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Safari gastronómico

Menéndez, J. A.

El cazador hizo un gesto para que se acercase sin hacer ruido y el exobiólogo obedeció lo mejor que pudo. No era fácil ser sigiloso en medio de un bosque alienígena cuando su hábitat natural eran las dependencias de una universidad en la que hacer ruido no implicaba poder ser atacado por exóticos animales de otros mundos. Cuando llegó junto al cazador, éste le tendió unos prismáticos de visión nocturna y señaló en una dirección.

—La construcción grande que hay junto al lago. Es una de sus madrigueras.

—Fantástico —suspiró el exobiólogo tan pronto puso la vista sobre la madriguera. Estaba en el medio de un claro junto al lago. Tosca, cúbica, construida en madera. Reflejaba un grado de evolución tecnológica temprana, tal como indicaban los pocos estudios realizados sobre aquellas criaturas. — ¿Utilizan todas las aperturas para entrar y salir? ¿Es cada una exclusiva de un individuo?

—Todos utilizan la apertura mayor, esa que llega hasta el nivel del suelo. El resto parece tener fines de ventilación e iluminación.

—Fantástico —repitió el exobiólogo—. ¿Son siempre así sus madrigueras?

—No, este es el modelo sencillo, el más común entre los grupos poco numerosos que viven alejados de las grandes colonias. Allí es diferente. Crean auténticas colmenas, si se me permite el símil. Apiñan las madrigueras, las construyen unas encimas de otras... Emplean materiales más resistentes también.

—Fantástico.

El cazador escupió al suelo. Parecía hastiado de sus repetitivas muestras de asombro ante lo que ya había dejado claro que no consideraba más que unos seres subdesarrollados que no merecían la atención que se le prestaría a un insecto. El exobiólogo sospechaba que ya le habría metido dos onzas de plomo en la cabeza si no mediase la fortuna que su universidad pagaba por permitir que le acompañase en la cacería.

—¿Vamos a ir a una de sus colonias? —preguntó entusiasmado.

—No conmigo, desde luego. Es un suicidio. Aquí podemos ocultarnos y pasar desapercibidos. Allí nos detectarían así —chaqueó los dedos—. No es que les tenga miedo, son tecnológicamente unas amebas, pero son muchos, pero muchos muchos muchos. Y yo he venido aquí a cazar y no a ser cazado.

—¿Está seguro de que está habitada esa madriguera? No veo actividad.

—Son criaturas diurnas. Esperaremos a que el sol se levante y entonces podrá usted verlos.

El cazador montó su puesto de observación tras un tronco caído y se echó a dormir. El exobiólogo no podía dormir y no entendía cómo su compañero podía hacerlo. Pasó horas tomando fotografías y videos de la madriguera y su entorno, de lo que parecían rudimentarias construcciones realizadas con toda probabilidad por aquellos ejemplares, de mil y un detalles. Despertó al cazador con el alba, tal como le había ordenado.

—Muy bien, de un momento a otro saldrán. Ahora escúcheme bien, esto es muy importante. No haga ningún ruido. Vamos a observarlos durante algún tiempo, hay que saber cuántos son y el número de crías. Si no tienen crías o sólo vemos una, buscaremos otra madriguera. ¿Me ha entendido?

El exobiólogo asintió sin abrir la boca.

—Puede tomar cuantas fotografías quiera, en silencio y sin moverse de aquí. No deben vernos. Si por su culpa nos descubren, regresaremos inmediatamente a la nave y su safari habrá terminado. ¿Claro?

—Cristalino.

—Fantástico —se burló el cazador.

—Una pregunta...

—Dispare.

—¿Porqué son tan importantes las crías?

—En el mercado de Oberoon llegan a pagar diez mil slols por una cría de hembra viva. Por los adultos pagan dos o tres mil únicamente.

El exobiólogo silbó.

—Diez mil... Más de lo que gano en un año.

—Quizá deba replantearse su profesión —se mofó el cazador—. Ahí salen.

