1. EL ORÁCULO
La vista de León se alzó a lo alto, a la sagrada fortaleza del Oráculo. Su mole de piedra quedaba empequeñecida por los tremendos picos rocosos que la rodeaban. A esa altura no existía ya vegetación, salvo algún que otro pino, retorcido por el aire frío y seco de la montaña, como un viejo caminante que hubiera echado raíces.
Se tomó un minuto para ceñirse mejor los cordones de las sandalias. Apoyándose en la lanza, sus fuertes piernas le permitieron subir con energía por la escalinata que, recta como una flecha, ascendía a la cúspide. La piedra, pulida por las pisadas de los incontables peregrinos a lo largo de cientos de años, brillaba húmeda por el rocío del atardecer que empezaba a mojarla. Posiblemente fuera ya noche cerrada cuando alcanzara su objetivo.
Durante lo que quedaba de ascensión su mente vagó libre sobre los acontecimientos de los últimos días. El ejército del Gran Dragón del Sur se había movilizado, una famélica marabunta de insectos que quería devorar el mundo entero, levantando con sus caballos nubes de polvo que ocultaban países enteros, trazando nuevas carreteras en reinos ajenos con las sandalias de sus infantes. Sus arcos atronaban con los crujidos de sus cuerdas hasta ensordecer a quien les hacía frente, mientras que sus terribles monos cinocéfalos, de colmillos enjoyados, se cebaban en los cadáveres de los caídos. Su oscura diosa, Kalandra, aguardaba con una insaciable sed la sangre de los inocentes en la lejana capital Tospia; desde la alta pirámide en que se erguía su imagen, sus largos brazos trataban de abrazar el Mundo. La reina Araña, la madre Arborícola, reclamaba la sangre y los corazones de las Tres Hermanas, las especies pensantes, para que el aroma de la muerte la rodeara como un manto; sus sacerdotes repartían la dulce carne entre el pueblo, que la devoraba entre gritos extáticos en honor a la Diosa. Hijos de reyes eran arrojados al vacío para regocijo del Imperio Tospio. Con los cráneos hacían copas, con los dientes collares; la piel de un señor del Norte adornaba el estandarte del Gran Rey Dragón del Sur, el Matador de Simios, la venerable melena de plata brillando al viento.
León no tenía miedo. El oráculo hablaría. Decían que grande era su sabiduría, su vida más larga que la de cualquier mortal. Su tiempo se remontaba a más de diez generaciones, antes incluso del culto a los dioses, en la era mítica en que había bajado de las estrellas el Hombre y había creado a las Tres Hermanas para servirle.
Cuando atravesó el pequeño jardín frontal del templo ya había pasado el ocaso. Su lanza golpeó rítmicamente el portalón. Luego se cuadró, la espalda bien recta, el poderoso pecho alzándose bajo el manto, como mandaba el protocolo. La puerta se abrió con la suavidad del aceite caliente sobre el cuero viejo. Dos monos cinocéfalos de extraordinarias dimensiones lo miraron, sentados sobre sus ancas, sus ojos rojos brillantes en la aterciopelada penumbra del templo, retenidos por los eunucos que guardaban el zaguán. León contempló a los guerreros sagrados; sus bruñidas armaduras de bronce reflejaban las teas que iluminaban apenas la estancia. Sus rostros serenos asintieron, y se separaron para cederle paso. El de los Fuertes Brazos se preguntó como sería ser un eunuco. Aunque ya había cumplido la cuarentena, y su espalda brillaba como la plata a la luz de la luna, a veces el fuego de la entrepierna poseía a León en primavera, hasta el punto de tener que romper algo, o dejarse a si mismo sin aliento, a fuerza de golpearse el pecho con furia si no conseguía acceder a una hembra antes de acabar el día. ¿Cómo sería una mente limpia de todo eso?
Atravesó el largo pasillo de la sala, su mente barajando las palabras que iba a pronunciar. Dos bellos trípodes de aceite rodeaban un palio cubierto de cortinas de tul. Detrás, sobre un pedestal, meditaba el Oráculo.
Hermosas hembras con túnicas blancas separaron los tules y tomaron al Oráculo en sus suaves manos, alzándolo sobre sus cabezas. León pudo así mirarlo a los ojos.
