Alto, en la cumbre
Todo el jardín es luna,
Luna de oro.
Más precioso es el roce
De tu boca en la sombra.
J. L. Borges.
El acorazado japonés permanece anclado frente al Malecón, justo en la boca de la bahía. Entre la Punta y el Morro no hay suficiente profundidad para el calado del Yamato. Los prácticos de la Capitanía del Puerto van y vienen llevando funcionarios de la Aduana y trayendo oficiales japoneses. Las aguas frente al Malecón son azules como tus ojos, Maya. Esos mismos ojos que ahora maquillas de oscuro frente al espejo.
Te preguntas qué hará un buque insignia de la Flota Atlántica Nipona en La Habana. No habías visto uno tan grande desde que el portaviones Taiho desplegó sus 63 aviones a menos de una milla náutica de la ciudad. Eras todavía una muchachita y la crisis de los misiles te parecía un juego de guerra. Solo cuando viste aquel enorme portaviones rodeado de la regia escolta de los destructores clase Akizuki te diste cuenta de que la cosa iba en serio. Los japoneses estaban a punto de caerse a cohetazos con los rusos si la Unión Soviética no retiraba los cohetes nucleares de Mongolia Interior. Corriste a donde estaba tu madre y le dijiste que tenías miedo. Ella, como siempre hasta el día en que murió, hizo todo lo posible por tranquilizarte. Te explicó que los japoneses solo estaban alardeando para impresionar a los rusos de la Oficina de Intereses Soviéticos en el edificio de N y Malecón. Que la verdadera guerra, si es que había una, sería muy lejos.
Que en Asia había espacio suficiente para que rusos y japoneses se mataran a sus anchas. No les hacía falta venir a fajarse aquí. Ambos estaban muy lejos de su tierra.
Y las pocas veces que tu madre aseguraba algo, tenía razón. No hubo ninguna guerra. Pero esta vez no hay crisis, ni la OTPAN1 está de maniobras en el Caribe. Piensas que lo más probable es que se quedaran sin combustible antes de llegar a la base naval del Mariel. A eso vienen siempre los extranjeros, a reabastecerse, y de paso templar putas.
Las putas cubanas, lo mejorcito de América según el criterio japonés.
Y eso te hace entrar en escena. Has sido puta toda la vida, como tu madre y tu abuela. Lo único que te diferencia de ellas es que tu abuela se templaba a los españoles para ayudar al Partido y tu madre a los marines yankis antes de la guerra para cooperar con la Liga Antimperialista de Las Américas. En cambio, tú solo tiemplas marinos japoneses para mantener a tus hijos. Siempre te lamentas de que no haya nada ideológico detrás de tus acciones.
Te pones las medias altas mientras piensas en tus hijos. Tomas una hoja de papel de la mesa y empiezas a doblarla despacio. Estás más calmada cuando terminas el origami en forma de pez y lo pones sobre la mesa. Hasta ti llega la música en inglés procedente del cuarto de Raúl Iván.
Tu hijo mayor salió alto y bello, bastante parecido a su padre, un ruso grande y fuerte. Era guardia de seguridad en la Oficina de Intereses, pero decía que su verdadera profesión era spetznaz. Lo cual viene siendo lo mismo que un giretsu2 de destino especial japonés, pero nacido en la Unión Soviética. Nunca le hiciste mucho caso a sus alardes. Tenía demasiados delirios de grandeza. Lo conociste en 1970, tenías 18 y trabajabas para el consulado. De puta, como es natural. Él era un muerto de hambre que se gastó en ti todo el dinero que tenía, también todo el que pudo pedir prestado, y hasta el que pudo robar antes de que lo mandaran de vuelta a su país. Había perdido por completo los estribos, así que la última noche juntos, se la diste gratis. Era un amante magnífico, lástima que te dejó embarazada y sin una dirección siquiera para escribirle.
