1.
La Habana, tal y como la ven todos, parece una ciudad de ensueño. La bahía de bolsa con el canal de entrada, el castillo colonial con el faro a un lado de esta y la avenida de Malecón al otro. A todos les gusta el azul del mar, la brisa y el sol. También gustan de los hoteles con arquitectura norteamericana de los años cincuenta. Esa es la Habana que ven todos. La de los mojitos en el Floridita y el ron a la roca en el lobby del Habana Libre, antiguo Havana Hilton.
A nosotros nos tocó vivir una Habana diferente. Una versión más gris y sin mulatas. Una Habana con los hoteles destruidos, donde el alcohol es destilado por el refrigerante de viejos interceptores Mig-25.
La verdad es que como yo ni siquiera nací en la Habana estaba un poco ilusionado con eso de ver el mar desde el Malecón. Pero cuando conseguí llegar solo pude ver la superficie oscura del océano de partículas cuánticas que rodea ahora la isla. Era como ver el vacío real. No me refiero al espacio cósmico donde la densidad de partículas es poca y la presión y temperatura muy bajas. Hablo del vacío autentico, del espacio donde no hay realmente nada. Tan solo partículas con energía negativa, esclavas de la mecánica cuántica relativista.
Esa fue mi primera desilusión en esta Habana gris.
2.
Cuando pasé con Ortega por el Canal del Cerro los chinos estaban parapetados en las escaleras del malecón sin agua, cruzando la vía Blanca. La avenida divide dos grandes barrios periféricos de la ciudad. De esos que no salen en los mapas de turismo. Uno, el propio Canal, fue construido siguiendo uno de los ramales del viejo acueducto en la localidad del Cerro. Llamado así por sus elevaciones, fue un barrio pobre desde que en siglo XIX se asentaron allí los refugiados de la guerra de independencia. Desde entonces ha sido un barrio con mala fama y peor calidad de vida. El suburbio terminaba en la vía Blanca, en un muro alto de concreto con la misma forma del Malecón en la costa norte. Del otro lado del llamado «Malecón sin agua» estaba Santo Suárez. Un barrio clase media-pudiente lleno de casas de principios del XX, construidas con todos los recursos de su época. El combate que se desarrollaba a ambos lados de la vía Blanca parecía una metáfora de la histórica diferencia de clases entre ambos barrios.
Los chinos disparaban ametralladoras pesadas mientras los marines norteamericanos trataban de cruzar la avenida con sus capas de camuflaje óptico. Al parecer el equipo asiático tenía visores universales, o armas autónomas con escáneres fiables, pues mantenían su posición después de pasada una hora. Todo un logro si te enfrentas a un equipo completo de los famosos marines.
Cruzamos la calle a unos cien metros de ellos y nos adentramos en Santo Suárez. Al igual que en El Cerro para recorrer este barrio es preciso subir y bajar múltiples lomas. Pero esa es la única cosa que tienen en común. De este lado de la avenida las casas son amplias y lujosas, a diferencia de las antiguas y desgastadas casas del Canal del Cerro.
Cuando íbamos bajando la loma de una calle llamada Paz escuchamos el rugido de un motor a reacción. Probablemente se trataba de un drone porque los aviones con pilotos reales habían sido abatidos hacía años. Incluso los pocos Mig-77 T que quedaban en pie usaban solo el modo caminante. Eludían los cielos, en parte para ahorrar gasolina, en parte para evitar los terribles UAV. Pronto escuchamos el silbido de los misiles y las explosiones en la vía Blanca. Al parecer el show de los chinos y los norteamericanos no le gustó a las frías mentes de los aviones no tripulados. El rumor entre los soldados de escenario 044 decía que todos los drones eran controlados de un solo portaviones acorazado interdimensional. Ahora que todos los Interdimentional Armor Carrier de Estados Unidos habían sido derribados supongo que los drones están por su cuenta. Dependen solo de su autonomía de vuelo y sus insensibles cerebros digitales.
Más que suficiente, si me preguntan.
3.
A veces tengo recuerdos del otro mundo. Uno que una vez fue real. Recuerdo los ojos de mi esposa y la risa de mi hija en su cuna. Por más que me esfuerzo no consigo recordar más. No tengo ni idea de cómo eran la voz de mi mujer o los ojos de mi hija. A veces el cerebro te juega bromas muy pesadas. Pero el más vivido de mis recuerdos es el primero que tuve apenas llegué a escenario 044. Pude ver el cielo azul sobre mi casa en Santos Suárez, los árboles en el cantero de la acera, los ojos de mi mujer y la risa de mi hija. Después de eso fue cómo un escáner pasivo. Todo se volvió gris. Todo lo vivo, árboles, perros, gatos, mi mujer y mi hija fueron barridos de la faz de esta tierra gris. El médico de mi regimiento, aún en la fortaleza interdimensional, dijo que era solo una pesadilla producto del viaje a este mundo. Yo estoy seguro que fue real.
En escenario 044 no hay nada vivo salvo nosotros. Es el lugar ideal para caerse a tiros sin daños colaterales o tirarse atómicas sin preocuparse por la ecología. El sitio idóneo construido por los físicos cuánticos a imagen y semejanza de la isla de Cuba. Todo igual salvo por las cosas vivas. Al menos eso es lo que dicen en la preparación cuándo nos traen. Que es una copia perfecta de todo lo inanimado que hay en el mundo real.
Lo he comprobado, es una copia fiel. He estado en mi casa y está todo. Las cartas de amor, las fotos, los juguetes. Pero no creo que sea como nos dijeron. Pienso que en un inicio fue una copia exacta. Pero no les convenía otra Cuba igual que la real. Nadie necesita dos Cubas. Así que mataron todo lo vivo para poder vender este lugar como campo de batalla. Ahora tenemos una isla fantasma, sin sol y rodeada por un océano de partículas con energía negativa.
