Domingo 29 de Junio del 2025
10 AM
Permanecía sentado en una banca de Central Park al norte, cerca de la Quinta Avenida y la 97. Pensativo, Le daba de comer a un grupo de palomas exuberantes tratadas genéticamente contra el bórtilo, un virus aviar pandémico que había arrasado prácticamente con toda la población de pichones localizados en las zonas templadas y en las proximidades de los círculos polares de todo el mundo. Se veía agotado, con el rostro macilento parecía declinar en menos tiempo de lo usual en esa época donde la vejez era una grave y peligrosa enfermedad. Había pasado un año desde su histórica hazaña frente al mundo. Testigo de su propia descrionización, Daniels Hokoppler había vuelto a la vida para atestiguar su más terrible y lastimosa realidad. A los ochenta y cinco años, con la apariencia de sesenta y cinco era irremediablemente un anciano. Imaginó bajo la sombra de ese majestuoso árbol a Mónica, la adorable joven que había cautivado los últimos días de su anterior existencia, y ahora, en su retorno a la pos-realidad, la encontraba plenamente rejuvenecida, primaveral, fragante como una rosa en capullo, una chiquilla apenas de dieciocho años. No recordaba si entonces Moni, la querida Moni, tenía treinta, sólo recordaba la pasión desbordada que junto a ella su corazón enfermo dejó su vida marchita en jirones.
Los domingos le parecían aciagos, la soledad de su departamento en un lujoso edificio del barrio de Manhattan era insoportable, su familia le era completamente ajena y sus amigos ocasionalmente lo llegaban a visitar. Miró con melancolía el espejo de agua del lago donde muchas veces se soñó caminar junto a Mónica tomados del brazo, tal vez enamorados. Vio en el reflejo del agua la imagen inversa de los altos edificios que tan bien conociera desde su infancia. Añoró su vida o su pre-vida, ahora todo le parecía confuso, no se ubicaba en una sociedad caótica de multi-seres prefabricados, no alcanzaba a distinguir entre unos y otros y eso lo irritaba, siempre estaba colérico, había gastado una fortuna en el Instituto Alcecor de suspensión criónica para nada. Por fortuna tenía dinero y mucho, sus inversiones post-morten habían crecido como la espuma, su negocio de productos y organismos transgénicos acaparaba notoriamente el mercado de las bolsas de valores.
Se levantó de la banca e inició su acostumbrada caminata en dirección al lago cuando fue interceptado por un tropel de jóvenes deportistas de todos los sexos, que marchaban al ritmo de un canto neosonik-hard muy sonoro y retumbante, como la estupenda musculatura de las piernas y los brazos desnudos de los soniks. Irremediablemente los odiaba, a pesar de que esa generación de músculos de hierro era producto del consumo de sus transgénicos. Los vio alejarse dejando a su paso una nube de polvo y un olor a feromonas frenético de juventud y atracción indiscriminada entre ellos. Apresuró el paso por el césped hasta la orilla del lago donde se sentó junto a unas rocas bajo la sombra de una carpa colorida, adornada con flecos y borlas que el viento movía refrescando el cálido ambiente.
11AM
Alargó la vista hacia el sector de las canchas de tenis donde había dejado los mejores años de su vida, ahora no tenía ánimo ni siquiera para ver un partido por el plasma. Reconoció frente a su propia introspección que era un “single” perfecto, con el inconveniente de su estropeado físico y algunas dolencias a las que no les había querido dar importancia. En cuanto a su intelecto, reconocía que nunca había sido muy brillante y en cuanto a su memoria, no era peor que antes. Sin embargo, algo sí le preocupaba, las visiones que con más frecuencia se hacían presentes acompañadas de fuertes dolores de cabeza y una indescriptible sensación de ausencia, o mejor dicho, un abandono hacia el mundo que lo instalaba de forma inesperada, en lugares abruptos y ajenos rodeado de personas y circunstancias totalmente disparatadas, de las cuales no había ninguna forma de salir, hasta que algo ocurría y ¡zas! Volvía a la realidad hecho un guiñapo de interrogantes. Pero esa mañana, era muy importante para él, Cynthia la célebre mujer criogenizada estaba a punto de ser descongelada.
Daniels dejaba pasar el tiempo en ese sector de Central Park, cuando una nanirobot corrió a la orilla del lago donde un pequeño perseguía a una graciosa ardilla mecánica. El autómata alcanzó al chiquillo y lo llenó de besos. La ardilla detectó con sus censores la presencia del agua y retrocedió en dirección de una guarida de maya metálica, camuflajeada con suave alfombrilla verde. Los niños, seres vivos casi en extinción eran prácticamente venerados. Representaban minoría en una población donde predominaban humanos adultos-jóvenes, cyborgs, clones, replicantes con diversas mutaciones y una gran variedad de autómatas tremendamente especializados. Hokoppler vio el reloj, con parsimonia se alejó de las rocas frente al lago y se dirigió hacia la explanada Great Lawn del “magnífico césped”, donde lo esperaba la escritora e ilustre periodista científica Baruxha. La vio a lo lejos, con sus llamativas nano-gafas de sol y su breve conjunto veraniego. Se aproximó a él sosteniendo en su mano derecha un minúsculo micrófono que le colocó en el cuello de su camisola.
