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Servidor maestro

Condomí Alcorta, Agustín

 

1

Soltar

 

  

Pensá, pensá, se dijo Fabián Moras tirándose del pelo encanecido.

Moras era un hombre de cuarenta y cinco años, de un metro noventa de altura y un físico todavía atlético, ya que en sus tiempos libres disfrutaba de hacer deportes. Tres años atrás todavía conservaba el pelo negro y tupido de la juventud, pero su último proyecto, con el que esperaba consagrarse como el hombre de negocios del siglo, venía haciendo estragos en su salud. Su empresa, soltar —Soluciones Tecnológicas Argentinas—, a causa de las demoras, tenía estimado entrar en pérdidas en menos de ocho meses, y en quiebra dos años más tarde.

Necesitaba descansar la mente, y su casa a orillas del Nahuel Huapi era ideal para tomarse unos cuantos días de reflexión. Pero incluso ahí, en Bariloche, los problemas no desaparecían. Con el ánimo todavía alterado, decidió hacer una caminata por el sendero del Cerro Escondido.

El bosque le hacía acordar a las decenas de servidores amontonados en el piso de sistemas allá en el edificio de la empresa; las raíces y los troncos y las ramas, a los cables que cruzaban de ida y vuelta los pasillos entre las torres llenas de luces parpadeantes. Pero ni esa imagen conseguía darle la idea innovadora que cambiara el curso de la investigación. Y todo el peso recaía en él, no sólo porque era el dueño de la empresa, sino por ser el único con el implante. Él era el único que conocía la potencialidad del nuevo universo, el único que creía que no alcanzaba con pensar en un mundo nuevo, que había que ir más lejos.

Pero los servidores no soportaban el peso del sistema, se calentaban muy rápido y algunos hasta se prendían fuego. Y cuándo estaba inmerso en la simulación y trataba de incorporar algún elemento nuevo, el sistema lo expulsaba, y por los dolores de cabeza que le daba la sobrecarga él pasaba días sin poder conectarse. La situación lo frustraba, lo ponía irascible, y sólo podía soñar despierto mientras caminaba e imaginaba cómo sería ese nuevo plano de la humanidad, cuando descubriera cómo hacerlo funcionar. Los últimos dos años habían sido así, entre pesadillas y divagaciones diurnas. Tenía que salir del laberinto.

Volvió a Buenos Aires después de un mes de dar vueltas en círculos, como él decía.

Lo primero que hizo fue llamar a Luz Valdés, su socia y amiga, ingeniera en sistemas a cargo del diseño general en soltar.

—Luz, seguir pensando en los servidores como fuentes exclusivas de energía y datos no alcanza, eso está patente, lo vemos todos los días.

—Hola, Luz, ¿cómo andás, tanto tiempo? ¿No?

—No seas boluda… Está bien. Hola, Luz, sigo.

Luz se rio.

—Está bien, dale, te escucho.

—La conexión por ondas cerebrales no es suficiente, los servidores son incapaces de transmitir tanta información al cerebro de esa manera, simplemente no tienen la potencia que necesitamos.

—Además —dijo Luz—, subir la intensidad de las ondas cerebrales para emular una segunda realidad, como teorizás que se puede hacer, sería fatal para el cerebro. Eso sin agregar la imposibilidad de generar una red al estilo de internet para vincular a todo el mundo. Olvidate.

—Bueno, eso no lo sabemos, o no sabemos cuándo pueda pasar. Mirá cuánto avanzamos.

—Decime qué pretendés hacer ahora, dale.

Fabián se levantó de su sillón y caminó hasta la ventana del despacho, la vista de la reserva ecológica lo calmaba. Se tomó unos segundos y después le pidió que bajara, para hablar personalmente.

—Quiero desarrollar un chip que se pueda entrelazar con el cerebro y el implante —dijo, apenas la vio entrar—, y que a su vez se conecte a los servidores base, así estos potencian la capacidad de procesamiento cuántico del cerebro. Imaginate nada más lo que podemos lograr. Imaginate al cerebro como un hacker, manipulando y modificando a los servidores para generar una potencia infinita de cálculos y posibilidades en la simulación del sistema. Esto cambia la cara de la humanidad para siempre. Le daríamos al mundo un segundo universo completamente real, y con posibilidades infinitas. Me vuela la mente.

Luz lo frenó:

—Estás loco en serio. Suponiendo que logramos hacer andar algo así, cómo convencés a la gente de que se instale cables y chips e implantes en el cerebro. Imposible.