Por eso planeo matarlos a todos. No por mí, ni por la política. Solo porque al matar todo lo que había aquí, también en cierta forma mataron a mi mujer y a mi hija. Ya no recuerdo nada de mi vida antes de este escenario de batalla. Solo el momento en el que mueren.
Ese es el Único recuerdo que me queda.
4.
Ortega gustaba de correr antes de entrar en el ejército. Planeaba ser corredor olímpico para batir records internacionales en la maratón. Pero fue reclutado, ya no recuerda por cuál razón. Servir a su patria, ganarse una beca de deporte, cualquier cosa. Los reclutadores de todos los ejércitos saben cómo convencerte. Sobre todo si eres joven y pretendes comerte al mundo.
Su preparación física le valió poder llevar un acorazado al combate. En su escuadra cuando entrenaba en la parte amazónica de Venezuela era el tanque del equipo. Aquel que llevaba un exoesqueleto acoplado y podía cargar más peso, las armas más pesadas y la mejor armadura. En la práctica sería en combate quien aguantara los tiros por los demás. Ortega se acostumbró a llevar su exoesqueleto y armadura de blindaje Chobham a la pista de entrenamiento donde, potenciado por los hidráulicos de sus nuevos implantes corría durante horas.
Cuando el regimiento de Ortega se bajó del Portaviones Interdimensional Acorazado Simón Bolívar fueron recibidos por el fuego cruzado del U.S. IAC Barack Obama y la Fortaleza Aérea israelí, Jericó 909. Los pocos que pudieron llegar a tierra antes que la Simón Bolívar arremetiera contra el IAC norteamericano fueron recibidos por acorazados ambulantes de la OTAN y una multitud insana de drones terrestres clase Goliat. Ortega recibió tantos disparos como pudo hasta que se dio cuenta que su escuadra, así como su pelotón y compañía, habían recibido muchos más impactos de balas de todos los calibres. Así que hizo lo que sabía hacer bien. Dejar caer las ametralladoras NSV y correr. Así corrió y corrió hasta que los disparos y las explosiones desaparecieron. Cuando dejó de correr estaba en una ciudad del Caribe que nunca había visitado, estaba solo y no tenía armas de fuego. Tan solo una armadura vacía y pesada.
5.
Los drones vuelan como abejas ejecutando maniobras complejas sobre el castillo de los Tres Reyes del Morro. Es una fortaleza colonial española ubicada en el morro de la bahía de la Habana. Durante años fue uno de los símbolos de la ciudad. Una de las pocas cosas que se hicieron en la isla que no eran un duplicado de alguna construcción española o norteamericana. Un castillo sobre un risco y con un faro, un diseño muy particular que lo hace único. Estratégicamente siempre ha sido de interés. Ahora es solo un lugar demasiado cerca de esa superficie de partículas de energía negativa como para querer ir allí. Solo las IA de los drones pueden volar tan cerca de esa superficie sin perderse en el océano frontera. Sin que cada una de sus partículas se vuelva una matriz tetradimensional resultado de la aberrante ecuación de Dirac.
Ahora los drones se comportan como un enjambre de insectos. Todos forman parte de un todo que los trasciende. Han hecho su nido en el viejo castillo y se alimentan del metal y los circuitos del pecio que una vez fue el portaviones interdimensional Almirante Konshakov. De él obtienen combustible, repuestos y energía de sus generadores auxiliares. Pese a que no es un IAC de propulsión nuclear tiene suficiente combustible como para alimentar la colmena por décadas.
Creo profundamente que H.P. Lovecraft tenía razón. El conocimiento suele ser una pesada carga para los hombres. Y en mi caso, que posiblemente sea el único de los que recuerdan todo, es doblemente pesado. Llegué al escenario 044 con la 5ta brigada de ingenieros militares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Formábamos parte del primer despliegue de las tropas de la Alianza Bolivariana de las Américas, ALBA. Mi pelotón debía medir y ejecutar modelos sobre la estabilidad del escenario de batalla mientras durasen las acciones combativas.
Al principio todo ocurrió normalmente. Los soldados se mataban unos a otros. Los oficiales les gritaban a los soldados y obedecían a los tenientes, los drones obedecían al que tuviera los controles y tomaban decisiones simples. Lo mismo de todas las guerras, romper cosas y matarse mutuamente. Cada fuerza perteneciente a un pacto militar diferente ocupó una parte de la Isla y comenzó el viejo juego de la estrategia y la táctica.
Todo iba bien. La gente comía, dormía y se mataba del mismo modo que había ocurrido durante los últimos 4 mil años. Hasta que los muertos comenzaron a volver a sus campamentos.
6.
Ortega y yo bajamos por la calle Paz hasta llegar a una vieja gasolinera en la calle Lacret. Mi familia había vivido, en otro tiempo y en otra isla, en aquel barrio. Había sido antes de la Revolución un barrio de gente rica. O que se creía rica, lo cual para ellos era igual. Apenas Fidel llegó a la Habana montado en un tanque Sherman mi familia tomó un vuelo rumbo a la Florida. El resto de la historia se desarrolló en la ciudad de Miami. Hasta que a mí se me ocurrió alistarme como voluntario en la brigada Nueva 2506 y venir a esta isla perdida entre la espuma de Fermi.
Mi memoria es particularmente buena. Puedo recordar detalles técnicos de casi cualquier arma. Pero cada día me cuesta más trabajo recordar cómo era mi vida antes de la guerra. Acabo de recordar la historia de mi familia, sin embargo no recuerdo Miami. Tan solo la vaga remembranza de estar hablando de Cuba todo el tiempo.
—¿Recuerdas esta calle? —dice Ortega—. Aquí hallamos al cubano de verdad.
