Twitter Facebook
Entrar o Registrarse
desc

Si no tienes cuenta Regístrate.

Mobi Epub Pdf  

Quinta columna

Moledo, Manuel

“La reina desea que se unan a ella todos los que sepan hablar o escribir para contener esta loca y perversa tontería de los "derechos de la mujer", con todas sus horrorosas secuelas, ante la cual el sexo débil se inclina olvidando todo el sentido del decoro y la feminidad. Este tema enfurece a la reina hasta el punto que no sabe contenerse”
Reina Victoria de Inglaterra (En una carta pública en el 1870)

Inglaterra ha logrado algo: ha inventado y oficializado el concepto de opinión pública, un intento de organizar la ignorancia de la comunidad y elevarla a la dignidad de la fuerza física.
Oscar Wilde


 “En estos dos días oscuros, veinticinco vidas civiles y ocho de policías y militares se han perdido por causa de la más cainita violencia; la que un gran pueblo se ve obligado a ejercer contra sí mismo.
La decisión de combatir el fuego con fuego no fue fácil; todos podéis creerme cuando digo que ha sido dolorosa, más aún cuando ha conllevado, al final, derramamiento de sangre. Este es el más alto de los precios que deben ser pagados para conservar la libertad de un pueblo.
Sin embargo, a veces es necesario tomar estas medidas, so pena de que todo el árbol perezca por no decidirnos a podar algunas de sus ramas enfermas. La enfermedad del Continente no nos doblegará. La decisión, pese a ser dura, fue moral y necesaria.
Lucharemos con determinación en esta difícil situación, todos juntos. Nunca nos rendiremos. No cabe pensar en desfallecer, cuando tantas veces a lo largo de la historia hemos luchado contra la adversidad y salido victoriosos. El Imperio prevalece. Que Dios nos bendiga.


Quien me había leído el comunicado del Primer Ministro fue el que se hacía llamar “Holmes”, el más alto y flaco. Su grueso compañero “Watson” se limitaba, como siempre, a acariciar la porra galvánica que colgaba por una correa de su muñeca y a desnudarme con la mirada. Intenté mantener mi compostura. En la detención, ya había sentido las manos de ese cerdo en mis pechos1. Fue tan horrible que en el momento creí que iba a morirme. Pero todo había quedado en eso. Era un farol. No podía violarme. No podía hacerlo. Él era un Policía de Choque del Imperio Británico y yo hija de un Lord. No se atrevería. No podía atreverse, ¿no?

“Componte. Que no te vea asustada. Piensa en otra cosa.”

Si era cierto que habían muerto veinticinco civiles, se trataba de una masacre del calibre de la Peterloo, y de eso hacía más de ochenta años2. La protesta no podía ser ignorada.  “Watson” se levantó, con ruido de cuero y correajes, y activó su defensa. El chasquido de la electricidad al ionizar el aire y los arcos azules que se agitaban en su extremo, como si fuera un ser vivo y maligno, me sumieron una vez más en el terror más abyecto. Su casco era una cosa temible y negra que cubría con una máscara protectora todo el rostro menos la boca, retorcida en una mueca cruel. La careta antigás destinada a cubrir ese hueco, colgaba de su cinturón.

Acercó los polos cada vez más a mi pecho. Perdí toda compostura y traté de retorcerme para hurtar el cuerpo, pero estaba bien atada a la silla.
Dolió. Grité. Esta vez no mantuvo el contacto mucho tiempo.

—Señorita Campbell, uno de mis mejores amigos está en esa cuenta de agentes muertos. Agente de Choque Ed Liven.  Pilotaba uno de los golems que protegían el Parlamento el día del atentado. Sus amiguitos del EuSoc lo atacaron con botellas incendiarias. La mezcla química era tan potente, que el traje de amianto no pudo protegerle de las quemaduras, y la caldera y el depósito de combustible estallaron antes de que pudiera abandonar el exoesqueleto. Murió quemado vivo.

