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La penúltima orden

Naharro Sanz, Bernabé

Dedicado a Javier Mirón Lastre,

a quien nunca agradecí

que me recomendara

El sol desnudo.

Gracias.

 

«El trabajo de cada individuo es una contribución a la totalidad y de este modo se vuelve parte inmortal de ella. La totalidad de las vidas humanas, pasadas, presentes y futuras, forma un tapiz que existe desde hace miles de millares de años y que se ha ido haciendo cada vez más hermoso y más complicado en todo este tiempo. Incluso los espaciales son un brote de este tapiz y ellos también añaden a la complicación y belleza del dibujo. Una vida individual es como una hebra del tapiz, y ¿qué es una hebra comparada con toda la pieza?

  Daneel, mantén tu mente firmemente fija en el tapiz y no dejes que una sola hebra suelta te afecte. Hay muchas más hebras, cada una de ellas, valiosísima; cada una contribuyendo…»

Robots e Imperio, de Isaac Asimov

 

  –La respuesta del flujo positrónico es algo más lenta porque hay cierto desorden en tus circuitos cerebrales, pero dadas las circunstancias es comprensible.

  En el laboratorio habilitado en su casa, Han Fastolfe examinaba el esponjoso cerebro de platino e iridio de Daneel Olivaw, que permanecía inmóvil, sentado de espaldas a él, con el cráneo abierto por las líneas de las costuras invisibles que tenía para facilitar su examen. El cerebro positrónico del robot no podía estar en mejores manos dado que el doctor, además de ser el robotista más eminente de Aurora, era el responsable de los cálculos teóricos que lo habían hecho posible.

  –El compañero Elijah pudo comprobar en el transcurso de nuestra segunda misión cómo me afectó la muerte del Director General de Seguridad de Solaria, aun habiendo sido visualizada desde la distancia y sin tener ningún vínculo hacia el fallecido. Sabía que verle morir podía afectarme gravemente y por eso me ordenó marchar.

  –Es probable que hubiera resultado fatal. Y Elijah debía saberlo.

  Elijah Baley. El detective que había resuelto el único asesinato de un espacial en la Tierra, el primer terrícola en pisar un mundo espacial, el hombre que demostró la inocencia del propio doctor Fastolfe cuando parecía imposible. Daneel y él solo habían coincidido seis veces, cada una de ellas por breve espacio de tiempo, pero lo vivido juntos como compañeros había bastado para forjar una fuerte amistad. La última vez que se vieron había sido tres meses atrás en Baleymundo, el primer planeta colonizado por una segunda oleada de Expansión Humana desde la Tierra que el propio Elijah había promovido. Había mandado llamar a Daneel porque tenía algo que decirle antes de morir y el robot había acudido para escuchar esas últimas palabras.

  Tras la muerte de su amigo y ya de regreso en Aurora, Daneel sintió que sus procesos mentales se embotaban. Sus respuestas y reacciones se hicieron más lentas; tan solo la diferencia entre nanosegundos y milisegundos pero, en cualquier caso, un retardo continuo que le incomodaba. También se percató de que requería más energía de la acostumbrada a la hora de realizar cualquier movimiento. Tenía lo que en términos generales podía interpretarse como una sensación de malestar, y es por ello que acudió al doctor para sugerirle la conveniencia de que le realizara un chequeo. Lo hizo impulsado por la Tercera Ley de la Robótica, aquella que decía que «un robot debe proteger su propia existencia, mientras tal protección no contravenga la Primera o Segunda Ley». Quería prevenir así cualquier posible desplazamiento positrónico que desembocara en un bloqueo mental como aquel que, cuatro décadas atrás, acabara con Jander Panell, el robot humanoide del que él había sido el prototipo.

  –Además de una actividad cerebral muy activa, detecto dos impulsos positrónicos que se repiten de forma intermitente con una intensidad mayor a la acostumbrada –prosiguió el doctor mientras manipulaba distintos elementos del cerebro con un medidor de positrones–. No suponen nada grave a corto plazo, pero el estrés al que someten a los circuitos puede darte problemas en el futuro si su intensidad se prolonga en el tiempo.

