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Recon

Aragonz, Dan

Se despertó en medio de un charco de sangre. Desconocía por completo cuánto tiempo llevaba en esa posición. El torrente que manaba de su cabeza ya había cesado. Estiró el cuello tratando de levantarse pero el dolor era intenso. Escuchó pasos que se acercaban y trató de ponerse en guardia, pero su vista se nubló por el esfuerzo. Su implante óptico derecho estaba destrozado. Apenas pudo mantenerse en pie y menos reconocer a quien le tenía prisionero en esa oscura celda. Sus manos impactaron de golpe contra el piso, amortiguando la caída al no resistir un segundo más.  Antes de caer, reconoció aquel olor nefasto que le había traicionado.

Un par de horas antes, un vehículo clandestino transportó a Kimo desde el mercado negro hasta la ciudad de Vitali. Al bajarse del automóvil su huella se impregnó en el charco de agua podrida que se había acumulado durante el tiempo que estuvo ausente. La mayoría de los edificios de la urbe parecían deshabitados, pero en ellos aun moraba una diversidad de seres que por leves gestos lucían aun como  humanos.

 Kimo entró en un viejo edificio hecho de materiales baratos de los años noventa, de esos que se vendían como oficinas burocráticas en esos años. Lo único que parecía no perder su brillo en la ciudad, eran los letreros luminosos inmortales que alumbraban sus noches y pesadillas. Después de subir las escaleras y no ver a nadie deambulando por los pasillos, excepto una enorme rata que se escabulló por una tubería rota que goteaba, se acercó a una puerta, vieja y carcomida por las termitas. Introdujo una llave de cobre en la cerradura, y abrió seguido de un leve crujido.

El departamento estaba abandonado y permanecía tal cual lo había dejado su ocupante un mes atrás. Colgó su chaqueta negra en el perchero de metal de siempre y dejó su sombrero encima de una mesa. Encendió un cigarro que se consumía lentamente enre sus dedos, mientras el humo se esparcia por la habitación, anhelando que apareciese su sensual vecina. Esperaba que la mujer de enfrente se dejara ver. Solo podía espiarla una vez al mes, tras volver de sus negocios en el mercado negro. Era muy raro que ella se mostrara a esas horas de la noche. Al acabar su cigarro movió las cortinas con sus toscos y ásperos dedos, dejándola entre abierta. Movió un viejo sillón de pluma hasta el centro de la sala, que estaba en condiciones deplorables, pero que servía de todas formas para descansar un rato después de su largo viaje. Se sentó y clavó su mirada hacia la ventana vecina. A penas podía mantener sus ojos abiertos porque estaba muy cansado, pero tenía que estar atento en esa extraña ciudad llamada Vitali. Se auto convenció que con un par de minutos descansaría lo suficiente. Tenía planeado visitar a su antiguo jefe para saludarle antes de marcharse de la ciudad hasta el mes siguiente.

Un fuerte disparo que parecía venir del pasillo lo alertó. Kimo sacó una subametralladora pequeña de un cajón y aquietó su respiración convencidose que había sido algún habitual ajuste de cuentas. Se tranquilizó dejando el arma junto a su sombrero y de su chaqueta sustrajo lo que parecía ser una lata de pintura. Giró la base del cilindro metálico dejando ver una serie de tubos apilados que contenian una cantidad no menor de capsulas de distintos colores, almacenadas en orden. Depositó una sobre su lengua  y  en en solo un segundo despues de tragársela, la pupila del ojo natural que le quedaba, cambió rápidamente de tamaño una y otra vez.

Rápidos golpes en la puerta lo alertaron. Kimo pensó que podía ser algún cliente que lo había seguido hasta su guarida para conseguir alguna capsula de Recon. Desconfiado, se acercó un par de metros hasta la puerta, mientras las viejas tablas del piso se resquebrajaban tras cada pisada. Al asomarse por la oxidada mirilla, vio a un joven flaco y desnutrido de aspecto totalmente inofensivo. Le apuntó directo a la cabeza a través de la puerta, sin que el joven si quiera se diera cuenta que sus sesos podían decorar el desolado pasillo. Contuvo la sospecha y bajó su arma, mientras su pupila seguia cambiando de tamaño aleatoriamente hasta que se tranquilizó.

—¡Abra la puerta, he venido desde muy lejos en busca de su ayuda! —dijo el joven mientras se alejaba un poco de la puerta, sospechando que Kimo le observaba.

—Vete de aquí, no sé de qué demonios hablas. —dijo Kimo, dando media vuelta para retomar su breve descanso.

Mientras se alejaba, la puerta se abrió lentamente. Kimo se quedó en blanco, pues nunca esperó que aquel joven desconocido le recordara tanto a su pequeño hijo Cris. Suprimió la sensación pasajera de golpe.