—¡Yo no soy del EuSoc!¡Y mucho menos una terrorista! ¡Deje de decir estupideces! Nosotros solo exigimos…

Los rayos azules volvieron a surgir a menos de un palmo de mi rostro, paralizándome de pavor. El olor a ozono era casi tan amedrentador como el ruido.
“Aguanta. Debes aguantar. Eres la hija de un Lord, no eres como esas pobres chicas de las fábricas. No pueden violarte, no pueden matarte, solo pueden usar contigo ese maldito  chisme, y tienes bastante casta para soportar eso.”

“Holmes” se acercó, conciliador, y apartó el galvanizador con su mano enguantada. Sus ojos, que eran muy verdes, parecían sonreír bajo los cristales templados de su máscara.

—Señorita; sé que usted es una buena chica. En realidad, si he de ser sincero, a mí me da igual que usted quiera agitar pancartas, usar pantalones ridículos y pedir el sufragio universal y la jornada de diez horas. Si colabora, todo quedará en nada. Usted será solo otra pobre chica confundida por la propaganda del EuSoc. De lo contrario, podemos acusarla de colaboración con banda armada o incluso de quintacolumnista. ¿Cómo se sentiría su padre si se demostrase que usted colaboraba con espías del Eje Continental?

Con gestos suaves, encendió un cigarro. Me ofreció otro pero negué con la cabeza. El que todas las feministas fumamos como cabareteras no es más que otro ridículo cliché de la propaganda estatal. Como cuando nos acusan de marimachas o histéricas. Él asintió, aprobador.

—¿Lo ve? Una chica buena y formalita. Simplemente dígame usted quién es su enlace con el Movimiento Utopista local. Sabemos que tienen contactos esporádicos con ustedes las sufragistas. Usted ha actuado inocentemente con ellos; sus propias protestas feministas y las reclamaciones sociales de los trabajadores sirvieron de pantalla de humo a algunos terroristas extranjeros e irlandeses. No podía saberlo, pero estas son las consecuencias. Estoy seguro de que usted no quiere esto.

Me fue mostrando recortes de periódico con fotos de los muertos consecuencia de las revueltas producidas por todo el país. El policía quemado con su golem fue la primera, y la peor. He de reconocer que odio a esos resollantes ogros metálicos. La imagen de un gigante de hierro, caminando pesadamente mientras expulsa vapor y adelanta unas pinzas descomunales por manos, asusta al manifestante más pintado. Una se olvida de que hay un hombre dentro. El agente quemado era muy joven, prácticamente un muchacho, y en su rostro había quedado plasmada una expresión de terror y dolor difusa, como fundida en cera. Más fotos. Varios civiles aplastados por los cascos de la Caballería o por su propia fuga desesperada. Un pobre bobby apaleado hasta la muerte en el suelo de un callejón; su porra de madera estaba ensangrentada. Creo que lo mataron con su propia arma. No me enseñó fotos del Parlamento; deduje que los daños solo fueron materiales.

Las lágrimas me llenaron los ojos. No. Era verdad. Yo no quería eso. Empecé a comprender por qué mi padre no me había sacado aún de aquí. Él era un hombre recto y un patriota. Policías quemados, una bomba en el Parlamento… ¡El mundo debía haberse vuelto loco!
Reuní valor para hacer lo que debía.

—Duncan O´Brien.

Mis dos interrogadores sonrieron a la vez.

—Un paddy3 cochambroso tenía que ser—rezongó “Watson”.

—Muy bien, señorita. Volveré en un momento a tomarle declaración y las señas de este hombre. Luego será muy libre de marcharse a su casa o a la de su señor padre Lord Campbell.

***
Mi señor padre no se había dignado ni a recibirme. Mejor. Me dio más facilidad para coger, como otras veces, algo de ropa de trabajo de la caseta del jardinero. No había temor de que el viejo Padeen me oyera. Era sordo como una tapia. Con mis botas Wellington, unos pantalones de pana, un chaquetón de lana y mi pelo metido dentro de la gorra, parecería un chico. Me tizné la cara y las ropas con carbón para completar el disfraz; luego tomé prestada la vetusta bicicleta del anciano.