Pero Raulito es un pedazo de Ivanov que se quedó contigo para siempre. Si bien es cierto que no es tan fuerte como el padre, salió bueno en artes marciales.
Segundo Dan en Judo y tercero en Kárate. Los senseis lo ven como un excelente peleador, a pesar de tener 16 años y ser cubano. No obstante, heredó también el atolondramiento del padre. Se le ve en los ojos. Esa especie de nostalgia pesimista que solo emana de los rusos cuando mezclan vodka con ron; se ponen a cantar canciones tristes en su idioma y les da por recordar la taigá.
Lo llevaste a hacer las pruebas de actitud para la Policía con Espadas. Aprobó defensa personal y no tuvo tan mala nota en kendo. Pero el asesor militar, un chino extrañamente alto, nacionalizado coreano, notó el aturdimiento de su mirada. Se dio cuenta enseguida de ese toque femenino que tanto te preocupa. Claro, tú te engañas repitiendo que esas cosas suceden porque no se ha criado con un padre en casa. El chino te aconsejó alejarlo del ejército, que ese no sería el lugar apropiado para él. Te recomendó acercarlo más a la poesía. Aseguró que las pruebas indicaban una sensibilidad emocional excesiva para el manejo de la espada. Le regaló un libro en ruso de un tal Puskin y lo mandó a casa.
Desde entonces está encerrado en su cuarto junto al tocadiscos Sony que le regalaste por el cumpleaños y leyendo el libro en ruso. Insiste en escuchar la música alta en lugar de usar los audífonos que vienen con el equipo. Le has dicho cientos de veces que la música en inglés está prohibida porque esos «Beatles» cantaron en el Kremlin, fueron recibidos por el presidente y este les dio la medalla Héroes de la Patria. Por eso, los japoneses los prohíben en su territorio, en las colonias del continente, ultramar y los protectorados. Los aliados estratégicos del imperio japonés, como es el caso de Cuba, también la han censurado. Pero el muchacho no escucha lo que dices. Repite y repite que es la moda.
Lo que se usa. Lo que escuchan los jóvenes en Europa socialista, desde España hasta Polonia. Y los japoneses no pueden hacer nada al respecto. Mientras más los censuren, más los escucharán. Tú te encoges de hombros y lo dejas. Sabes de sobra que a la gente le gusta lo prohibido.
Pero a ti no te interesa la música de Inglaterra porque te hace recordar que los británicos perdieron todo con la guerra. Rusia no los ocupó, aunque tampoco dejaron a los japoneses desembarcar en Londres.
Ya la guerra había terminado, el bloqueo naval se encargó de empobrecerlos tanto como a África y al Medio Oriente. Los marineros ingleses no tienen ni tres yenes para pagar una mamada. Y los yenes son los que mantienen a la familia unida. Así que al carajo con la música de esos perdedores.
La única que te importa es la japonesa. La que ponen en los clubs y bares-karaoke. Y también la salsa, pero en japonés. A los que pagan les encantan las mujeres que se desnudan bailando salsa nipona. Un buen culo y un buen meneo, eso es lo que quieren.
Y ese barco anclado frente a la bahía está lleno de marinos, infantes de marina, soldados imperiales y oficiales con férrea disciplina y meses de salario acumulado.
Locos por bajar a tierra a emborracharse con sake en la Bodeguita del Medio. Ves potencial en ese acorazado con la bandera del sol rojo y rayos extendidos.
Ellos darán muchos yenes esta noche, por cualquier puta. Incluso por una vieja como tú.
Tomas otro papel y comienzas a hacer un origami más complejo.
En los barrios bajos dicen que eres una temba que está buena. Pero para ti no es un secreto que, como puta, estás gastada. Los yakuzas solo quieren niñitas de 15 a 19 en los hoteles y casinos del complejo Malecón.
Y si andan con el uniforme escolar, pues mejor.
A los japoneses les gusta la carne fresca. Al punto que hasta el pescado se lo comen crudo.
Terminas de hacer el búho de papel y lo colocas sobre la mesa, junto al pez.
