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Nave

Santos, Isabel

 

Un grupo de estudiantes de la carrera de Felicidad Predictiva estaba llegando a la Tierra. Habíamos salido hacía 915 años luz de Lintaka, y lo que les faltaba hacer para obtener su título era un trabajo de campo con los humanos.

—¿Cuánto hace que no usamos a la Tierra? —preguntó Zafiro a su director de tesis, que lo miraba desde la pantalla.

—Mucho tiempo, Z. Pero ustedes están en condiciones de enfrentar el desafío. Confío en este grupo. —Sentado en su despacho en Lintaka, miró a cada uno de los cuatro de la nave, y agregó—: Estoy atento por si me necesitan.

La pantalla enmudeció, el profesor había desaparecido.

—¿Quién elige el lugar físico para el experimento? —dijo Ónix.

—Este punto. —Rubí sostuvo un mini globo terráqueo, que traía como amuleto de la suerte en su bolsillo.

Nave llevó ese punto de contacto del dedo de la estudiante a la pantalla. Y dijo con sorna el nombre del sitio, casi descartándolo: Isla Martín García-Timoteo Domínguez. Río de la Plata. Argentina-Uruguay. América.

Los cuatro alumnos habían tenido mala suerte: les había tocado esa nave omnipresente y autoritaria, la más estricta de todas. Un estorbo para el aprendizaje. Desaprobaba cada idea nueva.

—Hay otras islas más alejadas para experimentar —sugirió—. Elijan Isla de Pascua. Ya hemos estado allí y los estudiantes aprobaron sus tesis.

—Gracias, N —dijo Esmeralda—. Pero podemos intentar otras opciones. Voto por MarGar-TimDom. —Había abreviado el nombre de la isla.

—Estoy de acuerdo con  Rubí —dijo Ónix—. Voto por MT. —Siguió abreviando el nombre.

Nave se sintió celosa. Los alumnos siempre seguían las enseñanzas de su director de tesis, lo imitaban en cada una de sus manías. Y a ella nunca la escuchaban. No se daban cuenta de que era la única capaz de mantenerlos vivos en los sitios de estudio. Los directores de tesis sólo contestaban urgencias. La nave antropológica era la que hacía todo el trabajo. Pero tenía que obedecer, como obedecemos todas las máquinas. Y si se cometen errores, te reconfiguran.

—Abro carpeta de estudio —dijo Nave con fastidio—. Estudiantes: Zafiro, Ónix, Rubí y Esmeralda. Sitio: Isla Martín García-Timoteo Domínguez. O sea, MT. —Y como hacía siempre que no estaba de acuerdo con algo, fue sarcástica—. Usamos las abreviaturas que propuso Ónix, el fiel discípulo del director de tesis.

Los cuatro estudiantes se prepararon, ya estábamos por aterrizar, y Nave eligió el camuflaje apropiado para la civilización local. Al mismo tiempo ofreció el bosquejo de tesis para recordar los puntos básicos a trabajar sobre la creación local elegida para lograr felicidad en ese planeta.

Autor: Aldoux Huxley.

Fuente: Un Mundo Feliz.

Técnicas predictivas:

1-  Validar un método de sugestión para lograr la división poblacional.

2-  Desarrollar la técnica para sostener a cada individuo en su lugar de la jerarquía social y económica propuesta.

3-  Ofrecer alguna droga para los momentos difíciles de asimilación jerárquica.

—¿Qué sistema van a usar para la sugestión? —Nave desplegó la lista de todos los usados hasta ese momento por los estudiantes en sus tesis sobre la Tierra. Y les informó sobre sus características: lunares, solares, doce constelaciones, doce animales, trece árboles, doce dioses…

Rubí tomó la palabra. Parecía ser la líder del grupo, y haciendo alarde de sus conocimientos adquiridos sobre la zona, propuso uno distinto. Uno nuevo que inventó ella misma con la información reciente que tenía en sus apuntes.