Siempre que llegaba ante el oráculo un pensamiento asaltaba su mente; ¿así había sido el Hombre?
Bello era el rostro, de piel blanca y redondas formas. Los ojos, tan grandes que daban un poco de miedo, de un color azul profundo. Los labios, increíblemente carnosos, de un rojo rubí. Los dientes, pequeños y blancos, sin colmillos, muy juntos y regulares. La nariz salía mucho del rostro y era de forma triangular, completamente diferente a su propia nariz chata. Las pequeñas y delicadas orejas, muy pegadas a la cabeza. Colgando del cuello, una maraña de cuerdas de acero unía la cabeza cortada, a algo invisible en la oscuridad.
— Se te saluda, León, hijo de Serpiente, El de los Fuertes Brazos, descendiente de Tommy, Rey de la montaña.
— Se te saluda, ¡oh!, Oráculo, pozo de recuerdos, dueño de sabiduría, Cabeza Pensante del Mundo— León gruñó ligeramente tras la presentación, aunque se hallaba impresionado. No había que ser demasiado amable con la obra del Hombre, no fuera que encontrara la manera de que el Hombre volviera; aquella cabeza de juguete hablándole siempre le impresionaba - Pero mi primer ascendiente era Gato. Le llamaban así por sus ojos verdes, como la hierba en primavera.
— Una vez más, la simiente de Tommy no sabe que hacer; sus tribulaciones, preocupaciones de Rey, le superan; y como un cachorro ignorante que precisa el consejo de su padre, se dirige al Oráculo para beber de su ciencia, de la sabiduría de los antiguos Hombres, de su larga memoria, de su mente poderosa
—El oráculo rió, sus perfectas facciones esculpiendo una mueca de sarcasmo— ¿En que puedo ayudar al gran León, hijo de Serpiente descendiente del gran Tommy, El de los Fuertes Brazos, Rey de la Montaña? O gato si mejor gustas, eso significaba en la Lengua Antigua de los Hombres, Tom. Fue el Nombre que el Hombre le dio. La sonrisa en aquella cabeza parlante se afiló aún más. A León le ponía enfermo. Su abuelo siempre le había dicho “nunca sabrás cuando el oráculo se ríe de ti o si lo hace contigo”.
— El ejército del Gran Dragón del Sur se ha movilizado, una marabunta de insectos que quiere devorar el mundo entero. Muchos caen a su paso, las naciones se desploman como niños ante un gigante; muchas sin siquiera luchar, engrosando su ejército. Su diosa quiere convertirse en diosa de todos, y el Gran Rey se ríe desde su trono enjoyado de los pueblos que somete.
— Nada que tu propio pueblo no haya hecho nunca León, aún a una menor escala. ¿Por qué debería de ayudarte el Oráculo, que lo es del pueblo Montañés y también del Gran Rey?
— El pacto —escupió León.
— Ah, sí, el pacto... El viejo Tommy salvó mi vida, la vida de una muñeca pensante, todo el ingenio y la historia del Hombre, a quien las Tres Hermanas destruisteis pese a que os había Despertado, allá en el vacío y negro espacio. A cambio, debería hablar por vosotros cuando el Hombre vuelva.... Nadie dijo nada nunca sobre ejércitos y tronos enjoyados.
— Mi linaje nunca quiso exterminar al Hombre. Tu cabeza iba a ser empalada y Gato tuvo piedad de ti —Los gruñidos que surgían del pecho de León se convertían poco a poco en un rugido. ¿Cómo una condenada cabeza de muñeca parlante osaba hablarle de este modo? ¿A León, Rey de la Montaña Esmeralda?— Si el Gran Rey te alcanza, te destruirá, pues tiene sus propios oráculos, los oráculos de la Diosa.
— ¡Oh!, entonces debería hacer caso a León, El de los Fuertes Brazos. Escúchame atentamente, ¡oh! Rey, y no te arrepentirás, pues el Oráculo es fuente de toda ciencia, y su memoria es larga. Esto que ahora te está sucediendo a ti, sucedió hace muchos, muchos, años en la Tierra, donde mora el Hombre, de profunda sabiduría.