La mayoría piensa que debes retirarte y soltar a Chachita para la calle a que aprenda el oficio de la familia.
Al menos eso te dijo el señor Marumaya cuando te botó del Imperial Nihongo, el prostíbulo más grande de La Habana. «Mándame a tu hija y retírate, o te veo de puta en los muelles».
Pero Chachita está estudiando para geisha. Y la verdad es que se destaca por sus aptitudes. Será la mejor geisha del país, así tengas que templarte a toda la marina imperial en los muelles de Puerto Habana. Su instructora, que es japonesa de verdad, y no china de Manchuria, también le augura un gran futuro en el gremio. Ya las geishas niponas cayeron en desgracia desde que los japoneses descubrieron a las mulatas.
Suerte que tienen algunas. Pero entre todas las geishas, las jabás son las más cotizadas. Se dice que cuando aparece una, sobre todo si es jovencita, los japoneses se fajan por ella y gana el que más dinero pague por su virginidad. Después se la llevan para Japón donde la tratan como a una reina. Se dice, incluso, que una geisha jabá es la concubina favorita del emperador Akihito.
Por eso, ya que Dios te la mandó jabá típica, debes mantenerla virgen y atender tú el negocio de la familia.
Chachita, entre tanto, debe cuidarse ese físico maravilloso y privilegiado que tiene. Hacer ejercicios, no coger demasiado sol, estudiar canto, baile y política exterior. Es importante que aprenda a diferenciar la música japonesa de las islas, Corea y Manchuria.
Debe estar preparada lo mismo para cantar en japonés que para expresar su opinión sobre por qué el CAME no acepta a Turquía si esta pertenece al tratado de Varsovia.
Esa es la razón por la que tanto te esfuerzas sin quejarte. Por la que no te importa haber empezado en el consulado ruso para terminar en los muelles con marines borrachos que no alcanzaron putas jovencitas y tienen que conformarse con una temba a mitad de precio. A fin de cuentas, los marines japoneses, incluso borrachos, son bastante amables. Y por suerte el dinero que ganas es íntegro para ti. No como antes, cuando tenías catorce, empezabas en el negocio y habías heredado el chulo de tu madre.
José, solo de recordarlo te dan ganas de vomitar.
Un tipo flaco y escurridizo con cara de ratón. Inservible en la cama, inservible en la calle. Apestoso siempre a ron y a perfume inglés barato. En cuanto tuviste oportunidad te independizaste y saliste a trabajar por tu cuenta. Sola y sin un chulo que te protegiera. Claro que deshacerte de él no resultó fácil. Apeló a cuanto recurso tenía a mano: súplicas, amenazas y hasta brujería.
Pero tú estabas preparada también para rechazar una tras otra sus artimañas. Sabías que las cosas serían así y que a él no le quedaba más remedio que caerte detrás.
Eras la única mujer que valía la pena de las que le quedaban.
Por eso no te sorprendió verlo llegar aquella noche a tu apartamento llevando un revolver Colt 45 y a dos negrones armados de machetes. Con una parsimonia que habías ensayado muchas veces ante el espejo, abriste la puerta y lo dejaste pasar. Te sentías segura.
En la sala de tu casa estaban dos tenientes de navío de la marina imperial y el capitán del submarino clase Sen-Toku, anclado desde hacía un mes en la bahía por maniobras de la OTPAN.
Y, por suerte para ti, los oficiales del ejército imperial siempre llevan katanas. Las de verdad, no las burdas imitaciones que compra la gente para colgar en la pared y congraciarse con ellas. Y las katanas de verdad son afiladas y tienen la firma de su fabricante. Un japonés legendario en la mayoría de los casos. No son sables comunes, son engendros diseñados para rebanar cabezas de un tajo. Los japoneses les han estado dando este uso a sus armas desde los tiempos de los Yamato hasta que ocuparon Estados Unidos.
