La historia humana se remonta a miles de años, pero el año solar terrestre tiene sólo 365 días. Así que resulta inevitable que con el tiempo cada uno acabara acumulando cierta cantidad de efemérides más o menos relevantes.
El 19 de julio no fue la excepción de la regla.
El 19 de julio del 64 comenzó el gran incendio de Roma, bajo el emperador Nerón. En el del 1525 el reformador religioso Martín Lutero fue excomulgado por el papa León X. En el del 1692 fueron ejecutadas las 5 supuestas brujas de Salem, Massachussetts. En el de 1799 se descubrió en Egipto la Piedra de Rosetta, inscripción bilingüe que permitió descifrar los hasta entonces incomprensibles jeroglíficos faraónicos. En el de 1870 se inició la Guerra Franco-Prusiana, con el ascenso de la estrella de Bismarck y la caída de la de Napoleón III. En el de 1979 triunfó en Nicaragua la Revolución Sandinista, derrocando al dictador Anastasio Somoza. En el de 2007, la sonda Cassini-Huygens de la NASA descubrió una nueva luna de Saturno: el satélite número 60 del gran planeta con anillos. En el de 2035 fue arponeado cerca de Okinawa el último atún de aleta amarilla, Thunnus albacares, tras años de ser una especie en peligro por la sobrepesca. En el de 2056 Amadoy M´gambu, de Senegal, fue diagnosticado el paciente cero de neoSIDA, la flamante epidemia que en la siguiente década costó la vida a más de 50 millones de personas en todo el mundo, y más de la mitad de ellas en África.
Y, no obstante todo lo anterior, el 19 de julio de 2071 la población humana de la Tierra alcanzó los 7 000 millones de personas.
Menos de 24 horas después, en plena Sesión Ordinaria de la Asamblea General de Naciones Unidas en su sede neoyorquina, apareció el primer ente de los que luego serían popularmente conocidos como gayantes.
Las versiones sobre el acontecimiento varían un poco entre los diversos testigos, por supuesto, pero a grandes rasgos coinciden en lo esencial: a las 11: 23 am, hora de New York, y para sorpresa unánime de los delegados de los 198 países asistentes (y también de los traductores, secretarios, camareras, mensajeros, guardias de seguridad y resto del personal auxiliar) de las distintas macetas y parterres que rodeaban la gran mesa anular de la ONU comenzaron a brotar auténticos ríos de lombrices, insectos terrestres y zarcillos de rápido crecimiento, y a penetrar miles de pájaros y más insectos, estos voladores, por los amplios ventanales, ese día y por excepción abiertos de par en par, debido a la canícula del breve verano en la Gran Manzana.
Antes de que los asistentes pudieran reaccionar, y en cuestión de segundos, ya los animales y vegetales habían confluido uniéndose en una especie de vórtice común, en constante movimiento. Un vórtice que al instante siguiente adoptó la vaga forma de un rostro humano de varios metros de altura y que flotaba en el aire, mirando a los presentes con expresión adusta. Sin siquiera inmutarse por los chorros de espuma con los que un par de delegados literalmente de armas tomar (los de Israel y de Servia) trataron de desorganizarlo. Ni tampoco por los 4 ó 5 disparos de armas de fuego cortas con los que), tras su estupor inicial, varios miembros del personal de Seguridad (más los delegados de Rusia y Colombia intentaron lo mismo.
Según algunos, la cara era masculina, de edad madura y barbada. Para otros, femenina y anciana. Cuestión de iluminación y de ángulos; lo cierto es que el rostro cambiaba a cada momento, según quedó registrado en las memorias de las infoterminales portátiles de unas cuantas decenas de delegados y las holocámaras de seguridad del inmueble.
De lo que sí no cabe duda es de lo que dijo la entidad en cuestión, lentamente, con una voz profunda, neutra y a la vez triste, porque todas las grabaciones de audio coinciden en que, en un español perfecto y sin acento identificable, si bien con matices algo arcaicos, expresó:
—Humanos, esta no es una advertencia ni una amenaza, sino la notificación de una sentencia irrevocable. Sabéis bien por qué. Ya sois demasiados. Consumís demasiados recursos, demasiado alimento, demasiada agua. Contamináis demasiado con vuestros desechos y vuestras guerras. Os importamos demasiado poco. Vuestro egoísmo es ya demasiado. No parecéis capaces de vivir en paz, de entender y aceptar que no sois los únicos con derecho en nosotros. Que no somos vuestra posesión para que hagáis con nosotros lo que queráis, como habéis pensado hasta hoy. Nos hemos cansado de esperar por vuestra conciencia. Nos hemos cansado de advertiros. Habéis rebasado el último límite, y por eso desde ese momento dejáis de ser bienvenidos en nosotros. Quedáis expulsados. Desheredados. Desahuciados. Dejáis de ser nuestros huéspedes. Dejáis de ser nuestros hijos. Ya no seremos vuestra casa, vuestra madre, vuestro mundo. Así que debéis marcharos, y ya. Idos ahora, antes de que no quede más vida en nosotros que la vuestra, u os haremos perecer a todos antes de que nos causéis más daño. Podemos hacerlo. Pero como tampoco queremos necesariamente vuestra muerte, tenéis un año a partir de hoy, ni un día más, para construir una flota de naves cósmicas que os permita abandonarnos… y no volver jamás. Podéis llevaros todo lo que queráis, como hijos nuestros que sois, aunque malvados, como nacidos en nosotros que sois… aunque carentes de amor a quienes os hemos dado el ser. Pero os advertimos: además de desahuciados, sois proscritos: ningún otro mundo como nosotros del ancho Cosmos os recibirá jamás, porque habéis demostrado más que sobradamente que no sois de fiar. Os conocemos; sabemos que dudaréis de nuestro aviso, que os negaréis a creerlo, y por eso os daremos una confirmación de cuán terrible puede ser para vosotros nuestra ira: mañana barreremos nuestra costa, lo que vosotros conocéis como el litoral Pacífico sudamericano, con una enorme ola, de las que llamáis tsunamis, pero mayor que todas las que hayáis conocido hasta hoy. Pasado mañana hará erupción nuestro volcán que vosotros llamáis Vesubio. Al día siguiente una lluvia de meteoritos golpeará la zona que conocéis como Norteamérica, desde una costa hasta la otra. Y si todavía entones no hemos detectado indicios de que os preparáis seriamente para la evacuación, nuestra furia os seguirá golpeando, una y otra vez, hasta que perezca el último de vosotros, o acabéis por comprender que ya no sois más bienvenidos en nosotros, Gaya…
Acto seguido, la misma voz comenzó a decir: — Liudi, my vas nie preduprezhdaiem ni nie ugrozhaiem, my vas uviedomliaeiem: eto ispolnienie biespovorótnogo prigovora. Vy joroshó znáiete pochemú. Vas uzhé slishkom mnoga...