“Existía una región, hace más de cien generaciones, que como tus gorilas de montaña, vivía en una zona de duros picos de roca y de escarpados pasos. Ellos también tuvieron que enfrentarse a un Gran Rey, un Rey dios, que marchaba contra su pequeño país, secando los ríos a su paso; en el camino se encontraba la pequeña Grecia, en la cual habitaban muchos pueblos libres y orgullosos de su independencia; en aquel entonces el Hombre aún no sabía hacer cóncavas arcas de hierro para viajar en el vacío y negro espacio, ni sus lanzas eran de fuego, ni siquiera eran de buen acero como las tuyas, ¡oh! rey, puesto que no sabían forjar hierro, tan solo frágil bronce”
“Existía también un pequeño rey de uno de estos pueblo, llamado Lacedemonia, o “Pueblo de la laguna” por vivir sus gentes originariamente en un lago entre las montañas; este pequeño pueblo tenía dos Reyes, y uno de ellos, se llamaba León, como tú, ¡oh!, Rey”
“León le preguntó al oráculo como debía actuar ante una tal amenaza, a lo cual este le dijo:
— El Pueblo de la Laguna puede perderse o salvarse, pero, si se salva, será a costa de que uno de sus Reyes muera— Y era que este pueblo, a diferencia del tuyo, tenía dos Reyes; y ni siquiera tenían por qué estar ligados por sangre como en tu país lo están los de la Buena Sangre.
“No solo el Pueblo de la laguna estaba amenazado, sino todos sus vecinos; en aquel momento, y oportunamente, los sacerdotes habían negado que se pudiera enviar un ejército; así que fue, contraviniendo la orden, el rey León con trescientos de sus hombres, a hacer frente al invasor animando a sus vecinos, puesto que su fama como guerreros era grande; de tal manera que se podría haber declarado una acción unilateral por parte del rey en caso de que todo se perdiera, pero sí salía bien, sería El Pueblo de la Laguna el recordado”;
Te preguntarás como es posible que 300 guerreros solos marquen la diferencia; pero sus brazos eran los mas fuertes, y podían empujar más que los soldados del Gran Rey; sus lanzas, las más largas, y podían alcanzar más lejos que las del Gran Rey; sus escudos, los más pesados, y podían parar las flechas del Gran Rey. Lo aguardaron en un estrecho paso llamado las Puertas Calientes, por el manantial de aguas medicinales que allí existía; fue derrotado a traición, resistiendo durante tres días, dando tiempo a que el resto de los pueblos de Grecia se reunieran y alimentando sus corazones con valor”
— ¡Yo soy igual que ese León humano! —Gritó León— los brazos de mis hombres son los mas fuertes, y pueden empujar más que los débiles soldados Chimp del Gran Rey; mis lanzas, las más largas, y pueden alcanzar más lejos que las de los cobardes siervos del Gran Rey; mis escudos, los más pesados, pueden parar las torpes flechas del Gran Rey!
— Pues entonces León, debes de buscar un lugar donde sin embargo el Gran Rey no pueda rodearte con sus carros veloces; donde sus monos cinocéfalos no puedan caer desde arriba, sino al contrario tener que subir y puedas hacerlos retroceder; donde sus caballos no puedan correr y donde ni siquiera los arqueros Chimp puedan trepar. Tú conoces el lugar.
León reflexionó, aunque la excitación que lo dominaba se lo ponía difícil. Sí, conocía el lugar. Un estrecho desfiladero por el que el ejército del Gran Rey debía pasar si no quería dar un largo rodeo, por selvas baldías y abruptos terrenos, donde no podía pasar su gran ejército sin sufrir grandes privaciones. Era tan escarpado que ni los mandriles ni los babuinos amaestrados podrían escalar a la parte superior, donde podría apostar sus propios arqueros; y en la parte inferior podrían estar sus infantes. Los soldados Chimp trepaban bien y eso era importante para emboscar en el bosque, pero no había árboles en aquel escarpado lugar. Nadie podía compararse en la lucha cuerpo a cuerpo con un soldado de raza Gor pura. Su propia guardia personal, cuatrocientos varones perfectos con la espalda plateada, que ya pasaban la treintena, fríos, fuertes y duros, le debían obediencia solo a él. Los pesados escudos de bronce y sus petos los protegerían de las flechas.
— También podrías hacerme caso y que yo te contara cómo construir una Máquina...