Una criatura abandonó el interior de la construcción que el cazador había señalado como la madriguera. Era idéntica a las que el exobiólogo había visto en los zoológicos, salvo por la vitalidad que demostraba, tan diferente de la permanente depresión de los ejemplares en exposición.  Era... era... ¡fantástico! Bípeda, no muy grande, sin protecciones naturales ni nada en su cuerpo que pudiese ser empleado como arma en una confrontación. Tan frágil e indefensa que era difícil creer que la exigente selección natural le hubiese dado una oportunidad de prosperar. La criatura entró en otra de las construcciones cercanas a la madriguera y salió acompañada de varios cuadrúpedos peludos de mediano tamaño.

—Es un ejemplar adulto, ¿verdad?

El cazador asintió.

—¿Macho o hembra?

—Yo diría que hembra. Tiene el pelo largo y parecen adivinarse las características protuberancias pectorales. Estadísticamente la mayoría de los ejemplares que poseen ese perfil son hembras. Aunque en ocasiones los machos también llevan el pelo largo y en otras ellas corto y las hembras no siempre poseen protuberancias significativas. Es algo confuso, posiblemente debido a lo poco evolucionados que están. En las crías es imposible determinar su sexo hasta no haber comprobado sus genitales.

Varias crías salieron en tropel de la madriguera, emitiendo agudos chillidos. Junto a ellas corría un cuadrúpedo más pequeño que los anteriores y que emitía unos ruidos cortos y secos. Rodearon al ejemplar adulto y tras alguna especie de ritual corrieron hacia el lago, donde se lanzaron al agua de forma bastante escandalosa.

—Póngase cómodo, nos quedamos. Tiene un par de horas para estudiar todo lo que quiera sin moverse de aquí. Si se acercan demasiado a nuestra posición, especialmente el pequeño cuadrúpedo, despiérteme.

El cazador retomó su sueño mientras la emoción henchía el pecho del exobiólogo, que no dejaba de garabatear apresuradas notas para complementar el material audiovisual. Las horas pasaron en un suspiro. Ante sus ojos, aquello seres desplegaron toda una serie de actividades extrañas, rituales que llevaría años, décadas, desentrañar por completo, siempre con aquellos extravagantes y tan poco eficientes zumbidos que parecían utilizar para comunicarse, modulados en mil y una formas diferentes. Era el trabajo para toda una vida. Aquella especie que hasta entonces solo se había empleado como manjar exótico poseía patrones de conducta que darían mucho juego en manos de un buen investigador como él. Sus comportamientos no inducían a pensar que fuesen una forma de vida demasiado inteligente pero tampoco lo eran las hormigas y muchos estudiosos se dedicaban a ellas.

El cazador se despertó de nuevo, bufando. Revisó su equipo, extendió toda la parafernalia propia de su profesión y estudió la posición de la madriguera con detenimiento antes de comenzar la cacería.

—¿Cuántos son en total?

—Dos ejemplares adultos, supongo que macho y hembra, un ejemplar en un estadio de desarrollo cercano al adulto y las cuatro crías que vimos antes.

—Déjeme ver las fotos.

El cazador repasó las instantáneas de la cámara con detenimiento y se la devolvió al cabo de un rato.

—Me gustaría que me explicase un poco su forma de trabajar, si no le es molestia. Toda la información relativa a esta especie es de interés para el estudio que estoy realizando.

—Por supuesto —asintió el halagado cazador—. Para empezar, hay que utilizar dos rifles y tres tipos de munición. ¿Ve? Los dos son de largo alcance pero el que lleva silenciador es de munición estándar y el grande, el de los dos sistemas de carga, utiliza dos tipos de dardos paralizantes, con dosis elevadas para los adultos y menores para las crías. Una dosis demasiado alta con respecto a su peso es letal y utilizar solo las dosis pequeñas obliga a acertar varias veces en un ejemplar adulto, lo que puede traer muchas complicaciones.

—¿No sería más fácil matarlos?

—No, porque su carne se estropea muy rápido y en los cinco días que tardaríamos en llegar a Oberoon estaría podrida. Si la congelo no valdría nada, los ejemplares tienen que entrar vivos en las cocinas o no pagan por ellos ni la décima parte.

—¿Usted ha probado su carne?

—Claro, en numerosas ocasiones.

—Yo no he tenido ese placer. Es un majar demasiado costoso para mi bolsillo.

—Lógico que sea caro, hay que venir a cazarlos hasta este planeta infecto. Ahora preste atención. Comienza la fiesta.

El cazador preparó el rifle de munición estándar, lo acomodó sobre el árbol caído y ajustó la mira.

