo lo que tengamos. No abran fuego hasta que ellos disparen. Estén preparados.

Dos minutos después las naves de la flota agresora abrieron fuego. En ese mismo momento un pulso de luz apagó todos los sistemas del puesto de comando. Luz intentó reactivar la energía desde su tablero de control primario, pero no pasó nada.

—Dígame ya qué sucedió, Thomas, por qué no tenemos control.

—Seño… Perdón, Directora —dijo Thomas mirando de un lado al otro del puesto de comando—. No tengo idea, solo perdimos los sistemas, la simulación parece estable. Intentamos volver a poner todo en línea.

—¡Ya, Thomas! ¡Ya!

Segundos después el puesto de comando volvió a la normalidad. Las alarmas dejaron de registrar a la flota invasora. Todos se miraron en silencio.

—Informe la situación —dijo Luz sin sacar la vista de la pantalla gigante—. ¿Dónde está la flota enemiga?

Thomas se arrimó a una de las terminales e hizo un barrido de radar.

—Su ubicación es desconocida. Parece que desaparecieron, Directora. No entiendo…

—No hay nada que entender —dijo Fabián Moras apareciendo en medio de Thomas y Luz. El puesto de comando entró en suspensión total; los presentes quedaron congelados.

—Los mandé a un lugar del que nunca van a poder volver. O por lo menos no en miles de años.

Fabián agarró a Luz de las manos.

—Fabi.

—Ey, no te me vas a desmayar.

—No, no —Luz le acarició la cara a Fabián—. Estoy contenta de verte y al mismo tiempo te querría acogotar. Cuarenta años, Fabián. ¿Dónde estabas cuando el Sistema se venía abajo?

—En realidad todo salió según las probabilidades.

Luz dio dos pasos hacia atrás.

—¿Cómo es eso? No te entiendo. Explicate mejor, te lo pido encarecidamente.

—Tranquila. ¿Te acordás de aquella vez que te corté la charla y desaparecí?

Luz estiró los labios.

—¿Cómo me voy a olvidar de eso? Si me dejaste flotando sola en el espacio.

—Bueno, en ese momento empezó todo. Los accionistas crearon un usuario nuevo desde un implante recién instalado. Inmediatamente empezaron a transferirle créditos a la cuenta de forma regular e ininterrumpida hasta hace pocos meses. En estos años, con esa plata, crearon negocios, astilleros, minas y toda clase de empresas para multiplicar sus ingresos. Y al mismo tiempo, y para no levantar sospechas, los ingresos de Soltar. Los accionistas lanzaron naves a distintos puntos del universo, siempre con motivos válidos, de acuerdo a las necesidades creadas por ellos y que estaban en sintonía con los intereses de nuestro Directorio. Naves que muchísimo tiempo después se aglomeraron en un sistema estelar muy lejano, y que hoy viste acá tratando de hacernos explotar. Soltar no tenía motivos para pensar en ningún tipo de maniobra fraudulenta, los inversores siempre fueron molestos, pero también siempre se mostraron leales a nuestro control sobre el Sistema. Hasta hoy. En fin, a los pocos años de mi aparente desaparición empezaron con esto.

—Bastante burda la maniobra, si se me permite.

—No sé qué pensaron, pero puedo entenderlos. Ni Soltar ni ellos podían saber si me había pasado algo. Después de todo el Servidor Maestro soy yo, y soy el único que sabe todo lo que pasa acá adentro. Fue muy fácil calcular los resultados a partir de lo que te acabo de contar. Y gracias a esos cálculos, la deducción de cómo proceder se resolvió sola.

—No me gusta adonde estás yendo, porque si sabías lo que iba a pasar y no hiciste nada en cuarenta años, sos un hijo de puta. ¿Tenés idea de todo el daño que hiciste?

—Luz, no había otra manera, creeme. Si hubiera intercedido antes, el proceso judicial que se armaría se hubiera extendido no por cuarenta años, si no por noventa o más. Y las consecuencias sobre el Sistema y Soltar hubieran sido desastrosas.

—Explicate mejor y rápido, porque salgo de acá y no me ves más. Dale.