—¿Cómo diablos abriste la puerta?— kimo amagó como si quisiera darle un tiro y acabar con el asunto de una vez.

—La calle enseña muchas cosas señor, sobre todo a sobrevivir — explicó el joven.

—¿Qué quieres?— se dio media vuelta y lanzó su arma sobre el sillon.

—Necesito que me acompañe hasta dónde está mi padre postrado.— el rostro del muchacho pareció derretirse despues de lanzar sus desesperadas palabras.

—Niño, vete antes de que me enfade y te dispare.— kimo no dejaba de darse vueltas por la sala.

El joven sacó de su bolsillo una bola de metal que brillaba mucho. Kimo al verla quedó sorprendido por la paz que emitía el objeto.

—Mi padre respetuosamente se la envía para agradecer su ayuda, vale una fortuna en el mercado negro.—el joven asintió con la cabeza para que la aceptara.

Kimo le dio la espalda al joven, sin poder evitar imaginar qué edad tendría su hijo.

—¿Qué le pasa a tu padre?.—

—Sufre un cáncer letal, llamado Necrula. Sus células se mueren rápidamente y no pueden generar defensas, ni sobrevivir.— el joven dejó caer sus hombros cansados.

—He oído algo al respecto.—dijo Kimo, que recordó que ésa fue una de las razones por las cuales su hijo había perdido la vida.

—Escuché que alguien en Vitali fabricaba nanotecnología  de punta, y con ella una esperanza de poder ayudarle se me metió en la cabeza.—

—¿Esperanza? —dijo kimo, haciendo un gesto de confianza para que el joven lo siguiera hasta la sala contigua.

—Aparte del presente que le he traído, llevo conmigo suficiente dinero que junté todo este tiempo. — el joven sacó de sus bolsillos un montón de billetes arrugados, dejándolos sobre la mesa junto al sombrero.

—¿Cuál es tu nombre ?— kimo se relajó al ver que el muchacho solo estaba desesperado.

—Cris, señor.— el joven lo miró directo a los ojos.

Kimo se puso pálido. Pensaba que el muchacho no podía llamarse como su hijo, así que tomó su chaqueta  y se puso el sombrero.

—Llévame donde está tu padre, veremos qué puedo hacer por él — kimo sintió la necesidad de ayudar al joven. Algo le decía que podía enmendar sus errores del pasado.

—Lo espero abajo señor, mientras enciendo el coche. —dijo el joven que salió de allí contento, desapareciendo por  el pasillo.

Kimo guardó la lata con capsulas dentro de su chaqueta. Tomó su arma y antes que la duda de arrepentirse le invadiera, salió del apartamento. Bajó las escaleras y se encontró con la rutina diaria de algunas inquilinas. Prostituir sus almas a todas horas del día. Al salir a la calle se encontró con el mismo aroma de espesa corrupción y tretas que habitaba en cada esquina. Bajó el sombrero para cubrir su rostro de la policía que patrullaba cerca. Nunca andaban por barrios tan peligrosos, si no fuera porque también, necesitaban conseguir unas cuantas dosis de Recon.

Kimo se subió al viejo Cadillac negro donde el joven lo esperaba. Tras treinta minutos de viaje por la ciudad en el más absoluto silencio, se dio cuenta por qué ayudaba al muchacho. No por dinero, sino porque se sentía condenado por la muerte de su hijo. Ya que por su culpa, por confiar en su antiguo equipo de trabajo, pasó lo que pasó. Pero era algo que no quería recordar.

En un acto reflejo como si tuviese un radar incorporado en la cabeza, pidió al joven que se metiera por algunas calles que no estaban en el trayecto original. Kimo pensó en pasar a saludar a su antiguo jefe y darle las gracias por todo lo que había hecho por él en el pasado.

—Sólo pasare a saludar, no te preocupes. Espérame aquí. —dijo Kimo.

Al bajarse, pisó con su bota derecha un charco de líquidos nauseabundos provenientes del fondo del callejón. Caminó por la insalubre vía entre antiguos departamentos consumidos por el óxido y la humedad.Un llamativo letrero de neón color azul con algunos fusibles quemados le indicaron que estaba cerca. Los vidrios de las ventanas a su alrededor estaban destrozados por la infinidad de tiroteos de cada día.

Cuando ya estaba por llegar donde su antiguo jefe. Vio como un tipo salió disparado del bar donde se dirigia. El sujeto destrozado por los golpes de alguien, quedó estampado contra el muro, cayendo sobre el piso mojado. Tenía el rostro lleno de sangre. Trató de ponerse de pie, pero un golpe certero le voló gran parte de los dientes, tumbándolo junto a un basurero donde algunas ratas comían las sobras de las sobras.