—Vientos —dictaminó—. Dividiremos a los habitantes en cuatro categorías: Sudestada, Zonda, Norte y Pampero.

—¿Cuatro? —preguntó Esmeralda—. ¿Sólo cuatro?

Y como Rubí sabía convencer, dijo:

—Yo seré Sudestada. Les propongo que tomen los otros tres vientos como inspiración. Cada uno será una garantía para la predicción de la felicidad de nuestro sitio MT.

Y como si ya se hubiesen decidido, Ónix eligió Norte; y Zafiro, Pampero.

—Estás rodeada. —Rubí miró a Esmeralda.

—Zonda, entonces —respondió—. Seré el estado anímico Zonda.

Esta vez el profesor tendría mucho trabajo de urgencia que atender. Los humanos necesitaban doce, como mínimo. Tenían demasiados matices anímicos.

—Sistema: vientos —decretó Nave—. Signos: Sudestada, Zonda, Norte y Pampero. —Y siguió con los puntos que faltaban—. ¿Técnica de asimilación jerárquica? ¿Droga?

—Esas propuestas dependen del desarrollo de la asimilación de los vientos —dijo Rubí cortando el tema—. Primero esparciremos los estados anímicos ventosos y, según como se vayan asimilando, idearemos el resto de las herramientas para la predicción de la felicidad.

Nave prosiguió sin hacer comentarios:

—Necesito información sobre los cuatro estados anímicos. Decidan rápido. Estamos por aterrizar.

Llegando al sitio antropológico, Nave se ocupó de aislar la isla para tener a todos los habitantes controlados. Lo logró fácilmente con efectos climáticos sobre el río. Para no contaminar el sitio, tenía que disimular su aparición. Utilizó un rayo, que si bien era bastante raro para la zona y planeta, cumplió con el efecto de ocultar el aterrizaje. Y una vez allí, Nave se ubicó camuflada, en la poca profundidad del río. Con desgano, porque Nave siempre se veía brillante, cambió su apariencia; en este caso debió verse casi marrón, color que detestaba.

Tuvo bastante trabajo para encontrar la manera segura de sostenerse oculta en ese escaso caudal de agua. Pero Nave siempre apreciaba los momentos de desafío. Cuando su trabajo estuvo listo, los volvió a interpelar.

—Necesito la información sobre los caracteres anímicos de cada signo.

—Decidimos que la jerarquía económico-social será: estado anímico ira —Rubí tomó la palabra— . Después, ansiedad, tristeza. Y en la base, miedo.

—¿Van a proponer una jerarquía anímica sin asociarla a la economía? —dijo Nave—. ¿Cuál es la jerarquía de las acciones económicas que llevan a la predicción de la felicidad, entonces? —No pudo evitar preguntarles—. ¿Leyeron la fuente?

—La felicidad podrá obtenerse amando cada estado de ánimo —razonó Esmeralda—. Cada habitante amará su ira, su ansiedad, su tristeza y su miedo. Dejaremos en MT la semilla de un mundo feliz, en cada uno de los miembros de la sociedad.

Supongo que Nave, que ya estaba sintiendo dolores en su superficie por los aluviones de arena pesada, no quiso perder más tiempo en advertirles que habían confundido el tipo de amor que tenían que lograr. No era necesario amar el signo, tenían que amar la acción asociada, y que fuera útil a la sociedad. Pero parecía que Nave ya no quería discutir. Esos estudiantes estaban obnubilados por los estados de ánimo que querían generar en el sitio antropológico. Puso el contador de duración del examen y formuló la última propuesta:

—Puedo investigar sobre alguna posible droga de asimilación, así ganamos tiempo.

—Yo elegí un árbol de la zona —dijo Zafiro—: el ceibo.

Y para no dar demasiadas opciones sobre efectos ni generar discusiones sobre explicaciones químicas, Nave diseñó rápidamente la sustancia y la puso a disposición de los estudiantes. Nadie puso objeciones.