La noche era fría pero clara. Le quité la dinamo a la bici y pedaleé con cuidado en la resbaladiza carretera. En los arcenes se amontonaba la nieve, negra por el hollín omnipresente en Belfast. Según aumentaba la demanda, se quemaba más carbón de baja calidad, de ese tan lleno de azufre que luego caía del cielo matando todo lo verde y envenenando el agua. Y el Imperio prefería quemar el peor carbón en Belfast antes que en Londres o Birminghan. La excusa era que el volumen industrial de Belfast era inferior y el daño causado menor.

Absurdo. Como todo. Como la estúpida guerra fría que manteníamos desde hace casi noventa años con el Eje Continental. Tanta investigación científica, tanto esfuerzo industrial por ambos lados, todo destinado a tener más fuerza que el otro. Más tanques, más volanaves, más armas, más colonias de las que extraer carbón, caucho, gas, trabajadores. Llevaba siendo así desde que Napoleón unificara la mayor parte de Europa y nos derrotó en Waterloo. Generaciones luchando por no ser menos productivos y poderosos que el Eje. Se habían creado grandes maravillas; ¿pero de que servían si no alcanzaban al pueblo? ¿Y que pasaría si, algún día, la tan temida guerra estallara?

Mi mente volvió a los atentados. Toda esa sangre era culpa de los hombres y su maldita obsesión por la guerra. Si solo nosotras tuviésemos poder, qué distinto sería todo.

Me dirigí a los astilleros de Harland & Wolff4. La persona que buscaba vivía en una de las barriadas obreras que rodeaban las instalaciones portuarias dedicadas a las volanaves. Contra el cielo nocturno, gigantes llenos de helio se alzaban majestuosos, anclados a las torres de atraque del puerto. ¡Que bonitos eran a la luz de la luna! Uno de ellos, la North Star según rezaba su flanco, estaba de inauguración. Aquella belleza, conformada por tres  cuerpos fusiformes unidos y con dos puentes, se veía espectacular con todas las luces encendidas; realmente era como un trasatlántico volador. De seguro hombres importantes y almidonados festejaban ahí arriba, tomando champán y bailando con sus encorsetadas damas, a decenas de metros por encima de la pocilga en que vivían los obreros.

A las barracas aún estaba llegando el saneamiento y el olor a orines era asqueroso. Tampoco había luz en las callejas, así que saqué una barra fosfórica de su funda. La había dejado cargando al sol todo el día y daba bastante luz. Llegué a un barracón, que era al tiempo lugar de reunión, pub y restaurante. Al entrar, el olor a humanidad, alcohol, puding de manteca y tabaco, casi me desvaneció. Había muchísima gente, casi no se cabía. Nunca me acostumbraré a la peste y la promiscuidad de esos locales.

Pregunté por Ian con la voz más ronca y viril que pude poner y esperé. Entretanto, me uní a un grupo de trabajadores que se entretenían con un rat-pit improvisado. El pequeño terrier destrozaba las ratas entre gañidos de placer y aplausos del populacho. Uno de los parroquianos que cruzaban apuestas, un tipo alto y enjuto con un sombrero hongo negro y chaleco de tweed, captó mi intención. Se me quedó mirando durante un momento intensamente con sus ojos verdes y burlones y temí que hubiera reconocido una mujer bajo el disfraz.

Al fin, apartó la mirada hacia su reloj de bolsillo. Me sentí mejor.

—Me alegra ver que estás bien —me sobresaltó una voz.

Me dio tanta alegría ver el rostro de Ian, que estuve a punto de abrazarlo, olvidando mi disfraz. El me vio la intención y me frenó.

—Vamos al reservado.

Ahí sí lo abracé, y nos sentamos. Me sirvió una pinta de ale, que saboreé agradecida.

—¿Fue muy duro?

Asentí.

—En breve se darán cuenta de que Duncan solo es un vulgar contrabandista de whisky. Entonces volverán a interrogarme, supongo. Pero tendrán que hacerlo en mi casa. Mi padre es un cerdo, pero no permitiría que me llevasen. Una cosa es que me cojan in fraganti  en mitad de la manifestación, y otra que me saquen chillando de bajo su techo.
 
