La lluvia caía perezosa sobre un suelo ya mojado. El tránsito de vehículos era constante, grandes moles repletas de gente que se dirigía a alguna parte, rodeadas por multitud de pequeños vehículos pululando alrededor. La ciudad se ralentizaba al ritmo del pesado movimiento a ras de suelo de aquellos mastodontes que cruzaban, impasibles, nubes de inquietos insectos.
En la calle, ni una sola persona. Las calles ya no eran lugares para las personas; mundos mucho más luminosos las acogían.
En uno de los vagones de un pequeño tren, un hombre contemplaba absorto el paisaje. En realidad, la mirada de Lukas mentía; las imágenes que desfilaban ante sus ojos no estaban siendo registradas. Su mente y su intención se hallaban en un lugar mucho más lejano, un sitio al que ningún tren podría haberlo llevado.
Pareció regresar a la realidad cuando se escuchó un ligero zumbido, señal de que el tren había dejado de levitar. El sistema de frenado por contacto entró en funcionamiento; en unos minutos, habrían llegado.
Ya en su apartamento, Lukas se dejó caer sobre el sofá, derrotado por el cansancio, antes de repasar mentalmente su plan. Tanto tiempo esperando, había convertido aquello en una situación de irrealidad. Al poco, se levantó y comenzó a preparar una comida abundante en hidratos de carbono; necesitaba un buen almacén de reservas para lo que tenía que afrontar. Su trabajo como programador maestro no le ayudaba a tener una forma física demasiado espectacular, así que al menos iría con la despensa bien llena.
Una ducha larga y tibia, con inoculación selectiva de endorfinas, consiguió darle la relajación que sus alterados nervios le habían negado durante todo el día. La jornada había sido dura y excitante al mismo tiempo, y no podía ni quería esperar más; la programación neuronal había sido completada aquella misma tarde. Era el momento de ponerla a prueba.
Entró en la habitación vacía de mobiliario y decoración, salvo por un amplio sillón abatible situado en el centro, con una pequeña mesilla a su lado. Varias estructuras, que parecían centros de mando, se disponían a lo largo de las paredes. Era su lugar de conexión con el mundo; con el otro mundo.
La puerta se cerró tras él y tomó asiento. Con una actitud de concentración, casi de devoción, cogió de la mesilla un pequeño círculo metálico de poco más de un centímetro de diámetro, repitiendo un ritual que conocía ya de sobra. Esta vez, sin embargo, iba a ser diferente.
Colocó el círculo sobre su frente y este quedó adherido al instante. Unos pequeños surcos casi imperceptibles en su superficie se iluminaron de un tenue color verde. Lukas tomó aliento, se reclinó en el sillón y levantó despacio su mano derecha, haciendo un gesto con ella de despliegue. Al momento, todo a su alrededor cambió; el espacio pareció ensancharse y se vio a sí mismo de pie, en medio de una habitación con múltiples paredes, cada una decorada de una forma diferente. Estaban repletas de símbolos y figuras, algunas reconocibles y otras no, pero todas ellas familiares para Lukas; había estado allí en innumerables ocasiones.
Frente a él, un hombre joven se dirigía a su encuentro.
—Hola, Lukas. Bienvenido de nuevo a Sativa. ¿Qué te apetece hoy?
—Hola, Leo. Gracias, pero creo que no necesitaré tu ayuda. Hoy tengo claro lo que quiero.
—Muy bien. No obstante, mis sensores detectan que has entrado en el sistema con una buena reserva de energía; te informo de la descarga de un nuevo programa de entrenamiento personal. Es muy eficiente, según parece; está alcanzando una gran reputación en la Red. Solo por si quieres probarlo.
—Gracias de nuevo, pero no. Te puedes retirar, Leo.