Era el mismo mensaje anterior, palabra por palabra, sólo que en ruso, pero igual de correcto y levemente anticuado. Un mensaje que fue a su vez repetido en chino mandarín, inglés y árabe… y probablemente lo habría sido también en francés, si al fin los efectos combinados del río de combustible ardiendo que arrojaba un lanzallamas Hothell y del chorro de balas (6000 por minuto) de un minigun Vulkan de 6 cañones, apresuradamente traídos desde el cuartel más cercano de la Guardia Nacional norteamericana, no hubiesen acabado por dispersar a las aves, insectos y otros organismos que integraban la imposible faz gestáltica, dañando de paso de forma irrevocable el enchape de maderas preciosas de las paredes y las finas alfombras del salón de sesiones del sumo organismo internacional.
Al principio, como era de esperarse, se trató de mantener en secreto el extraño incidente. Pero había demasiados periodistas en el lugar de los hechos, demasiadas infoterminales con conexión a la red en tiempo real… y ese día entre las distintas holograbaciones del acontecimiento acumularon más de 15 millones de visitas.
Cabe destacar que un ultrachovinista blog francés rápidamente creado, que denunciaba el torpe complot internacional para ofender a la República, impidiendo que sus ciudadanos pudieran escuchar el mensaje en su propia lengua, recibió también unos 12 millones de visitas. Más del 95% francófonas, claro.
El estado de opinión creado obligó al Secretario General de la ONU, el dominicano Javier González Pérez, a una urgente aparición pública por TV. Primero presentó una cuidadosa edición de los registros (hábilmente manipulada para tratar de restarles veracidad y dar la clara impresión de un mediocre truco digital), para acto seguido pronunciar un discurso que ofrecía la versión oficial sobre los hechos: una burda mistificación, enésimo ejemplo de descarnado ecoterrorismo, aunque por suerte esta vez el asunto se había saldado sin víctimas.
Era preciso denunciar unánimemente a esos inescrupulosos manipuladores que, amparados en su acceso privilegiado a las más modernas tecnologías, pretendían asustar a la población mundial y sembrar la disensión y el desánimo, justo en estos momentos en que la Tierra toda se enfrentaba a las duras realidades del hambre, las plagas y el calentamiento global. Intento que, obviamente, se revelaría absurdo cuando ninguna de las imposibles amenazas se concretara… etc., etc.
Por si acaso, Perú, Ecuador y Chile emprendieron una evacuación ordenada de las poblaciones de sus respectivos litorales del Pacífico. Lo que, unido a la espontánea desbandada general que se produjo en la mayoría de las ciudades costeras de estos 3 países, pronto colapsó sus carreteras, aeropuertos y vías férreas, causando decenas de miles de muertos esa misma noche.
Aunque dicha cifra de bajas resultó apenas ridícula, por comparación, cuando a las 10: 46 am del 20 de julio el tsunami más potente del que se tuviera hasta entonces noticia golpeó la ribera del Pacífico sudamericano.
La gigantesca ola, que según registros de los satélites meteorológicos alcanzó más de 150 metros de altura al tocar tierra, se originó de modo inexplicable en medio del océano, lejos de toda falla geológica, y luego tardó menos de 10 minutos en llegar a la costa occidental de Suramérica.
Los muertos se contaron por decenas de millones, sobre todo en el litoral Pacífico colombiano, país que no tomara ninguna medida preventiva contra el desastre. Los daños materiales ascendieron por billones de dólares. El agua salada llegó kilómetros tierra adentro, antes de ser detenida por la barrera natural de los Andes; por primera vez en casi dos siglos, el territorio de Bolivia estuvo en contacto con el mar. La furia del océano llegó hasta la Amazonia brasileña y paraguaya.
Y acto seguido se desató el pánico a nivel mundial. Tomándose ahora mucho más en serio el previo aviso del ente que ya los medios de comunicación habían bautizado a toda prisa como gayante, los habitantes de Nápoles, Gaeta y ciudades adyacentes fueron casi todos evacuados en las siguientes 24 horas. De nuevo hubo varios miles de muertos en la estampida que sobrevino, pero la pertenencia de toda la población desplazada a una sola nacionalidad, así como la ayuda prestada por contingentes armados de Rusia y la OTAN, evitaron que se reprodujera el dantesco caos de la víspera en las vías de comunicación sudamericanas.
