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La noche más larga de invierno

Pappas, Mariela

 

Detenerse en un comedor al paso nunca era buena idea; sus ropas y maquillaje negro y las cadenas que pendían de sus cinturones siempre se ganaban miradas extrañas. Además, el invierno estaba a punto de derramarse sobre el cielo y los días se hacían más cortos.  No podían perder demasiado tiempo, pronto anochecería y no habría suficiente luz para conducir. Pero Violet había insistido y no le costó mucho convencerla a ella también. Bethany tenía hambre y frío; aquellas chaquetas de cuero no abrigaban tanto en el campo abierto, el viento helado que anunciaba el cambio de estación parecía haberse instalado en sus huesos. Tomaron asiento y contaron los billetes arrugados de sus bolsillos; apenas les alcanzaba para un sándwich y un café. La camarera les tomó la orden bajo un ceño fruncido y se retiró, abandonándolas a la merced de las miradas prejuiciosas de los lugareños. Estaban acostumbradas a ello, pero pronto Bethany sintió que el miedo la estaba alertando. Tres hombres las observaban desde un rincón, y esos ojos se sentían como buitres picoteando su carne.  Su piel era tan grasosa como las manchas que ostentaban en sus camisas escocesas, y  sus voces potentes acaparaban el aire y lo llenaban de  risotadas e improperios. Cuando Bethany miró a uno de ellos de reojo, este se sujetó con orgullo la entrepierna y le mostró la lengua. Quiso abalanzarse sobre ellos y asesinarlos a golpes, pero su compañera la detuvo, Con el aliento agitado por la furia intentó ignorarlos, mientras le cedía la mitad de su sándwich a la hambrienta Violet. Ella se lo agradeció entrelazando sus dedos, y aquello solo empeoró la situación. Los tres hombres se pusieron de pie y avanzaron hacia ellas, Quiso hacerles frente, rabiosa, pero Violet la jaló del hombro con fuerza. Le recordó que no podría pelear con los tres al mismo tiempo mientras la arrastraba fuera del comedor.  Y sabía que tenía razón, pero la furia aun palpitaba con dolor en su pecho y garganta.

Los hombres salieron a su encuentro, y ellas se apuraron a poner en marcha sus motocicletas. Los motores rugieron sobre el asfalto, y mientras el aire frio golpeaba sus rostros sin piedad, notaron que un camión de carga las estaba siguiendo por la desolada ruta. Bethany reconoció las voces que les aullaban obscenidades agresivas a través de la ventanilla, y aceleró al máximo con Violet a su lado. Nunca antes había abusado del motor con tanto ahínco; sus nudillos doloridos estaban blancos mientras hacía presión en el manubrio. Sus sienes palpitaban como dos puñales mientras aceleraba, hasta que las amenazas quedaron sepultadas bajo el polvo y el bramido de las motocicletas. Perdió el control y su cuerpo rodó por la tierra al lado del camino. Violet se detuvo y le ayudó a incorporarse.

Una vez de pie, con alivio descubrió que habían perdido de vista al camión. Pero segundos más tarde ambas se decepcionaron al descubrir que la motocicleta de Bethany ya no tenía gasolina. En su afán de escapar de aquellos hombres habían olvidado llenar los tanques, y Violet calculó que apenas tenía para conducir unos metros más. Por algún motivo, sus móviles no captaban señal, así que no pudieron ubicarse en el mapa. Retroceder hacia el comedor no era una opción, y ninguna de las dos quería dejar a la otra sola, así que empujaron sus motos por el camino con la esperanza de encontrar alguna estación cercana. Pero no habían avanzado ni un kilómetro cuando la oscuridad ya cernía sobre sus cabezas. El cielo gris cobraba unas tonalidades de ominoso púrpura a medida que el viento se tornaba más gélido, y no había ninguna señal de vida más que el distante graznido de algún cuervo. La negrura traía el frio consigo, obligándolas a temblar y encogerse mientras caminaban, en un intento vano por mantener su calor corporal.

