Twitter Facebook
Entrar o Registrarse
desc

Si no tienes cuenta Regístrate.

Mobi Epub Pdf  

La última cabalgada

By Pacoman

Intento mantener la dignidad frente al escudero, que más que ayudarme, está haciendo todo el trabajo, poniéndome la armadura. Rehúyo ver mi imagen en el espejo, yo que tantas veces me he perdido en el juego de vanidad, de contemplarme mientras me armaba caballero.

Se planta frente a mí, ha acabado su trabajo. Con un esfuerzo que roza el dolor consigo poner mi mano en su hombro, mirarle a los ojos y darle las más sentidas gracias. Sale raudo, para que no vea rodar sus lágrimas.

Bajo lento, ya hace tiempo que no puedo hacerlo de otra manera, al encuentro de mi Bestia. Ahí está, esplendorosa, pese a su edad. Los palafreneros se han esmerado, no en vano también es su última razia.

Gracias a los pajes consigo subirme a horcajadas y el firme contacto de mi montura me infunde bríos insospechados. Unas enérgicas notas nos alcanzan al salir del edificio, afino el oido a través del casco. Y me cuesta creerlo, es el O Fortuna del Carmina Burana. Al pasar junto al foso principal en regia formación, los auxiliares nos saludan con honores militares.

Enfilamos el camino principal, con un suave trote que vamos convirtiendo en sostenida cabalgada. La Bestia bufa como el primer día, sin embargo, el inexorable tiempo también ha hecho mella en ella. El Sol y la suave brisa han acabado compareciendo para rendirnos el postrer saludo, en este último baile.

Encaramos la definitiva desviación. Con un golpe de muñeca acelero a fondo. La Bestia rugue entre mis piernas. El motor alcanza las máximas revoluciones y enfrente: el Sol. El asfalto luce dorado. No hay tráfico. Concentro mi vista en la reflexión solar. La luz se emblanquece y los bordes se llenan de azul cobalto eléctrico. La Bestia conoce el camino. Me concentro en el blanco cegador. El celeste de las aristas se incendia.

El mío ha sido un largo camino. Miles han sido las horas patrullando la ciudad. Nada queda para un rider al final de su Servicio. Nada salvo la mítica última cabalgada. Juré no arrastrar mi cuerpo por servicios asistenciales de limosna. No engordaré la fila de compañeros jubilados que se amontonan en la puerta del acuartelamiento para verlos salir en sus motocicletas. Volver caminado al patio del asilo. Y rememorar los pasados días de gloria.

Ya estoy en el borde del acantilado. No queda asfalto frente mí. Sigo viendo la reflexión blanca y bordes ardientes. Toda una autopista de dos carriles. Sólo hay una pequeña escalera al cielo. Ahí no me lleva esta luz. Mi destino es otro. Juraría que comienzo a escuchar el Highway to Hell de los AC DC. Será por el uso, pero un camino es una escalera y el otro una autopista. Voy directo al infierno, transitando una divina autovía.

La Ya está, ya hemos saltado. El traje acolchado no me salvará de aplastarme tras veinte segundos de vuelo en caída libre. Apago el grabador mental y deshago la conexión cerebral con la central. Ya tienen suficiente material para su video en el noticiero de la ciudad.

La motocicleta se escapa de entre las piernas. Acelera su descenso. Me ha servido bien, ha ganado su descanso. Venimos solos y nos vamos solos de este mundo. Me vuelvo a engañar y creo percibir motoristas que cabalgaron al abismo. Me esperan. La autopista se desvanece y el suelo emerge. Os dejo, es tiempo de morir.

Post Scriptum: Y con los acordes del Glory Days de Bruce Springsteen, Stairway to heaven de Led Zeppelin y los ya citados AC DC y Carl Off se funde en negro y difumina el recuerdo de este rider y con él el de todos los caballeros andantes que sirvieron a un ideal, justo o injusto, noble o inmoral, pero suyo.