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¡Joder con Stephen Hawking!

González Maurazos, Gabriel

“¡Joder con Stephen Hawking! A ese señor yo le diría cuatro cosas”, he pensado al leer eso. Pero he debido de pensarlo en voz alta, porque todos los que allí se encontraban han dirigido sus miradas hacia mí, aunque no ha dado la sensación de que estuviesen molestos. Incluso alguno de ellos me ha dedicado una sonrisa que parecía de complicidad. Será que estoy empezando a entenderlos. Pero ya me advirtieron en las sesiones orientativas previas a la partida que el neuromodelador de conducta no respondía bien ante las sobrecargas emocionales y yo llevaba acumuladas demasiadas experiencias en tan pocas horas. Esto no es tan fácil como cree la gente de mi capa. Demasiadas cosas vistas; demasiada confusión. Todo ha sido una verdadera locura; no hay por donde agarrarlo. Me he prometido no volver a tener una experiencia como esta jamás, y eso que ya llevo varias. Convencen al viajero (“al brillante viajero”) de que disfrute del placer de descubrir a los nativos por sus propios medios y de sentirse como uno más de ellos, pero en el fondo no es más que un fraude publicitario con el que logran venderle a uno el paquete turístico. En realidad es imposible llegar a entender a esta gente.

La plataforma de migración me había depositado en la capa por mí elegida. De los millones de capas que tenían disponibles en el catálogo, aquella gozaba de muy buena reputación entre los usuarios, y la verdad es que no entiendo muy bien por qué, aunque me imagino que, cuando una capa adquiere cierta fama, nadie puede remar contra el viento y la marea que genera la mayoría.

Cuando el viajero no entiende nada, se supone que los neuroguías están para echar una mano. Pero también es muy probable que no reciban con agrado una solicitud de consulta: en las sesiones orientativas me habían advertido que solo se debe recurrir a ellos en caso de extrema necesidad pues, de no ser algo verdaderamente grave, podrían negarse a ayudarme en lo sucesivo por considerar que la petición innecesaria de apoyo es uno de los peores errores que los viajeros podemos cometer; para eso nos formaban bien antes de partir. También tienen cierto miedo de que el viajero pueda tratar de profundizar demasiado en “el alma nativa” de la capa de destino, algo que podría llevarlo a padecer ciertos desajustes emocionales que a la postre le arruinarían el viaje y proporcionarían muchos quebraderos de cabeza a los profesionales de Es Capa, la agencia con la que viajaba y una de las muchas que gestiona este tinglado de las plataformas de migración intercapera.

Pero a mí, aquello de los “desajustes emocionales” me parecía una manera absurda que la compañía tenía de cubrirse las espaldas; una gilipollez, como dicen los nativos de esta capa —emplean esa palabra hasta la saciedad—. Además, mi problema era otro; nada que ver con profundizar en “el alma nativa”. O eso creía. Tan solo quería averiguar cómo es que no se daban cuenta de que yo no pertenecía a su capa. Es cierto que el trabajo de formación previo al viaje fue tan riguroso que había ocultado todos los rasgos más evidentes de mi naturaleza foránea. Sin embargo, me preguntaba cómo era posible que, siendo yo capaz de apreciar enormes diferencias, ellos no parecieran sentir extrañeza alguna hacia mí. Se me hacía muy raro que pudiera caminar por sus calles como si fuese una más de ellos sin que detectaran nada extraño.

Solo por esa pequeña duda he acudido a los neuroguías.

Sorprendentemente, su trato ha sido amable y su respuesta precisa. No sería mi pregunta tan estúpida cuando han reaccionado de ese modo, así que me he arriesgado y he dado un paso más solicitando ampliación de datos. Y su contestación ha sido tan favorable como la primera. Me han dicho que vería satisfechas mis dudas en unos rudimentarios soportes de cultura llamados libros que se hacinan en una curiosa dependencia comercial que los nativos conocen como librería. Sí, comercial: el saber es algo que los nativos venden y compran de manera generalizada, por increíble que parezca. Es una razón para desconfiar de los libros. Por si eso fuera poco, siento una aprensión hacia esos libros por lo que tienen de sucios, de poco higiénicos. Pude ver un ejemplar de libro en las sesiones de orientación pero no tuve el valor suficiente de tomarlo entre mis manos. Por todos esos motivos, lo normal es que no me hubiera atrevido a entrar en ninguna librería, pero los neuroguías no han dejado de recordarme que uno de los compromisos del viajero es comportarse como los locales y emplear los mismos medios que ellos utilizan para resolver los problemas que vayan surgiendo durante el viaje, así que he hecho de tripas corazón y he accedido al local.