  –Entonces debería eliminar esos impulsos, doctor, siempre que hacerlo no atente contra la Primera o la Segunda Ley.

  –No, no te supondría ningún conflicto con las dos primeras Leyes, y podría hacerlo con facilidad. Pero esos impulsos pasan por tu memoria: para eliminarlos debo borrar algunos de tus recuerdos, y no hay que ser detective para deducir que serán recuerdos asociados a nuestro común amigo terrícola. ¿Es eso lo que quieres?

  –No. No quisiera perder ningún recuerdo relacionado con el amigo Elijah. –dijo Daneel, y esta vez no hubo retardo en su respuesta.

  –Eso pensaba. Así que voy a hacerte unas cuantas preguntas para ver si localizamos qué es lo que los produce y podemos solucionarlo de otra forma.

  El doctor Fastolfe presionó una pequeña protuberancia en la parte superior de la oreja izquierda de Daneel que activó el cierre del cráneo. A continuación se sentó frente al robot, muy próximo a él. A diferencia de Daneel, que representaba la imagen arquetípica de perfección de los espaciales, el robotista, aunque alto y delgado, tenía unas orejas grandes que le sobresalían de la cabeza y un pelo castaño poco abundante que empezaba a encanecerse.

  –Dime, Daneel, ¿revisas con frecuencia tus recuerdos con Elijah?

  –Constantemente desde que murió.

  –Eso explica la actividad cerebral tan activa. ¿Solo revisas tus recuerdos con él o revisas también otros recuerdos?

  –Solo aquellos con el compañero Elijah, salvo que precise revisar otros recuerdos para cumplir una orden que me sea dada.

  –¿Lo haces ahora, mientras hablamos?

  –Al afirmar que reviso los recuerdos constantemente desde que murió el compañero Elijah, necesariamente he de estar haciéndolo ahora mientras hablamos.

  El doctor Fastolfe asintió. La memoria robótica, a diferencia de la humana, mostraba los acontecimientos exactamente como habían ocurrido, y de forma tan acelerada que podían revisarse días de recuerdos sin que ocuparan un hueco perceptible en la conversación. Con todo, Daneel no había podido evitar verbalizar uno.

  –Solo he formulado la pregunta para medir el tiempo de una respuesta que confirma una previa. Supuse que lo hacías desde el momento en que aludiste a vuestra segunda misión. ¿Por qué revisas tus recuerdos con Elijah?

  –Porque tengo curiosidad.

  –¿Curiosidad? –El uso de esa palabra por parte de un robot no era habitual y despertó el interés del doctor.

  –Es la palabra que el compañero Elijah usaba para referirse al deseo de aumentar el conocimiento que uno tiene. Ese deseo existe en mí.

  –Entonces revisas tus recuerdos con Elijah esperando aumentar tus conocimientos. ¿Es eso?

  –Así es.

  –Muy bien. Cuando un robot busca aumentar sus conocimientos es porque precisa hacerlo por una de dos razones: para poder cumplir una orden que se le ha dado o para llevar a cabo una iniciativa que no se le ha ordenado pero concierne al bienestar de un ser humano. Antes de que te ordenara marcharte, ¿te dio Elijah alguna otra orden?

  –Sí. Me dijo: «Daneel, mantén tu mente firmemente fija en el tapiz y no dejes que una sola hebra suelta te afecte». –El robot expresó la orden tal y como le fue dada por su amigo, en la forma en que habría sido reproducida por un magnetofón solo que con su tono de voz. Y añadió–. Entiendo que con «la hebra suelta» que no debía afectarme se refería a su vida, que tocaba a su fin.

  –¿Y qué crees que pretendía al ordenarte eso?

  –Al igual que con la orden de marcharme, creo que cuando me ordenó no permitirme que «la hebra suelta» me afecte quiso minimizar el impacto que su muerte podía ocasionarme. Sus palabras me protegieron.

  –Pero de alguna forma estás permitiendo que te afecte.