Un relámpago iluminó el firmamento durante una milésima de segundo, dejando ver las ramas desnudas de los arboles al lado del camino. El otoño las había desnudado y sus formas tortuosas resplandecían de blanco y azul bajo la tormenta. La lluvia se desató, golpeando con agua helada sus rostros y espaldas. Un segundo relámpago iluminó una casona que se alzaba sobre una pequeña colina y cuando la oscuridad regresó Bethany se refregó los ojos para verla mejor. A través de las gotas de lluvia que se enredaban en sus pestañas, pudo distinguir la imponente edificación de tres pisos cuyos empinados aleros irregulares se perdían entre la niebla de la tormenta.

Ninguna de las dos podía comprender cómo no habían visto una residencia tan grande desde la distancia. Luego de una breve discusión, decidieron golpear la puerta y pedir ayuda. Dejaron sus motocicletas a un lado del pavimento y treparon por el cúmulo enlodado que guiaba hacia la entrada. Un pequeño pórtico las protegió de la tormenta, custodiado por dos columnas derruidas e invadidas por la hiedra. Segundos después de golpear la puerta de madera, Bethany se arrepintió de haberlo hecho. Casi se sintió aliviada de que nadie respondiera, aunque Violet no dejaba de temblar a su lado. Alzó la vista hacia los ventanales sucios y enrejados pero ni una pizca de luz emanaba del interior de la casa. Aun así, le parecía ver figuras moviéndose cuando los relámpagos teñían todo de blanco durante fugaces instantes.

Estaban a punto de regresar cuando la puerta se abrió con un crujido. Un potente aroma a humedad brotó desde adentro, y Bethany imagino que así olería abrir una tumba. De la oscuridad avanzó una mujer a paso parsimonioso. El tono lechoso de su piel parecía absorber toda luz a su alrededor, y dos cortinas de pajizo cabello blanco flotaban hasta cubrir su pecho. Los ojos eran negros y redondos, como los de Violet, y parecían abarcar dos tercios de su pequeña cara, Otro relámpago tiñó su rostro  de un azul pálido durante un momento, y una sonrisa se  dibujó en los labios delgados.

— ¡Mis niñas! —exclamó la anciana con un berrido maternal. —. ¡Están empapadas!

Violet le explicó que estaban perdidas, y preguntó si podían usar su teléfono. La anciana las contempló durante una milésima de segundo, como si estuviera riendo de un chiste que solo ella conocía. Les explicó que no poseían línea telefónica, pero con un gesto lento de sus manos huesudas les ofreció pasar a secarse el cabello y beber algo caliente.

La casona era tan imponente por fuera como por dentro, más allá de un vestíbulo estrecho se alzaba una sala de estar de cuyo alto techo pendía un candelabro de ínfimas luces. Bethany notó que la humedad había anidado en casi todos los rincones y que allí dentro el tambor de la tormenta sonaba un poco más débil. Buscó el móvil en su bolsillo y volvió a decepcionarse al comprobar que allí adentro tampoco había señal.

La oscuridad de la casa escupió una segunda figura de entre las sombras, otra anciana de cabello gris y recogido. Llevaba un chal negro cubriendo sus hombros, sobre un camisón antiguo de amarillentas puntillas en los puños y cuello. Los ojos eran más pequeños que los de su compañera, pero del mismo negro penetrante. Y cuando los relámpagos estallaban a través de los ventanales, la luz  hacia que la oscuridad  se escondiera en los surcos de sus caras arrugadas. Ella les explicó que tampoco poseían electricidad, ya que preferían mantenerse aisladas del mundo moderno y sus aconteceres. Cuando les preguntaron si conocían alguna estación cercana,  con una risita les respondieron que la más cercana estaba a cien kilómetros.