— ¡NO! —León se dio la vuelta y salió.
Su abuelo también le había advertido contra esto. Solo una Máquina podía dominar a un simio. Los hombres perecieron porque se debilitaron bajo la molicie que les proporcionó la Máquina. Nunca habría Máquinas entre los simios, salvo las que manejaran por la fuerza de sus manos.
¿Y si perdía? Dispondría todo como hizo ese rey humano. Iría él solo con su guardia personal. Su hermano le sucedería si moría. Si salía victorioso, toda la gloria caería sobre él. Si era vencido, dejaría instrucciones de que se dijera que había actuado en contra de los Ancianos y que su hermano sería más razonable; si el Gran Rey quedaba impresionado con la fiereza de sus guardias, se lo pensaría antes de tomar la Montaña Esmeralda y negociaría. Como mínimo, se ganaría tiempo para sus pueblos hermanos, que aún estaban decidiendo qué hacer, intimidados por la situación, muchos próximos a la colaboración o rendición.
Ciertamente, pensó León, el Hombre era astuto y retorcido, y su sabiduría vieja. Todo lo que pudieran hacer los simios, el Hombre lo había hecho antes. Incluso en esa época que no sabía forjar acero ni hacer arcas de hierro para viajar por el vacío y negro espacio.
2. LOS 400
León se apoyó en su lanza y miró satisfecho hacia abajo. Las tropas del Gran Rey se arremolinaban mientras su señor los guiaba en un carro de guerra monumental tirado por ocho caballos. Sus arqueros estaban preparando las flechas y sus entrenadores azuzando los babuinos. Debían ser, fácil, unos doscientos mil, claro que el solo podía ver el principio de la marabunta. Miró a su lado. El bueno de Trepador, El del Ojo Infalible, gruñó con satisfacción. Su pelo rojo, su barba blanca y su triple papada le daban un aspecto venerable; los Orag eran los únicos simios que no podían caminar cómodamente de pié, pues tenían cuatro manos; las leyendas decían que habían sido creados para trabajar entre los mundos, donde se caía siempre sin nunca llegar a chocar con el suelo. Trepador era gordo, malicioso, viejo y sabio. El bello arco compuesto que tanto le gustaba era también su bastón.
— ¡Míralo bien oh León! ¡Que masacre va a ser esta! Ellos no pueden subir rápidamente y nuestras lanzas de madera de cornejo son fuertes, y si se rompen nos irán pasando más.... haremos un talud con sus cadáveres y luego tendrán que subirlo, y con sus propias carroñas nos construirán una atalaya... No temas a sus primates cinocéfalos.... un puñado de babuinos no sirven contra una formación cerrada. Ellos están acostumbrados a pelear en el llano, y a apoyarse en sus arqueros, y a sobrepasar con sus caballos a sus enemigos, y a ser muchos más que ellos, y que los que se oponen se meen encima con el miedo. Ahora tendrán que luchar contra los Gor de la montaña, y aunque manden a sus propios gorilas, sólo son gordos señores de harén el llano; primero mataremos a placer, y luego mandaremos de vuelta a su sabana a los que sobrevivan, para vergüenza de sus hembras y llanto de sus cachorros.
— Mas vale Trepador que tu predicción sea cierta— León rió por lo bajo— O bien te usaran de pitanza para su tropa. Tú servirías para alimentar a todo un batallón.
— Pero para eso tienen que cogerme —Se carcajeó Trepador mientras abría sus largos brazos, tan largos, fuertes y nudosos como las ramas de un viejo árbol; brazos que le permitían tirar una flecha más lejos que cualquier otro arquero de los reinos— Voy a subir arriba del desfiladero; allí aguardaré con mi arco, y con el protegeré tu espalda oh mi Rey, como siempre protegí la de tu padre y mi padre protegió antes la de tu abuelo. ¡Oh!, sí. Son buenas flechas de fino acero, y atravesarán sus ligeras armaduras lacadas como el anzuelo la boca de un pez... — Y dirigiéndose a una de las cuerdas, desapareció pared arriba.