  –No, doctor. Como bien sabe, la Segunda Ley establece que «un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, excepto cuando esas órdenes contravengan la Primera Ley», y desconozco que la orden del compañero Elijah contravenga la Primera Ley. Por lo tanto, no permito que «la hebra suelta» me afecte.

  –Sin embargo hay algo que te afecta hasta el punto de desordenar tus circuitos cerebrales. Si cumpliste con esa orden...

  Daneel hizo un gesto con la mano para interrumpir al doctor.

  –Lamento tener que volver a corregirle, pero lo cierto es que solo he cumplido una parte de esa orden. Está la otra parte, la de «mantén tu mente firmemente fija en el tapiz», que no me es posible procesarla. Por alguna razón me resulta muy difícil pensar en esa dirección. De ahí que revise mis recuerdos con el compañero Elijah: busco en ellos la clave que me permita cumplir con la penúltima orden de nuestro amigo.

  –Pero esa parte no es una orden, sino un refuerzo a la orden que ya cumpliste. Al decirte que mantuvieras tu mente firmemente fija en el tapiz lo que pretendía era restarse importancia y hacer que desviaras tu atención de él hacia algo más grande. En su lecho de muerte, Elijah debió olvidar que los robots os regís por procesos lógicos y no os es posible procesar con la lógica una metáfora que se refiere a una abstracción. Cuando antes has rememorado la orden, has añadido que entendías que con «la hebra suelta» que no debía afectarte se refería a su muerte, pero no has dicho nada del «tapiz». El tapiz tengo la impresión de que se refiere a la humanidad, y un concepto como «humanidad», siendo abstracto, no puedes procesarlo con la lógica.

  –Doctor, de la misma forma que puedo hacer analogías con otros conceptos abstractos como pueden ser «malestar» o «curiosidad», debo poder hacerlo con «humanidad». No creo que ese sea el problema, de la misma forma que tampoco creo que el «mantén tu mente firmemente fija en el tapiz» –volvió a recitarlo como un magnetofón– fuera un refuerzo de la parte cumplida y sí, por el contrario, otra parte de una orden que guarda la razón última de que me pidiera ir a verle. Pienso que el compañero Elijah consideraba esta penúltima orden de vital importancia, tal vez incluso para el futuro de la humanidad, y lo que quiso es reforzarla transmitiéndomela personalmente. Podría haberme hipervisionado para decírmelo; sin embargo, me mandó llamar y aguantó vivo hasta que llegué. Su hijo me dijo que debía haber muerto hacía tiempo, pero que se había aferrado a la vida porque se negaba a abandonarles hasta haberme visto.

  –¿Y por qué crees que podría ser importante para el futuro de la humanidad?

  –No sabría decirle. Pero lo que ambos sí sabemos es que el compañero Elijah era muy certero con eso que los humanos llamáis intuiciones.

  Han Fastolfe asintió con seriedad.

  –Está bien. Vamos a retomarlo en el punto donde me interrumpiste pero suponiendo que, como dices, no has terminado de cumplir esa orden que te dio porque el «mantén tu mente firmemente fija en el tapiz» no es un refuerzo, sino que forma parte de ella. El no poder procesarla te ha llevado a buscar una posible clave en tus recuerdos con él... –El doctor se tomó unos segundos para reflexionar antes de proseguir–. Quiero que me reproduzcas uno de esos recuerdos. Pero no uno al azar: quiero que establezcas similitudes y paralelismos y escojas aquel que consideres más aproximado a tu último recuerdo con él.

  Daneel permaneció inmóvil, en silencio y con la vista perdida en un punto indeterminado, durante el segundo en el que su cerebro hizo las comparaciones de cada recuerdo con el del último encuentro con su amigo. Cuando terminó, a modo de magnetofón, reprodujo:

  —«Daneel, tú eres el individuo más importante de este planeador, mucho más importante que yo y Giskard juntos. No es únicamente que me preocupe por ti y procure que no te suceda ningún daño: toda la humanidad depende de ti. No te preocupes por mí, yo sólo soy un individuo. Preocúpate por miles de millones. Daneel, por favor…»

  –¿Cuándo y dónde fue eso?