Y por suerte para ti, los japoneses se toman muy en serio el asunto del honor. En especial lo relacionado con las damas, no importa si esa dama es una puta.
José no tuvo tiempo ni de disparar porque el capitán le rebanó la mano derecha a la altura de la muñeca.
Los negrones alzaron los machetes y comenzaron una danza parecida al Capoeira. Pero la inflexible postura de los dos tenientes de navío, unida a la repentina huida de José, logró que bajaran las armas, hicieran una reverencia ridícula y se fueran.
Después de eso, te tuviste que templar a los tres oficiales, a la vez y gratis. Los japoneses son honorables, pero no bobos. Aunque, a decir verdad, lo hiciste gustosa. Estabas contenta porque José no volvería.
Además, peor hubiera sido si en vez de japoneses, te hubieran tocado tres rusos. Los rusos siempre fueron peores en todo.
Los japoneses nunca se metieron con las putas en la ocupación, mientras Cuba fue territorio de ultramar prohibieron el proxenetismo y los agentes del JBI*** siempre estaban cayéndole arriba a los policías filipinos que se metían con ustedes.
Terminas de abrocharte la saya de colegiala. Tu última adquisición para lucir más joven. Luego te recoges el pelo en dos coletas y cubres las arrugas en torno a los ojos con un poco de crema.
Te sientas a la mesa y haces dos nuevos origamis: un unicornio y un murciélago. Cortar pedazos de papel siempre te sosiega antes de salir a trabajar. Los demás celebran esa habilidad que has desarrollado casi sin darte cuenta. Hacer origamis te sienta bien. Es el as que guardas bajo tu manga para cuando ya no puedas hacer la calle. Para ese entonces esperas ser lo suficientemente diestra y montar una exposición con las figuras más complejas. Las que las mismas geishas auténticas son incapaces de hacer. Quién sabe si hasta puedes viajar a Japón.
Boberías.
Sonríes frente al espejo y delineas tus labios de rosa pálido. Las jovencitas nunca se pintan de oscuro, así que tú tampoco lo harás, aunque esos colores siempre te sentaron mejor. Todo sea por tus hijos.
Ya debes salir, está oscureciendo y pronto las calles se llenarán de putas. Otras muchas que, como tú, intentarán aprovecharse de la presencia del acorazado. A saber cuándo levará anclas y se acabará la fiesta de los yenes.
Los marines japoneses te hacen recordar a Pedro Carlos, el mulato papá de Chachita. Estabas ahí, en el Parque Central, cuando aquel japonés se subió como un ninja en la estatua del héroe. Y de la nada apareció él, a treparse y bajarlo con una sola mano. Los oficiales le fueron arriba con las katanas en alto.
Por suerte, Pedro Carlos sabía Kárate Kempo y esgrima tailandesa.
No por gusto sus padres eran diplomáticos en la China Japonesa y él se había criado en el sudeste asiático.
Sacó dos palos de madera y revolcó a quienes lo atacaron, llevaran katanas o no. Tanta destreza consiguió enamorarte muchos años después, cuando él era casi un viejo y tú ya no trabajabas para la Oficina Rusa.
Como una estúpida, además. Aquel mulato que ya rayaba en los sesenta te prohibió trabajar, gozó de tu cuerpo mientras quiso y luego te abandonó cuando tenías dos meses de embarazo, por una vieja octogenaria japonesa radicada en las afueras.
Pedro Carlos, en sus buenos tiempos, había sido una mezcla de Mahatma Gandhi y Miyamoto Musashi.
Primero, luchaba por la autonomía cuando cesó la ocupación y Cuba pasó a ser territorio de ultramar. Luego de lograr la autonomía, comenzó a luchar por la independencia.
Participó en la rebelión de los militares en Ciudad Libertad. Los japoneses intervinieron y hasta trajeron bombarderos estratégicos Yokosuka desde la base naval de Guantánamo. Estuvo preso 16 meses en la base del Mariel. Al regresar, todo lo de Mahatma había muerto en él. Solo quedaba el Musashi.