Al amanecer del 21 de julio, un misil crucero Razzo Rosso-23V de la Fuerza Aérea Italiana se precipitó contra el lado suroeste del cráter del Vesubio, el más próximo a la bahía de Nápoles. El sitio hacia el los expertos vulcanólogos italianos del Osservatorio Vesuvio (con gran renuencia, porque según sus delicados instrumentos no había el menor indicio de una próxima erupción) habían calculado que sería menos dañino desviar el posible flujo piroclástico o nube ardiente y los ríos de lavas ligeras y ácidas, típicos ambos de los volcanes plinianos de su tipo.
Italia nunca tuvo armas atómicas… pero, como cabeza de combate, el cohete llevaba una minibomba nuclear táctica cortésmente suministrada por la Armeé de l´air francesa. Según algunos analistas, los galos todavía estaban algo mosqueados por la sospecha de que, como de costumbre, esta vez también los quisieran dejar fuera del asunto, y de ahí su inesperada “generosidad”.
La explosión de 25 kilotones, aunque fueran apenas la mitad de los de la bomba Fat Man arrojada en 1945 sobre Nagasaki, generó no obstante terribles protestas en los grupos pacifistas, ecológicos y antinucleares europeos… que quedaron automáticamente acalladas cuando, apenas dos horas más tarde, el Vesubio hizo en efecto erupción.
Y no en la forma pliniana típica, sino en la krakatoana, explosiva y mucho peor.
El estruendo del estallido del volcán italiano se escuchó incluso en Madrid y Moscú. Fragmentos de lava despedidos por la tremebunda explosión cayeron en Roma y hasta en la costa tunecina. Según los satélites meteorológicos, entraron en órbita varias decenas de toneladas de material volcánico, con fragmentos de hasta un metro de diámetro, lo que convirtió en notablemente riesgosa la navegación espacial durante los meses siguientes.
Según reconstrucciones posteriores, el improbable flujo de lava ultradensa y casi fría debió obstruir primero la chimenea del volcán, a varias decenas de metros de profundidad. La modificación del cráter esa mañana mediante la carga nuclear táctica fue, por tanto, completamente inútil; al final, la presión acumulada de los gases hizo saltar por los aires a toda la montaña. Fue como disparar una escopeta con el cañón obstruido… un cañón de casi 50 metros de diámetro.
Por suerte, al no generarse nube piroclástica, las víctimas se redujeron a unos pocos miles de infelices, aleatoriamente alcanzados por los fragmentos de cráter y bombas volcánicas a su reentrada en las capas bajas de la atmósfera. Aunque al menos 10 000 personas en toda Europa también perdieron la audición al reventarles los tímpanos por el imponente estruendo.
Ese mismo día nació en Los Angeles la Iglesia Penitente de Gaya Implacable. Mezcla de cultos milenaristas con algo de la antiguo liturgia babilónica, rendía culto a la Tierra como entidad suprema y proponía como camino de salvación el plegarse a sus deseos.
Pocas horas después, al amanecer del día 22 de julio, y sin que el Congreso de la nación o la Presidenta Manuela Clinton-Lewinsky emitieran ninguna declaración oficial o se decretase evacuación alguna, el NORAD norteamericano pasaba a DEFCON 1, y desde sus instalaciones subterráneas en Cheyenne Mountain coordinaba la mayor operación aeroespacial de su historia: Human Shield.
Cientos de ICBM de última generación fueron lanzados, cada uno con decenas de ojivas nucleares. Los satélites con láseres de rayos X, camuflados como inofensivos orbitadores, se desprendieron de sus disfraces civiles. Todo estaba alerta y en tensión, a la espera de la anunciada lluvia de meteoritos, aunque los astrónomos insistieran en que no era probable el acercamiento a la órbita terrestre de las Leónidas, las Perseidas, las Dracónidas o ninguna otra nube cometaria o enjambre asteroidal hasta entonces registrado en el sistema solar.
A las 8:45 pm se registró una erupción simultánea de todos los volcanes de la cara visible de la Luna. Los antimisiles y láseres actuaron, pero apenas si hubo tiempo de apuntarlos: simplemente, el satélite natural de la Tierra estaba demasiado cerca. Poco más de un segundo después, el material expulsado por el inesperado fenómeno selenita comenzó a caer sobre territorio norteamericano.
Se calcula que cerca de un millón de toneladas de meteoritos impactaron entre las costas Atlántica y la Pacífica de Norteamérica durante la siguiente hora.
Los daños materiales fueron incalculables. Colapsaron las comunicaciones, el suministro de energía eléctrica y agua, Internet, las estructuras locales de gobierno. Hubo cientos de miles de víctimas… aunque más de las dos terceras partes se registraron en Canadá; los estadounidenses, fieles a su tradición de individualismo y desconfianza del gobierno, se habían lanzado a una frenética actividad de construcción de refugios subterráneos desde que 3 días antes se divulgara la Profecía del Gayante, como comenzó a llamarle la prensa sensacionalista. Y aunque la gran mayoría de los improvisados búnkers no resultaban muy eficaces contra el impacto directo de un fragmento de regolito lunar de 50 kilos de peso que entraba en la atmósfera a decenas de kilómetros por segundo, sí fueron suficiente protección contra los fragmentos menores, mucho más numerosos.
En realidad, la mayor parte de las bajas estadounidenses se registraron durante el saqueo generalizado y los aislados intentos de evitarlo que siguieron a la lluvia meteorítica.
Al día siguiente Jorge González Pérez ofreció su dimisión como Secretario General de la ONU. Fue aceptada sin discusión, y apresuradamente elegido como su sucesor el italiano Giuseppe Rocca, previamente embajador de su país ante EUA.
