La tecnología por sí sola
no basta. También el hombre
tiene que poner el corazón
Jane Goodall (1934- )
¿Cuál es nuestra inocencia?
¿Cuál es nuestra culpa?
Todos estamos desnudos,
nadie está a salvo.
Marianne Moore (1887-1972)
La inmortalidad de cada ser
radica en su esencia misma
(Anónimo)
Nada de lo que rodeaba a Ferdon era pequeño. Las construcciones flotantes estaban unidas por conductos tubulares y cables. Aquella mega-estructura había sido creada para acoger a las naves extra-planetarias, que a millares llegaban al que estaba considerado el mayor puerto mercantil y comercial del espacio.
La sucesión de andenes se extendía hasta perderse de vista. Durante siglos había crecido debido al aumento del tránsito entrante y saliente. Cuando uno de los apeaderos quedaba obsoleto, era inmediatamente reemplazado por otro. Lo soltaban de las conexiones de sustento y comunicación abandonándolo a la zona de desguace, para ser desmantelado por alguna empresa de derribos. Glamus 3 se había convertido en un gran centro comercial, en donde todo podía encontrarse.
Ferdon tenía un control absoluto de las distancias, de los espacios, de sus responsabilidades, algo que le proporcionaba una todopoderosa sensación. Apoyado por una sobria voz y la confianza total sobre el cumplimiento de las normas por él dictadas, en el tiempo que llevaba desempeñando su trabajo en tan sólo dos ocasiones había tenido que recurrir a la fuerza.
Pero aquel poder tenía sus inconvenientes. Ferdon no podía recordar la primera vez que había pronunciado palabras de amor o frases de amistad; la risa había desaparecido de su vida, así como el llanto; nada le conmovía. Aquel dominio sobrehumano, que le confería su puesto, había terminado por deshumanizarle. De repente, un instinto olvidado provocó que observara la última de aquellas terminales reservada al tránsito de pasajeros. Como un punto en el suelo bruñido, un cuerpecito inmóvil captó su atención. Sentada sobre su equipaje, una niñita se enjugaba las lágrimas. Nadie reparaba en ella, pero ella reparó en la imperceptible cámara y sonrió.
A Eva aquel lugar se le antojaba hermoso. Ver tantos seres transitando de un sitio a otro le resultó agradable. Acostumbrada como estaba a la soledad y la vigilancia de unos ojos cibernéticos, la novedad le hacía sonreír. Ante ella personajes concentrados en las salidas y entradas de los embarques aguardaban o tal vez estudiaban el deambular de otros viajeros y equipajes frente a los quioscos de información, delante de las casetas de las agencias de viajes ejerciendo reclamaciones, o negociando en gendarmería y en aduanas posibles tratos de favor para solucionar problemas migratorios, permisos, pasaportes y visados; los había también comprando algún suvenir de última hora, regalos o comandas en el Duty-free y los que, hartos de esperar, holgazaneaban en las cantinas y los restaurantes para envidia de los mendigos que, desparramados por los interminables corredores, dejaban escapar las horas. Cada cuál a lo suyo, más atentos de sus cosas que del entorno, traspasando sin control, cruzando sin mirar atrás con paso decidido, restando importancia al cómo, cuándo, dónde o al porqué de los demás.
Quizás otros hubieran echado en falta algo más de humanidad, pero ella no. Eva había convivido desde mucho antes de su nacimiento, desde su fase embrionaria, entre máquinas que supieron darle, en cada momento, aquello que necesitó. Cuidado programado de manual, dispuesto para que nada le faltara. Una nada demasiado genérica que no comprendía de cariño o de amor.
Aterrizaba dispuesta a reclamar sus carencias, no se iría sin ellas. Le habían prometido una vida completa. Los progenitores aparecerían de un momento a otro. Sus sueños se cumplirían: la primera mirada, la prístina sonrisa, el tacto de una piel cálida sobre su cuerpo virgen en caricias y besos, sueños de un ser suspendido en una probeta de ensayos. Una diminuta muestra de la ingeniería genética por encargo, tan de moda por la falta de tiempo y las complicaciones genéticas fruto de las modificaciones del ADN y las alteraciones que se generaban como consecuencia del estado suspendido en los largos desplazamientos, y que habían alterado los ritmos reproductivos. Pero el milagro era posible, los viajeros y colonos no tenían que preocuparse por la descendencia. Tras los largos vuelos interestelares, donde era imposible la reproducción, se programaba la nave nido, aquella que, portadora de los óvulos fecundados de los solicitantes, haría entrega de la descendencia. Programación calculada pocos meses después de la llegada de los solicitantes a su destino y que garantizaba los mejores resultados con una efectividad y satisfacción del cien por cien.