—Basta de Imposibles, Luz. Es evolución, entendelo: ¡E-VO-LU-CIÓN!

—Ajá —dijo Luz—. Mirá, esta bien que lo hables conmigo que soy tu amiga, pero no se te ocurra hablarlo con los inversores, porque te sacan la plata y encima le dan la empresa al directorio. Y no creas que no lo están pensando ahora mismo.

—No me trates cómo a un demente. Igual, tenés razón, esto lo vamos a tener que hacer nosotros dos solos, y no se puede enterar nadie. Empezá a desarrollar, tenés dos meses.

 

Luz estaba convencida de que la obsesión de Fabián por el sistema de simulación virtual iba a terminar por llevarlos a la locura. Su primera reacción, cuándo él le ordenó desarrollar la conexión humano-máquina, fue tirar todo por la ventana y renunciar, pero eso dejaría a su amigo de toda la vida abandonado a los buitres. Y también era un desafío como ningún otro que se le hubiera presentado en la vida. Pensó en su futuro. Si soltar quebraba pero no se filtraba la investigación, igual existía la posibilidad de una nueva etapa en otra compañía. Aunque, si todo resultaba bien, sería la gloria eterna.

Mientras Fabián se ocupaba de mantener a raya a los inversores y al directorio de la empresa prometiendo avances en muy poco tiempo, Luz pasó el primer mes investigando y elaborando teorías, durmiendo no más de cinco horas y saliendo del edificio nada más que para fumar.

Los primeros quince días del segundo mes apuntaló los nuevos conceptos y realizó experimentos sobre la única teoría que consideró viable. Los simios que usó para testear la conexión biomecánica no solo sobrevivían a las largas sesiones de experimentación, sino que mostraban cambios de ánimo, en principio alentadores. Pero también mucha frustración y violencia, al descubrirse encerrados en las jaulas durante los períodos de desconexión.

Siendo el cerebro de los primates tan similar al de los humanos, la expectativa era alta. Fabián estaba eufórico y ni siquiera atendía los llamados de los insistentes inversores del proyecto.

—Quiero una fecha, Luz —dijo destapando una botella del mejor whisky de su bar—. Nos quedan dos semanas.

—Sí, pero hay algo que no te dije todavía...

Fabián se quedó mirándola fijo.

—Dale, decime, no te quedes callada.

—Las simulaciones parecen ser poco más que un sueño vívido que tienen los monos. Lo único que logré hacer es estabilizar la simulación para que no se caiga al momento de elaborar nuevo contenido. No se linkea con otros cerebros, mucho menos permite manipular a los servidores. Es decir, todavía no tenemos más que una sola vía de transferencia de datos, desde los servidores al cerebro y no al revés.

—Bueno, algo es algo. Con esto organizamos  una demostración de la estabilidad del sistema para los inversores, y mantenemos en secreto lo del vínculo biomecánico. Pero quiero que lo resuelvas ya. Usá la teoría nueva y tratá de implementarla para nuestro objetivo. ¡Dale, que estamos cerca!

—Si fuese tan fácil, ya seríamos las personas más importantes de la historia de la humanidad.

Fabián no pudo contener una sonrisa.

—Sería lindo, ¿no?

 

Afianzados esos resultados y con apenas dos aplicaciones útiles, la primera versión del Sistema de Simulación Integral salió al mercado. Por el contexto de representación de realidad virtual, no podía conectarse más que a internet para navegar, ver contenidos audiovisuales y algunos juegos muy interesantes, pero básicos. El producto fue un éxito, y soltar se disparó a todos los mercados del mundo, así se salvó de la quiebra. Fabián y Luz se convirtieron en amos y señores de la última tecnología y pasaron a contar con fondos ilimitados para el desarrollo del vínculo biomecánico.

 

En la nueva etapa y antes de que Luz pudiese llegar a un resultado positivo, murieron por lo menos dos docenas de primates. Pero aunque esa victoria fue parcial, el sujeto servidor biológico logró vincularse con los servidores en una transferencia de dos vías e incorporar a otros sujetos a esa minired. Pero al intentar desconectarlo, el primate perdía la vida instantáneamente. Así pasó con una cierta cantidad de intentos, hasta que Luz concluyó que quien fuera el servidor maestro no podría volver del estado de simulación.

—Así las cosas, hay que decidir. Esto va a necesitar de alguna ley, si queremos seguir adelante. Y queda pensar en quién se va a convertir en el servidor maestro. —Se rascó la frente—. Eso si conseguimos la ley.