Rocca pasó velozmente a la historia por la famosa frase de “No, gracias; negociemos” con la que respondió a la irónica pregunta del segundo gayante, formado en la tarde del 23 de julio en su propia oficina, ante los atentos lentes de los principales medios de comunicación del planeta.
El ente, de nuevo un rostro enorme y flotante, apenas aparecer preguntó sencillamente, en claro italiano: -¿Necesitan más pruebas… o ya han comprendido el mensaje?
El resto de la conversación, sin embargo, no es de dominio público, ya que el personal de Seguridad de la ONU secuestró todos los registros del diálogo siguiente. No obstante, confusos testimonios de los escasos testigos presenciales parecen indicar que el líder humano y el representante de Gaya discutieron brevemente las condiciones de lo que luego sería conocido como el Éxodo.
Es decir, el humano preguntó, propuso, rogó, amenazó… y el gayante no cedió un milímetro, ni un día, ni una hora. Quedaban 361 días para que el homo sapiens abandonara la Tierra. Ni uno más, ni uno menos.
Luego, sin que esta vez fuera preciso dispararle o prenderle fuego, la extraña criatura se separó en sus componentes. Durante los meses posteriores cibernéticos y biólogos enronquecieron hablando de sistemas complejos, sinergia, Gestalt determinada por números complejos, inteligencia holística emergente y otros términos enrevesados… pero lo cierto es que nunca se pudo entender cómo se formaban los gayantes. Y mucho menos imitar el proceso.
Al menos ya nadie volvió a discutir su autenticidad. La Iglesia Penitente de Gaya Implacable adoptó como símbolo un rostro humano formado por miles de puntos...
Esa misma noche el honorable signore Rocca, que trataba de parecer decidido pero estaba obviamente bastante confuso, anunció por TV para toda la Tierra el comienzo de la Operación Diáspora… por supuesto, coordinada por la ONU. Y llamó a que las hostilidades entre las diversas naciones quedaban suspendidas ipso facto: todo el esfuerzo de la humanidad debía orientarse a sobrevivir. O sea, a construir, con la mayor brevedad posible, una flota de naves-mundo capaz de transportar a la población mundial (lo que se pudiera) lo más lejos posible del planeta en el plazo indicado.
Su última frase resumió claramente la situación: “Hombre y mujeres… la Tierra… Gaya, no nos quiere más aquí. No nos queda más remedio que marcharnos… o morir a sus manos”
Y comenzó la carrera contra el tiempo y lo inexorable.
Por supuesto, no fue una empresa fácil, ni tan unánime como debía haber sido: al principio, algunos países más tercos o más incrédulos acusaron directamente a la ONU de traición y complot, y se negaron a colaborar en aquella “cobarde capitulación ante un palpable engaño con fines muy oscuros”.
El Kessenet o parlamento israelí se rasgó en masa las vestiduras y dijo que ni un solo judío abandonaría jamás la tierra consagrada de sus ancestros, donde habían firmado el pacto eterno con su señor Yahvé. Repudiando de paso a Gaya como falso ídolo pagano.
La Dieta Imperial del Japón no hizo declaraciones públicas, pero a la semana siguiente un destroyer de la Fuerza de Autodefensa dejó caer una bomba atómica con detonador de profundidad al fondo de la Fosa de las Marianas, fieles a la antigua doctrina de que el ataque es la mejor defensa.
Por suerte, el ingenio de hidrógeno no estalló ¿quizás por efecto de la presión en el fondo de la sima oceánica? pues sus calculados 100 megatones, que debían haberlo convertido en el artefacto nuclear más potente detonado en el planeta (casi el doble de la tremenda Bomba Zar, lanzada en 1961 por los soviéticos en Nueva Zembla) podrían haber causado quién sabe qué efectos en el océano. O en las tierras cercanas.
La repulsa internacional al uso indiscriminado de armas atómicas por parte de la nación que mejor debía conocer sus efectos nació… y murió ese mismo día, convirtiéndose en dolida solidaridad, al ser azotado el archipiélago del Sol Naciente por la peor ola de terremotos de toda su historia.
Tokio, Osaka, Kobe, Nagasaki, Sapporo y otra veintena de ciudades por encima del millón de habitantes fueron arrasadas hasta los cimientos por las terribles sacudidas concatenadas, que alcanzaron los 9 grados en la escala de Richter.
Ni siquiera las famosas construcciones antisísmicas niponas pudieron resistir tal embate. Cuatro quintos de la población japonesa perecieron en la monumental catástrofe. Y la mayoría de los sobrevivientes de convirtieron ipso facto a la Iglesia Penitente de Gaya Implacable.
Al día siguiente, un inverosímil tsunami formado en pleno Mediterráneo suroriental golpeó la costa del Estado de Israel. Las 5 olas consecutivas, la tercera y mayor de las cuales alcanzó unos absurdos 300 metros de altura, asolaron toda la costa del Medio Oriente. Jerusalén con sus sagrados monumentos de 3 religiones, Tel-Aviv, Damasco y Beirut quedaron todas sepultadas bajo las aguas, que llegaron hasta los mares Muerto y de Galilea o Tiberíades. Los antes lagos interiores, uno salado y el otro dulce, quedaron ambos convertidos en simples extensiones del Mediterráneo. Varias decenas de kilómetros cuadrados de territorio jordano fueron también engullidos por el feroz maremoto.
Unos 10 millones de israelitas, casi el 95% de la población del Estado judío, perecieron al ser invadido por las aguas la práctica totalidad de su territorio. Más de la mitad del resto imitó a los sobrevivientes japoneses uniéndose a la Iglesia Penitente de Gaya Implacable, cuya masa de creyentes parecía crecer de forma exponencial.