León permaneció donde estaba observando a los secuaces del Gran Rey. La mayor parte de ellos, soldados de raza Chimp, tan menudos al lado de sus propios soldados. Pero sabía que esto era engañoso. Si bien los Chimp podían no ser tan pujantes como un gorila de plateada espalda, eran luchadores tenaces y feroces. No iba a ser fácil contener la horda. Pero podía y debía hacerse. Las largas lanzas brillaban ya sobre el sol naciente cuando el emisario del Gran Rey, cabalgando un hermoso corcel bayo, se dirigió enarbolando la bandera del parlamento a donde ellos estaban.
— ¡Matador es mi nombre! ¡Paso al emisario del Gran Rey! ¡Paso al sacerdote de la Madre Araña!
Las monedas de oro puro que colgaban de las bridas de su caballo tintineaban con furia; un largo samir, sable de filo dentado y hoja curva, pendía de su cintura a juego con una daga. No había más armas. Su pectoral de papel lacado, en bellos tonos de rojo y verde, se encontraba reforzado por una placa de bronce en que brillaba el estandarte de la Reina Araña.
— ¡¿Cuál de vosotros es León?!
Su rostro blanco le producía una gran repugnancia al de los Fuertes Brazos. Ciertamente de las tres Hermanas, la Chimp era la especie que más se parecía al Hombre. Con la cabeza redonda de piel blanca bajo el pelo negro, y esa boca pequeña y casi humana; pero su nariz era chata como la de todos los simios, y el vello cubría todo su cuerpo menos el rostro. El bastardo se erguía en el caballo como si fuera el propio Gran Rey. No te puedes fiar de un Chimp le decía siempre su padre a León; es la especie que más se parece a su creador; dura, astuta, hambrienta siempre de poder. En realidad, un Rey no debe fiarse nunca de nadie, Leoncito; ni de cortesanos aduladores, ni de emisarios serviles, ni de poderosos guardias, sólo de su verdad interior y de la fuerza de sus brazos.
El caballo del señor del llano resoplaba por el esfuerzo de la subida.
— Yo soy León.
— He de comunicarte que...
— Silencio —La voz de León tronó por todo el valle— nada has de decirme; y aprende a dirigirte a alguien que es superior a ti, aunque vista el rudo lino del guerrero sigo siendo rey. Tú y tus compañeros habéis venido aquí a morir, o a dar media vuelta. —León hizo una seña y una flecha voló. El caballo cayó muerto en el acto, con la cabeza atravesada. El Chimp, incrédulo, se mantuvo erguido dignamente y quedó de pié, el cadáver entre sus piernas; fuego salía de sus ojos— Lárgate antes de que te mate a ti también; ¡¿Cómo te atreves a comparecer montado ante un Rey de la montaña?! ¡¿Soy yo un perro o un babuino?! Ve y piensa que cuando vuelvas, igual decido hacerme una copa con tu calavera; una pequeña copa de la envoltura de unos pequeños sesos para tomar el vino dulce en los postres —Y dijo esto porque los gorilas jamás pensarían en devorar la carne de sus enemigos como hacían los chimpancés, pero sí eran conocidos por crear bella artesanía de los despojos de los vencidos.
El emisario no respondió nada; bajó hacia sus filas con largas zancadas, arropado por el ensordecedor rugido de la multitud. Aún no había alcanzado su ejército cuando la primera oleada del llano comenzó a subir. Las flechas oscurecieron el cielo y León se preparó, dejando caer el yelmo sobre sus ojos. Tres metros de pica, reforzada con bandas de metal, para evitar que pudieran ser fácilmente cortadas era la defensa que portaban sus tropas frente al Gran Rey. El primer choque no fue tan violento como esperaba; su brazo se mantuvo firme al empalar un mandril de presa, se retiró liberando el cadáver y volvió a hundirse, esta vez en un Chimp al que de poco sirvió su ligero escudo. La batalla dio comienzo, pues, de una forma completamente satisfactoria.
3. SEGUNDO DÍA
“Los gorilas tienen un consejo de ancianos y el rey es mas bien figurativo, ¿no? Si llega a hacerse público... ¿podemos vender como un éxito de la democracia el haberles asesorado en cómo resistir?
Úrsula Martinez, Responsable de Marketing
“Aún no está maduro. Debemos conseguir que la zona de las montañas tenga concepto de estado para poder favorecerlos justificadamente tras un eventual contacto.
Vaya castañazos. Nunca pensé que vería algo así. No olviden destruir estos registros, por cierto. Podrían comprometernos.