Fue hace un par de años. Cuando todo estaba lleno de rusos, chinos y coreanos. El ALBA, la confederación ruso-ucraniana y el Pacto de Beijín controlaban los barrios periféricos de la ciudad. Para Ortega, al menos, era seguro caminar por estos lares. A mí me respetaban solo porque iba con él. Para ellos el logo de la caballería acorazada bolivariana valía más que el monograma de la Nueva 2506. Supongo que tampoco estaban dispuestos a enfrentar a un soldado con exoesqueleto, armadura y ametralladoras calibre 50.
—Claro que recuerdo. El último de la brigada cubana. El hombre que se sabía la ciudad de memoria porque había nacido en ella. Recuerdo que cuando mis implantes se apagaron entró en un edificio vacío y volvió con varias pilas AA.
—Pues yo apenas si me acuerdo de su cara. ¿Qué se hizo de él?
—Murió… creo. O simplemente siguió su camino. No lo sé, tengo últimamente muy mala memoria.
Los T-82 y T-84 se abastecían del poco combustible que quedaba en los tanques soterrados de la gasolinera. Había también un M1 Abrams haciendo la cola para chupar lapoca gasolina que había quedado en este maldito mundo. Antes los rusos no dejaban a nadie que no fuera chino, coreano o del ALBA, pero últimamente los tanquistas han olvidado quiénes son sus enemigos. Se limitan a hablar solo con las tripulaciones de otros tanques y dispararles a la infantería, los acorazados y los caminantes. Ya esta zona no la controla nadie que no sea tanquista.
—Mira, Ortega —le digo señalándole al tanque norteamericano—. Uno como ese necesitamos para arreglar tu armadura.
Ortega se miró las piezas que faltaban en su armadura hecha del mismo material cerámico que el M1 Abrams.
—¿Podemos atacarlo ya?
—No, está rodeado de esos T-84. Son peligrosos porque usan blindaje reactivo y sus proyectiles tienen corazón de tungsteno.
—¿No que los T-84 y los M1 eran enemigos? Creo yo…
—Ahora son algo así como la hermandad de los tanquistas. Espera que se aleje de la manada. Entonces caeremos sobre él.
7.
El océano que rodea el escenario 044 es como un mar de Vacío. Los IAC y las Fortalezas Interdimensionales tienen motores que generan suficiente energía negativa resultante de la ecuación de Dirac como para moverse en un cuatrivector. O sea, que pueden viajar desde el mundo real hasta nuestra isla.
El escenario 044 es el área de batalla extradimensional más grande y estable que pudieron aislar los científicos del CERN. Antes había otros tres escenarios estables generados en diversos colisionadores. Copias de diferentes islas donde se libraban las guerras sin matar civiles y contaminar el planeta. Las Malvinas, Puerto Rico y Hokkaido. Alguien descubrió que copiando islas en los escenarios de batalla se ahorraban los inconvenientes de la ecuación de frontera.
Pero todos los escenarios eran inestables y terminaron hundiéndose en el océano cuántico. Antes había anillos de tele transportación para llevar tropas a otros escenarios. Usaban el principio de indeterminación para moverlos por el mar de energía negativa sin costo energético. Pero últimamente todos los que atravesaron los anillos no han regresado. Todos suponen que las demás islas zozobraron.
Nuestra copia exacta de la isla de Cuba es la única que se mantiene a flote. El resultado del escaneo satelital modelado por un ordenador cuántico y sembrado en el mar de Dirac por un ciclotrón tamaño familiar. Una tierra perdida en otra dimensión con las mismas leyes de la física. Igual gravedad, composición atmosférica y presión. Una Habana sin sol donde las playas pueden indeterminar cada partícula de tu cuerpo si te metes en el agua. El lugar ideal para librar las batallas de otros.
Los drones llenaban el cielo sobre el Malecón de la Habana. Buscaban aviones salvajes, pilotos solitarios que hacen incursiones cortas entre las pistas ocultas entre los escombros del Vedado. Los drones vuelan como una bandada de gaviotas. Sin sus operadores humanos han tenido que recurrir a sus pequeños programas autoconscientes para crear un enorme clúster usando su red inalámbrica. Es una especie de mente colmenar que se comporta como las abejas. Solo que cuando pican lo hacen con misiles. Me pregunto si tendrán una reina.
Suelo venir a la bahía y contemplar el océano de Dirac. Aún recuerdo los ojos de mi mujer y la risa de mi hija. El resto de las cosas las voy olvidando por el camino.
Los restos del portaviones acorazado interdimensional Almirante Konshakov estrellados contra el viejo Castillo del Morro me dan una idea. Solo quedan dos IAC en uso. Uno chino y otro norteamericano. A juzgar por los restos que he visto por toda la ciudad solo queda en el aire el Enterprise II o el Barack Obama.
Un plan surge en mi mente. Me aferro a él para no seguir olvidando.
8.
Todo comenzó en el quinto distrito. Según sé el lugar era una estación de la policía nacional en los años cincuenta. Después de la Revolución fue una escuela que conservó con nombre de mártir que informalmente conservó susobrenombre original. Más tarde, por azares del destino, volvió a ser un enclave militar quedando como escuela solo el edificio principal. Allí había un viejo bunker de hormigón armado al viejo estilo soviético.Fue allí donde le encontramos.
Tenía uniforme de reservista de las Milicias de Tropas Territoriales. El logo cosido en su manga decía que había pertenecido al 101 regimiento de milicianos. Recordé por entonces que aquellos eran los enemigos naturales de mi brigada de apoyo a los marines, la Nueva 2506. Ahora esos números ya no significan nada para mí. Ni siquiera recuerdo el nombre de la ciudad del exilio donde crecí. Solo sé que estaba muy cerca de la Habana.
No recordaba su nombre o su cuerpo de ejército. Así que lo llamamos «El cubano» pues era el primero que conocimos que realmente había nacido en la isla original. Era como un perrito abandonado. Solo tenía mente para hablar de su familia. La que había tenido antes de caer aquí. Decía que cuando crearon elescenario 044 contenía vida animal y vegetal, incluso humana.Y que los sesudos del CERN habían formateado el escenario de batalla, como si se tratase de un juego. Habían borrado todo rastro de vida. Plantas, animales y personas. Solo los que habían vivido aquí podían recordarlo. Decía que cada noche soñaba con la muerte de su mujer y de su hija. Que quería vengarse destruyendo las IAC que quedaban. No le importaba si fuesen americanas o chinas.