Y todo hay que decirlo: además de estrictos, se han mostrado muy competentes los neuroguías. Como si me hubiesen tomado de la mano, me han llevado hasta unas estanterías que soportan centenares de esos repugnantes y polvorientos libros en papel y sobre las que hay un cartel: DIVULGACIÓN CIENTÍFICA. ¡Qué horror, esta gente es capaz de divulgarlo todo! Su educación es tan deficiente que luego necesitan cubrir sus lagunas formativas contándose cosas los unos a los otros permanentemente.

Obedeciendo lo que se me explicó en los cursillos y siguiendo los consejos que se me dieron, he logrado vencer mi inicial repulsión y he empezado a hojear el libro indicado. El asco ha sido infinito, pero había que actuar con normalidad, si es que una puede parecer normal en tales circunstancias.

No he tardado ni diez segundos en hallar la información que necesitaba —de nuevo, mis mayores elogios hacia la eficacia de los neuroguías—. Aquello que he leído es indignante. Y entonces es cuando he mascullado aquello: “¡Joder con Stephen Hawking…! A ese señor le diría yo cuatro cosas”.

Estaba todo claro. No merecía la pena seguir buscando. Además, ya había visto bastante durante el día. He devuelto el libro a su estantería, satisfecha por desembarazarme de aquella fuente de infecciones, y a continuación he tomado las escaleras para ascender hasta la última planta del edificio, porque el Consejo de Viajeros había instalado allí una plataforma de migración. No es la misma que había empleado para ingresar, pero aquella me queda algo alejada y ya no me apetece continuar en esta capa. Al final, ningún tiempo mejor que el tiempo madre. Cuantas más capas visitas, más aprecio sientes por tu capa hogar.

Y el tal Stephen Hawking, que no ha estado en capa alguna salvo en la natal, cree que los turistas procedentes de otras capas van a ser como los de su capa hogar. Es un tipo que se afana en estudiar lo que pasa a años luz de su casa aunque es incapaz de pronosticar cambios en las rutinas y los hábitos a través del tiempo, así sucedan al minuto siguiente. Y no solo le pasa a él, sino a todos los de su capa. Y como todos los nativos de su capa hogar, sueña con delirantes cambios e innovaciones en la ciencia y las tecnologías. Porque les obsesiona ese asunto, y eso que no es tanto lo que han logrado: a la vista está. Sin embargo, parece que dan por hecho que todo lo demás, lo más elemental, lo que no es ni ciencia ni tecnología, va a seguir siendo como siempre ha sido, eternamente. Y estoy segura de que en eso Hawking no es diferente al resto del vecindario de su capa hogar. Piensan así porque en el fondo no quieren cambiar; tienen un miedo atroz a dejar de ser lo que son. ¡Lo he notado en todos y cada uno de sus rostros mientras vagaba por sus calles! ¡Se les ve felices con su condición y existencia pese a lo mucho que se quejan! Sin embargo, ellos no han percibido nada extraño en mí; no me han dirigido ni una fugaz mirada de soslayo que delatase sospecha. Es evidente que no han sabido desarrollar una capacidad para apreciar las verdaderas diferencias; no saben ir más allá de lo superficial. Y en cambio, dedican todo su esfuerzo a desarrollar una cultura basada en tratar de destacar pero sin percibir lo destacable; en hacerse notar ajenos a lo que es verdaderamente notorio. Dan pena.