Las dos muchachas se observaron atónitas; no podían creer que se habían alejado tanto de su rumbo. Además, Bethany sentía algo oprimiendo su pecho desde que había puesto un pie en aquella casona. No le asustaban ni la oscuridad ni el encierro, pero en su garganta latía la desesperación por abandonar aquel lugar. Sin embargo las dos ancianas insistieron en que las acompañaran al comedor. Allí, el fuego de un inmenso hogar crepitaba y contagiaba de calor. Les quitaron las chaquetas mojadas y les ofrecieron toallas para secarse los cabellos empapados. Tomaron asiento en una larga mesa cuyo mantel en algún momento había sido blanco, pero ahora ostentaba un tono gris y las esquinas devoradas por las polillas, al igual que los cortinados de los cortinados.

  La mujer de cabello blanco  les sirvió dos hondos platos de humeante sopa y les preguntó con curiosidad de donde se conocían. Como de costumbre ante desconocidos, Violet mintió y les dijo que eran hermanas. Nosotras también somos hermanas, la otra anciana rió por lo bajo mientras revolvía la olla sobre la estufa con círculos hipnóticos. Bethany se sintió todavía más incómoda por aquella respuesta. El aroma espeso del caldo no lograba opacar el del moho en las esquinas, y tampoco logró reconfortarla cuando bajó caliente por su garganta. No podía alejar su vista de las dos ancianas sentadas frente a ellas en la mesa. Admiraba los dedos frágiles y huesudos llevando la cuchara hacia los labios arrugados, y los dientes carcomidos por el paso del tiempo que le sonrieron al descubrir su mirada.  Durante unos momentos que se sintieron como una eternidad, los únicos sonidos que acompañaban los distantes truenos eran los chasquidos de los troncos en la chimenea y el sorber  de la sopa. Violet lucía mejor después de haber comido; el tono rosado regresó a sus mejillas redondas, tan redondas como las de la anciana de cabello blanco. También compartían la estatura pequeña y los ojos grandes como los de un insecto, mientras que la anciana alta de cabello gris no apartaba su mirada vigilante y soñadora de Bethany. La tormenta comenzó a tranquilizarse al mismo tiempo que el viejo reloj de la sala anunció la medianoche con una campanada metálica que retumbó en las paredes húmedas. Las muchachas insistieron con que debían marcharse, pero las ancianas les advirtieron que conducir en ese clima era peligroso, y que en aquellos alrededores la gente no tenía la mente tan abierta como ellas. Además, era el solsticio de invierno, la noche más larga del año, cuando el velo entre ambos mundos se hacía más fino. Mientras la lluvia golpeaba con suavidad el tejado, les explicaron que aquella fecha tenía un significado especial para ellas. Durante la larga noche era preciso que lo decrépito fuera devorado por la muerte para que el amanecer encontrara la vida renovada. Ese era el eterno ciclo, el orden de todas las cosas. Y durante aquellas horas oscuras y hambrientas  era preciso cobijarse entre aquellas paredes hasta que la negrura cediera el paso al amanecer.

Bethany no creía en supersticiones ni  le agradaba la idea de pasar la noche en aquella casa, pero no tuvieron más remedio que aceptar. Las condujeron por un estrecho pasillo hasta un pequeño dormitorio sin ventanales. Los hongos habían anidado en los rincones de la pared, y la anciana se disculpó explicando que no recibían visitas muy a menudo. Bethany le creyó. La humedad devoraba los cimientos, dejando algunos tablones putrefactos y frágiles al pisarlos. La anfitriona de cabello blanco encendió algunas velas, que esparcieron una luz anaranjada por la derrumbada habitación. Acercó una vela a su rostro y les preguntó si deseaban darse un baño caliente antes de dormir. Violet aceptó, pues no había dejado de temblar desde que puso un pie en aquel lugar. Cuando Bethany quedó sola en el dormitorio, se dejó caer sobre la cama. El colchón era inesperadamente mullido, pero el cobertor apolillado poseía el mismo aroma penetrante que los pasillos. Se quitó los pantalones de cuero húmedos y se deslizó bajo las sábanas que parecían no haber tocado piel humana en décadas. Su cuerpo estaba abatido por el dolor del cansancio y la preocupación, pero aun así no pudo conciliar el sueño. Permaneció sobre su espalda, observando como las llamas de las velas danzaban sobre el cielorraso y descubrían nuevas manchas de moho. Afuera, la tormenta perecía y el aroma a lluvia penetraba por los agujeros en los tablones del tejado. Pero por debajo de aquella melodía había otro sonido; el palpitar de un viento denso y caliente. Era casi como si la casa estuviera respirando, y si entrecerraba los ojos cansados, Bethany podía ver las paredes contrayéndose con sutileza, como si ella fuera prisionera en los pulmones de aquella residencia. Un sopor la consumió, a pesar de que no podía cerrar sus párpados. La noche se sentía eterna y pesada, como una manta negra que se cernía sobre su cara. El tiempo pesaba una tonelada, y ella no podía luchar contra él.