Quería verlas arder.
Ortega y yo pensábamos que estaba loco porque ninguno de los dos recordaba haber dormido desde que llegamos a esta Cuba. No recuerdo lo que nos dijeron en la instrucción pero jamás he necesitado dormir desde que llegué aquí. Mucho menos soñar. Al menos no que yo recuerde.
En el bunker hallamos un viejo Mig-25. No era de los que llegaron con los rusos o las tropas del ALBA. Al parecer había uno como ese en el quinto distrito para clases a los soldados de la parte militar de la escuela. Tenía el tanque lleno de combustible y su sistema refrigerante tenía como subproducto varios galones de etanol. La máquina era una maravilla. Solo había que poner a cargar las baterías de litio de su electrónica de vuelo. Por entonces el sistema de soporte vital de Ortega tenía la carga completa y cuando conectamos su exoesqueleto al avión los sistemas se encendieron enseguida. Lo encendimos sin hacerlo despegar el tiempo suficiente para destilar un par de litros de alcohol. En la cabina del piloto encontramos cigarros.
El cubano encontró unos misiles rusos en lo profundo del túnel. Los montó mientras Ortega y yo nos emborrachábamos. Después se sentó junto a la hoguera a contarnos de su mujer y su hija. Pero nosotros estábamos demasiado borrachos como para hacerle caso. Ortega encendió su sistema de rastreo y sincronizó su red inalámbrica a nuestros sistemas de comunicación. Después puso música directo en nuestros oídos. Fue una velada extraordinaria.
Estuvimos varios días en el quinto distrito. Tomando alcohol y oyendo los cuentos que el cubano hacía sobre la vieja Cuba. Al parecer era el único que recordaba cosas de antes de la guerra. Realmente la pasamos bien con el cubano y nadie nos atacó en ese tiempo. Pero todo lo bueno está condenado a pasar.
Un buen día apareció sobre nuestras cabezas una emisión de partículas con energía negativa en el estable cielo gris. Un Portaviones Acorazado Interdimensional.
9.
Los drones fueron los primeros en percatarse que algo funcionaba diferente. Los humanos decíamos que algo andaba mal pero para ellos solo era una anomalía. Una manera diferente de comportarse el entorno. Claramente si nuestro entorne, que siempre ha sido el mismo por millones de años, de pronto cambia solemos al menos asustarnos. Pero los drones eran jóvenes como raza y fueron los primeros en adaptarse.
En consecuencia, el cuerpo de infantería de marina de los Estados Unidos fue el primero en saber que las cosas iban mal. Los marines eran los que llevaban al combate la mayor cantidad de drones. Tenían aviones no tripulados, los UAV.Grandes acorazados autónomos llamados Goliat, que los de mi brigada les decían «patas de pollo» y se parecían a los caminantes imperiales de la guerra de las galaxias. Y drones con forma humana que se movían como felinos con armas de calibre cincuenta entre sus manos.
Ellos descubrieron que cuando un drone resultaba muy dañado como para tener que ser abandonado en combate al cabo de los días volvía. No reconstruido del todo pero al menos operacional. De alguna manera el sistema se reparaba a sí mismo. Burdamente y sin respetar el diseño anterior. Pero volvía. Un amigo del regimiento de ingenieros decía que había algo en el escenario que se le impregnaba al drone cuando renacía. Como si toda la isla pusiera de su parte en la reparación. Y la isla era un poder oscuro y retorcido. Por eso, según él, no los arreglaba correctamente.
Así fue como los marines dejaron de reparar sus drones pues sabía que se arreglaban solos. De hecho no morían, nunca definitivamente. Pero cada drone que caía y volvía de la tierra de la chatarra era más autónomo. No obedecía órdenes directas con facilidad y era propenso a la rebelión. Suele ser difícil controlar a una máquina rebelde de 40 toneladas de blindaje y armas de calibre 14,5 milímetros. Finalmente no tuvieron más remedio que darlos por imposibles y abandonarlos a su suerte.
Así fue como los drones se volvieron los primeros animales salvajes de este mundo. Tomaron posesión de ciertas zonas y recursos y se dedicaron a evolucionar. Se reparaban, se rediseñaban y construían copias mejoradas de sí mismos. Como si fueran autómatas celulares o sondas von Neumann.
Pero esa nueva cualidad también afectaba a los seres humanos que morían en combate. Nos afectó a todos. Incluso a mí que nunca morí en combate.
Miro la pistola en mi mano y recuerdo las conclusiones a las que llegamos por entonces, cuando nos limitábamos a observar los drones americanos. Las cosas han cambiado y lo pienso dos veces antes de llevarme el cañón a la boca.
10.
El tanque se defendió lo mejor que pudo. Pero estaba solo en una calle estrecha y habíamos dejado caer sobre él una turbina de una fortaleza interdimensional que oscilaba inestable sobre la ruina de un edificio. La mole de metal reforzado no pulverizó el tanque pero su peso consiguió inmovilizarlo. Movía la torreta y las esteras tratando de librarse de la pesada carga. En breve lo hubiera conseguido si no hubiéramos caído sobre él como depredadores sobre una presa. Por suerte su cañón estaba trabado entre una pared del edificio y el pedazo de portaviones. Tan solo la ametralladora auxiliar se movía sola disparando en todas direcciones.
Ortega se colocó en uno de sus puntos ciegos y la arrancó de una ráfaga de sus NSV. Yo me limité a acercarme a la caja de las baterías, que por suerte había perdido blindaje, y romperlo todo. El M1 Abrams dejó de moverse. Su electrónica estaba aniquilada y cómo máquina estaba clínicamente muerto. Solo la parte orgánica en su interior latía lentamente con el soporte vital sin energía.