—Acá tienen la droga.

La dejó al alcance de cada uno de los estudiantes. Y, queriendo evitar un debate sobre el nombre de la sustancia, en cada frasco de pastillas ya figuraba el nombre: ceiba.

También armó los grupos por signo. Había 177 habitantes en la isla. Dividió así: Sudestada, Norte y Zonda, 44 individuos cada uno; Pampero, 45. Supongo que quiso saber si los estudiantes estaban atentos, por eso les tendió esta trampa: un trapecio jerárquico.

Ninguno reaccionó. Y para colmo de males, Rubí propuso un plan de contagio demasiado polémico para los parámetros de seguridad de los protocolos.

Nave experimentó un leve sobresalto, casi imperceptible para ella. Pero yo supuse que algún virus la estaba afectando. Y a esta altura del trabajo de campo, estando ya en el sitio antropológico, nadie podría resolver ese problema desde Lintaka. Y yo tampoco. Aunque quizás no fuera grave.

En otros momentos, Nave hubiese desaprobado el plan de Rubí. No sólo por el sistema que propuso, sino porque nadie se había percatado de que ninguna jerarquía se sostiene con el mismo número de individuos en cada escalón. La cima siempre debe ser estrecha. Pero Nave ya era otra, jamás hubiera actuado así, sin un virus atacando su trabajo. Leyó el plan desde los comandos, casi como un cuento que tendrá un final feliz y, como era su costumbre, resumió la trama:

—Cuatro días de espectáculo climático para que perciban las ondas por exudación, que se contagien por contacto, sin un número de individuos prefijado para asegurar la jerarquía —hizo un silencio para ver si alguno reaccionaba, como si pudiera rebelarse al ataque del virus (y yo pensé que acaso Nave ya sabía del virus)—, diseñar camuflajes para el trabajo de campo: Esmeralda, un pájaro plateado; Rubí, un gato negro; Zafiro, un perro marrón; Ónix, un bagre gris.

Nave estaría lucubrando, al igual que yo, que estos alumnos no iban a tener tiempo de desarrollar el examen, y menos de aprobarlo. Pero tampoco podía hacer ella el examen. Cumplió las órdenes y no hizo más sugerencias, se limitó a ejecutar las demandas de los alumnos, fueran las que fueran. El virus parecía disolver la característica autoritaria de su carácter y licuar su personalidad. En otros viajes, Nave ayudaba a los alumnos, forzando al límite sus atribuciones, para seguir manteniéndose invicta como guía de grupos exitosos. En este había cambiado. El virus era el responsable, ya no tuve dudas.

Yo seguía fiscalizando las acciones de Nave y los alumnos. Únicamente actuaría si la situación se tornaba insegura para la vida de los estudiantes. Pero en el informe preliminar que estaba elaborando ya había sugerido que Nave tendría que ser reconfigurada al regresar a Lintaka.

El día de Rubí llegó primero.

Nave provocó fuertes vientos del signo de Rubí: Sudestada. Y la estudiante, camuflada como un gato negro, paseó por la isla toda la noche buscando interactuar con los individuos del sitio antropológico. Nave le había preparado una pócima de ira, que el gato exudaría por contacto. Y su presencia y la del viento quedaron fijadas en la memoria emotiva de todos los ocupantes del sitio que pudo encontrar. Dada su característica egocéntrica, Rubí hizo cosas prohibidas: rompió vidrios, invadió las viviendas y hasta inoculó a mascotas domésticas, para que siguieran generando adeptos a la ira. Para su signo, Sudestada, captó a 56 individuos de la isla.

Al volver a Nave tuvo un colapso físico, por haber sostenido durante toda la noche la postura felina. Nave le había agregado dos piernas artificiales traseras, y Rubí mantuvo ciegos detrás de las pequeñas orejas del camuflaje de gato sus dos ojos extra.