De pronto se dio cuenta que Violet estaba tardando demasiado, Nunca había cerrado sus ojos, pero sintió que los había abierto una vez más. Se incorporó de la cama y se puso los pantalones. Cogió una de las velas que aún no se habían consumido y la cera quemó la yema de sus dedos. Su mano estaba temblando cuando abrió la puerta con un crujido. No sabía dónde estaba el baño, y le daba miedo maginar cómo luciría, pero debía encontrar a Violet. Atravesó el pasillo, que parecía hacerse más estrecho conforme ella avanzaba. Llamó a Violet en la oscuridad, pero no obtuvo más respuesta que su propio eco y el tamborileo de la lluvia. Se dio cuenta que no sabía los nombres de las ancianas, así que volvió a llamar a Violet. Elevó la vela por encima de su cabeza y notó que la estructura de la casa era irregular, como las vértebras de una persona jorobada por el paso del tiempo. Una escalera caracol se alzaba al final del pasillo, y Bethany se preguntó´ si debía subirla. Los escalones lucían bastante destartalados como para soportar el peso de alguien. No podía divisar el final de ella, pero la luz nocturna se filtraba por una enorme abertura en el tejado y lucia como un ojo observándola. Decidió retroceder sobre sus pasos, pero cuando giró le pareció que el pasillo lucia diferente.  Caminó con su corazón palpitando al mismo ritmo que el respirar de las paredes, y mientras la lluvia amainaba, pudo escuchar a Violet sollozando. La llamó de nuevo pero no hubo respuesta. El gran reloj de la sala anunció el cambio de hora con una campanada profunda, y Bethany se sobresaltó. Su aliento frio apagó la vela al gritar, y la muchacha quedó presa del pánico y la total oscuridad. Apoyó una mano contra la pared húmeda y resquebrajada, e intentó controlar su respiración. Lo que más la asustaba era pensar que solo había transcurrido una hora de su llegada ¡podía jurar que habían pasado tres o cuatro!

Un par de brazos brotaron de la oscuridad y envolvieron sus hombros.  Volvió a gritar, hasta que reconoció a Violet llorando contra su cuerpo. Extendió sus manos y sintió la piel mojada, helada  y desnuda  de la otra. Bethany le preguntó que había ocurrido pero la muchacha no dejaba de tiritar y sollozar incoherencias. Divisó la puerta entreabierta del dormitorio, y cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad logró llevarla hacia la habitación. Bajo la luz amarillenta de las velas, notó que la piel de Violet estaba cubierta de arrugas, como si hubiera estado sumergida demasiado tiempo. Aun después de que Bethany la envolviera en el viejo cobertor y la secara, su piel continuaba arrugada. Le contó que la anciana la había conducido al baño y que una vez en la tina, ella perdió la noción del tiempo. Cuando abrió los ojos su cuerpo estaba cubierto por sanguijuelas, y cuando quiso librarse de ellas la cañería intentó tragarla. Luchó en el estrecho canal de cobre, con el agua estancada llenando sus pulmones hasta que logró escapar. Aseguraba que había deambulado horas en la oscuridad hasta encontrarla.