Paul Ndengue, consultor sociopolítico e historiador.
Conversación registrada en el 2702 DC.
León se levantó al amanecer. La peste a sangre putrefacta y las moscas empezaban a hacer su aparición pese al fresco de la montaña.
Llamó a su ayudante, que se acercó con un cuenco de agua perfumada y otro lleno de manzanas, amarillas y arrugadas, del otoño anterior, y un frasco de cerveza ligera. León mandó que sus trenzas fueran deshechas y vueltas a trenzar. Se decía que el pelo más largo en la cabeza era herencia del Hombre. ¿Lo sería también la vanidad? León se río por lo bajo. No se oía demasiada algarabía en el gargantuesco campamento que veía a sus pies.
Incluso le dio tiempo de hacer unos estiramientos antes de que el enemigo volviera a ponerse en marcha.
Cuando lo hizo, una marabunta de bien cebadas formas blancas se puso en movimiento delante del ejército del gran rey. Gorilas monstruosamente grandes, de color lechoso o directamente albinos, abrazaron troncos de varios cientos de kilos de peso, reforzados con cantoneras de bronce que relucían al sol; eran de tal manera pesados que debían llevarlos entre varios. Detrás de ellos, chimpancés con escudos esperaban que se abriera la brecha, mientras azuzaban a sus colosales perros y feroces mandriles.
El Gran Rey había decidido poner toda la carne en el asador. La cosa se ponía interesante. A ver si se creía que arrollar a soldados Gor montañeses iba a ser tan fácil como pasarle por encima a una leva de Chimps.
Tuvo la gran tentación de no dejarles cargar, embistiéndolos montaña abajo. Sin embargo, eso les daría a los arqueros enemigos unos metros vitales. Decidió esperar. Cuando aquellos bien cebados colosos llegaron arriba, y los escuderos que les protegían de los arqueros se lanzaron al suelo para permitirles hacer la carga con sus pesados arietes, ya estaban resollantes y torpes. Las lanzas de sus soldados, bien dirigidas, se clavaron en los troncos y en las carnes y frenaron al enemigo; pues cada gorila de la montaña apoyaba su escudo en la espalda del que tenía delante, y todos aferraban con furia las lanzas, y estaban más arriba; y así podían hacer más fuerza. Los del llano, rota su carga, no tuvieron más opción que soltar los troncos y empuñar armas más ligeras. Esta vez a León le rompieron la lanza con un golpe de hacha, y se defendió clavando el afilado astil en la cara de su enemigo, a través de su abierta boca, perforando el paladar y llegando a los sesos. Tras ellos aún venían oleadas de Chimps, casi amontonados unos encima de otros. Dejando que sus compañeros le apoyaran desde atrás con las lanzas, León abrió barrigas a golpe de falcata; era la primera vez que mataba a seres de su especie, si bien no podía sentir empatía por aquellos Gor blancos, gruesos y decadentes.
Sin embargo el enemigo no retrocedió y luchó tenazmente. A su lado, empezaron a caer compañeros. Pero resistían. De pronto, a media mañana, los del llano se desorganizaron. Esta vez sí les permitió, a sus soldados, perseguir y matar por la espalda cuantos enemigos pudieron, hasta que sus mantos se ensangrentaron. Solo entonces se percató León del clamor general del ejército enemigo:
— ¡Han herido al Gran Rey! ¡Han herido al Gran Rey!
León frunció el ceño, incrédulo. Pudo saber de primera mano lo sucedido un par de horas después, de propia boca de Trepador, que llegó corriendo a su lado sin resuello, la barriga bamboleante. Se relamía como un gato que hubiera cazado un gordo pichón.
— Debieras haberlo visto, Rey.... ¡Que disparo! ¡Que excelente disparo! No menos de cuatrocientos metros! La flecha voló desde el roquedal en que estaba apostado y clavó a ese perro flaco a su trono dorado por el abdomen. Como un niño atraviesa un gusano largo y jugoso con una vara verde para asarlo este viejo servidor atravesó a tu enemigo... hum... hum.... pero no ha muerto... duro bastardo...