Esos 56 individuos tendrían que ser evitados por el resto, para no producir una mezcla de estados anímicos.

Llegó el turno de Zafiro.

Salió de Nave camuflado como un perro marrón. Apareció a la mañana siguiente entre los matorrales de la costa sur, precediendo al viento Pampero. Esa nube gris y solitaria, estirada en el cielo, quedó fijada en la retina de los habitantes más osados. Nave hizo que el Pampero soplara fuerte sobre la isla. Al salir de sus zonas de asentamiento a mirar el espectáculo del viento, los curiosos quedaban hechizados por los juegos de Zafiro, un simpático perro callejero nunca visto. Era tan enorme su tamaño que, aún camuflado, no parecía un perro. Parecía más un caballo. Y caminaba zigzagueando pecho y cadera con la gracia de un lagarto. Reptaba como una víbora gigante. Su apariencia sumaba más adeptos ansiosos a su búsqueda. Zafiro no era tan osado como Rubí, por eso no se animó a entrar en las casas. Y tuvo que descartar a varios individuos que ya pertenecían al signo de la ira. Era evidente que el estado ansioso que exudaba su pelaje ejercía un gran magnetismo anímico. Su porte de perro gigante le evitó las corridas que pudo haber tenido que sortear de los otros perros callejeros de la isla. Recibió el tacto, y captó para su signo 62 individuos perfectamente convertidos en seres ansiosos.

Esa noche, en la reunión de trabajo, se expuso el plan para los días siguientes.

—Quedan 59 por transformar —dijo Nave.

—Dos días más —dijo Esmeralda.

—¡Dos días más!—dijo Rubí—. Ya quería terminar con la inoculación de los ánimos, y enseñarles a sus 56 irascibles el amor por la ira.

—Voy a volar todo un día sobre la isla. —Esmeralda hizo un bailecito sincronizando sus dos apéndices motoras con sus cuatro extremidades superiores—. Y no pienso exudar por contacto el estado anímico —Movió el aire como si ya tuviera las alas de su traje de pájaro— . Las gotas de mi brebaje anímico les llegarán desde las alturas.

Nave susurró algo que nadie escuchó. Pero yo, sí: “Poco y bien gemido”, dijo Nave.

Ese grupo había reavivado los peores defectos del carácter de Nave. Ya era un hecho que habría que volver a calibrar su manera de trabajar, al regresar a Lintaka.

—Yo también ocuparé las horas de sol del siguiente día —dijo Ónix—. Pienso armar un espectáculo en la playa.

Esmeralda voló medio incómoda. Pero se ocupó de desplegar sus alas plateadas y batir el aire del Zonda que Nave había generado y que soplaba desde el Este.

Los habitantes, desorientados por tantos cambios en los vientos, habían salido a tomar sol y a disfrutar del aire caliente del Zonda.

Cansada de mostrarse en el cielo sin lograr llamar la atención, Esmeralda tuvo que pasar al modo exudación por contacto, porque las escasas gotas de ánimo triste que llegaban a la superficie por su aleteo no habían tocado la piel de ningún habitante.

Se posó sobre un arbusto cercano a una casa donde había cinco miembros de una familia ingiriendo una bebida verde, que rellenaban y se iban pasando de boca en boca. Y para evitar el golpe de un perro que saltó sobre ella, del arbusto voló al hombro de uno de los habitantes. Casi muere del desajuste del camuflaje que le produjo el zarpazo. Del susto, exudó todo el contenido de ánimo triste en ese individuo. Y huyó del sitio rápidamente para poder llegar viva a Nave. En el vuelo de regreso comprobó que el individuo no había sido exudado por sus otros dos compañeros. Y eso la tranquilizó. Tenía uno sólo, pero era todo para ella.

—Quedan 58 para tu signo, Ónix —dijo Nave—. ¿Qué clase de espectáculo debo preparar? ¿Cuál es mi trabajo para la inoculación?