—Luz, sos demasiado estructurada. Yo ya lo tengo pensado.

—No te sigo.

—Lo tengo pensado desde que se murió el primer servidor maestro. Vamos a abrir un departamento con una sección clasificada, me vas a operar en secreto y me vas a convertir a mí en servidor maestro. Pero me vas a conectar a todos los servidores de la empresa. Mismo procedimiento, más potencia.

—Pero no vas a poder volver. ¿Y cuándo tu cuerpo deje de funcionar?

—Una vez que esté adentro, con tu ayuda y todo el sistema a mi disposición, lo voy a resolver. No tengo nada que me ate a este mundo más que la plata que ganamos estos últimos tres años, y eso comparado con una vida en un universo ilimitado es absolutamente ¡nada!

—Entendé que es un procedimiento experimental, Fabi. Cabe que no sobrevivas. Mirá cuántos chimpancés se murieron hasta que encontramos la manera de hacer funcionar el sistema.

—Pero eso ya está, lo arreglaste, no es más un problema.

—Eran monos, Fabián. Nunca se intervino un cerebro humano de esta manera. Acordate que te tendría que injertar pines y agujas en todo el cerebro, ¿sí? ¡Todo el cerebro! —Fabián amagó a hablar—. Pero pará, porque vos sabés muy bien que no termina ahí: una vez conectado, y si no se te daña la materia gris, tenemos que hacer un estudio de tus ondas cerebrales, catalogarlas con diferentes estímulos a cabeza desnuda y procesarlas en una base que nos habilite a cargar los datos en las computadoras, para compatibilizarlos. Si cualquiera de esos procedimientos falla, se termina la historia. Y ni hablar que voy presa por asesinato.

—Sí, te entiendo —dijo Fabián, pensativo—. Parece que los dos tenemos decisiones importantes que hacer. Mirá, tomémonos una semana, cada uno por su lado. Analicemos todo, y nos vemos acá en mi despacho en siete días.

En realidad él ya tenía la decisión tomada, era de Luz que necesitaba la seguridad y determinación. Si no era ella, no iba a dejar nunca que otra persona lo guiara en el procedimiento de conexión.

Los dos pasaron esos días de fiesta en fiesta, uno para despedirse, la otra por razones que ni ella entendía bien.

Antes de entrar en la oficina de Fabián, Luz respiró profundo y se acomodó el guardapolvos. Fabián estaba radiante y alegre.

—Hola, querida, vení, pasá. Ya estamos, eh. —Ella se sirvió una medida de whisky y se sentó en un sillón—. Si estás lista, el viernes hacemos el procedimiento.

—¡Ufff! —dijo Luz arrastrando las manos por la cabeza hasta la nuca—. Tengo la cabeza enredada en diez mil pensamientos, Fabi, y todos se contradicen.

Fabián se sentó a su lado.

—Luz, sé que esto es irreversible, pero tenemos la oportunidad de ser prácticamente inmortales. Va a salir todo bien, vas a ver.

 

El jueves Luz hizo tomografías del cerebro de Fabián, midió la circunferencia del cráneo y recalibró la máquina que iba a injertarle los pines y agujas durante el procedimiento. Los prequirúrgicos habían salido perfectos y el análisis psicológico resultó dentro de los parámetros normales.

El viernes prepararon las conexiones de los servidores base y las llevaron hasta una terminal conectada a los pines y agujas que se iban a convertir en el nexo entre Fabián y el sostén digital. Todo listo.

A las ocho de la noche, Fabián disfrutó una última comida en soledad, se bañó después los enfermeros lo prepararon para la operación.

Lo recibió Luz junto con los cirujanos que lo iban a intervenir.

—Fabián querido: la operación va a durar más de cuarenta y ocho horas, y hasta quizás noventa y seis. En ese período no tenemos manera de saber qué va a pasar con tu mente, más allá de la tomografía computada en directo que nos va a dar información del buen funcionamiento o no del cerebro. Así que me contarás lo que veas cuando estés del otro lado. Inmediatamente comenzado el procedimiento, vamos a ponerte las sondas urinaria e intestinal. Y una vez se te haya estabilizado, se te van a cambiar por las definitivas. Suponemos que cuando empecemos a conectar los pines y agujas, ya vas a experimentar cambios de consciencia. No sabemos qué va a pasar cuándo te conectemos a los servidores base. ¿Estás listo? —Fabián asintió—. Que duermas bien entonces.