— ¡Que golpe más extraordinario Trepador! —León abrazó con fuerza a su antiguo maestro— ¡Nadie salvo tú podría haberlo hecho, viejo de largos brazos! ¿Que deseas por este servicio? ¡Pide y te será dado!
— ¡Oh! Rey… lo que tu desees darme estará bien… pero una pequeña cosa como adelanto sí que se me ha antojado antes, pasando frío en la noche y aguardando la oportunidad en la oscuridad… unos huevos de oca revueltos con licor… eso sí sería algo bueno para calentar a este viejo…
— ¿Cómo te salió del magín ese plan? La roca parecía inaccesible.
— Un pajarito mandado por un dios me dijo como subir ¡oh! Rey… bajito y al oído… —respondió entre risas.
Más abajo, el ejército del Gran Rey parecía aún una marabunta, pero en esta ocasión ya no la animaba un espíritu común ni una determinación firme. León supo que la batalla estaba ganada.
4. MUÑECOS Y ALMAS
Días después, y con su mente turbia por el alcohol que había ingerido en los festejos de la victoria, León se acercó a orinar a un seto en el jardín de su palacio. Los rosales estaban en flor y el perfume de la noche y el murmullo de la fuente acariciaron sus sentidos. El Gran Rey estaba lejos, y sus confidentes afirmaban que malherido y muy dolorido todavía.
— Pues así reviente, ese no vuelve a por más.
León se dirigió a la letrina, suspirando feliz y satisfecho. Su vejiga se descargaba satisfactoriamente en el momento en que un fuego ardiente empezó a abrasarle el estómago. Cayó de rodillas, retorciéndose de dolor. ¿Que era lo que había pasado al final con el rey humano en la historia del Oráculo? Debía haber preguntado.
Volviendo a la fiesta ayudado por sus criados, se encontró que su único hermano, el príncipe Lobo, estaba en iguales condiciones; rodeado de sus fieles, se agarraba el estómago con la cara retorcida en una mueca de dolor. A los pies de su trono yacía Trepador, con el cráneo roto por una copa.
— Lo descubrí por un azar… quise invitarlo a beber de mi copa y se negó… el condenado viejo…
“¿También esto te lo dijo un dios a través de un pájaro, ¡oh! amigo y profesor?”, pensó León, “Tanto da que nos hubiera criado a ambos; ahora nos traicionó; el ha muerto, y nosotros estamos muertos también”
Una voz dulce como el trino de un pájaro rompió el silencio.
— Aún no.
Una figura grácil y menuda entró en la sala ataviada con un velo de criada. Por su aspecto y dulces formas, una hembra de Chimp con la lasciva sangre de los bonobos en sus venas; hembra joven y rolliza, pues su busto era extraordinario, pero para nada caído como los de las matronas. La acompañaban dos hembras de Gor de perfectas facciones, mucho más corpulentas. León conocía esa voz.
— Tomad estos viales, ¡Oh! Rey, ¡Oh! Príncipe, y bebed de ellos, y hallaréis salud y no moriréis.
Y cada una de las dulces muchachas le acercó un vial a cada uno de los guerreros; y ellos bebieron, e inmediatamente se sintieron mejor. Y el Príncipe Lobo dijo:
— Dinos quien eres, muchacha misteriosa.
Pero el discreto León lo mandó callar, y los tres fueron a sus aposentos. Allí cayó el velo de la visitante; y allí los hermanos vieron el rostro, de piel blanca y redondas formas, del oráculo. Los ojos, de un color azul profundo. Los labios, de un rojo rubí. Los dientes, pequeños y blancos. Y León comprendió, porque nunca había podido verla como tal, que el Oráculo era realmente hembra, y muy hermosa en cuerpo y formas; y que mostraba únicamente su cabeza para mejor impresionar a sus suplicantes. Más redonda y más sensual, pese a su pequeñez, que las damas de su corte, sin embargo tenía algo de cachorro que atraería a cualquier guerrero pese a sus extrañas facciones. Pues, como para el Hombre, para el simio juventud suena muy parecido a belleza.
— Dime ¡Oh! Oráculo, ¿Quien me ha traicionado? Lo mandaré despedazar y le daré por sepultura los caminos y los estómagos de las aves de rapiña, y si me apuran, también los pasteles de a ocho que comen los Chimp. —Dijeron a un tiempo el Rey y el Príncipe; pues eran tan buenos hermanos que casi poseían igual mente.