— Qué placer verle Sr. Hokoppler.
— El placer es mío, estimada Baruxha. Ambos personajes se dieron un cálido abrazo y se sentaron cerca de un minibar improvisado para tal efecto en la explanada.
— He reservado este espacio convenientemente custodiado, que nos da privacidad y a la vez nos permite una vista preferencial hacia el plasma –dijo la mujer retirándose los lentes que dejaron al descubierto sus hermosos ojos azul intenso— La gente comenzaba a congregarse y en unos minutos el magnífico césped albergaba multitud de cuerpos expectantes que se desperezaban a su antojo, bajo las imágenes holográficas de un conjunto de música sonik-hard, que sonaba como un arrullo hipnótico con la melodía salida de un bandola de cuerdas láser.
— Si no tiene inconveniente me gustaría iniciar la entrevista.
— Adelante, cuando usted guste.
12 PM
La música cesó en el plasma creando una disolvencia donde apareció la figura femenina de una de las mujeres más conocidas en el ámbito noticioso y junto a ella, el enigmático magnate y primer ser humano salido de un alambique comatoso del Instituto Alcecor. Después de las presentaciones de rigor la periodista dejó caer como piedra demoledora la primera pregunta.
— ¿Qué se siente ser un criónico? La cámara enfocó sin pudor el rostro turbado de Daniels. El hombre tardó en contestar, imaginaba su rostro envejecido del tamaño de una montaña donde cada arruga y cada gesto suyo eran vistos bajo la lente de un gigantesco microscopio.
— No lo sé exactamente, aún estoy aprendiendo a ser criónico –dijo sin ninguna afectación el hombre.
La mujer rió graciosamente ante la respuesta e inmediatamente anunció a su compañero Ramírez que se encontraba con el Dr. Batllori junto al laboratorio de criogenización.
— Dr. Batllori sabemos que se ha completado la descriogenización y corporización de la primera mujer en el mundo. ¿Cómo valora la ciencia este acontecimiento?
— Tremendamente exitoso.
— Y... ¿Nos puede decir algo del fracaso previo frente al éxito?
— Era algo que ya habíamos previsto, en el caso de Hokoppler contábamos con toda su estructura corporal impecablemente tratada con alfa-gen-droxina una especie de gelatina sintética que evita la cristalización de los líquidos celulares y por ende la ruptura de las paredes celulares en el momento de la descongelación. En el caso de Cynthia su cuerpo fue tratado con el mismo componente pero una reacción particular de su organismo impidió el óptimo efecto del sintético.
— ¿Qué medidas se tomaron al respecto?
— Tuvimos que trabajar bajo la presión del tiempo, no contábamos con esta anomalía que seguramente se dará con frecuencia en otros organismos. Por fortuna el departamento de replicantes nos proporcionó un cuerpo y una cabeza idénticos al original perdido.
Hokoppler al escuchar desde la carpa de entrevistas las palabras del médico sintió un estremecimiento tan notorio que inmediatamente un autómata le ofreció una bebida estimulante.
— Ramírez... Ramírez... pásame al Dr. Batllori
— Dr. Batllori ¿me escucha?
— Sí, con toda claridad.
— Nos puede explicar exactamente entonces ¿qué partes originales de Cynthia se pudieron conservar?
— Sólo su cerebro
Al escuchar estas palabras el público que atiborraba una de las explanadas de Central Park frente a las imágenes del monumental plasma, dio tremendo alarido.
— Nos puede explicar con detalle el proceso.
— Es algo complicado explicarlo técnicamente, pero es sencillo entenderlo como un núcleo de energía con capacidades particulares que es adaptado a un componente idóneo para su expresión.
— ¿Un núcleo de energía? — Preguntó Baruxha. El médico sin pronunciar palabra asintió con la cabeza.
— ¿Cómo se encuentra Cynthia? ¿Podemos verla?
— Sólo unos instantes –dijo el doctor avanzando hacia una habitación del laboratorio. Las cámaras y Ramírez le seguían con evidente nerviosismo. Se abrió la puerta y una mujer hermosa, sonriente, plena de juventud desbordada, saludaba con su mano mientras repetía –Gracias... gracias a Todo y a todos los que me han permitido vivir nuevamente.
Baruxha se apresuró a decir –Cynthia ¿sabes que eres la primera mujer criónica?
— Si lo sé.
— Está aquí conmigo, el primer hombre criónico, te va a decir unas palabras.
Daniels enmudeció por un instante. Y antes de decir algo enfocó sus ojos enrojecidos a los de Cynthia, ambos se compenetraron en las herméticas profundidades del núcleo sutil de la energía. Ya no tuvieron que hablar, estaba todo dicho.