 

 

 

2

Período de paz

 

Fabián sintió que el cerebro se le había dividido en dos. Por un lado, sentía lo que pasaba alrededor mientras empezaban a operarlo; escuchaba como si alguien estuviese hablando cerca de él, pero no podía ver a nadie. Por otro lado, su cerebro proyectaba la imagen una neblina que escondía figuras de árboles, edificios, personas; ambientes diferentes que se entrelazaban en varias realidades inconexas. Él seguía las voces y les gritaba. Corría, pero las sombras se fundían y se esfumaban en la niebla. No podía llegar a ningún lado ni tocar nada.

De a poco la niebla se fue disipando y las formas tomaron color y claridad. Se encontró en los bosques de Bariloche. Agotado, caminó hasta el Nahuel Huapí y se sentó en una orilla a escuchar el silencio, quebrado solo por el canto de algunos pájaros persiguiéndose al ras del agua.

Pensó en su mamá y al poco tiempo una figura apareció a lo lejos, por un camino, acercándose a un paso muy tranquilo. Él la miró. En cualquier otro momento no hubiese aguantado la demora, pero ahora observar la situación le generaba mucha paz y se dedicó a disfrutarla.

La persona era su mamá. Ella se sentó al lado y le sonrió. Ninguno de los dos dijo nada, se dedicaron a mirar el reflejo de la luz en el agua y hacerse compañía. Todas las preguntas que Fabián quiso hacerle a su mamá cuando era chico, y no la había tenido, parecían respondidas sin necesidad de entablar una conversación. Las visitas se multiplicaron. La de su papá, y las personas más importantes que se habían cruzado con él a lo largo de su vida, también fueron silenciosas pero muy placenteras.

Después se quedó solo otra vez, pensando en sus errores y aciertos y las revelaciones que se le hicieron.

Empezó a sentir un dolor muy fuerte en el pecho. Estos descubrimientos… No son nada, pensó, soy yo mismo dándome una tranquilidad que no es real. Entonces empezó a correr sin tener una motivación más que correr. A medida que avanzó el día se fue poniendo oscuro; los árboles se distorsionaron, como si se corriera la imagen y volviese a centrarse; lo mismo con el agua y los pájaros, que se rebobinaban y volvían a empezar en un bucle. El cielo se llenó de nubes negras, atravesadas e iluminadas por relámpagos interminables. Cada estruendo le generaba dolor, más y más con cada explosión, hasta el punto en que ya no pudo estar parado ni abrir los ojos.

En algún momento dejó de sentir dolor, pensar en su vida y de escuchar las voces del quirófano, pero le fue imposible saber cuándo. Se encontró flotando en un negro infinito.

 

 

 

3

Información, caos, orden

 

Los estruendos de los relámpagos, la tormenta, todo era consecuencia de la intervención. Lo supo gracias al conocimiento, los datos, la consciencia de saber mucho que antes desconocía. Los servidores, de ahí provenía la información.

 No le preocupó la ausencia de afecto, tristeza, alegría o cualquier otro tipo de emoción. Él sabía y saber lo había alejado del sentir. Aunque lo negro estaba de alguna manera bien, quería poder visualizar la información que recibía sin parar. Muy rápido pensó en una computadora y se materializó una pantalla de rebordes verdes en la que había una frase en el centro: Crear archivo.

No tenía manos, lo único que había era la pantalla flotando en la nada. Pensó en una mano, y la mano apareció y después hizo lo mismo con el resto del cuerpo y con ropa, que cambió varias veces al verse en un espejo que también imaginó.

Después recreó una oficina en locaciones que fue modificando hasta quedar conforme.

Pero no podía concentrarse en ordenar lo que pensaba y sin darse cuenta cambiaba las cosas sin ni siquiera pensarlo.

Estructura, pensó. Leyes, reglas. Escribió en un archivo de texto una serie de ordenamientos y procedimientos para seguir a la hora de crear escenarios u objetos. Abajo, en el pie de página, creó un botón de enviar al servidor y mandó el documento. Las cosas se estabilizaron inmediatamente. Quizás el caos de esos primeros momentos de lucidez, se había terminado. Estiró los brazos con las palmas extendidas.

—Bien —dijo en voz alta—, ahora hay que abrir un canal de ida y vuelta de datos. ¿Dónde estoy? —No pasó nada—. Abrir chat.

De una hendija en el escritorio salió la reproducción digital de una solicitud de diálogo. La abrió y se materializó una ventana de conversación.

Preguntó de nuevo:

—¿Dónde estoy?