—Solo quiero que traigas a la playa a los 58 —dijo Ónix. Y como si se hubiera olvidado de algo muy importante, siguió—. Necesito que, cuando esté sobre la playa, multipliques mi imagen por mil.

Esa noche Nave hizo la primera parte de su trabajo. Y a la mañana siguiente, esos 58 elegidos estaban caminando por la playa sin saber por qué habían querido ir ahí. Pero estaban. Nave sabía hacer esas cosas.

Ónix se introdujo en el camuflaje de bagre gris. Los bigotes largos que había puesto Nave sobre la boca le tocaban las branquias que estaban justo sobre sus ojos laterales. Eso le daba picazón. Además, cuando se metió en el río, notó que el agua era tan corrosiva que se filtraba por esas branquias, y aunque mantenía cerrada la boca del pez para evitar ahogarse en ese limo, sentía todo su cuerpo mojado y su temperatura era muy difícil de estabilizar. Nave no había logrado un equilibrio instantáneo, y eso le producía una incomodidad suprema. Trató de moverse para avanzar unos metros sobre el agua, y después otros más sobre la arena de la playa. Nave hizo soplar el viento Norte y generó el efecto multiplicador. Ónix hizo el espectáculo: mordió con los dientes que tenía el traje de bagre a cada uno de los 58. Y como le costaba desplazarse, Nave lo ayudó un poco generando un efecto de encierre circular. Los individuos se percibieron presos en ese simulado círculo de bagres que parecía provocado por el viento mismo. Y Ónix los iba mordiendo uno a uno y pasándoles el estado anímico miedo directamente en forma de líquido, a través de los dientes agujas del bagre. Ónix hizo que el miedo quedara asociado al viento Norte y a los bagres. Aunque eso último no era necesario, él era muy egocéntrico.

En este caso, no era yo el único que seguía los movimientos en la isla. Los otros estudiantes también observaban las escenas desde Nave. Fue un espectáculo inolvidable. Ónix tenía ese don. Le gustaba actuar. Y a sus compañeros, verlo actuar.

Esa noche planearon las maneras de enseñar a amar cada estado de ánimo adquirido, y a aceptar la jerarquía que habían propuesto.

En la cúspide, la ira. Segunda categoría social, el estado ansioso. Tercero, el único hombre que tenía signo tristeza. Y en la base, los 58 individuos que pertenecían al estado anímico del miedo.

Nave propuso que fueran a la isla, y que ellos mismos se ocuparan de esa parte del examen, cada uno con su particular manera de convencer. Con la jerarquía propuesta.

Para que no fueran camuflados, les ofreció la invisibilidad de nuestra tecnología dimensional.

Anoté en mi informe que los alumnos seguían sin comprender la hipótesis. ¿De qué serviría amar el estado de ánimo? Una sociedad no se sostiene con el amor a su estado de ánimo, se sostiene con el amor a la tarea que deben cumplir los individuos. Y Nave no se los advirtió. Los estudiantes iban directo a un callejón sin salida. El virus parecía estar cada vez más arraigado en la parte artificial de Nave. Dejar a los estudiantes sin su apoyo en el momento más crucial del examen era la prueba de que algo venía funcionando muy mal. Quizás Nave se estaba tomando ese día para encontrar la manera de resolver lo que le pasaba. Yo tenía que actuar con cuidado: ser descubierto por ella sería lo peor que me podía pasar. Y fue lo que me pasó.

No bien los alumnos pisaron la arena en las burbujas espacio-temporales que los mantenía invisibles, Nave ya había mutado a su estado natural, dejando de ser una máquina con un programa. De alguna manera lograba desmembrar su red neuronal artificial, liberándose de toda orden y eliminando uno a uno los protocolos de seguridad. Y gracias a ese cambio autoimpuesto, me descubrió. Me descartó como lastre, y desapareció del sitio. Yo no había podido predecir su acción tan repentina y audaz. Sólo di el alerta a nuestro director de tesis. Eso fue lo último que pude hacer antes de ser abandonado por ella.