 

Es hora de volver a Capa Hogar. Ya me encuentro en la plataforma de migración, que los del Consejo de Viajeros habían instalado en el cuarto de baño de la última planta de aquel centro comercial. Prudentemente habían elegido unos aseos unisex, porque a esta gente también le repugna la idea de que mujeres y hombres compartan espacio a la hora de mear y cagar. Hasta ahí llega su catálogo de aprensiones, que da una vuelta más de tuerca en el interior de cualquiera de los retretes, desinfectados hasta la asfixia con toda clase de aromas artificiales que pretenciosamente tratan de imitar los más deliciosos que se producen en la naturaleza de la capa y, más pretenciosamente aún, intentan eliminar el olor de los desechos corporales, a su entender muy desagradables. Es mayúsculo el nivel de estupidez de estos seres: registran todo su conocimiento en unos soportes sucios e insalubres mientras se engañan revistiendo la mierda de unos perfumes que no son sino una toxicidad mayor.

Y lo que más tristeza me produce: serán cientos, cuando no miles, los nativos que cada día asientan sus posaderas sobre la taza de este inodoro. Sin embargo, ninguno de ellos es capaz de darse cuenta de que bajo su ano hay instalada una plataforma de migración.

En fin, ahí se quedan con su capa, de la que tan orgullosos se sienten. Que les aproveche. Yo regreso a la mía.

“Regreso capa An6878778HqGrDb788998PkFjWkCjSkMj57778TdZsVsJd”, ordené al neuroagente de tránsitos.

“Le recordamos a la brillante viajera que la capa de destino solicitada es conocida en la capa de origen como 7 de octubre de 2891, a las 8 horas 27 minutos y 14 segundos de la mañana. ¿Confirma el dato?”

“No puedo confirmar. Mas confío en la precisión del neuroagente”.

¿Yo qué voy a saber cómo llaman estos bestias a mi capa de retorno? Y tampoco me interesa. ¡Ni que quisiera hacer la prueba de acceso a la legión de neuroguías!

“Agradecemos su confianza a la brillante viajera. Neuroguía nos transmite sus preferencias e inquietudes. Habiéndolas analizado, lanzamos oferta irresistible: una extensión de viaje a capa FyHuFrDeGf76833KuFyUuTyQe682343LjIgOeAoXpZdB76663. Para nativos de capa actual y capa de destino ofertado es conocida como 28 de junio de 2009, a las 12 horas 0 minutos 0 segundos. Servicio de cita inolvidable. Beba champán con un nativo de la capa.”

Neuroguía me proporciona información auxiliar. Es algo emocionante. Esto no me lo esperaba. Son todos unos verdaderos profesionales. Saben lo que quiere cada viajero.

“Asumo propuesta. Libero crédito requerido.”

“Le recordamos a la brillante viajera que la cita sería en la coordenada 52º12’21’’N 0º7’4.7’’, a varios miles de kilómetros de las coordenadas de esta plataforma de migración. La Agencia Es Capa es especialista en transporte intercapa y no cubre traslados de naturaleza espacial o geográfica incapa, que correrían a cargo del brillante viajero. No obstante, la red de plataformas de migración abarca la práctica totalidad del globo terráqueo, de tal modo que las trasferencias intercapa siempre quedan garantizadas. La neuroguía estará a su lado en todo momento, dispuesta a asegurar el éxito en los desplazamientos de naturaleza geográfica. Y en virtud de su siempre certero asesoramiento, sugerimos que el acto de migración se realice a la capa BqVoUiUeTd76220LlJlGfDsSe67922OjPhEgQsXa99545, que los nativos conocen como 24 de junio de 2009, a las 3 horas 45 minutos 12 segundos de la tarde. Habiendo otras opciones de migración, esta sería la mejor, porque solo de esa manera se aseguraría un feliz traslado incapa desde las actuales coordenadas a aquellas en las que tendrá lugar el encuentro con el nativo.”

“Entiendo. Confirmo que asumo propuesta. Confirmo que libero crédito requerido.”

“En nombre de Es Capa, neuroagente agradece su doble confirmación. Por tanto, procedemos al traslado a la capa ofertada y activamos programa seleccionado: servicio de cita inolvidable. Beba champán con el nativo Stephen Hawking, que da la bienvenida a los viajeros del tiempo.”