Todos sabíamos que era cuestión de tiempo que las baterías del tanque se reconectaran y el sistema volviera a levantar el mando automático y el soporte vital del conductor. De una manera o de otra la mole de blindaje Chobhan se libraría de su prisión. Y estaría muy enojada.
Así que nos apresuramos a desprender el blindaje cerámico que necesitábamos para las reparaciones de Ortega. Salimos corriendo de allí antes que la máquina moribunda radiara un S.O.S. a los T-82 en los alrededores. Ortega se antojó de coger las municiones de la ametralladora de apoyo. Yo le dije que las Browning usaban una munición diferente a las NSV. Pero él insistió en que calibre 50 era calibre 50 y nos llevarnos todas las cintas de balas. No había tiempo para discutir.
Ya lejos del territorio de los tanques, casi en el límite de la zona drone, nos sentamos a contar el botín. Había suficiente material cerámico para reparar el peto y el sobrepeto de Ortega. Hacía mucho que no se quitaba la armadura y ya parecía parte de él. Las perforaciones en su blindaje, provocadas por disparos directos de lanzacohetes, eran la única constancia de la humanidad de Ortega. Por ellas quedaba al descubierto su piel cobriza, mezclada con retazos del uniforme del ALBA y la cablería del exoesqueleto insertada en su carne. Cables que sabía se unían a sus terminales nerviosas.
Me encargué de remendarle la armadura lo mejor que pude. Cuando llegó el momento de contar las balas Ortega comenzó a intentar meter los cartuchos Browling en la recámara de su NSV.
—Te digo que son diferentes. Esos no te sirven.
—Pero son calibre 50, igual que mis ametralladoras.
—En realidad el calibre de estas balas es 12,95 milímetros, punto 510 en pulgadas. Ese es el estándar para munición OTAN de grueso calibre. Tus NSV son rusas y usan calibre 12,7 milímetros. El punto 50 Russian es más fino y la bala es más larga. No son compatibles. Traté de decírtelo en medio del combate pero era complejo de explicar. Lo siento
Ortega pareció desilusionarse. Su cara tras la barbera pareció entristecerse. De hecho, bajó la visera para que yo no viera como se humedecían sus ojos. Había actuado apresuradamente y ahora tenía las consecuencias delante de sus ojos.
—Ya que sabes tanto, dime lo que significa NSV —Ortega siempre hacía lo mismo cuando discutíamos. Me hacía una pregunta difícil, de esas que él no podía responder—. Anda, dime qué significan mis ametralladoras calibre cincuenta.
—Ya te lo he dicho otras veces. Nikitin, Sokolov y Volkov. Son los nombres de los diseñadores. Los que la inventaron.
Ortega suspiró. La enorme armadura pareció que iba a explotar.
—¿Qué hacemos ahora, Manolo?
—Lo que hace todo el mundo. Ir a ver al tío Jesús.
11.
Mi plan era simple y requería ayuda mínima. Solo tenía que hallar un avión de combate sin piloto. Uno preferiblemente artillado. Aguardar frente al contador de partículas que apareciera una fuente de energía negativa, señal inequívoca de la presencia de un Portaviones Acorazado Interdimensional. Pero todos los aviones, sin tener en cuenta cuántas veces fueran derribados, tenían su piloto dentro. O lo que quedaba de él. Cada vez que uno moría volvía a la vida fusionado a su máquina. A cada muerte más se unían la carne con el metal y los nervios con la electrónica digital. Todos eran cyborg con forma de tanques, caminantes, transformadores o aviones.
Habían dejado de pelear por su bandera y su ejército para afiliarse en una especie de sindicatos. Los aviones volaban en bandadas de F-16, Mig-35 y Mirage 4000. Los aviones multipropósito Mig-77 T volaban y caminaban a intervalos junto a sus homólogos los F-22 Transformer. Caminantes moscovitas movían sus pesadas articulaciones junto a Walkers israelíes y Olifant Mk-34 sudafricanos. Había mafias, sindicatos y hermandades de diferentes tipos por toda la ciudad. Exploradores con camuflaje mimético y fusiles de francotirador, infantería acorazada con pesadas armaduras y exoesqueletos, tanques de guerra de todos los tipos andaban por las calles como si se tratase de una pandilla de motoristas. Todos luchaban por los recursos, gasolina y generadores de electricidad, entre sí y contra las manadas de drones.
El escenario de batalla había cambiado. Solo los chinos y los marines defendían su bandera. Permanecían juntos como un cuerpo de ejército obsoleto en medio de un mundo de desertores. Cuando morían volvían íntegros como humanos. Algunos pegados a sus fusiles o lanzagranadas, otros a los equipos de comunicación. Pero siempre soldados, siempre defendiendo su bandera y gritando sus consignas. Ambas cosas ya olvidadas y sin sentido para ellos. Recordadas solo por la rutina de ser repetidas.
Aún quedaban militares que no morían. Oficiales de distintos ejércitos que monitoreaban el caos en el campo de batalla sin derramar una gota de sangre. Los almirantes en las fortalezas interdimensionales chinas y los IAC norteamericanos. Yo los haría caer. Los haré sufrir como sufren los demás. Les cortaré la esperanza de volver a casa. Les haré lo mismo que me hicieron a mí al traerme a este mundo de pesadilla donde solo puedo recordar los ojos de mi esposa y la risa de mi hija.
Tenía que encontrar un avión que no hubiera sido traído en un IAC. Necesitaba un avión que ya estuviera aquí. Posiblemente uno que se usara con fines pedagógicos en alguna academia militar. Luego de andar y desandar la ciudad encontré un Mig-25 en el quinto distrito. Cerca del barrio donde nací.