Bethany decidió por ambas que no iban a pasar ni un minuto más en aquella casa. No le importaba conducir bajo la lluvia o tener que caminar los cien kilómetros. Tampoco le importaba volver a cruzarse con los tipos del camión, estaba tan furiosa que pensó que podía asesinarlos a los tres a mano limpia. Violet había perdido sus ropas así que cubrió su cuerpo desnudo y arrugado con el cobertor raído.  Una vez fuera del dormitorio, no lograron encontrar la salida. Los pasillos se entrelazaban como la hiedra que consumía la pared exterior, y el ulular del viento nocturno sonaba como su la residencia se estuviera riendo de ellas. Intentaron encontrar a las dos ancianas, pero tampoco dieron con ellas. Violet aseguraba que la casa estaba vacía, pero Bethany sabía que aquello no era posible ¿Acaso las habían abandonado en mitad de la tormenta? No tenía sentido. Derrotadas, decidieron regresar al dormitorio y esperar a que llegara el amanecer.

Violet se acurrucó contra el cuerpo de Bethany y cuando la abrazó, la otra pudo jurar que había perdido peso en cuestión de horas. Sus huesos ahora sobresalían como nunca lo habían hecho antes, y se hundían en su piel en forma dolorosa. Sus pómulos también estaban más puntiagudos, la carne consumida en las mejillas. Ninguna de las dos pudo dormir, solo mantuvieron el abrazo mientras sus respiraciones asustadas se sincronizaban. La casa también palpitaba a su alrededor, amenazando con tragarlas.

Cuando el primer rayo de sol se filtró por las tejas rotas, Bethany sintió una alegría que jamás creyó experimentar. Ambas se incorporaron y huyeron del dormitorio. La luz del día les permitió encontrar la salida con facilidad. No se toparon con ninguna de las dos ancianas en su trayecto. El amanecer les hizo doler los ojos, y bajaron por la pendiente enlodada con las piernas temblorosas. Bethany montó la motocicleta de Violet, que aun poseía algo de gasolina, y aceleró con la muchacha a su espalda. Respiró hondo una vez que la casona había desaparecido en el espejo retrovisor, y agradeció por lo bajo cuando el combustible les permitió llegar a la estación de autoservicio. Estaba vacía, por lo cual a nadie le alarmó ver a Violet semidesnuda y Bethany pudo llenar el motor sin tener que pagarle a nadie. Discutieron sobre si volver atrás a recuperar la moto que habían abandonado la noche anterior, pero ninguna de las dos quería regresar. Decidieron seguir su camino y dejar aquel extraño episodio en el pasado, aunque las arrugas en el rostro y brazos de Violet se negaban a desaparecer, De hecho, su piel lucia más reseca bajo la luz del sol.

Todavía no lograban captar señal en sus móviles, pero sabían que si continuaban por la carretera llegarían a la ciudad para el mediodía. Mientras Bethany conducía con Violet abrazando su cintura, comenzó a sentirse débil. La luz del día le oprimía los huesos y la drenaba de toda fuerza. Pero se esforzó por presionar el acelerador y que aquella travesía pronto llegara a su fin. Condujeron por horas y horas, presas de un sopor frio, pero la ciudad nunca aparecía.

Cuando el atardecer estaba tiñendo los cielos de púrpura, la casona volvió a alzarse frente a sus ojos. Violet rompió en llanto mientras Bethany maldecía.  ¿Acaso habían conducido en círculos durante todo el día? ¿Cómo era posible? La residencia parecía inmune al paso del tiempo, sus tejados irregulares quebraban el horizonte invernal y los aleros parecían burlarse de ellas. La única diferencia era que la motocicleta de Bethany había desparecido de la entrada. Rabiosa y con lágrimas en los ojos, la muchacha volvió a acelerar. Condujo en todas las direcciones posibles, pero conforme pasaban las horas siempre parecían terminar frente a la vieja casa podrida.