Por la puerta del bar, salió una mujerzuela que lloraba sin consuelo, no  paraba de gritar el nombre de su amado. Kimo presenciaba el espectáculo con la mano dentro de su bolsillo, empuñando su arma por si alguna sorpresa se presentaba.

—¡Mi amor! ¡Mi amor! —gritó la puta.

Llevaba su cara maquillada para cubrir las quemaduras de cigarrillo que otros clientes le habían dejado como respuesta a su amor. Se arrodilló junto al cuerpo moribundo sin dientes y metió sus manos dentro de la chaqueta de su enamorado, sacando una billetera de cuero que abrió desesperada.

No encontró un solo billete y se la arrojó en la cara al pobre sujeto. Kimo se aburrió del show y entró al Bar Orgo. Se acercó al cantinero que limpiaba la barra y éste  no le reconoció, quizás por la prótesis óptica que llevaba en su ojo derecho. Con una seña hizo entender al cantinero enseguida que buscaba al dueño del bar, al Búho. El cantinero le reconoció e hizo una seña hacia el fondo del bar, donde habian unos tipos que se golpeaban brutalmente sobre pequeño ring. Caminó por entre las mesas recordando el viejo lugar de las apuestas, donde todo el mundo quería ganar dinero con una de las mayores atracciones nocturnas de Vitali. Nadie se perdía ese espectáculo porque conservaba el viejo espíritu humano de ser verdaderos animales descontrolados.

Un tipo a metros del ring, le hizo señas a Kimo mostrándole aquella archiconocida puerta oxidada donde los negocios se sanjaban. Al cruzar vio una extraña luz bailar a un costado del pasillo rodeado de rejas de acero. Al fondo del pasadizo estaba la pequeña casucha de las tranzas. Escuchó murmullos de dolor cerca, quejidos como si de un alma en pena se tratara, mientras cruzaba por el largo e interminable pasillo. Tras unos bidones enormes de combustible, a pocos metros de alcanzar su objetivo, observó cómo los guardias del bar quemaban lo que parecía ser un cuerpo humano amordazado. No prestó atención, y se concentró en su encuentro con el Búho. La muerte era la forma mas habitual de cerrar un negocio que no habia sido productivo.

Nada más entrar en la estancia, le sobrevino el recuerdo de todas aquellas transacciones que en su día le habían producido grandes beneficios. Sacó un cigarro de su chaqueta y lo encendió despacio. Por una puerta casi invisible apareció el Búho que semejaba no caber por la pequeña entrada. Era un corpulento sujeto lleno de tatuajes que parecia no tener muchos amigos. Se paró junto al escritorio que había en el centro de la sala. Apoyó sus manos sobre el mueble con una mirada desconfiada hacia Kimo.

—¿Pensé que habías muerto? —dijo el Búho que se rascaba el bigote.

—Hace mucho que no vengo por aquí. —dijo Kimo que se alegró de ver a su antiguo amigo.

—Te dije que ésta era tu casa, pero parece que lo olvidaste, porque nunca más recibimos una de tus visitas.—replicó el Búho.

—He estado ocupado, pero no me guarde rencor. Siempre le estaré agradecido por su ayuda, señor.— kimo se mostró humilde con su antiguo jefe.

El búho se acercó en silencio a la ventana. Miraba como el cuerpo envuelto en llamas se convertía en cenizas.

Cerró la ventana y regresó.

— Hace unas semanas unos tipos entraron al bar preguntando por ti.  Parecían muy interesados en encontrarte. Parecian buscarte para hacer negocios.— el buho se cruzó de brazos esperando una respuesta.

—Deben ser adictos al Recon.—soltó Kimo.

—A muchos les ayuda a recuperar sus miserables vidas, jamás consumiría tus capsulas nanotecnológicas. Prefiero morir dignamente que infectado por tus pequeñas criaturas.—dijo el Buho que se mostró un tanto enfadado.

—Me gustaría quedarme pero debo irme. —dijo Kimo.

—Que visita tan corta, regresa cuando quieras muchacho. —dijo el búho antes de desaparecer por la misma puerta de antes.

Kimo pensaba en las palabras de su antiguo jefe al salir del bar. Cris esperaba dentro del Cadillac y cuando vio a quien podia ayudar a su padre, encendió el motor. Después de recorrer varios kilómetros, llegaron a los límites de la ciudad donde encontraron un montón de fábricas abandonadas. Dejaron el vehículo estacionado y continuaron a pie a traves de la extensa zona hostil que habia dejado el terremoto del 2017.

Mientras avanzaban, veían como unas enormes ratas se daban un banquete con el cuerpo de un  vagabundo, al cual el cráneo le brillaba por el trabajo de las lenguas roedoras.  Ni en un millón de años unos gusanos podrían haber logrado un trabajo tan impecable.  Kimo quien caminaba algunos metros detrás de cris hasta el sitio donde se encontraba el viejo  enfermo.