—Primero voy a eliminar al cuadrúpedo. No es peligroso en sí mismo pero puede dar la alarma y el elemento sorpresa es fundamental. Estos seres no son muy inteligentes, que va, pero suelen esconderse y defenderse aceptablemente una vez que saben que están en peligro. Después abatiré a la cría solitaria que está junto al embarcadero del lago. Ahora, silencio.

Dicho y hecho. El cuadrúpedo se desplomó en silencio con la cabeza atravesada. Después disparó a la cría, aunque falló y no la mató. Cayó herida al suelo, chillando de forma horrenda.

—¡Ha fallado! —se lamentó el exobiólogo.

—No he fallado. Se trata de la trampa más vieja del mundo. He inutilizado una de sus extremidades motrices y la he dejado viva para que atraiga al resto hasta ese lugar. Observe y lo entenderá.

Cambió el rifle por el de munición paralizante y apuntó de nuevo hacia el lugar donde la chillona cría había caído.

—Posiblemente la hembra será la primera en acudir, suele serlo.

En efecto, la que habían identificado como la hembra salió de la madriguera. En un primer momento oteó a su alrededor para salir corriendo de inmediato hacia la cría cuando la divisó.

—Es muy importante dejar que llegue hasta la cría —susurró el cazador—. Si la abato antes, el otro adulto sabrá que algo no va bien y las cosas se complicarán.

Dejó que la hembra llegase hasta la cría y que, tras intercambiar unos zumbidos con ella, emitiese un grito hacia la madriguera. El cazador disparó. El ejemplar adulto dio un chillido cuando el dardo se clavó con precisión quirúrgica en su cuello, trató de incorporarse mientras se llevaba una extremidad al punto de impacto y se derrumbó inconsciente antes siquiera de poder retirar el dardo.

—Ahora hay que estar muy vivo. Primero trataré de abatir al adulto, las crías por si mismas no saben emplear estrategias de ocultación muy eficientes. Después pasaré a la otra carga de munición e iré a por las crías.

—¿Por qué no...?

—¡Silencio!

Disparó y el otro ejemplar adulto, que acababa de salir de la madriguera, cayó a pocos pasos de ella. El cazador cambió el cargador de munición de su arma en un visto y no visto. La cría más desarrollada fue la siguiente en salir y recibió un primer impacto cuando se agachaba para comprobar el estado del adulto. Pero no cayó. Se arrancó el dardo y gritó hacia la madriguera. El cazador maldijo entre dientes y volvió a disparar sobre ella, consiguiendo que se desplomase en esta ocasión.

Las otras tres crías se asomaron con cautela al exterior. No parecían querer salir de su resguardo.

—¿Tendremos que ir a por ellas?

—Qué va. Esta especie es curiosa por naturaleza. No tardarán mucho en querer acercarse a los que están caídos.

Les costó unos minutos decidirse pero al fin las tres crías restantes salieron juntas de la madriguera hacia el adulto y la cría mayor. El cazador disparó y una de ellas cayó casi al instante. Las otras dos se pusieron a chillar y correr sin orden, espantando a los cuadrúpedos, hasta que fueron alcanzadas en diversos puntos del claro. Finalmente sólo el lastimero quejido de la primera cría daba fe de que el trabajo aún no había terminado.

—Vamos a comprobar que estén todos inconscientes. No se fíe, en ocasiones hay ejemplares que se hacen los indefensos y atacan cuando se les acercan. Tenga especial cuidado con la cría mayor, no sé si dos dosis pequeñas habrán sido suficientes.

Lo habían sido. Todos, a excepción de la primera, yacían inertes allí donde habían sido abatidos. El cazador se acercó a la berreante criatura, que había intensificado sus gritos desde el momento en que los había visto salir de la arboleda e intentaba huir arrastrándose por el suelo.

—¿Va a dormirla también?

Por toda respuesta, el cazador voló de un disparo la cabeza de la cría. El silencio regresó al claro.

—La herida era muy fea, no iba a conseguirlo. Y ha tenido suerte —dijo tras comporbar los genitales del cadaver— porque se trata de una cría de hembra. Va a tener usted la oportunidad de degustar su preciada carne.

—¡Fantástico! —se relamió el exobiólogo—. Ya estaba deseando probar la tan afamada carne de humano.