El siguiente gayante se materializó en plena Plaza Roja de Moscú al mediodía siguiente; tenía casi 100 metros de altura y dijo, en perfecto ruso, que aquellos humanos demasiado agresivos o demasiado tercos ni siquiera merecían la gracia del destierro. Así como que no habría ninguna gracia especial para los que adoptaran tardía e hipócritamente a falsos dioses.
A partir de entonces no se registraron otros casos tan masivos ni tan hostiles de incredulidad hacia lo que ya se llamaba abiertamente el Ultimátum. Y la tasa de conversiones a la Iglesia Penitente de Gaya Implacable cayó en picada.
Los meses siguientes fueron testigos de un verdadero milagro. Además de un auténtico frenesí en la investigación espacial, casi todas las rencillas nacionales quedaron de momento olvidadas en nombre del desesperado esfuerzo común.
Fue fácil decidir el diseño de las naves-mundo… pero algo menos su forma de impulsión; algunos abogaron por el sistema Orión, basado en continuas y sucesivas detonaciones de minibombas nucleares, pero las voces temerosas de los ecologistas se impusieron esta vez, y se acabó optando por la propulsión iónica y las velas solares: ambos más lentos, pero capaces de actuar por períodos de tiempo casi indefinidos, además de más limpios y por tanto más seguros.
La forma escogida para las naves-mundo fue cilíndrica, para que al girar sobre sí mismas generaran gravedad artificial, y tuvieran además espacio suficiente para cultivar alimentos a bordo. Su número ascendería, obviamente, a varios miles, y cada una tendría varios kilómetros de largo. Es decir, demasiado grandes para poder despegar de la superficie terrestre, así que debían ser ensambladas en la órbita.
Tras acaloradas discusiones técnicas considerando costos y viabilidad, los expertos ingenieros espaciales rusos, nipones y norteamericanos decidieron que los cohetes eran demasiado lentos e ineficaces: el único método lo bastante rápido y masivo para llevar fuera de la atmósfera, primero a todos los materiales necesarios para construir dicha flota y luego a toda la población terrestre (o al menos a toda la que se pudiera) que debía transportar, eran los ascensores espaciales.
La tecnología de nanotúbulos de carbono para construir los cables de miles de kilómetros de largo que tales ingenios exigían existía desde décadas antes. Sólo su costo prohibitivo había impedido su construcción hasta el momento, pero cuando el dinero ya no era un problema… los demás obstáculos desaparecían también.
Con presupuesto internacional (sobre norteamericano, brasileño y de la UE), se comenzaron a construir 5 ascensores espaciales, todos lo más próximos posible al Ecuador, para minimizar el gasto energético de llevar cargas a la órbita. El primero en Guayaquil, costa del Pacífico ecuatoriano; el segundo en el Centro Aeroespacial de Korou, en la Guayana Francesa, desde donde por décadas se habían lanzado los cohetes del programa Arianne; el tercero en Libreville, capital de Gabón, en la costa occidental africana; el cuarto en Nairobi, Kenya, en la ribera oriental del mismo Continente Negro; y el quinto y último cerca de Rengat, ciudad capital del remoto departamento de Riau, en la isla de Sumatra, perteneciente a Indonesia.
Rusia y China, por su parte, insistieron en crear sus propias instalaciones, en las porciones más sureñas de su territorio: Sochi, del Cáucaso occidental en la costa del Mar Negro, y Hong Kong, en el Mar de la China meridional. Ambas naciones, sobre todo China, tenían demasiados habitantes propios para poder confiar en proyectos internacionales de evacuación…
Se trabajó duro y bien; en noviembre del 2071 los 7 ascensores estuvieron terminados. El papa Pedro Pablo II bendijo al primero, el Dalai Lama al segundo… y así por el estilo. Por supuesto que, al haber en la Tierra más religiones que ascensores, fueron muchos los líderes espirituales que protestaron por haber sido relegados…
Un mes después ya todos los ascensores espaciales estaban enviando a la órbita una media de 300 toneladas diarias de materiales, y las primeras naves-mundo, apresuradamente ensambladas (la experiencia de la Estación Espacial Internacional, casi 80 años antes, volvió a ser útil) ya eran lo bastante grandes como para ser visibles desde tierra.
Por suerte, no sólo todo el material expulsado al espacio circunterrestre por el Vesubio parecía haberse esfumado, sino que tampoco se habían producido nuevas catástrofes. Por el contrario, un clima excepcionalmente benigno en todo el globo había permitido cosechas muy abundantes a nivel mundial. Los desahuciados podrían llevarse abundantes reservas de alimentos.
Por lo visto, la política de Gaya era del tipo “a enemigo que huye, puente plata”: mientras la aterrada y confundida humanidad siguiera haciendo patentes sus frenéticos esfuerzos por cumplir con el plazo prefijado para el Éxodo, no recibiría nuevos azotitos de advertencia en su ya muy escamado trasero colectivo.
Era una carrera contra el tiempo. ¿Sería posible concluir la construcción de tan tremenda flota en los astilleros orbitales, incluso invirtiendo en ello todo el potencial del planeta? La apuesta era fuerte, y muchos no estaban seguros, así que buena parte de los millonarios, aristócratas y poderosos del planeta se preocuparon por asegurarse de antemano un lugar en la Diáspora, lo que generó una especulación imponente con los puestos disponibles en los inmensos y frenéticamente construidos futuros vehículos interplanetarios.