También me encontré a dos sobrevivientes. Un explorador de la brigada de apoyo 2506 y un acorazado andante del 5to regimiento del ALBA. Era una pareja muy dispar. Manolo con su capa mimética, chaleco de kevlar y carabina M4. Pertenecía a no sé cuál división que no era norteamericana pero me parecía muy unida al U.S. ARMY. A juzgar por su acento era cubano pero aseguraba no haber nacido aquí. Tenía buena memoria para los calibres y las armas pero no recordaba la ciudad en la que nació. Posiblemente Santiago de Cuba o alguna otra ciudad de Oriente. Ortega era venezolano, ecuatoriano o boliviano. No quedaba claro de cuál país de la Alianza Bolivariana provenía y él no lo recordaba. Realmente Ortega recordaba pocas cosas. Pero era bueno corriendo con todo aquel peso del blindaje y las ametralladoras.
Destilamos alcohol usando el sistema de enfriamiento del viejo Mig de acero y nos sentamos junto al fuego a hablar de las cosas que aún recordábamos. Todo fue bien por un tiempo. Incluso olvidé la pena que me afligía en medio de aquel compañerismo improvisado. Hasta que el contador de energía negativa del Mig comenzó a dar pitidos. Había llegado el momento.
12.
Los humanos también volvían. Pero la carne llegaba fusionada con sus equipos de guerra. Y olvidaban. Pronto aprendimos la lección. Como en un grotesco juego de combate multi-jugador no podíamos morir pero cada vez que nos mataban perdíamos algo. Las mejores teorías las radiamos al Portaviones Interdimensional Acorazado Simón Bolívar momentos antes que fuera acorralado por la Barack Obama y la Jericó 909. Tanto la Obama como la Bolívar cayeron sobre lo que quedaba del Capitolio y el Parque Central. La Jericó 909 recibió fuego de las últimas baterías antiaéreas móviles de mi división. Escapó en el mar de Dirac justo antes que los drones andantes Goliat M-15 y Golem-900 acabaran con mi división.
Desperté fusionado al sistema coheteril móvil donde me hallaba antes del ataque conjunto. Mi percepción estaba aumentada por las lecturas de radar y visión nocturna. Me alejé del campo de batalla en cuanto pude mover mis esteras. Fue mi primera muerte y realmente olvidé poco. Tan solo unos cuantos sueños que ya no valían de nada. De la Jericó 909 no se ha sabido más nada. Solo espero que hayan interceptado el mensaje y compartieran la información en la Tierra más allá del Océano cuántico.
He pensado y repensado mi actual cuerpo muchas veces. He fusionado el sistema de cohetes con un caminante moscovita. Y este híbrido, a su vez, se ha unido a un coloso de la brigada de la OTAN. He sellado cada unión con un disparo en mi sien, mi nuca o mi barbilla. Con cada muerte regreso con menos recuerdos y más completo. Ahora, por primera vez en mi vida me siento verdaderamente completo. Lejos de la vulnerabilidad de la carne.
Pero falta algo para llegar a la perfección. Necesito un motor de energía negativa y un sistema automático de vuelo por el Océano de Dirac. Y sé justamente dónde encontrar ambas cosas.
13.
El tío Jesús había sido reservista de la U.S.NAVY. Llegó a la isla cuando fue derribado el primer Interdimentional Armor Carrier. Nunca fue rescatado y por suerte escapó en una pieza del naufragio junto a dos de sus sobrinos. Uno era de los SEAL y otro de los marines. Pronto se dio cuenta que aquella guerra no tenía futuro como guerra pero tenía un potencial infinito como negocio. Aquella isla en medio del vacío era una prisión para todos. En algún momento cesaría la llegada de suministros y la gente empezaría a vender lo que tiene para comprar lo que necesita. Ese era el momento ideal para hacer negocios.
La única moneda que circula en las zonas de guerra son las balas. Y en un escenario de batalla donde combatían facciones de los diferentes pactos militares del planeta había un sinnúmero de estándares de munición. Jesús y sus sobrinos habían establecido algo parecido a un banco y una casa de cambio. Se apoderaron de un almacén que los chinos habían improvisado en el estadio Latinoamericano, en medio del barrio del Cerro, y establecieron allí su centro de operaciones.
Después de plantar armas robot y lanzacohetes múltiples a lo largo del perímetro comenzaron sus actividades como banca. En la ciudad existen solo tres casas de cambio de munición. Los chinos tienen una y los rusos otra. Pero el tío Jesús fue el primero. Además de por ser puertorriqueño, había olvidado muchas cosas pero eso no, el idioma no era un problema.
—200 balas de calibre 50 BMG. La tasa de cambio contra el calibre 50 ruso es a 0,9 así que son 180 balas.
—¡Eso es una estafa, Jesús!
—Los chinos te lo cambian a 0,8; eso es una estafa. Lo tomas o lo dejas.
Las armas robot se viraron hacia nosotros. Estaba seguro por el ancho del cañón que usaba algo superior a las balas que estábamos cambiando. Tal vez un .577 Tyrannosaur, o mayor. Por muy sofisticado que fuera el blindaje de la armadura de Ortega no podría aguantar una ráfaga sostenida de aquello que colgaba del techo. Podríamos volver de la muerte pero para entonces nuestros cuerpos habrían sido despojados de todas las municiones. Así que le hice una seña a Ortega para que no protestara.
—Está bien, tío Jesús. Lo tomamos.
—Vuelve cuando quieras, Manolo. Es bueno hacer negocios contigo.
—Mi madre me lo decía, no hagas tratos con reservistas de la NAVY.
El tío Jesús rió por lo bajo.
—Una mujer sabia, diría yo.
14.