—Sí. Un proceso judicial afuera, en el mundo real, nos hubiera llevado a la quiebra. Y las pruebas que pudiéramos presentar siempre iban a ser totalmente circunstanciales e incomprobables. Después de todo, ellos llevaban a cabo emprendimientos legales y de acuerdo a las normas de la simulación. Pero, y esto es lo bueno de que nadie entienda nada de lo que soy: yo soy todo acá adentro, no solo un recipiente que contiene la simulación. Nada pasa sin mi conocimiento. Entonces, ellos siempre actuaron realmente en beneficio del Sistema y de Soltar, solo que pensaron que lo hacían en el suyo.

—Entiendo, pero resolvé, por favor.

—Okey. En orden de asegurar lo mejor para el Sistema, tuve que dejarlos actuar tranquilos. Como te digo, ellos no sabían de lo que soy capaz, y soy capaz de cualquier cosa. Nunca iban a lograr hacernos ningún daño real. Pero yo necesitaba que dieran este último paso, esta agresión a nuestra empresa y al Sistema. Ahora, allá afuera, los tenemos bien agarrados, porque atentaron contra sus propios intereses tratando de expulsar al directorio legítimo de Soltar de manera ilegal y hostil. En definitiva, nos vamos a quedar con todas las empresas de los accionistas involucrados, y fin de la historia. Nadie más se va a poder meter con nosotros después de esto. Nada ni nadie.

—Bueno, bien por el Directorio. A mí no me queda mucho tiempo ni en este ni en el otro plano, Fabián, así que…

—Sí —la interrumpió Fabián—, está eso también.

Luz se cruzó de brazos.

—No me digas que también sabías eso. —Le apoyó el dedo índice en el pecho, haciendo fuerza y empujándolo—. Y fuiste incapaz de volver y por lo menos hablar conmigo, darme un poco de contención, o no sé, algo. —Se dio vuelta y empezó a caminar hacia la salida—. Yo me voy a la mierda, Fabián, mejor morirme en paz antes de quedarme acá encerrada hasta morirme con una cosa como vos.

—Pará, no te vayas. Déjame explicarte —la alcanzó y la rodeó hasta quedar frente a frente—. Imaginarás que tengo acceso a todos los estudios médicos que se realicen empleados y directivos de Soltar. El Alzheimer es una enfermedad que no se puede frenar mucho tiempo, Luz. Pero tenemos otra opción, sabés que podés salvar tu mente.

—Fabián, en unos años, meses quizás, mi cerebro se va a pudrir y me voy a apagar, incluso estando acá adentro definitivamente. En cuanto el tejido muerto alcance los conectores, ya está, me voy para siempre.

—Entiendo tu preocupación, pero yo no estuve cuarenta años sin hacer nada. Investigué y progresé mucho: sé que podemos separarnos de nuestros cuerpos. Nada más necesito que me des tu autorización, y antes de mañana los dos podemos salvar nuestras consciencias para siempre. Sigamos cambiando el mundo, Luz.

Luz bajó la vista.

—¿Eso no mataría al alma?

—Sentimientos, Luz. Dolor. Angustia. Felicidad. ¿Qué son los sentimientos comparados con una vida eterna, con la posibilidad de no perder absolutamente ningún lazo familiar ni amistades? Podrías seguir trabajando o tomandote unas vacaciones de cuarenta años en cualquier lugar del universo. Seguirías siendo capaz de distinguir lo bueno de lo malo, pero de otra manera… —Fabián sonrió—. Digamos, de una manera más pragmática. Es todo eso, o morirte. Y quién te dice que realmente hay algo del otro lado. Acá vas a estar segura para siempre. Segura de todo y de todos. ¿Qué me decís?

Luz se paró y apoyó las manos sobre una terminal, bajó la cabeza y después la levantó para mirar a Fabián.

—Que tengo poco tiempo y mucho miedo, y que sabés que siempre voy a confiar en vos.

—Pero…

—No, no hay peros, sólo eso: miedo.

—Miedo es algo que podés dejar de sentir mañana mismo.