El firmamento volvió a cubrirse con una impenetrable negrura, y el tanque de la motocicleta estaba vacío una vez más. Temblando y con los dientes apretados, Violet sugirió pasar la noche allí de nuevo. Bethany no pudo hacer más que aceptar. Ambas cruzaron el umbral de la entrada cubiertas de sudor frio. Esta vez, nadie las recibió. Todas las velas estaban apagadas en el interior hasta que encontraron  unos fósforos algo húmedos y las encendieron. Inspeccionaron la sala principal, sobre cuya mesa aun esperaban los platos de sopa que habían dejado la noche anterior.  El olor salado le revolvió el estómago. Deambularon por los pasillos en búsqueda de las ancianas, aunque ninguna de las dos quería volverlas a ver. En lo que parecía ser el dormitorio principal, la puerta estaba abierta. La madera del piso crujió cuando ambas entraron. El olor a rancio era más intenso allí adentro, especialmente cuando Violet abrió un armario. Cubrió su desnudez con un viejo camisón blanco, como el que había utilizado la anciana que las había recibido. Bethany no podía quitarse el frio de la piel así que se quitó s chaqueta de cuero aun húmeda y cubrió su espalda con un chal de lana negro y agujereado. Al pasar frente a un espejo en la pared, despejó la gruesa capa de polvo con su mano para poder ver su rostro. Notó que lucía cansada, y que su cabello estaba tornándose gris.

Intentaron buscar el dormitorio  de huéspedes, pero volvieron a perderse en los oscuros pasillos una y mil veces más. Así que decidieron dormir en la habitación principal. Las dueñas de la casa no estaban como para enfadarse. Bethany abrazó el cuerpo de Violet contra el suyo y absorbió su calor hasta quedarse dormida. Al despertar, se sentía todavía más cansada. El constante latido de las paredes le impidió descansar bien, pero se incorporó de la cama decidida a abandonar aquella casa de una vez por todas. Tuvo que arrastrar a Violet hacia la salida, pues ella solo quería seguir durmiendo.

Pero una vez afuera, descubrieron que la única motocicleta que poseían había desparecido. Bethany aulló de rabia, hasta que sus pulmones estuvieron vacíos. Violet la cogió de la mano y le sugirió entrar a la casa y dormir. Dormir hasta que pase el invierno. Le hizo caso pues ansiaba un buen descanso. Una vez recuperada, pensaría en una solución. Aunque sea caminar hacia la ciudad y hacer dedo. Pero antes de actuar, necesitaba dormir. Regresaron al viejo dormitorio, y Bethany se envolvió con el chal negro hasta quedarse dormida. De tanto en tanto despertaba y oía a la casa murmurar.

Intentaron abandonar la casona varias veces más, sin poder lograrlo, hasta que aquel deseo se evaporó de sus memorias. Violet fue la primera en olvidarlo, Bethany a veces balbuceaba sobre escapar, hasta que aquel anhelo se perdió entre las sombras de su nublada mente. Se acostumbraron a pasar las horas abrazadas en la oscuridad, sincronizando los latidos débiles de sus corazones con los suspiros del viento entre los pasillos. Pasó el invierno, la primavera y el verano. Una tarde, Bethany despertó y encontró los ojos redondos y negros de Violet devolviéndole la mirada. El cabello se le había puesto completamente blanco, y caía reseco y pajizo sobre su cuerpo huesudo. Le anunció que había llegado la primera noche de invierno, la noche más larga del año, y cuando sonrió Bethany notó que los dientes se le habían tornado verdosos como el moho de las paredes. No estaba segura si había dormido una hora, un año o cien. Tampoco importaba mucho. Se incorporó con dificultad y caminó hacia el espejo. Al limpiar la gruesa capa de polvo encontró que su reflejo era una anciana de cabello gris y recogido, cubriendo sus hombros con un chal negro.

La lluvia comenzó a tamborilear sobre los aleros podridos, y la oscuridad llegó más temprano que de costumbre. Violet le anunció con una sonrisa que pronto llegarían las niñas. Pronto podremos descansar.  Bethany observó por el ventanal y cuando vio dos muchachas en motocicleta buscando refugio en su entrada, comprendió y también sonrió.