—¿Estás segura de que no te han seguido?

—Sí.

—Dámelo entonces.

Me metí la mano en el bolsillo y le entregué los calcos de las tarjetas perforadas que había hecho en el despacho de mi padre.

—Esto no es lo que yo quería, Ian.

—Nadie quería esto, Isobel. Pero ha pasado. Vosotras estáis cansadas de recibir palos, abusos, de que os alimenten a la fuerza si hacéis huelga de hambre. ¿Habéis conseguido algo? No. Esta revuelta, sin embargo ha levantado jaleo. Algunos Lores comienzan a aceptar hablar de condiciones.

—Creen que tenemos relación con los espías del continente.

—Bueno, al fin y al cabo somos utopistas, ¿no?

Me preocupó esa respuesta. Ian era un idealista, que antes de unirse al movimiento sufragista y obrero, había pertenecido a la nueva Éire Óg5. Aunque aún simpatizaba con los separatistas del Ulster, era ahora, como buen utopista, internacionalista. Comunicarse con fuerzas del Eje Continental era arriesgado; pero los nacionalistas irlandeses lo hacían, para obtener armas y explosivos. Si Ian se veía tentado, nos podíamos meter en un lío.

—Nada de armas, Ian. Resistencia no armada. Recuérdalo.

No era prudente prolongar el encuentro. Me despedí y salí del reservado. Me sentía inquieta. Era como si mi instinto me quisiera advertir de algo.
Entonces caí en la cuenta. Tarde. El hombre del chaleco de tweed seguía allí. Me miró, sonrió y me saludó con la cabeza. Estúpida, estúpida. Debí haber reconocido aquellos ojos verdes.

Eché a correr mientras él sacaba un silbato y lo soplaba con todas sus fuerzas. No llegué lejos. Un fuerte golpe en los riñones me hizo caer al suelo, aturdida, y el local empezó a llenarse de Policías de Choque, repartiendo palos y descargas eléctricas sin ton ni son. Desde el suelo, con la vista aún nublada, pude ver a cámara lenta como Ian salía del cuarto con una pistola en la mano. Las balas dum-dum de una minigatling sembraron su pecho de flores rojas y cayó sin disparar un tiro. En su espalda, los orificios de salida eran tan grandes que cabrían mis dos puños.

Gritando, intenté levantarme, pero una bota blindada me hirió en la cabeza y, de momento, ya no sentí nada más.

***

Me despierto en uno de los sillones del local, tosiendo y con el aroma acre del amoníaco en mis narices y garganta. Ya no queda público; solo un par de agentes, de los normales, no de la Policía de Choque, recogiendo pruebas.

Y el cadáver de Ian, aún boca arriba, cubierto con una sábana. El obrero Ian, que tanto amaba montar las grandes volanaves. El soñador Ian, con su cabeza llena de ideas de igualdad y progreso. El guerrero Ian, que sin yo saberlo, portaba una pistola.

Ante mí está “Holmes”, con un frasco de sales6, escrutándome con sus ojos verdes y burlones. Con la otra mano, me sujeta un impecable pañuelo de hilo contra la frente. Me sorprenden sus manos. Sin los guantes de cuero, son largas y delicadas, aristocráticas.

—¿Se encuentra bien, señorita Campbell? En nombre de la Policía, le pido disculpas. Si bien fue reducida de la forma habitual, la patada en la frente era innecesaria. Sosténgase esto, por favor.

Miro otra vez al cadáver mal amortajado de Ian.

—Su contacto llevaba documentos encima que le relacionan con en el Eje Continental. El arma que portaba era de fabricación francesa. Podemos afirmar, sin temor, por tanto, que era un agente enemigo; sabremos más cuando capturemos a su enlace. Eso la pone a usted, por entregarle información reservada, en una situación muy delicada, ¿es consciente?

“Y por lo tanto, también a los movimientos obrero y sufragista. Ahora ya podéis decir que somos traidores, ¿no?”