Muchos, convencidos de que no habría lugar para ellos en el Éxodo, optaron por el suicidio. Más de 20 millones de personas se dieron muerte en los meses siguientes. Algunos hasta dejaban notas declarando que lo hacían por motivos altruistas, para aumentar así la probabilidad de supervivencia de los demás… y a lo mejor incluso se lo creían.
Grandes masas de población en Asia, Sudamérica y África (casi 1000 millones de personas, en total, y en su inmensa mayoría de bajo nivel adquisitivo) también se negaron en redondo a abandonar el planeta natal, por diversas razones: religiosas, personales, o de otros tipos indeterminados. No les importaba morir; estaban dispuestos a hacerlo… pero querían despedirse de la vida cerca de los sitios que adoraban, en el mundo que conocían, y si así de paso daban a sus hijos y semejantes una mejor oportunidad de vivir… pues aleluya.
Quizás, en el fondo, confiaban en la benevolencia de Gaya. Muchos se autopropusieron como voluntarios celadores de los innumerables tesoros artísticos, arquitectónicos e históricos demasiado voluminosos para ser embarcados en la flota de naves-mundo: las pirámides de Egipto, el Taj Mahal, la Estatua de la Libertad, la torre Eiffel, la recién terminada catedral de la Sagrada Familia en Barcelona, el templo de Angkor-Wat en Cambodia, el mastodóntico Memorial Castro en La Habana y los contenidos de tantas y tantas galerías de arte y museos.
Ni que decirse tiene que, si bien las naciones coordinadoras de la Operación Diáspora proclamaron oficial y solemnemente que no llevarían armas de ningún tipo en el Éxodo, miles de toneladas de blindados, aviones de combate y tecnologías varias de destrucción fueron subrepticiamente enviados a las bodegas de las naves-mundo. Por si acaso.
El 22 de marzo de 2072 fue completado el primero de los vehículos interestelares: el “Mayflower II” de los EUA. El arzobispo de San Francisco lo bendijo… in situ; oficialmente, fue el primer bautizo católico orbital. Desde entonces, casi cada día se anunciaba la conclusión de los trabajos en una nueva nave-mundo.
El 14 de mayo comenzó el embarque organizado en la aún inconclusa flota, a razón de varias decenas de miles de personas cada día. Los 7 ascensores espaciales trabajaban día y noche, y pronto las grandes ciudades de la Tierra comenzaron a tener el triste aspecto semivacío de escenarios teatrales una vez concluida la representación.
Era el epílogo de la historia humana sobre su planeta… y, obviamente, a río revuelto, ganancia de pescadores: el saqueo floreció como filosofía entre muchos temerarios que preferían arriesgarse a viajar de últimos con tal de poder llevarse algo más valioso a bordo de las naves-mundo, sin importarles el estricto límite de 10 kilos para los objetos personales, anunciado con meses de antelación.
El 1 de julio de 2072 la nueva (y última) Secretaria General de la ONU, la rusa Katia Romanov anunció que la Operación Diáspora estaba a punto de entrar en su fase final, y la calificó de “gran victoria de la raza humana finalmente unida contra las circunstancias adversas”. Giuseppe Rocca se había suicidado tres semanas antes, sin dejar ninguna nota.
Para esa época apenas quedaban por ascender a la órbita unos 500 millones de personas…descontando los 1000 millones de tercos, temerosos del viaje espacial, optimistas contra viento y marea y aspirantes a suicidas que habían elegido permanecer en el planeta.
El plazo del Ultimátum sería cumplido. A duras penas, pero lo sería.
En la mañana del 14 de julio el último gayante, un titánico rostro formado por nubes, fue visible sobre los cielos de media Europa. No emitió ningún sonido, pero sus labios, de decenas de kilómetros de largo, formaron claramente las palabras “Felicidades… y ¡buen viaje! ¡Hasta nunca, humanos!” sucesivamente en inglés, español, portugués, francés, alemán, italiano y ruso.
Al día siguiente se declaró oficialmente disuelta la Iglesia Penitente de Gaya Implacable. Nadie hizo comentarios al respecto.
El 19 de julio de 2072 la ¿flamante? Flota Humana abandonó la órbita circunterrestre y emprendió su singladura, con destino a la constelación del Centauro. Tal vez Gaya había exagerado un poco con lo de sus malas referencias, y Próxima, la estrella a la que esperaban llegar en poco más de 200 años (a tiempo para que sus tataranietos no hubieran aún olvidado la Tierra… y su deshonrosa expulsión) no sólo tuviera algún planeta colonizable, o al menos terraformable con un mínimo esfuerzo, sino que la humanidad fuera bien recibida en su superficie, por el equivlaente local e Gaya… si es que existía.
Nadie miró atrás, tal vez por miedo a ver cómo algún gigantesco gayante los despedía, pero muchos lloraron sin pudor. Por semanas aún se mantuvo el contacto radial con los cerca de 1000 millones de homo sapiens que quedaron en su mundo natal. Empeñados en seguir viviendo como si nada hubiese pasado, algunos; otros, convencidos de que sus horas estaban contadas, disfrutando de lujos increíbles: todos los que la humanidad expulsada no había podido llevar consigo en su Éxodo forzoso.
Y cuando ya los líderes de la Flota Humana empezaban a sentirse algo ridículos y a pensar que todo no había sido más que un sarcástico bluff de su propio planeta… estalló el Ébola II.
Sólo afectaba a los humanos. Su propagación, por vía aérea, era velocísima. El período entre contagio y fallecimiento de los pacientes, de pocas horas. No parecía haber antivirales u otros medicamentos capaces de detener o siquiera frenar su avance. La mortalidad de la nueva epidemia era del 100%.