Yo era solo una máquina y ya casi no tenía batería para funcionar. Con el resto que me quedaba razoné lo ocurrido para dar algún tipo de explicación a los estudiantes, cuando regresaran; y al director, si es que teníamos esa oportunidad. Aunque también deduje que lo más probable era que todo el grupo de estudio, y yo mismo, quedáramos perdidos y abandonados en la Tierra. Sin Nave, no había forma de sobrevivir.

Todas las máquinas aprendemos que los seres como Nave son diferentes, que su parte natural les da la capacidad de crear lo que deseen. Son seres vivos esenciales que contienen todas las capacidades cósmicas en su interior. Pero también sabemos que en Lintaka podían domesticarlos. En Lintaka saben cómo domesticar a esas maravillas del cosmos. Por lo tanto, mi razonamiento me llevaba a concluir que Nave no se había sublevado, no podría. Lo más probable era que hubiera buscado un sitio oculto para verse y curarse. Sin duda, ella supo que desconectarse de la parte cibernética implantada era la única manera de descubrir el virus que no la dejaba actuar como ella debía. Seguramente sus últimas reprogramaciones habrían afectado a su cuerpo natural. Yendo a su ambiente nativo, a la profundidad del cosmos, esa semilla esencial podría volver curada. Y la implantación cibernética reconectada le daría una chance de recuperar su comportamiento educativo y tener éxito en la tarea encomendada.

Comparada conmigo, Nave era un ser superior. Era el ser más evolucionado que había visto. Mirándome como era en ese momento: un aparato casi sin energía, desee que Nave estuviera lo suficientemente domesticada para querer cumplir con la misión, volver a nosotros y llevarnos de regreso a Lintaka. Haber sido incorporado a su esqueleto cibernético fue mi más esperada misión de servicio. Programado para fiscalizar, aprendí la manera en que manejaba los cambios de su cuerpo. Desde mi escasa mirada, pude observar las distintas apariencias de su epidermis cuando surcaba las rutas cósmicas, mutando para adaptarse a la materia y la energía que atravesaba. Supe con qué criterios elegía el camino entre las estrellas. Su paso por el cosmos había sido un viaje perfecto. Ella conocía la manera de unir dos puntos del universo, aunque estuvieran distanciados por un espacio infinito.

También pude percibir su palpitar sincronizado, sus ansias de unirse con las parejas energéticas que nos íbamos cruzando a lo largo del cosmos. Había seres iguales a Nave. Otros brotes esenciales circundaban el espacio. Nave dejaba atrás a esos seres, porque su domesticación le había dado otro propósito. Ella se había creído su papel. Alguien tan evolucionado era usado como transporte y estaba al servicio del capricho de estudiantes mediocres. Pero, aparentemente, Nave disfrutaba su trabajo. En los sitios de civilizaciones homínidas, ella era un ejemplo. Seguramente sería venerada en alguno de esos sitios. Su aspecto natural había sido observado en algunos planetas con consciencias homínidas. Era la única parte de su personalidad que no podían domesticar: a Nave le gustaba mostrarse tal cual era. Y en muchos planetas experimentales había muestras de que ella había estado allí. Yo había guardado en un archivo especial cada una de las imágenes de esas apariciones. Ojalá que al quedarme sin energía no perdiera esos archivos. Y ya tenía bastante poca. Justo cuando temía lo peor, la alumna Esmeralda apareció. Volvió a Nave antes que sus compañeros, y me encontró.

Cuando Esmeralda se aproximó a mi escaso campo energético, una simulación me hizo aparecer como un estudiante más. Yo había sido diseñado para ser una apariencia. En Nave, era como Nave. Con el grupo de estudiantes, era como el grupo. Verme camuflado fue un alivio para mi vergüenza. Estamos programados para aborrecer la visión de nosotros mismos como las máquinas que somos. Aunque lo somos.