—¿Tu padre se encuentra cerca? —preguntó Kimo, quien se giró al instante al escuchar un ruido por su espalda.

Una ráfaga de luz roja le hirió en el hombro, atravesándolo. Cris logró escabullirse entre los tubos de sarro, llenos de restos secos de comida transgénica que quedaron tras el abandono de las fabricas en los 90. Kimo escrutó con su mirada en todas direcciones para descubrir de donde provenia elk ataque.

Entonces apareció frente a él un niño. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Recordó que cuando trabajó para Cormicom, un científico amigo había hecho una proyección visual de su hijo, de como luciria cuando tuviera distintas edades. Kimo sonrió al verlo. El niño se mantuvo quieto sin emitir una sola palabra. La sangre del balazo le caía lentamente  por la chaqueta a Kimo.

—No puede ser, yo te vi no nacer. —dijo Kimo que se acercó para abrazarlo.

Pero entonces, un haz de luz verde fue lanzado a sus pies, atrapándolo, y tirándolo al suelo. Al caer, el impacto le destrozó su prótesis óptica. No se dio cuenta que alguien se acercaba por su espalda inyectándole algo que lo desvaneció por completo. Lo último que alcanzó a ver fue la cara inmóvil de su hijo, desvaneciéndose en la oscuridad por efecto del somnífero.

Se despertó en medio de un charco de sangre. Desconocía por completo cuánto tiempo llevaba en esa posición. El torrente que manaba de su cabeza ya había cesado. Estiró el cuello tratando de levantarse pero el dolor era intenso. Escuchó pasos que se acercaban y trató de ponerse en guardia, pero su vista se nubló por el esfuerzo. Su implante óptico derecho estaba destrozado. Apenas pudo mantenerse en pie y menos reconocer a quien le tenía prisionero en esa oscura celda. Sus manos impactaron de golpe contra el piso, amortiguando la caída al no resistir un segundo más.  Antes de caer, reconoció aquel olor nefasto que le había traicionado.

Por el pasillo que conducía hasta la celda de Kimo, una enorme sombra se proyectaba entre los rocosos muros que formaban el tunel de acceso. Unas enormes manos se agarraron de los barrotes que lo mantenian encerrado  y entre estos, la cara tosca del Búho apareció sigilosa. Se giró y quedó de espaldas hacia la celda.

-Sabes que siempre me ha gustado mucho el dinero, sobre todo la cantidad que me ofrecieron estos sujetos por un desconocido como tú.- El buho guardó silencio

Del fondo del pasillo, se escucha una seguidilla de pasos que se acercan, como un grupo de personas alineadas en fila que sonaban como un escuadrón de soldados. Kimo logró ponerse de pie, tras apoyarse en los barrotes.

—Llegaron preguntando por un Doctor Nanotec y por la fotografía, me di cuenta que se trataba de ti. Pensé que a mí también me habías ocultado cosas sobre tu pasado. No sé qué van a hacer contigo, pero tampoco me importa Kimo o como te llames. Fue un placer hacer negocios viejo amigo.— el Búho se cruzó con el grupo de científicos que se acercaba hacia la celda y desapareció.

—Ha pasado mucho tiempo Doctor Nano. Eres muy difícil de encontrar. —dijo uno de los científicos.

—Necesitamos que regreses con nosotros. Eres el único que sabe realmente cómo funciona la nanotecnología. Fue un error que hayas dejado la comunidad científica. —dijo otro  científico.

—Los propósitos eran otros, no los que ustedes querían. Al principio fue ayudar a los enfermos como lo estaba mi hijo.— los esfuerzos de Kimo lo debilitaban.

—Entonces a eso venias cuando te atrapamos, a ayudar a un enfermo que nunca existió. —dijo un científico, mientras todos se reían burlescamente.

—Son unos enfermos si desean la Inmortalidad. —dijo Kimo que lentamente perdía fuerzas y sus manos se deslizaban por los oxidados barrotes.

—¿Viste a tu hijo?— Podemos darte cientos de ellos, pero está en ti ayudarnos a que los nanobots perfeccionen infinitamente las células hasta volverlas inmortales. Eres el único que maneja el arte de la reconstrucción.

—Ese no era mi hijo. Él nunca existió. Nunca les revelaré el arte de la Recon.—  gritó kimo mientras se caía al piso después del esfuerzo.

—Eso pronto lo veremos doctor. Llévenselo a recuperación total. Borraremos su memoria. Volverá a ser el doctor Nanotec.—

 

Dan Aragonz ha grabado unos cortometrajes cine B de bajo presupuesto. Y está en proceso de escribir nuevos relatos cortos relacionados con el genero del terror y la ciencia ficción.

Ha escrito:

  • Recon.
  • Ceremonia Muru.
  • Eterna sospecha.
  • Biocam.