La tormenta solar se aproxima a la luna en cuarto creciente. La sonrisa se dibuja con el paso de los días, poco a poco. Inesperadamente, se desvanece y mengua con gran rapidez. Las fuerzas de la oscuridad se rebelan contra el orden natural del firmamento, cuchichean entre sí para invertir el orden o encontrar el correcto que buscaron durante eones.
La luna recobra su esplendor, una luna llena teñida de rojo. Luce una sonrisa radiante y aviesa. El planeta vecino ya no es azul, incapaz de reflejar nada. Solo tinieblas en su atmósfera irrespirable.
La luna claudica, se viene abajo, por unas horas interminables. Derrama lágrimas sobre el polvo cósmico, entre restos de estrellas extintas, deshechas por la falta de gravedad. No puede soportar por más tiempo la terrible presión durante su libración. Saturno renquea con su bastón, se envuelve en su túnica que arrastra con cada paso. Toma fuerzas, lanza el fanal y lo arroja sobre el movimiento de traslación lunar.
La luz se desparrama y la oscuridad es golpeada intensamente. Una gran sonrisa luce en la luna llena, durante días. Mercurio huye, teme lo peor. Venus escribe poemas sin rima, lo más parecido a lamentos desesperados. El resto de planetas, ajenos a las extrañas leyes, naufragan a la deriva por otras órbitas afines.
La oscuridad se organiza, posee el don de la paciencia, pero no retrocede, se agazapa, espera. La luna claudica, no puede soportar por más tiempo la presión, se viene abajo. La negra marea arrastra las estrellas más próximas. Arrasa sin oposición, forma un torbellino por la fuerza centrífuga y se precipitan por el sumidero creado por el vacío de la luna. No hay sonido de fondo en el agujero negro.