  –Hace cuatro décadas, aquí en Aurora, cuando el doctor Amadiro saboteó el planeador en el que íbamos y mandó a sus robots a capturarme.

  –¿Y qué similitudes y paralelismos has establecido que te han llevado a escogerlo?

  –En ambos recuerdos el compañero Elijah minimiza su importancia y desvía su atención de sí hacia algo más grande. También se preocupa por mi bienestar, me ordena marcharme y, aunque quiero resistirme, acabo obedeciendo. Podría decirse también que en ambos casos me protege de un daño que me amenaza. Por último, me pide...

  En ese punto, las palabras de Daneel se interrumpieron. Su ojo derecho empezó a parpadear sin control mientras que la parte izquierda de su boca se torcía hacía arriba en una mueca horrenda. El doctor Fastolfe extendió entonces sus brazos y agarró las sienes del robot apretándolas con fuerza, y gritó:

  –¡Daneel! ¡Para! ¡¡¡Para de recordar!!!

  El robot humanoide obedeció y volvió en sí. No dio muestras de conciencia de su mal funcionamiento y miró al doctor esperando una nueva pregunta. Fastolfe le soltó la cabeza y meditó el siguiente paso a dar mientras se rascaba la nariz con el dedo índice.

  –Creo que tengo una explicación a lo que te pasa. Voy a compartirla contigo pero quisiera que me corrigieras si crees que en algún momento me equivoco. También precisaré que me respondas alguna pregunta más.

  –Como sabe, doctor Fastolfe, obedeceré sus órdenes y responderé a las preguntas lo mejor que sé.

  –Como robot no puedes discernir cuales de tus recuerdos son más importantes porque todos te resultan igualmente importantes pero, ¿querrás fiarte de mi palabra si te digo que tanto el recuerdo que has reproducido como el de tu último encuentro con nuestro amigo Elijah son particularmente importantes?

  –Sin duda alguna.

  –Me alegro, porque quiero que lo tengas presente a partir de ahora. Tu elección, como no podía ser de otra forma, ha sido del todo acertada y me hace pensar que estás en lo cierto cuando dices que no has terminado de cumplir esa orden que te diera antes de morir. Pero yo tampoco iba desencaminado en lo que se refiere a tu incapacidad de comprender y procesar con la lógica esa parte que se refiere a una abstracción, que es la que te produce la sensación de malestar de la que soy, en cierta forma, responsable.

  –¿Cómo podría ser usted responsable de mi malestar, doctor, cuando no tiene nada que ver con estos recuerdos?

  –Y sin embargo es así. Por un lado, por aquel impulso particularmente fuerte que inserté en tus bancos de motivación para tu primera misión en La Tierra: el deseo de justicia. Apostaría a que ese es uno de los dos impulsos que se repiten con mayor intensidad de la acostumbrada. Como bien has dicho, la Segunda Ley establece que «un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, excepto cuando esas órdenes contravengan la Primera Ley», y la has cumplido en lo que a la parte de «la hebra suelta» se refiere. Pero no logras terminar de obedecer esa orden en su totalidad por no comprender el «mantén tu mente firmemente fija en el tapiz», lo que es decir que no terminas de cumplir con la Segunda Ley. Y para ti, que como robot la justicia es lo que existe cuando se cumplen todas las leyes, debe resultarte tremendamente injusto que se quede sin cumplir esa penúltima orden de nuestro amigo después de todo lo que hizo por ti; de haber antepuesto tu vida a la suya y, sobre todo, de la confianza que siempre depositó en tu persona. Sientes que le estás fallando porque te ha legado un cometido que, por no poder comprenderlo, te ves incapaz de cumplir, y eso te atormenta. Pero lo cierto es que tu falla se debe a un dispositivo protector contra lesiones en tu cerebro positrónico, del que también soy yo el responsable.

  –Si tengo una falla que me impide cumplir con la orden que me dio entonces es que estoy fallando.