La aventura de Eva comenzaba entonces, incluso respirar aquel aire viciado le resultaba agradable. Había llegado a aborrecer la falsa perfección de la nave. Su memoria, virgen en sentimientos, pronto comenzaría a registrar las sensaciones. La única verdad para ella era el encuentro. No era más que un bulto pegado al suelo gravitatorio, acostumbrándose a la nueva condición extraña para su ser, dejando pasar el tiempo que parecía no avanzar, mirando a uno y otro lado nerviosa, intentando descubrir la razón del retraso. Por ello fantaseaba imaginando cómo serían sus padres: si tendrían sus ojos, su boca, el tono de su piel,… Sencillo hubiera sido facilitarle datos y registros, para poder reconocerlos en la distancia. Así, era imposible localizarlos. Agudizando su oído, intentaba averiguar las intenciones de las personas. Sus miedos se le presentaban en forma de rechazo ¿y si algo visible en ella resultaba desagradable a sus padres provocando que ni tan siquiera llegaran a acercarse? Entonces, allí quedaría, sola, abandonada, eternamente aguardando y huérfana de sentimientos sobre la superficie fría de aquella terminal.
Eva mantenía la mirada atenta buscando aquella silueta familiar que la rescataría, cuando una sombra difusa se proyectó sobre ella.
-¿Madre? –la niña sintió un escalofrío. Alargando su diminuta mano hacia una mujer que no parecía querer verla, aguardaba una repuesta que no llegó. ¿Habría hecho algo mal?
Dos operarios sujetaron a la dama en volandas ante la mirada horrorizada de Eva que observó cómo se la llevaban. Quedó aterrada. Si aquella era su madre no estaba dispuesta a perderla.
—¡Aléjate, niña! Esto no te incumbe –el empujón, que la sentó en el suelo, fue seguido de un aviso desde megafonía. Una advertencia de la inapropiada acción violenta apaciguó a aquella tropa desbocada y despertó la atención, casi aletargada, de la señora, que logró mostrar una sonrisa.
Tras el gesto de simpatía que ella correspondió justo después de levantarse, Eva logró tomar la mano de la mujer que solicitó un poco de calma y un receso.
—Caballeros, ¿pueden esperar? –los hombres se alejaron unos pasos. -Déjame que te vea bien, pequeña, ¡acércate!
—¿Madre?
—Me gustaría poder regresar al pasado, te pareces a mi niña, ella era tan linda como tú. No, no soy tu madre, ojalá la encuentres, debe estar muy preocupada.
Eva viró deprisa, como queriéndose alejar cuanto antes, debía seguir aguardando.
Ferdon no perdía detalle de los acontecimientos. En la entrada norte AP7779KVB888 un disturbio parece estar formándose. Las informaciones que le llegan hablan de la localización de la nave de un grupo musical de gran éxito. La presencia de las celebridades ha despertado expectación entre curiosos y fans, que aguardan la llegada de sus ídolos, gracias el canal público y abierto que ofrece total información de los vuelos entrantes o salientes.
Casi de inmediato, Eva se ve envuelta por el avance de aquella masa entusiasmada. Se siente abrumada, no sabe cómo salir de entre el tumulto acelerado. Por un lado tiene curiosidad, pero le puede el desánimo al comprender que así rodeada difícilmente podrán localizarla. Intenta salir pero le resulta imposible por el empuje de la gente. Casi como por milagro, unos guardias logran sacarla y la devuelven hasta su lugar, junto a su equipaje. Ferdon, siempre atento, había comprendido el peligro y, por su seguridad, ordenó el rescate. Fue en aquel momento cuando guiados por el instinto de Ferdon los agentes la trasladaron hasta la comisaría. Obsesionada por el encuentro con sus progenitores intentó resistirse, pero una voz la tranquilizó.
El espacio, frío pero funcional, deja ver sus muros repletos de enormes pantallas. Comienza a valorar el cambio. Desde ese nuevo lugar, lo puede ver todo. Advierte la suerte que ha tenido al ser rescatada de allí. No se quiere perder detalle. Ahora, puede buscar a sus padres más fácilmente, las imágenes en directo de la terminal aparecen ante sus ojos. Observa los rostros de los concentrados, clasificados mediante el identificador facial que registra el nombre y el código personal.
-Sobre aquella mesa tienes un regalo. Tómalo te gustará, cuenta las aventuras de un héroe enmascarado que ayuda a los demás y combate el mal.
-¿Quién eres? –pregunto al no poder ver de quién era aquella voz recurrente.
-Mi nombre es Ferdon. ¿Qué te gustaría hacer?
-Mis padres, quiero encontrarlos, ya deberían estar aquí.
-No creo que tarden.
Había dedicado tanto tiempo a la niña, que por culpa de ello saltaron algunas alertas del sistema sin que él se diera cuenta. Fue en ese punto en el que dudó si aquel trato de favor era contraproducente, ya no solo por lo que pudiera significar para ella, sino por lo que afectaba a su puesto, largamente desatendido. Ordenó que la devolvieran al lugar en el que fue dejada.
-Tranquila no te perderé de vista, pídeme si necesitas algo.
Ferdon se dio cuenta de que, pese a todo, por más datos que asimilara era imposible calcular las repercusiones de los sentimientos humanos, ese complejo sistema que guiaba sus pensamientos tan alejado de la lógica de su sistema, seguía siendo un enigma para él. Por eso había sido seleccionado para ese trabajo. Habían tenido que transcurrir muchos años para que, en ocasiones, se hubiera cuestionado alguna de sus acciones. La culpa se la echaba al poder de observación que llevaba implícito, una programación que le obligaba a no dejar pasar por alto nada de lo que ocurría, con la finalidad de asimilar cualquier alteración en el normal desarrollo de los acontecimientos, que pudiera afectar al perfecto funcionamiento de su autoridad.