Despegué el Mig-25 y alcé el vuelo. Algunos drones salvajes de una colmena cerca de las ruinas del portaviones Yihao intentaron darme caza. Aceleré hasta el mach 3 dando vueltas en zigzag y terminé por dejarlos atrás. Frente a mí, en lo alto del cielo gris estaba el portaviones acorazado interdimensional. Era tan grande como un portaviones naval clase Nimitz. Solo que estos flotaban en el aire gracias a los motores de energía negativa y tenía doble coraza. Cualquier ataque directo sería inefectivo contra aquella mole de acero reforzado, lanzaderas de cohetes y cazas de escolta. Pero tenía a mi favor la propulsión de todas las fortalezas y portaviones interdimensionales. Sabía exactamente cómo llegar al reactor nuclear.
Me escabullo entre la lluvia de metralla y disparo mis cohetes igla contra la coraza que protege el sistema de enfriamiento del reactor. Ni todo el arsenal de un avión Mikoyán podría atravesar 25 metros de acero y plomo que rodean el reactor. Pero un Mig-25 a la velocidad adecuada puede ser un proyectil muy poderoso. Un proyectil de acero y titanio con dos gigantescos motores turbo jet. En cuanto la radiación haga disparar todos los sistemas de emergencia. Abandonarán la pelea y regresarán a casa. Es lo que hacen los altos oficiales de todos los ejércitos. Mantenerse a salvo en sus bunkers o naves de mando.
Pero ahora, equilibraré las cosas. Les haré pagar por habernos traído aquí. Da igual si zozobran en este espacio perdido donde renacerán unidos a su equipo de combate como si se indeterminan en el espacio de Dirac. Incluso si regresan al mundo real será una explosión nuclear que toda la Tierra recordará.
Un regalo de los soldados que dejaron abandonados en el campo de batalla 044 de la isla de Cuba. Para proteger a los civiles y la ecología. Por lo que sé, cuando colapsó la onda de probabilidad cuántica de esta isla en este sitio nacieron y murieron once millones de civiles, así como más de seis mil especies vegetales. No hubo ni piedad para unos, ni ecología para otros cuando borraron la vida de este escenario de batalla. Así que se joda el mundo y su ecología. Que se joda la humanidad y sus reglas de proteger a unos a costa de otros. Pensaron que con sacar el horror de la guerra del planeta conseguían eliminarlo. Que con inventar un mundo en medio de un mar cuántico, donde ni los periodistas ni los corresponsales de guerra pueden mostrar nada, la harían desaparecer de las mentes de todos.
Ahora, llevaré ese horror de vuelta a casa.
15.
Estuve suicidándome hasta que no tuve manos para sostener la pistola. Para entonces todo mi yo se había fusionado al caza estratégico y pude volar hasta los restos del portaviones interdimensional Almirante Konshakov. Los drones dieron guerra pero conseguí arrebatarles el CPU del ordenador de vuelo. Ahora, después del último disparo no tengo manos, ni barbilla. Ahora puedo pensar el software de vuelo por el mar de Dirac. En mi visión tengo los marcadores de combustible y energía eléctrica. Ambos están por la mitad. Tengo suficiente gasolina para volar hasta los restos del portaviones interdimensional chino Yihao. Pero no tengo suficiente carga en mis baterías.
Justo en los restos de la vieja refinería junto al puerto de la Habana vi un grupo de cazas estratégicos y transformer. Rodeaban un grupo electrógeno. Los cables brotaban del generador, se enredaban en el suelo y llegaban a cada maquinante. Todos estaban conectados, tomando carga para sus sensores y pantallas. Parecían un grupo de mendigos alrededor de una estufa en medio de la nieve. Solo que sus harapos eran de aluminio, titanio y acero. Conté cerca de doce figuras robóticas transformables o semitransformables en aviones a reacción.
No podría enfrentarlos a todos así que opté por la solución diplomática. Me acerqué y les pedí amablemente un poco de corriente eléctrica. Soy una gran mezcla de muchas cosas pero un gran porciento de mí es un gran caza estratégico. El mundo ahora se rige por gremios y yo no pertenezco a ninguno. Soy mitad caza, mitad caminante, mitad qué sé yo qué. Bien pueden expulsarme.
Deliberan y deciden darme un cable. Me dejan quedarme con la condición de que me largue apenas mis baterías se carguen completamente. Acepto el trato. Deben estar nerviosos luego de mi ataque a la colmena del castillo del Morro. A nadie le gusta estar cerca de quien desató el avispero drone. Solo por si los UAV deciden tomar represalias.
Volé directo a la periferia de la ciudad. Cerca del barrio de Santo Suárez, casi llegando a Lawton. Justo donde según los mapas de los exploradores coreanos está varado el portaviones chino. Un lugar llamado quinto distrito.
Cuando encuentre el reactor nuclear y el motor de energía negativa necesitaré alguien que me dispare.
16.
Volvimos al quinto distrito y nos acordamos de cómo murió El cubano. Es difícil recordar eventos pasados pues es como una bruma que rodea nuestros recuerdos. Ni siquiera recordamos nuestros propios sueños. Apenas recordamos haber dormido. Solo después de ver a Ortega recostado a un poste durmiendo como un bebé dentro de su armadura fui consciente de ello.
Recordamos el portaviones interdimensional que apareció sobre nuestras cabezas. El espectro se llenó de datos de wifi y comunicaciones radiales encriptadas. Logramos saber que se trataba del Enterprise II el último de los IAC en uso. No solo por Norteamérica sino por todo el mundo. El cubano impactó el avión, ya ni recuerdo de qué tipo era, contra el acorazado interdimensional y toda la nave desapareció como si hubiera forzado sus motores a volver a casa cuanto antes.
Después, ni un escombro, ni un misil. Solo un par de drones salvajes del enjambre de la Yihao sobrevolaron el área. Nos fuimos con discreción pues se nos estaban acabando los cigarros. Cambiamos un misil igla del Mig por una caja de picadura negra y papel en el estadio del tío Jesús.
Recordamos poco pero el recuerdo es más vívido cuando estamos en el lugar donde sucedió todo. Debe haber sido hace mucho porque la picadura se nos acabó hace un tiempo. Prácticamente estamos matando para robar cigarros y fumar algo. No mucho, la verdad.