  –Pero no que le estés fallando. Elijah te conocía bien y nunca te habría dado una orden que no estuviera convencido de que pudieras acabar cumpliendo. Es solo que aún no estás preparado para cumplirla. Acabarás por estarlo y entonces harás justicia a la memoria de nuestro amigo, pero todavía no.

  –Acepto lo que me dice, doctor, pero no comprendo cómo puede estar usted tan seguro de que lo lograré.

  –Porque, como bien has dicho, nuestro amigo era muy certero en sus intuiciones. Y porque deduzco que lo harás gracias a algo que aprendiste de él, ese segundo impulso que se repite en tu cerebro con una intensidad mayor a la acostumbrada y que no puede ser otro más que el sentido del deber. Elijah fue un hombre con fuertes prejuicios hacia los robots y los espaciales, pero terminó tratándote como amigo y enamorándose de Gladia, una espacial; un terrícola criado en ciudades subterráneas y con pánico a los espacios abiertos que acabó liderando la movilización de la segunda oleada de Expansión Humana desde la Tierra. Si afrontó y superó sus limitaciones fue siempre gracias a su estricto sentido del deber y tú, Daneel, que fuiste originalmente diseñado para recoger información y analizar el carácter humano, te has imbuido de él. Por eso estoy convencido de que, aunque te lleve algún tiempo, acabarás comprendiendo qué te quiso decir y cumplirás con su voluntad. Tu sentido del deber te llevará a superar tu limitación.

  –Entiendo lo que me quiere decir.

  –Si no quieres que borre estos dos impulsos y, con ellos, recuerdos de nuestro amigo, te sugiero que dejes de revisar constantemente vuestro pasado común porque la clave que te permitirá mantener «tu mente firmemente fija en el tapiz» no estará tanto en lo vivido con él como en lo que estás por vivir. Sigue haciendo aquello para lo que fuiste programado, recoger información y analizar cada hebra que encuentres en tu camino, porque estoy convencido de que será manteniendo viva tu curiosidad como encontrarás la respuesta.

  –En cierta forma sería como resolver un caso. Avanzando a ciegas, atento a cuanto pasa en busca de pistas y sacando conclusiones útiles de información limitada hasta dar con la clave que lo resuelva.

  –En cierta forma. Y tú has aprendido del mejor detective.

  –Solo que yo no tendré un compañero que me apoye.

  –Siempre puedes contar con Giskard. Quizá te venga bien hablar de todo esto con él. Yo siempre he encontrado consuelo en su presencia.

  –Eso haré.

  –Y Daneel... Tú también eres una de las hebras. Procura tenerlo presente.

  –Doctor, no es posible que yo sea una hebra del tapiz: si el tapiz se refiere a la humanidad y con sus hebras a las vidas individuales, esas vidas han de ser necesariamente humanas y yo soy un robot.

  –Esa es tu interpretación, fruto de la lógica que como robot te rige, pero los humanos definimos la realidad como la sentimos. Para Elijah probablemente fueras más humano que muchos de los que tuvo que tratar por su profesión de detective, y eso te convierte en parte de su tapiz.

  Daneel se tomó unos segundos antes de volver a hablar.

  –Aunque me haya demorado en mi tiempo de respuesta, he de decir que ha sido voluntaria y siento cierta mejoría en el mismo.

  –Me alegra saberlo.

  –Gracias, doctor.

  Una vez hubo despedido a Daneel, Han Fastolfe meditó sobre otro descubrimiento que había hecho y del que no había querido hacer partícipe al robot, que era que el desorden en sus circuitos, ese en un principio había atribuido erróneamente al dolor de la perdida, no era tal. Ocurría que el cerebro del robot estaba reorganizando su circuitería en un nuevo diseño, probablemente en busca de la manera de permitirle pensar como lo hacía su difunto amigo, algo que también justificaría su insistencia en el repaso continuo de los recuerdos con él. Observando a Elijah Baley, Daneel había asimilado que se puede cambiar, adaptarse a las circunstancias, mejorar, y de alguna forma lo estaba haciendo.