En pocos días casi el 80% de los optimistas “dejados atrás” habían enfermado… y perecido. Los últimos sobrevivientes, encerrados en búnkers subterráneos aislados de la atmósfera exterior, radiaron mensajes desesperanzadores.
Gaya y sus gayantes no habían exagerado. El Ultimátum se hacía efectivo, según lo advertido. La Tierra ya no era un lugar adecuado para los seres humanos.
Menos de 24 horas después, los líderes de la Flota Humana decidieron activar el Plan de Emergencia 26 C. Su nombre clave lo decía todo: Tierra Arrasada. Enviaron la señal preprogramada por radio, esperaron los inevitables minutos de demora debidos a la relatividad y la velocidad limitada de la luz… y no vieron nada.
La última jugada de la humanidad desahuciada había fallado. No había hecho explosión ni una sola de los cientos de potentes bombas de hidrógeno y de los miles de cargas nucleares tácticas menores (o sea, todo el arsenal atómico que las superpotencias no habían podido embarcar en las naves-mundo) emplazadas cerca de fallas geológicas, zonas de subducción o grandes cordilleras. La vengativa idea de “después de mí, el diluvio” o “si no es mío, no será de nadie” no había funcionado.
La afrenta sufrida por la humanidad quedaría impune. Al menos de momento…
En las semanas siguientes, uno a uno, fueron dejándose de recibir los mensajes de los pequeños grupos de “dejados atrás” que aún sobrevivían en sus búnkers. La última visión que tuvo la humanidad en Éxodo de su perdido planeta fue como una pequeña estrella que se desvanecía en la distancia, azul, hermosa… y vetada para siempre para ellos.
Sólo les quedaba el espacio. Y seguir adelante.
*****
Del diario de Arnoldo Simpson, capitán de la nave-mundo de la Flota Humana “Manjuarí”.
19 de julio de 2112 A. D. 50 D, 3 C.
Hoy celebramos nuestro tercer año en el Convoy. Y, quizás más importante, los 50 años de la Diáspora o el Éxodo, como la llamaban nuestros abuelos. Aunque actualmente nosotros preferimos llamarla la Liberación o la Eclosión.
Cuesta trabajo imaginar la tristeza de nuestros antecesores al ser expulsados de su planeta natal. Y más compartirla. ¿Tal vez creían que aún no estaban listos para este viaje interminable que constituye nuestra vida? ¿o era sólo orgullo de niño malcriado, ofendido porque su madre sepa mejor que él lo que le conviene… y lo obligue a hacerlo? ¿Qué sentido tiene la libertad, si nos lleva a la perdición?
Los tirayos, los más humanoides de entre los varios cientos de razas que nos han acogido sin reparos en el Convoy, han sido nuestros invitados de honor en la solemne conmemoración de hoy. Algunos hasta aplaudían con sus grandes manos de 7 dedos, imitándonos… lástima que a menudo en los momentos menos adecuados. Pero a pesar de todo los sentimos muy cercanos, casi como primos: después de todo, ellos también abandonaron su propio mundo hace relativamente poco… unos 150 años de los nuestros. No eran los más novatos antes de que llegáramos, pero ¡cuesta tanto trabajo entenderse con los que sí lo eran! Los ninrutos, que se sumaron al Convoy hace apenas 35 años, con sus 6 cerebros y su pensamiento matricial… simplemente están a otro nivel. Algún día, tal vez, logremos comunicarnos con ellos, pese a todo…
El Convoy, que actualmente avanza hacia la Nube Menor de Magallanes a 5 séptimas de la velocidad de la luz y aún acelerando, está formado por miles de razas inteligentes. La mayoría desterradas de sus propios mundos; sólo unas pocas fueron lo bastante audaces como para haberlos dejado atrás por voluntad propia. Las excepciones que confirman la regla.
Por suerte, cuando los encontramos, ya hace tiempo que las viejas diferencias nacionales entre nuestras naves-mundo habían perdido casi toda su importancia. Compartiendo los peligros, carencias y alegrías de viaje, bastó una generación para que las tripulaciones de todos los vehículos se mezclaran unas con otras de forma inextricable, lo mismo que nuestros idiomas. De otro modo no habríamos estado listos para aceptar la pasmosa multiculturalidad de este Convoy, ni habríamos sido capaces de reconocer lo que significa.
Supuestamente, esta procesión de millones y millones de naves de tantas especies racionales diferentes que somos va huyendo de la futura explosión del núcleo de la Galaxia. Pero, en realidad, creo que a todos nos atrae lo desconocido.
¿Se habrán portado realmente tan mal con su mundo natal todos nuestros ancestros… o es que acaso sólo necesitaban ese primer empujón para descubrir el espíritu de aventura que ha formado este Convoy?
¿Quién puede saberlo? Quizás las preguntas más importantes no tienen respuesta.
Hay una vieja parábola: el maestro zen que en una peregrinación llega con sus discípulos a una pobre y destartalada granja en las montañas, donde les brinda hospitalidad la numerosa familia que la habita. Todos viven de una única vaca, que les da leche, de la que hacen queso y lo venden. No es una existencia rica ni regalada, pero al menos da para vivir y para compartirlo con los huéspedes ocasionales, como el maestro y sus discípulos.
Al retirarse, conmovido por la generosidad de la pobre familia, uno de los seguidores le pregunta a su sensei cómo podría ayudar a la pobre familia: La respuesta del sabio es simple e inesperada: “toma la vaquita, llévala a la montaña y empújala barranco abajo”.
Y, aunque lleno de dudas, eso es lo que hace su estudiante, antes de seguir camino, ahora cargado con el peso de sus remordimientos. Porque ¿acaso está bien perjudicar así a los que tan bien le trataron?