Al declararse la República, se fue para Alaska a unirse a una guerrilla americana y volver a luchar contra los japoneses.
Ya estás lista para salir y te miras por última vez.
A pesar de tus años, no luces nada mal: tacones de aguja, medias altas, saya corta y blusa con ideogramas.
Llevas el pelo pintado de azul, como hacen las muchachitas ahora, y porque pega con tus ojos.
No usas ajustador porque no hace falta. Tus tetas aún se sostienen solas.
Sobre la mesa quedan un montón de origamis.
Desde el cuarto de Raúl Iván se oye el Yesterday de Paul McCartney. Piensas instintivamente en Ivanov y te preguntas si estará viejo y feo, adiestrando cadetes en Siberia. O quizá, saltando en un paracaídas, desde un Zukov clase ventisca, sobre la frontera de la China Rusa y Mongolia Exterior. O disparando un AK-97 entre las piernas de un Caminante Moscovita, de cinco metros de alto, en los desiertos de Afganistán.
En su cuarto, Chachita recita en voz alta un haiku de Matsuo Báshó. Afuera suena la sirena de un camión de la Policía con Espadas. Piensas ahora en Pedro
Carlos metido en un bosque de Alaska, con camuflaje polar, disparando un lanzamisiles contra las torres de petróleo niponas. No sabes si está con los comandos de Green Peace o con la guerrilla de Alaska Rusa. Eso no importa. Para él lo importante es matar japoneses hasta el último aliento. Y no debe quedarle mucho.
Pero a ti sí. Te queda mucho por delante. Mucha guerra todavía que dar. La tuya personal. La que habrás de pelear mientras puedas seguir andando sobre tus altos tacones de aguja. Y si no, siempre te queda el origami.
Estás lista para salir y aprovecharte de que, esta noche, la Yakuza inaugura un nuevo club en el Vedado.
Esta noche habrá más marinos imperiales en las calles de La Habana. Todos los que caben en el Yamato.
Y mañana…
Mañana hay que pagarle a la instructora japonesa de Chachita y a los dos senseis de Raúl Iván, que también son japoneses.
1 OPTAN: Organización del Tratado del Pacífico y Atlántico Norte.
2 Fuerza de Destino Especial del Japón Imperial.
3 JBI: Japanese Boureau of Investigation. Buró de Investigaciones
Japonesas. Organización de contrainteligencia originalmente concebida para mantener el orden y la disciplina social en los Estados Unidos Ocupados. Finalmente se extendió a todos los territorios de ultramar, pero conservó sus siglas en inglés.
Erick Mota es licenciado en Física por la Universidad de La Habana y cuenta en su haber con un curso de técnicas narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Con motivo de la publicación de su primer libro Bajo Presión (Editorial Gente Nueva, 2007), gana el certamen literario La Edad de Oro de Ciencia Ficción para jóvenes. Muchas de sus historias aparecerán recogidas en diversas antologías y publicaciones. En 2010 publica en Casa Editora Abril un recopilatorio de cuentos, Algunos recuerdos que valen la pena. La Habana Underguater -como colección de relatos- sale a la luz ese mismo año en la editorial Atom Press, para posteriormente publicarse como novela con el mismo título. Erick ha sido reconocido con el premio TauZero de Novela Corta de Fantasía y Ciencia Ficción ( Chile, 2008) y Calendario de Ciencia Ficción (Cuba, 2009). Su relato "Memorias de un país zombi" ha aparecido en España en Terra Nova: la Antología de Ciencia Ficción Contemporánea de la editorial Sportula.
* La nota biográfica está tomada "prestada" de la entrevista que Cristina Jurado le hizo a Erick J. Mota en su blog masficcionqueciencia http://masficcionqueciencia.com/2013/06/13/erick-mota-ucronia-con-sabor-cubano/
Nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos a Cristina por facilitarnos el contacto con Erick.