—Sabían que acabaría viniendo aquí.

—En efecto. Viniendo y señalándonos a su contacto. Nos ha sido usted, por lo tanto,  muy útil. Aún puede serlo más, si colabora, y será tenido en cuenta.

—Es usted un hijo de perra.

Sonríe. Su rostro resplandece con el placer de la victoria. Normalmente no suelo expresarme en esos términos. Pero para una vez que lo hago, esperaba más reacción.

—Soy un sabueso, señorita, que no es exactamente lo mismo. Un sabueso fiel de Su Graciosa Majestad.

—¿Puedo al menos saber su nombre auténtico?

—Adam Webber. Inspector Adam Webber. Puede usted llamarme Adam si gusta.

—No gusto.

—Usted misma.

Me enfada tener que apoyarme en él para mantenerme en pie. Cuando me saca del antro, el despliegue policial ya está terminando. Todos los prisioneros, hombres y mujeres, son metidos en un camión, hacinados. Adam me acerca al que debe ser su propio coche. Una máquina moderna y hermosa, híbrida. De esos que el motor eléctrico arranca el coche antes de que se caliente la caldera. ” A Ian le encantan esos motores”, pienso. Inmediatamente me corrijo. Encantaban. Con un gesto galante, el inspector me abre la puerta del acompañante.

—Por favor, señorita…

“Eso te gustaría, ¿verdad, cerdo? Verme montar en tu coche, llevarme con mi padre el Lord, tomar té los tres, y que no haya en los periódicos ninguna referencia molesta sobre una dama de alta cuna detenida, interrogada, y juzgada. Eres muy, muy listo, Inspector Adam. Tratándome galantemente, separándome de la chusma para recordarme mi clase. Demostrándome que tu gorila puede aterrorizarme solo con tocar mi cuerpo en la detención. Tratándome con condescendencia para dejar claro que solo soy una mujer y no soy digna ni de ser tu enemigo. Anulándome para que me vuelva a mi casa a llorar, escribir poesía y recibir visitas de petimetres pretenciosos deseosos de un matrimonio ventajoso”.

Me enderezo.

—Me temo, señor Adam Webber, inspector,  que debo declinar su invitación. Todos nacemos iguales y yo seré tratada igual que los demás.

Estoy maltrecha y la cabeza me da vueltas. Aun así, me zafo del brazo del inspector y me dirijo al camión con toda la dignidad que puedo reunir.
Trastabillo, y el inspector vuelve a cogerme del brazo.

“Eso no”, pienso. Si decide llevarme a rastras a su coche, no tengo energía para resistirme. Pero me lleva al camión, espera a que me hagan sitio, me ayuda a subir. Los de dentro me sostienen, protectores. Incluso oigo algún aplauso.

—Señorita; nos vemos en los tribunales.

Tan galante como siempre. Pero al fin, esta vez, cuando se lleva la mano al borde del sombrero, no veo burla en sus ojos.  

 


1 En nuestra propia línea temporal, el Reino Unido no permitió el sufragio masculino hasta 1918 y el universal hasta 1928. La presión ejercida por muchachas como  la protagonista estalló violentamente  en varias ocasiones, ejemplo el East End londinense en el 8 de Noviembre de 1911. Las sufragistas manifestantes  fueron arrastradas a los callejones  y allí tocadas obscenamente por la policía. Veintinueve declararon haber sufrido violencia sexual, primordialmente tocamientos en los pechos. Las declaraciones de los agentes, tipos rudos del East End, aparentaban indicar un “permiso” de sus superiores a ese respecto en ese día.  

2 La Masacre de Peterloo o Batalla de Peterloo ocurrió en el St. Peter's Field, en Mánchester el 16 de agosto de 1819.  La caballería cargó contra una multitud de unos 60.000 a 80.000 personas que exigían una reforma parlamentaria. Se le llamó así parodiando a la batalla de Waterloo, y generó las Six Acts, una importante reforma (para su época).

3 Paddy: Nombre despectivo para los irlandeses. Podemos compararlo con el paternalista “negrito”  de la época colonial española.