Un jefe de terminal tenía que estar preparado para cualquier circunstancia. Jamás nadie, salvo sus creadores, pudo contemplarle. Fue tan grande la curiosidad que despertó, que tuvo que crearse una imagen virtual, para evitar interferencias e irrupciones en su habitáculo preservado de cualquier contaminación. Ni luz ni aire podían invadir su espacio sin riesgo a un fallo general e irreversible de los sistemas. Una vez asimilado el control de la totalidad de las máquinas, ¿por qué no intentar comprender la forma de desenvolverse, de resolver y actuar de los seres que accedían a los dominios de su terminal? Nada de todo aquello estaba previsto en su desarrollo, al menos no en un grado tan alto de asimilación. Todas las expectativas de sus creadores habían sido altamente superadas. Aquella programación básicamente técnica, no tenía por qué albergar ningún tipo de sentimiento visible, aunque los conociera todos. De hecho durante los primeros años en su puesto, fue acusado de exceso de celo, por ello recibió una contraprogramación más acorde al cargo que desempeñaba, le introdujeron parámetros psicológicos y un software que intentaba inculcarle las características de un sentimiento tan ajeno a su naturaleza como es la empatía. Logrando superar los test Turing en millones de pruebas, aquellas medidas le fueron impuestas en pos de su perfecto funcionamiento, ajustes pensados para mantenerle al margen del deambular cotidiano de la terminal, de sus circunstancias particulares, de la vida y del proceso de la misma, algo que no se alejaba mucho de la realidad que transcurría frente a sus sensores. Gracias a ello logró alcanzar tan alto grado de aparente humanidad que, en ocasiones, confundió a unos subordinados que llegaron a cuestionarse su naturaleza bio-mecánica, dándole un origen más humano y convencional. Ferdon, aquel ser todopoderoso herméticamente encerrado, logró mantener su puesto dentro de aquella fortaleza inexpugnable estratégicamente situada, consiguiendo alcanzar la mayor permanencia que ninguna IA de su categoría hubiera logrado jamás. Dos milenios en total soledad alterados, hoy, por la presencia de aquella niña.
Se sentía aturdido. Eva había comenzado a horadar su comprensión o lo que, hasta aquel momento, había entendido como tal. ¿Qué la hacía diferente al resto? ¿Cómo era posible que se encontrara tan confundido? ¿Qué había de especial en aquella insignificante persona? Le resultó sencillo empatizar con ella. Llegó incluso a ver paralelismos entre los dos: en el origen cuasi artificial y en esa soledad que tanto había soportado, le comenzó a doler verla así, no podía imaginar cómo sería su vida si no encontraba a sus progenitores. ¿Qué le estaba sucediendo? Pero ahí se encontraba él, atendiéndola, sin perderla de vista.
La Terminal funcionaba sola, siguiendo su curso, casi sin percibir la ausencia omnipresente de Ferdon que era sabedor de un poder que iba más allá de sus responsabilidades, no en vano su capacidad le confería una altísima sensación de infinita potestad. Sus manos hacían y deshacían, arreglaban, destrozaban, pero sobre todo estaban preparadas para solucionar cualquier problema que se le presentara y su determinación era inapelable.
Se sentía conmovido. Celosamente había preservado ese sentimiento, tal vez temiendo sus consecuencias, esas mismas que ahora le estaban afectando.
-¡Hola! ¿Ferdon? ¿Estás ahí? –mirando en todas direcciones Eva esperó una respuesta.
-Claro, aquí me tienes.
-¿Adónde? –Preguntó la niña –¡No te veo!
-Sólo tienes que mirar hacia arriba. ¿Lo ves? Allí donde me sonreíste por primera vez. Tú háblame, pide, lo que necesites lo tendrás. –Eva asintió –No te preocupes que no te perderé de vista.
Levantando la mirada, sonrió. Luego buscó de nuevo algo familiar entre los rostros que se cruzaban con ella antes de reclamar:
-¡Deseo que mis padres me encuentren! –la frase le salió con un pesar desgarrador.
Se despertaron en Ferdon sensaciones extintas. Sin atender a las consecuencias, apretó el botón que le desconectaba de su puesto. La plataforma flotante se desplazó unos metros hasta extraerlo. El aire reciclado se mezcló con la atmósfera pura del interior de su habitáculo. La avería fue inmediata
Consciente de su acción, de la ayuda excesiva al cuidado de Eva en detrimento de sus funciones primordiales, aplicó sobre sí el castigo correspondiente. Ferdon dejó de funcionar unos segundos después de lo previsto en los protocolos de sanción capital.
Durante dos ciclos completos, el puerto espacial quedó paralizado. Mientras, en la Terminal de pasajeros, una niña se reencontraba con los suyos después de que, afectadas de una extraña avería, todas las pantallas de la terminal transmitieran la imagen de aquella pequeña perdida.