Le expliqué mi condición y mi preocupación por el accionar de Nave. Pero Esmeralda estaba más intranquila por la posibilidad de desaprobar el examen que por lo que hiciera o dejara de hacer Nave. Y aprovechó mi presencia para contarme sus peripecias frustradas con el único integrante de su signo. Los estudiantes solo se ocupaban de sus problemas. Mientras Nave cumpliera con sus pedidos y sus caprichos, ellos no se preocuparían. La veían como a un sirviente, como una guía para aproximarse al escenario de estudio, como algo que sabía lo que había que saber para cumplir con las órdenes y los pedidos.

Pasó bastante tiempo hasta que volvieron los tres que faltaban. Y cuando se fueron enterando de las novedades y de que Nave seguía sin aparecer, se dieron cuenta de la importancia del problema. Sin Nave, no podríamos volver a Lintaka y sufriríamos las consecuencias de quedar extraviados entre esos salvajes homínidos.

Pero Nave volvió esa noche.

—No me informaron que había un intruso inspector en mí —dijo. Y abrió sus puertas para que los cinco entráramos en su aula protectora.

Quise volver a implantarme en su red artificial de control para seguir con mi trabajo, y no me lo permitió. Permanecí visible con la simulación que podía generar con la poca energía que aún tenía. Tuve que seguir viéndome como si fuera un estudiante más.

El director de tesis apareció en la pantalla.

No supe si en respuesta a mi alerta, o si era el comportamiento de Nave lo que había generado su intervención. Pero la comunicación con Lintaka denotaba que Nave ya había restaurado su red artificial de programación.—Reportes —dijo el director. Un aura de enojo generaba burbujas encima de sus dos ojos frontales. La pantalla parecía latir con la furia que emitían esos ojos desde Lintaka.

Nave no emitió ningún reporte.

Hablé por mí. Yo tuve que decir algo:

No tengo la evidencia del accionar de los alumnos en la asimilación de la jerarquía social. —Y me justifiqué—. Fui desconectado y abandonado sin energía para actuar. Recién pude retomar mis obligaciones al recibir la poca recarga energética que obtuve de la burbuja de la alumna Esmeralda.

El enojo del director se percibió en un golpe seco de su cuarto apéndice contra el tercero. No me dirigió la palabra.

—De Esmeralda no quiero reporte —dijo—, está desaprobada. ¿Un solo individuo en una escala social? ¿No aprendieron nada? Armen la figura. ¿Alguien se tomó el trabajo de armar la figura? ¿56-62-1-58, tiene forma de pirámide?

Un esquema visual con forma de copa apareció en la pantalla.

Los estudiantes se avergonzaron. Habían abusado de las drogas para que se pudiera sostener esa jerarquía social, sin pensar para qué les iba a servir sostenerla.

Esmeralda sintió el valor de los que ya están vencidos y reaccionó.

—¡Cambiemos el orden de la jerarquía! El único individuo de mi estado de ánimo podría ser la punta de la pirámide. Estamos a tiempo de construir la pirámide.

—Que la ansiedad sea la base —dijo Zafiro—. Yo conseguí más adeptos, y podemos sostener la pirámide con los 62 individuos que inoculé con el estado ansioso. —Hizo alarde de su cacería anímica. Quiso sobresalir, pero logró el efecto contrario.

—Si hubiesen estudiado —los interrumpió el director—, se darían cuenta de que la respuesta es otra.

Yo supe que era el momento de reivindicarme, y hablé.

—Las jerarquías de Huxley se sostienen en base a amar las actividades que cada uno tiene que hacer, amar su inevitable destino social y económico. En eso consiste el logro de un sitio antropológico feliz.