Servidores, ingeniería cibernética Soluciones Tecnológicas Argentinas.

—Bien —dijo con una voz entre digital y la suya original—. Estamos adentro. ¿Hay conexiones disponibles?

Se encontraron 25 conexiones disponibles para la red central.

—Enviar mensaje a la casilla de correo electrónico: esuarezluz@soltar.com.ar

Se abrió una ventana para la redacción del mensaje y Fabián le escribió a Luz un mensaje diciéndole que estaba adentro y conectado.

Una hora después recibió la respuesta de Luz:

No lo puedo creer, Fabi. ¡Lo conseguiste! ¡Qué bueno que estás bien! ¿Y ahora cómo seguimos? ¿Qué hacemos? ¿Cómo te veo? Contame. Rápido. Esto es increíble. En serio.

 

Inmediatamente Fabián desarrolló accesos externos al entorno en el que ahora vivía. Corrió pruebas de simulación y la programación parecía estable. Mandó la respuesta a Luz y le dio las indicaciones para que pudieran establecer el acceso; le informó, también, que debería hacerse el implante para poder entrar a la simulación.

 

 

 

4

El encuentro

 

Fabián necesitó crear una dirección de IP específica para anclar la materialización de Luz adentro del sistema de simulación. Cuándo ella apareció en la oficina, era apenas un conjunto de datos luminosos flotando frente al escritorio de él.

—Esperame —Fabián se rio—, que sos una bola de datos.

—¿Qué decís, nene?

Fabián elaboró un avatar para Luz igual a cómo se veía ella afuera, en el otro mundo.

—Ahí ta. —dijo haciendo un chasquido con la lengua—. Vamos a tener que trabajar en todo, eh. Lo primero es algún programa para elaborar avatares a gusto y placer de los usuarios; para que puedan reconocerse entre sí.

Luz miraba alrededor. Las cosas parecían reales, pero había una especie de brillo en todo que le daba un toque de artificialidad.

—Podés parar un poco, por favor. Explicame por qué se ve así.

—¿Así cómo?

Luz estiró los brazos y movió las manos en círculos mostrándole a Fabián el entorno.

—Así, como si tratase de ser real, pero sigue siendo una animación.

—En realidad se puede ver de cualquier manera que yo quiera. Imaginate. Puedo hacer que sea totalmente real, o sea que se vea como el mundo allá afuera, ¡pero que puedas volar! En definitiva, no hay más reglas que las que yo quiera que haya.

Luz tuvo un escalofrío en la mente.

—Claro, sos el servidor maestro…

—Y sí. Pero no podemos dejar todo al libre albedrío ni de los usuarios, ni de mí. Va a ser difícil, pero voy a poder crear muchos universos, canales, mundos. —Fabián empezó a caminar por toda la oficina—. ¡Viajes por el espacio! ¡En naves como las de las películas! ¡CUALQUIER COSA QUE QUERAMOS!

—Pero eso es peligroso, Fabi.

—No veo por qué…

—El mundo real, la gente. Si se ve todo igual que el mundo afuera, nadie va a querer volver a salir. Entendé los riesgos.

—Bueno, no sé. —Fabián sacudió la cabeza—. Qué sé yo, para que la simulación parezca totalmente real se puede pagar una membresía súperpremium y listo. O lo cobrás por hora, no sé. Veremos. Pero vos entendé que acabamos de cambiarle la cara a la humanidad para siempre.

Luz se sentó.

—La cara nada más…

—No eso solo: ya cambiamos el mundo, Luz. Vos y yo. Y quiero que te quedes acá conmigo. Sea como sea.

—Estás loco, cómo voy a dejar a mi familia, mi mundo.

—Lo que vas a dejar, es de preocuparte por todo eso en cuánto estés acá conmigo. Vos y yo juntos acá vamos a poder hacer cualquier cosa. Necesito que me ayudes a administrar los servidores. Y, además, acá sentís todo como si fuese real, no perdés nada, al contrario ¡Ganás, TODO! ¡Podemos ser Dios acá!

—No me podés pedir esto ahora. Voy a salir, Fabi, es increíble lo que lograste acá adentro, pero me descolocaste. No sé si quiero estar para siempre acá adentro.

—Dale. No te preocupes, genia total, andá tranquila.

Luz desapareció en el lugar y Fabián volvió a estar solo, pero con la certeza de que en muy poco tiempo nada iba a volver a ser igual. Solo tenía que elaborar un primer nivel de juego para atraer al mundo a SU mundo.