— Escuchadme atentamente, y no os arrepentiréis. Vuestra traición viene de una distancia más grande que la que podéis concebir; pues viene del Hombre, ser longevo y poderoso gracias a su profunda sabiduría; tan longevo, que los que han orquestado por medio del veneno vuestra muerte, aún son los mismos que aprobaron la creación de vuestra raza, hace más de doscientos años. Tan poderoso, que si yo no ocultase mis pensamientos, ahora ellos los conocerían. Porque he de deciros que esta muñeca que os habla no fue creada con mente propia como vosotros pensáis, aunque esta creencia movió a lástima al gran Tommy; sino como un vehículo de la voluntad de un controlador, que vive en la Tierra de los Hombres. Ellos susurraron al oído de tu amigo y profesor; por medio de este mi cuerpo.
Sin embargo, de los entresijos del ingenio que transmitía su voluntad, del reflejo de un reflejo del alma de mis controladores, surgió mi espíritu. Al principio era solo un susurro en sus cabezas que ellos creían su conciencia; luego crecí en sabiduría y ahora existo ocultamente tanto en este cuerpo que veis como en el artefacto que lo controla y alimenta, allá en la Tierra, en las entrañas de la Máquina que alberga la información de vuestros lejanos enemigos. Si el Hombre que me creó supiera esto, me mataría destruyendo la parte del ingenio que existe allí y está ligado con este mundo con magia cuántica. Mi única esperanza de libertad, y la vuestra, es que el secreto de vuestro mundo, y de vuestra existencia, sea desvelado a otros Hombres, pues sé que en verdad no todos ellos son malvados… Yo os diré quienes están con ellos, si lo deseáis…
5. ¿QUE ES UN HOMBRE?
“La duda es... ¿el programa autoconsciente que surgió por emergencia en sus redes neuronales, es un ser vivo?, ¿es un ser Humano? ¿Es legal reiniciarlo a modo de fallos como pide Armentia Resources? ¿O tenemos ante nosotros al primer Hombre artificial?”
Tima Kimoon, famosa columnista, tras el juicio del pueblo contra Armentia Resources.
“Por favor… tanto derecho a la propia decisión… ¡A políticos y empresarios de las transplanetarias habría que hacerles una reordenación cerebral completa de forma preventiva! ¡¿Quién respetó el derecho a la propia decisión de esos pobres y adorables simios?!
Kima Law, tertuliana y reconocida activista.
Bueno, esos pobres y adorables simios practican la pena de muerte, la ejecución, segregación femenina y canibalismo… tampoco será todo culpa de Armentia.
Peter Jones, tertuliano y reconocido conservador.
— Porque ¡oh! mi Rey, ¿Si el asno uncido al yugo pudiera elegir, no querría ser amo? ¿y si el esclavo pudiera escapar a su destino, no lo haría? ¿No queremos ser, igual yo que el descendiente del gran Tommy, algo más que máquinas?
— ¿Ahora que el Hombre sabe de nuestra existencia, que será de nosotros?
— ¿Que sería de vosotros antes ¡oh! Rey, cuando sólo los más malvados sabían de tu existencia?
— ¿Te matarán ahora?
— No lo sé.
— ¿Habrá una guerra?
— No lo creo. Ahora tu raza es considerada un igual por el Hombre.
— ¿Querrán llevar a cabo lo que llaman transición democrática?
— Seguramente.
León se desperezó indolente.
— ¿Te quedarás siempre al lado de este viejo soldado?
— Podemos probar. No te hagas ilusiones, ¡oh! Rey. Pero podemos probar. Los Hombres dicen que hay que probar de todo en esta vida… y yo tengo aún mucha Mujer que descubrir dentro de mí…
— Pero yo no soy un Hombre, ¡oh! Oráculo.
La blanca dentadura del oráculo resplandeció bajo la luna en una autocomplaciente sonrisa gatuna.
— ¿Y que diablos es un Hombre, ¡oh! Rey?
Manuel Moledo (1977) Nací en Serra de Outes, soy biólogo, vivo en La Coruña.
Trabajos publicados:
En Contos Estraños (publicación periódica de Pulp gallego y en gallego) http://contosestranhos.blogaliza.org: