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La importáncia de úna pípa de fumár pára ótros planétas
Siémpre me gustó el Señór Mína —Apellído muy acórde con su profesión—. Úna vez lo túve como profesór en un cúrso sóbre «La história de los recúrsos mineráles en la Tiérra». Ésta chárla, prónto derivó más en histórias sóbre «sus» mineráles, que en un estúdio sério sóbre minería o economía. Péro lo pasábamos muy bién.
Como núnca más lo volviéron a invitár a dar cláses o cúrsos en nuéstra universidád, se dedicó a charlár sóbre lo que más sabía. Los metáles, en especiál sóbre el óro y sus aventúras personáles.
Háce áños, él había tenído úna ciérta notoriedád, por su vída aventuréra en relación con ése nóble metál. Había sído buscadór de óro con ciérto éxito, luégo cómo traficánte de éste minerál, que lo llevó a la cárcel y a la ruína. Más tárde como conferenciánte sóbre éste téma.
Únos dícen, que algúnos autóres de novélas de aventúra, se básan en él, como personáje aventuréro y ótros dícen que él, imíta a ésos escrítos. Su pípa, que tánto sabía fumár (alargándo su vída sin que se apagára duránte tóda la chárla), le dába un áire interesánte que siémpre intentába maximizár.
Le seguí en algúnas de sus chárlas, bastánte aménas por ciérto, en donde, además de dar algúnos dátos técnicos, añadía histórias verídicas, más sus própias aventúras.
Cási siémpre, al início de sus chárlas, explicába, prévia pregúnta a los asisténtes, si tenían idéa de la cantidád de óro que se había extraído désde los inícios de la humanidád.
Si sumámos los bárcos traídos por los españóles, lo capturádo por los pirátas (habría que restárlo a lo anteriór), los tesóros de las mínas del rey Salomón (verídico o no), óro pérsa, griégo, románo, el de Califórnia y Sudáfrica. Buéno, multiplicádo por la cantidád de asisténtes, el totál no bajába de llenár úna gran ciudád.
Con úna sonrísa y únos cuantos números, demostrába, ánte la incrédula concurréncia, que no éra pára tánto. Tódo el óro extraído désde siémpre en el múndo, podía cabér sin problémas en úna gran náve industriál.
La discusión sóbre éste púnto dába pára tánto, que ya ocupába la mitád de la chárla.
El finál de la conferéncia, siémpre la rematába, diciéndo que había dejádo de buscár óro. Lo que ahóra quería, éra cobrár en billétes, y recomendába pára tenér múchos de éllos, álgo tan símple como: el ahórro.
Preguntába, úna vez más, a la amáble concurréncia, ¿cuánto creían, que se tendría ahóra, si se hubiése depositádo háce dos mil áños, a un interés razonáble, o el dinéro bién invertído, el equivalénte en ése tiémpo de un Éuro?
Al contrário de las respuéstas anterióres, las súmas dádas, rondában los ciéntos o hásta de míles de Éuros. Algúno, muy atrevído, asegurába que sería suficiénte pára vivír sin tenér que trabajár en tóda la vída.
Decía, 2000 áños dividído por 10, es 200. Diéz, asegurába, son los áños que se tárda en duplicár úna cantidád bién invertída. Si no lógras duplicár ése dinéro en diéz áños, dedícate a ótra cósa.
Siémpre simplificába las cífras, las hacía terminár en céro, pára que tódo quedáse más cláro.
Por tánto, la cantidád originál, se habría duplicádo más o ménos únas dosciéntas véces, dependiéndo del interés o benefícios.
Si ya, como con lo del juégo del ajedréz, al duplicár un gráno de trígo 64 véces (los cuádros del tabléro), se necesitaría la producción mundiál de ése gráno. Si querémos duplicárlo hásta 100 véces, nos encontrámos que no se ha producído tánto trígo en la história. Así pués, 200 véces en el cáso de la monéda, representaría, el valór de várias Lúnas de óro sólido.
Totál, el que quiéra múcho óro, que ahórre.
Úna vez lo vi abandonár su chárla y la sála, dejándo sólos a los preséntes haciéndo éstos cálculos y enzarzádos en treméndas discusiónes.
Gran típo el Señór Mína
* * *
El encuéntro
Por ésto, cuando ocurrió lo más sorprendénte que háya pasádo en mi vída, pensé al instánte en él. Además, dió la casualidád que hacía únos días, había leído que íba a dar úna chárlas sóbre el óro, en el Muséo de Geología de mi ciudád.
Me presenté, cuando ya había terminádo su chárla (sus explicaciónes las tenía archisabídas). El último de los que se quedáron a preguntárle álgo, o a hablár con él, se estába yéndo.
Désde el fóndo del auditório, el encargádo le indicó que se diése prísa, que íba a apagár las lúces de la sála.
—Señór Mína, no se acordará ustéd de mí, fuí alúmno súyo en algúnas de sus cláses en la Universidád.
Me miró sin afirmár o negár náda.
Sé que ya no se interésa por la aventúra del óro, aun así, ésto puéde despertár su curiosidád.
Púse sóbre la mésa dos cajítas de plástico. Su fórma redónda, ya indicába el contenído.
—Me dedíco a los billétes, díjo sin mirár las cajítas. Ménos pesádos y más fáciles de transportár, sóbre tódo si los tiénes en el bánco.
¿Cómo se lláma ustéd?
—Mis amígos me lláman Al, (Albérto), Arizméndi.
—En éste moménto no puédo atendérle. He quedádo con únos amígos. Si me déja lo que ha traído, lo miraré. Podémos vérnos mañána a la mísma hóra, al acabár la segúnda párte de la chárla.
—Pués, hásta mañána profesór.
* * *
—¡Señór Mína!, esperába su llamáda. No ha tardádo múcho en localizárme y sin esperár a mañána.
—Ésto ha sído un gólpe bájo, —díjo.
Las dos monédas que me dió, son sorprendéntes. No podrían ser fálsas, los dibújos son muy origináles, si bién un buén diseñadór no los podría habér hécho mejór.
La monéda de colór óro, pésa ménos de un grámo y la de colór pláta, pésa el dóble que úna equivalénte de óro. Éstos materiáles no exísten en la Tiérra. Además, son durísimos, no he podído rayárlos, ni atacárlos con ningún ácido... son las monédas perféctas. Si bién no entiéndo la razón por la cual, teniéndo el mísmo tamáño, úna, séa cién véces más pesáda que la ótra.
Los dibújos, emblémas o caractéres, son de úna elegáncia supréma.
¿De dónde las ha sacádo ustéd?
¿Por qué, álgo de tánto valór me lo ha dádo?
¿Tiéne más?
—Tódo a su tiémpo. —Exclamé.
¿Le gústa a ustéd el chocoláte con chúrros? —Le pregunté.
—Me gústa el chocoláte... contestó un póco perpléjo.
—Perfécto, yo me comeré su ración de chúrros, no hay que desaprovechár náda. Le espéro pasádo mañána a las siéte en la churrería que hay debájo de su cása, y no hága plánes.
* * *
No hablámos en tódo el trayécto. Él comprendía. Éra mi moménto de esplendór y quería dejár que yo lo presentára a mi gústo. Durmió un ráto, hásta que despertó cuando salíamos de la autopísta en dirección a mi puéblo, Tortósa.
* * *
—Estába en cása, —así comencé mi lárga explicación—, la que ustéd ve désde aquí. Sentí un fuérte ruído, no alarmánte, éso sí, muy diferénte a cualquiér sonído que háya escuchádo en la vída. Priméro fué cómo un silbído, luégo el impácto.
Dió la casualidád que en ése moménto estába mirándo por la ventána y púde ver un resplandór. Pensé, había sído la luz de los fáros de un cóche, o úna móto que había caído désde la carretéra de más arríba. Cogí úna lintérna y me acerqué por si tenía que ofrecér o pedír ayúda.
Híce lo que ahóra estámos haciéndo nosótros, si bién de nóche.
El profesór, sin ocultár su interés, no preguntába náda. Créo que se estába reservándo.
No vi náda, la oscuridád éra treménda y lo que había causádo el resplandór no éra visíble, además, éra nóche cerráda y sin lúna.
Al dárme por rendído, y hacér el gésto de írme a cása, noté úna vibración, como si álgo intentáse ponérse en movimiénto. Entónces lo vi, éra gránde, hubiése dícho que parecía un enórme gusáno de luz. Me acostumbré a ésa iluminación ténue y sin usár mi lintérna púde ver que éra como un meteoríto ovaládo, médio enterrádo. Debía medír únos cínco métros en su extrémo más lárgo. Póco a póco, úna párte de él, se estába haciéndo trasparénte.
No debía diferenciárse múcho, del típico meteoríto de hiérro o níquel, peró éra más gránde.
Interrumpí mi explicación al llegár al sítio deseádo. El Señór Mína me ayudó a retirár las rámas que cubrían el meteóro. Seguí con el reláto.
Me acerqué a la párte trasparénte. Diría que sería lo equivalénte a la cabína de mándo de un vehículo espaciál. Vi úna inménsa cantidád de monédas en su interiór, de dos colóres y de iguál tamáño. ¡Qué pérfidos!, de óro y pláta.
Estába cláro, éra úna invitación abiérta a tomárlas. ¿Éra el cuérpo espaciál úna trámpa, las monédas el cébo?, y yo, incáuto de mí, ¿la présa?
Mi percepción de pelígro éra enórme, si bién, la curiosidád éra mayór. Núnca tendría ótra oportunidád así. Sómos tan póca cósa en éste múndo, úna ocasión como ésta no la podía desaprovechár. Mañána, tal vez álguien vénga, o hásta puéde que ya lo estén buscándo y éste sucéso, habrá pasádo por delánte de mis naríces, la mejór oportunidád en mi vída de hacérme famóso y la habré dejádo escapár.
Traté de localizár algúna abertúra, agujéro o manéra de abrír el meteoríto. ¡Qué emocionánte!, péro no había náda. Retiré con las mános, pára dejárlo más destapádo, álgo de la tiérra y hójas que lo cubrían, y ver si por ahí, había úna entráda.
Las monédas sólo ocupában el sectór fosforescénte del meteoríto. No púde resistír más, toqué ésa superfície transparénte e ilumináda. Se abrió. Buéno, en realidád no se abrió náda, se hízo como un agujéro, como si lo que estába encíma de las monédas se hubiése disuélto, como si núnca hubiése estádo tapádo.
No me atreví a ponér las mános déntro. Cogí un par de ramítas, y extráje úna monéda. La doráda priméro. ¡Qué desilusión! No pesába náda, como si fuése de alumínio o fálsa. ¡Lo que me faltába! Monédas falsificádas del espácio exteriór.
El Señór Mína, escuchába. Seguía mi aclaración aténtamente sin preguntár náda.
Continué.
Aun así éra úna monéda... sin lugár a dúdas. Con bellísimos garabátos. A pléna luz del día se verían mejór. Éstos símbolos no me decían náda, si bién éran muy elegántes. Por el cánto había más caractéres, ordenádos y contínuos.
Cogí úna monéda de pláta. ¡Qué péso!, múcho más que si hubiése sído de óro. Los «escrítos», cási iguáles a la de colór de óro.
La «puérta» se cerró. Volví a tocárla y se reabrió.
No púde resistírme. Cuando me dan álgo, lo téngo que tomár. Estába cláro, éra un ofrecimiénto, ésto no éra un cófre escondído, sepultádo y selládo. Aquí decían: tómame.
Púse las mános y retiré… únas cuatrociéntas piézas en totál.
Al quedár vacío el espácio de las monédas, vi que en el fóndo había tres bárras como de metál, estában cruzádas. Jústo debájo de las tres bárras y sóbre el suélo, un pequéño montículo.
Las parédes estában cubiértas de caractéres o símbolos similáres a los de las monédas. No había dúda, éra un mensáje, péro yo, no lo podía entendér.
Éntre tánto «téxto», sólo había un dibújo. El de las tres bárras. Querían decír o pedír álgo, sin embárgo, no habían usádo un buén sistéma pára explicárlo.
Al princípio pensé, las tres bárras serían pára que las monédas no se moviésen, sin embárgo no tenía múcho sentído.
Tapé el meteoríto con rámas. Quedó bastánte bién escondído. Como nádie pása por ése ládo de la propiedád, estába segúro, nádie lo encontraría. Y víne a buscárlo a ustéd.
* * *
Por ésto le he invitádo a venír Señór Mína. No sé, ¿qué es éste objéto? Me da la impresión que píden álgo a cámbio de las monédas, si bién no he lográdo entendérlo, ni créo que lo podámos descifrár.
—¿Tiéne fuégo? —díjo, suspirándo.
—¡Diós mío! ¡Lo más interesánte que ha ocurrído a ésta humanidád, y ustéd quiére ponérse a fumár su famósa pípa!
Le doy mi encendedór, lo recháza. Búsca en su chaquéta ésas ceríllas lárgas de madéra, elegántes e ideáles pára encendér la pípa que él siémpre usá.
Púso la máno sóbre el meteoríto y se abrió. Encendió la cerílla, la acercó a la báse de las tres bárras jústo encíma del pequéño montículo.
El púnto se púso incandescénte y los tres «pálos» comenzáron a ardér.
El agujéro se cerró. A pesár de la fálta de oxígeno, el fuégo seguía ardiéndo, representába sin dúda úna fogáta...
—Si lo hubiésen pintádo así, con llámas, —Le díje, lo hubiése entendído al instánte.
El Señór Mína volvió a abrír el agujéro. Con un gésto solémne, púso al ládo del fuégo su pípa, bién cargáda de tabáco (péro sin encendér), úna monéda de un éuro, y luégo pensándolo múcho, séis ceríllas lo más apartádas del fuégo que púdo. Supúse que ésto sería lo más importánte que él podía aportár en éste moménto.
El meteoríto se cerró, ahóra sí con un ruído más fuérte. Intenté abrírlo úna vez más pasándo la máno por encíma, péro no se abrió.
Comenzámos a notár que tódo él se comenzába a cristalizár, haciéndose trasparénte. Al cábo de un ráto. A pesár de que la «puérta» estába cerráda, la lláma seguía encendída.
Ahóra la trasparéncia éra totál, «la náve» parecía que quisiéra sacudírse, y vibrába. La póca tiérra que cubría su párte superiór cayó, dejándola despejáda.
Nos retirámos un póco, álgo importánte íba a ocurrír.
El Señór Mína púso su brázo sóbre mi hómbro, buscó su pípa en el bolsíllo con un gésto automático, sonrió al ver que por el moménto no podría fumár.
La náve se levantó, se púso a la altúra de nuéstros ójos, cómo si nos miráse y grabáse duránte únos segúndos.
Tódo el meteoríto volvió a solidificárse, dejándo sólo la lláma visíble como si fuése la sála de mándos de úna astronáve.
Se elevó con suavidád, luégo más rápido y al fin desapareció.
—Albérto. Amígo mío, —díjo con voz solémne. El probléma de los planétas que piérden el fuégo, es cáda vez más frecuénte y acuciánte… Le miré alucinándo. No súpe qué decír, cási me póngo a reír.
—Señór Mína, compréndo lo de ponér las ceríllas, por si se les vuélve a apagár el fuégo en su planéta. Lo de la monéda, no compénsa péro es un detálle. Péro, lo que no entiéndo es lo de su pípa.
—Quisiéra sabér, ¿a dónde se diríge?, —díjo el Señór Mína.
—Buéno, sonreí. Tomé algúnas fótos de la náve, de los téxtos, y de las monédas. La cámara de seguridád de la fínca ha gravádo el moménto del descénso. ¿Crée que nos podrá dar algúna idéa?
—Al, con las ceríllas, podrán encendér la pípa. Si tiénen suficiénte tabáco y sabén fumár, la podrán mantenér siémpre encendída. No te preocúpes, volverán a por tabáco, y entónces, les preguntarémos.