Los drones están alterados. Como si algo hubiera revuelto la colmena. ¿Quién estaría tan loco como para atacar un enjambre UAV? En especial este que tiene drones terrestres clase Goliat, Golem y M-808. O al menos una versión más inteligente de todos ellos. Me cuesta recordar las cosas pero la mayoría de los nombres de las armas no se me olvidan. Recuerdo que me gustaba recordar eso.
Llegamos al viejo campamento donde una vez estaba el viejo Mig. No recuerdo el modelo, un número impar mayor que 20. No había ningún avión y el lugar estaba hecho una ruina. Había destrozos de drones por todas partes. Ortega subió a una elevación que posiblemente mal cubría un refugio antiaéreo y lo vio. Cuando seguí sus pasos pude ver los restos de la fortaleza interdimensional china que se movían. Algunos drones aún combatían en su interior. Defendían su antiguo nido de la fortaleza que cobraba vida. Las armas de diferentes calibres, los lanzamisiles y hasta los grandes cañones Gauss disparaban a los drones que se batían en retirada.
No sé cuándo me percaté que teníamos red inalámbrica. Claramente no era una gran red, tan solo la poderosa wifi generada por el sistema de comando del acorazado chino. Pero no había datos que compartir, ni siquiera había nadie conectado. Solo un mensaje sin encriptación. Limpio y claro en mi implante cerebral como una llamada telepática.
root@yihao.wifi>>Mátame.
user@yihao.wifi>>¿Qué?
root@yihao.wifi>>Que me mates. Necesito fusionarme con la fortaleza. Y si los drones consiguen matarme me desguazarán antes que vuelva. Este mundo funciona así. Cuando mueres no puedes irte porque tantas partículas con energía negativa impiden que te vayas. Entonces vuelves y el propio escenario te repara con lo que tiene a mano. Y lo que tiene a mano es mucho acero, kevlar y circuitos de comando. Por eso con cada muerte olvidamos cosas y nos volvemos más máquinas. Es el precio por vivir en el mundo del otro lado del espejo.
user@yihao.wifi>>¿Cuál espejo?
root@yihao.wifi>>Si te leíste el libro no debes recordarlo. Solo mátame y estaremos en paz.
user@yihao.wifi>>¿Qué me gano yo con eso? Tú tendrás propulsión nuclear y un motor cuántico para navegar en el mar de Dirac. Pero nosotros tendremos que lidiar con los drones enojados que dejaste sin un nido.
root@yihao.wifi>> Creo que tengo una propuesta interesante para ti.
17.
Usé la última bala de mi carabina M-4 para dispararle. Hube de emplearme a fondo. Debía acertar a lo que quedaba de cabeza de aquello que un día fue un hombre. Estuvo inmóvil una eternidad mientras los drones volaban como aves carroñeras sobre la gran mole de la Yihao. Cuando se levantó era como el nacimiento de un gigante. Los drones se alejaron y antes de encender sus motores de energía negativa la fortaleza dejó caer sobre nosotros todas sus reservas de balas calibre 50 Russian. Supongo que se trataba de una versión china pero el estándar era el mismo. Por suerte.
Ortega estuvo feliz al punto que por una vez no le importó cargar peso de más. Teníamos balas como para cambiárselas a los T-82 de las afueras por picadura de tabaco. La vida no florecía pero había suficiente tierra fértil y algunas fortalezas estaban llenas de semillas.
Yo encontré un drone andante israelí. Una versión avanzada del Golem-900 con armas de estándar OTAN. El CPU del sistema de inteligencia artificial había sido arrancado violentamente y lanzado lejos. Imagino que fue un último regalo de nuestro amigo misterioso.
Estoy listo para morir una vez más. A fin de cuentas no me importa tanto olvidar algunos estándares de calibres y marcas de tanques, caminantes o aviones. Es un precio pequeño a pagar por un mejor blindaje y un cuerpo casi tan duradero como el de Ortega. Después de todo a quién le importa que la AKM se llame Avtomat Kalashnikova Modernizirovannyj. Bueno, a Ortega le gusta que lo repita, pero ya encontraremos otra forma de pasar el tiempo.
Está frente a mí con sus ametralladoras NSV. Me pregunta si lo recordaré cuando despierte. Le digo que sí. Que es imposible olvidar a alguien con una armadura tan grande. De todos modos le instruyo, por si no recuerdo nada, para que me saque de la ciudad. Me lleve a los campos donde los tanques y los caminantes cosechan tabaco.
Estoy cansado de esta ciudad que ni siquiera es tan bella sin sol y sin mar. Además, se nos están acabando los cigarros.
Erick Mota es licenciado en Física por la Universidad de La Habana y cuenta en su haber con un curso de técnicas narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Con motivo de la publicación de su primer libro Bajo Presión (Editorial Gente Nueva, 2007), gana el certamen literario La Edad de Oro de Ciencia Ficción para jóvenes. Muchas de sus historias aparecerán recogidas en diversas antologías y publicaciones. En 2010 publica en Casa Editora Abril un recopilatorio de cuentos, Algunos recuerdos que valen la pena. La Habana Underguater -como colección de relatos- sale a la luz ese mismo año en la editorial Atom Press, para posteriormente publicarse como novela con el mismo título. Erick ha sido reconocido con el premio TauZero de Novela Corta de Fantasía y Ciencia Ficción ( Chile, 2008) y Calendario de Ciencia Ficción (Cuba, 2009). Su relato "Memorias de un país zombi" ha aparecido en España en Terra Nova: la Antología de Ciencia Ficción Contemporánea de la editorial Sportula.
* La nota biográfica está tomada "prestada" de la entrevista que Cristina Jurado le hizo a Erick J. Mota en su blog masficcionqueciencia http://masficcionqueciencia.com/2013/06/13/erick-mota-ucronia-con-sabor-cubano/