4 Astillero de Belfast famoso a nivel mundial por su importancia histórica. En sus instalaciones se construyó, por ejemplo, el Titanic.   

5 Young Ireland, en irlandés Éire Óg, Joven Irlanda fue un movimiento político, cultural y social surgido a mediados del siglo XIX en Irlanda. Renovó el nacionalismo irlandés e incluso protagonizó una rebelión en 1848 suprimida por las fuerzas británicas. Muchos de sus líderes fueron juzgados por sedición y deportados a la Tierra de Van Diemen (Tasmania).

6 Las sales aromáticas contienen mayormente carbonato de amonio. También pueden contener otros productos, como eucalipto o mentol, para perfumar. Su función es irritar las mucosas nasales y provocar un reflejo de inhalación, el aumento de la presión sanguínea y la mayor concentración de oxígeno en sangre. En la época victoriana era de uso común para espabilar a las personas que se desmayaban. En su origen se le llamaba “sal volátil de cuerna de ciervo” por extraerse de las cuernas de este animal.
 

 

 

 

 


Manuel Moledo (1977)  Nací en Serra de Outes, soy biólogo, vivo en La Coruña.

Mi primera publicación fue en la revista digital Másliteratura, con ocasión del I Concurso Literario de Relatos Cortos Steampunk y Retrofuturistas del 2011 en el cual quedé con el relato “El fin de la Inocencia” http://issuu.com/masliteratura/docs/revista-enero2012_virtual />
Físicamente en Contos extraños, una publicación periódica en gallego de pulp, fantasía, terror y ci-fi, y en varias publicaciones online. En mi caso los relatos publicados fueron: Volumen 2. "Xornada Fantástica".-"Solsticio de verán" (Cast. Solsticio de Verano, fantasía épica).
Volumen 3. "Vieiros de Mañá".-"O fin da inocencia" (Cast. El Fin de la Inocencia, Ucronía retrofuturista).
Volumen 4. "Nadal Impío".-"Bonecos de latón" (Cast. El Fin de la Inocencia, Ucronía retrofuturista).

Podéis saber algo más de Contos Extraños y Urco Editora aquí (el artículo está en castellano):

http://www.fantasymundo.com/articulos/4981/entrevista_contos_estranos_steam_pulp_da_galiza /> También he participado en la publicación gallega de cuentos de corte oscuro relacionados con la infancia “Sombras no berce” (Cast. Sombras en la cuna). con el relato “A pesca do cangarexo” (Cast. La pesca del cangrego, suspense). Podéis descargar este recopiltorio de relatos gratuíta (y legalmente y con gusto de los autores) aquí:

http://www.4shared.com/office/THy0jrhH/sOmBrAs_no_bErcE.html /> Actualmente colaboro en Tiempo de Héroes, una publicación de literatura 2.0 que esta dando bastante que hablar, con más de 150.000 páginas visitadas. Participo tanto con la saga del personaje Adam Berengario como en la de Marlín. Podéis visitar algunos de mis relatos (y de paso engancharos a la saga, que hay gente muy buena metida) aquí:

http://www.tiempo-de-heroes.com/2012/09/acto-2-capitulo-1-mdh-pastor-de-lobos.html /> Con más razón teniendo en cuenta que también participa Juan Gonzalez Mesa, al que ya conocéis por haber publicado en esta web, entre otros buenos escritores.

Mis preferencias se decantan, por lo habitual, a la ci-fi. Es por ello que estoy dedicándome a este género concreto, lo que me llevó a ser preseleccionado (sin posterior fortuna) para el concurso de relatos de este año de Inspiraciencia por mi relato “Lenguaje Matemático”
http://www.inspiraciencia.es/preseleccionats/35-relatos-en-espanol-seleccionados/relato-corto-adulto-espanol/745-lenguaje-matematico  


Me encuentro ahora mismo embarcado en dos proyectos, uno de ciencia ficción compartido con una muy buena amiga y muy buena escritora, y en otro también de ciencia ficción, en este caso una ucronía. Espero que puedan salir a la luz el año que viene.