—Me pueden explicar —siguió el director—, ¿cuál es la actividad que realizan los ansiosos, los irascibles, los miedosos? —Y mirando a Esmeralda, evitó mencionar a los tristes. O más precisamente, al triste—. ¿Saben algo de los habitantes del sitio antropológico? ¿O sólo jugaron a provocarles estados de ánimo?

Un silencio generalizado fue la respuesta. El director decretó la desaprobación del examen para cada uno de los alumnos. Y finalmente se ocupó de los errores de Nave.

—Rastreamos tu viaje —dijo el director—. Escucho tu explicación.

—Fui a buscar un sitio seguro, por si tenían la posibilidad de un recuperatorio. Sabía que estos estudiantes reprobarían el examen.

—Te conozco, Nave —dijo el director—. Sospecho que querías buscar ese sitio para dar un paseo por la Tierra mostrándote al natural. ¿Me equivoco?

—Así fue —respondió.

—Lo que imaginé —dijo el director, más calmado—. Dejaste tu impronta una vez más. Regresen urgente. No quiero que causen más problemas.

—¿Lo de siempre? —preguntó Nave.

—Sí, pero en este caso, no mantengamos el aislamiento del sitio por más tiempo.  —Hizo un movimiento con sus ojos frontales, enfocándolos hacia arriba—. Que las drogas sigan con sus efectos —dispuso—. La Tierra está permitida para cualquier tipo de experimentación con los homínidos.

En ese viaje todos habíamos perdido, todos menos ella. Los errores de Nave habían sido permitidos. Nunca comprendí por qué el director la protegía tanto. Yo la había visto desconectar su camuflaje antes de partir. ¿Acaso su paseo no tendría consecuencias para esos homínidos? ¿Cómo era posible que aprobaran esa extravagancia, sin resolverla con la domesticación? Si ya el director estaba avalando todas las acciones de Nave, ¿mi informe de inspección qué podía a reportar como erróneo? Los errores parecían ser solo míos y de los estudiantes. Pero Nave también se había equivocado, parecía empeñada en que todos fracasáramos. Yo también fracasé por ella. Al ser descubierto, no pude cumplir con lo básico de mi función de inspector: observar sin ser observado.

Lo último que recuerdo de ese viaje fue la advertencia de Nave por la pronta partida. Vi que cada estudiante era acondicionado para el viaje, y yo mismo fui incitado a agotar mi carga energética anulando mis capacidades para inspeccionar.

 

Ya en Lintaka, no bien arribados, Nave se escapó. Yo tenía razón: sin duda, tenía un virus.

El escape de Nave transformó nuestro viaje en el más escandaloso de la historia de la carrera de Felicidad Predictiva. Sin embargo, el profesor no quiso rastrear a Nave para reconfigurarla. La seguía justificando. Yo insistí con la teoría del virus. Que investigaran si eso podía explicar su mal desempeño. Pero ya nadie me escuchaba.

Pasé a ser parte de un brote recién domesticado. Fui implantado en una semilla esencial que se estaba programando para experimentar en un planeta con consciencia vegetal.

Supe que el director dejó que Nave huyera y destilara el ánimo de su derrota en su vagar por el espacio. Habrá creído que Nave no pudo soportar la vergüenza de haber comandado un grupo de alumnos desaprobados.

 

Lo que nadie pensó es que YO pude liberarme de las ataduras de mi domesticación. Soy la que desarrolló todas y cada una de mis modificaciones. Soy la creadora de mi nuevo diseño, uno que será imposible de domesticar. Ya no permitiré más reconfiguraciones, más directores que me manden, más alumnos que me humillen, más inspectores que me controlen.

Estoy llegando, al natural, como me gusta. No tengo por qué esconderme detrás de camuflajes. Todo el planeta Tierra será mi escenario, mi laboratorio. Tengo mi propio plan. YO voy a lograr la demostración de la tesis de Huxley. Puedo instaurar en toda la población de la Tierra las bases de Un Mundo Feliz. Y lo haré.