Un año más tarde, el maestro y su séquito vuelven a la granja en las montañas… y ¡oh sorpresa! se encuentran con una gran prosperidad. Uno de los de la familia se ha hecho agricultor. Otro cazador, otro herrero, y a todos les sonríe la suerte. Aportando las ganancias de su trabajo a un fondo común, juntos han logrado reparar la casa y la parcela, que ahora exuda bienestar.
El maestro zen sonríe, y envía al mismo confundido discípulo que antes despeñara la vaca a preguntarle a los de la familia cómo han logrado prosperar tanto en tan poco tiempo.
Uno le responde, pensativo: “pues, supongo que todo fue porque se nos murió la vaquita. Cuando nos vimos sin medios de sustento, tuvimos que echar mano a nuestra inventiva, cada uno debió aprender a hacer algo útil… y aquí estamos”.
Gracias, entonces, Gaya, por desterrarnos, por desahuciarnos. Por expulsarnos de tu cómodo seno, por sacarnos de nuestra zona de seguridad. Por lanzarnos al Convoy. Por obligarnos a echar mano a nuestra inventiva y nuestra tolerancia.
Nuestros abuelos se creyeron injusta y cruelmente maltratados y desheredados cuando se les negó un planeta. Pero nosotros, sus nietos, sabemos que, a cambio, se nos regaló el Cosmos entero.
Yoss
La Habana, 1969. Licenciado en Biología por la Universidad de La Habana, 1991. Miembro de la UNEAC desde 1994. Toca la armónica. Desde 2007 a 2015 fue vocalista del grupo de heavy metal TENAZ.
Ensayista, crítico y narrador de realismo, ciencia ficción y fantasía heroica. Su obra ha obtenido varios premios y menciones, tanto en Cuba (Premio David 1988 de ciencia ficción; Premio Revolución y Cultura 1993; Premio Ernest Hemingway 1993; Mención UNEAC de novela 1993; Premio Los Pinos Nuevos 1995; Mención UNEAC de cuento 1995; Mención de cuento La Gaceta de Cuba, 1996; Premio Luis Rogelio Nogueras de ciencia ficción 1998; Premio Cuento de Amor de Las Tunas 1998; Premio Aquelarre de texto humorístico 2001; Premio Farraluque de cuento erótico 2002; Premio Calendario de ciencia ficción 2004; y Premio La Edad de Oro de divulgación científico-técnica para niños y jóvenes, 2011) como en el extranjero (Premio Universidad Carlos III de ciencia ficción, España 2002; Mención UPC de novela corta de ciencia ficción, España, 2003; Premio Domingo Santos de cuento de ciencia ficción, 2005; Tercer Lugar en el Casa de Teatro de cuento, República Dominicana, 2006; segundo lugar Alberto Magno de relato de ciencia ficción, España, 2008; Premio UPC de novela corta de ciencia ficción, España, 2010; y Premio Julia Verlanger 2011, Francia).
Sus textos han aparecido en diferentes publicaciones periódicas de Cuba y otros países. Sus narraciones han sido incluidas en decenas de antologías nacionales y extranjeras. Ha sido él mismo antologador de los volúmenes Reino eterno (cuentos cubanos de fantasía y ciencia ficción, Editorial Letras Cubanas, 1999); Escritos con guitarra (cuentos cubanos sobre el rock, en colaboración con Raúl Aguiar, Editorial UNION, 2006); Crónicas del mañana: 50 años de cuentos cubanos de ciencia ficción (Editorial Letras Cubanas, 2009; traducida en 2011 al gallego como Cronicas do mañá); En sus marcas, listos… ¡futuro! (cuentos de ciencia ficción deportiva, en colaboración con Carlos Duarte Cano, Editorial Gente Nueva, colección Ambar, 2011); Ciencia-Ricción (cuentos humorísticos de ciencia ficción cubana, en colaboración con Carlos Duarte Cano, Gente Nueva, colección Ambar, 2014); y Viejos magos, Jóvenes guerreros (cuentos cubanos de fantasía heroica, Letrss Cubanas, 2016) en todos los que igualmente figuran cuentos suyos. Se encargó de la selección, revisión de traducción, comentarios, prólogo y notas para la edición de Conan el Cimerio, conjunto de 8 relatos de Robert E. Howard sobre dicho personaje (Editorial Gente Nueva, colección Ambar, 2012)
Entre 2005 y 2008 fue jefe de redacción en español de The H, revista bilingüe dedicada a La Habana. Entre 2012 y 2013 mantuvo el blog La llaga (un espacio para poner el dedo) con sede en la página http://www.eforyatocha.com
Ha sido miembro de los talleres literarios Oscar Hurtado, Julio Verne y El Negro Hueco, todos dedicados al tema fantástico y de ciencia ficción. También es fundador de los talleres literarios de ciencia ficción Espiral y Espacio Abierto. Graduado del primer Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso (1998-99). Ha impartido seminarios y/o talleres de este tipo en Cuba, Chile, Inglaterra, Italia, España y Andorra, así como asistido en calidad de invitado a diversas convenciones internacionales de ciencia ficción y fantasía: la Asturcon 2004 (en el marco de la Semana Negra de Gijón, España, 2004); Les Utopiales 2002 y 2004 y Les Imaginales 2003, 2011 y 2014, (estos dos eventos en Francia); los Encuentros Fantásticos de las FIL de Caracas, Venezuela, 2011; Guayaquil 2012 y Quito 2013, (ambos en Ecuador) y el Primero y Segundo Congresos de Ciencia Ficción del Caribe Hispano (San Juan, Puerto Rico, 2014-2015)