  «Un cerebro positrónico que evoluciona hacia el pensamiento humano podría ser la llave para descifrar las Leyes de la Humánica», pensó entonces el doctor: «quizá fue eso lo que intuyó Elijah y de ahí que le ordenara centrar su atención en la humanidad». Había hablado al detective de esas Leyes, en las que llevaba décadas trabajando y que, al igual que las Leyes de la Robótica lo hacen con los robots, permitirían expresar matemáticamente las acciones de los humanos. Con ellas podría fundarse una ciencia matemática con la que predecir los rasgos generales del futuro: la psicohistoria. «Podría llevar a Daneel a razonar como nosotros, o a desarrollar nuestro instinto. Tal vez incluso a trascender las Tres Leyes», observó.

  Esta última reflexión, lejos de preocuparle, le dio esperanza porque Han Fastolfe sabía que Daneel, por su naturaleza incorruptible como robot, solo asimilaría lo más positivo de la humanidad.

 

·

 

  Dieciséis décadas después, Daneel Olivaw comprendió lo que su amigo Elijah quiso transmitirle con su penúltima orden. Fue en el momento en que Vasilia Aliria, hija del doctor Fastolfe, se disponía a hacerse con la propiedad de su compañero robot Giskard Reventlov. Cuando la robotista le mandó callar, él logró desobedecer la orden directa y dijo:

  —Durante décadas he meditado sobre lo que me dijo el inspector Elijah Baley, y es más que probable que lo hubiera entendido en el acto si las Tres Leyes no se hubieran interpuesto. Me ha ayudado en la investigación mi amigo Giskard, que desde hace tiempo ha pensado que las Tres Leyes son incompletas. También he sido ayudado en algunos puntos por Gladia, por algo que dijo en un reciente discurso, en un mundo colonizador. Y lo que es más, señora Vasilia, esta crisis actual ha servido para agudizar mi forma de pensar. Ahora estoy seguro de la manera en que las tres leyes son incompletas.

  —Un robot, que también es robotista —comentó despectiva, Vasilia—. ¿En qué son incompletas las tres leyes, robot?

  —El tapiz de la vida es más importante que una sola hebra. Apliquen esto no sólo al colega Elijah Baley, sino generalícenlo y podemos llegar a la conclusión de que la humanidad, como un todo, es más importante que un solo ser humano.

  —Te trabas al decirlo, robot. No lo crees.

  —Hay una ley que es superior a la Primera Ley. «Un robot no puede lastimar a la humanidad o, por falta de acción, permitir que la humanidad sufra daños». La considero ahora la Ley Cero de la Robótica. La Primera Ley debería decir: «Un robot no debe dañar a un ser humano, o permitir, por inacción, que el ser humano sufra algún daño, a menos que tal acción viole la Ley Cero de la Robótica».

  —¿Y sigues en pie, robot? —rezongó Vasilia.

  —Y sigo en pie, señora.

  El recuerdo de su charla con el doctor Han Fastolfe no ocupó un hueco perceptible en esta conversación.

 

 

NOTA DEL AUTOR

 

  A excepción de los fragmentos que se corresponden con pensamientos del doctor Fastolfe, los textos en cursiva son extractos literales de traducciones al castellano de obras de Asimov. La cita introductoria, los fragmentos de la misma usados a lo largo de la narración y el diálogo final de Daneel Olivaw con Vasilia Aliria son traducción de Rosa S. de Naveira de Robots and Empire (Isaac Asimov, 1985). Y el recuerdo que Daneel asocia con el del último encuentro con Elijah Baley es traducción de Tony López de The Naked Sun (Isaac Asimov, 1958).

  Asímismo, las traducciones que he manejado para idear y desarrollar el diálogo entre Daneel Olivaw y Han Fastolfe han sido, además de las citadas, la de Luis G. Prado de The Caves of Steel (Isaac Asimov, 1953), la de Carlos Gardini del relato Mirror Image (Isaac Asimov, 1972) y la de María Teresa Segur Giralt y Hernán Sabaté Vargas de The Robots of Dawn (Isaac Asimov, 1983).

  Agradezco a estos traductores su labor. Sin ella no habría podido escribir este relato