La imagen del hombre se difuminó en el aire hasta desaparecer, al mismo tiempo que la habitación volvía a encogerse y, lo que antes habían sido paredes ricamente adornadas, se transformaron en pequeños paneles al alcance de su mano, cada uno de los cuales tenía una inscripción resaltada sobre un dibujo. Lo rodeaban completamente y tuvo que hacerlos girar a su alrededor hasta encontrar el que le interesaba, uno en el que se veía la imagen casi infantil de un vehículo espacial antiquísimo. Sobre él, tres palabras; Red Social FC.
Tocó ese panel con los dedos pulgar y corazón, como queriendo cogerlo, y todo cambió de nuevo.
FC era una red social de aficionados al antiguo género de ciencia ficción; las asociaciones virtuales eran casi la única manera de relacionarse que le quedaba a la gente. Aunque en esta, curiosamente, las personas interaccionaban poco entre sí. El programa cargaba obras pertenecientes a ese género en un entorno de simulación interactiva. Obras clásicas, de culto, desconocidas o vilipendiadas; había para todos los gustos. La gente entraba allí para disfrutar en vivo de sus novelas favoritas. Vivir aquellas historias en primera persona y ver actuar a los personajes en los momentos precisos, era una experiencia que ningún buen aficionado al género podía dejar pasar. Mucha gente había dejado de leer, ya fuera en sus pantallas o mediante carga directa a través de un interfaz cerebral, pero los que más entraban en la red eran aquellos que sí habían leído la obra original y querían convertirla en realidad; una realidad virtual.
En FC había normas, los programadores tenían instrucciones rígidas al respecto. Los protagonistas eran siempre personajes incrustados, no se podía cambiar su trayectoria a lo largo de la novela ni influir en ellos de ninguna otra manera. La trama estaba definida del primer al último momento; se trataba de recrear una historia, no de generar una nueva. No obstante, se introducían personajes secundarios con los que el visitante sí podía interaccionar. La historia estaba creada, la trama decidida, pero uno podía pasearse por los paisajes de la novela y comprarse un kebab en un puesto callejero, charlar con el tendero de una casa de empeños o mezclarse con las tropas de élite de una invasión planetaria. Personajes poco relevantes, eternos secundarios que, sin embargo, y debido precisamente a esa capacidad de interacción, requerían una programación mucho más compleja.
Entrar en uno de los mundos de FC no era tan sencillo; los personajes interactivos habían sido programados para ser totalmente coherentes con la obra, no para ser complacientes con los visitantes. Así, si alguien viajaba en el tiempo y aterrizaba en un barco pirata del siglo XV, corría el serio peligro de que le abrieran la barriga, le clavaran un intestino al mástil y le quemaran con una antorcha para hacerle correr alrededor. Un pirata virtual era igual de temible que lo habría sido uno real y una tortura simulada tenía, en la mente que la sufría, los mismos efectos que si hubiera sido practicada sobre un cuerpo palpitante. El cerebro no distinguía entre un estímulo real y uno simulado; para él todo era verdadero.
También se podían simular las sensaciones. Si un usuario ingería alimentos en uno de aquellos mundos, saborearía la comida y se sentiría saciado. Pero su cuerpo, el verdadero, descansaba en algún sitio sin recibir alimento alguno; se podía morir de hambre en el mundo real mientras uno se daba un atracón en el virtual. O tener sexo sin descanso hasta agotar el cuerpo y sufrir literalmente un colapso. Había mucha gente enganchada el emocionante mundo de la realidad virtual. Algunos solo habían podido liberarse con la muerte.
Surgieron problemas legales; cuando empezó a morir gente, obligaron a FC a instalar un sistema de seguridad que expulsaba de la simulación a los usuarios en caso de peligro vital. Múltiples sensores medían las constantes vitales de los visitantes y evaluaban su permanencia en el sistema. Algunos habían optado por contratar servicios externos, personal que se ocupara de alimentarlos con sueros, evacuar los residuos y cambiarlos de postura, para seguir conectados el mayor tiempo posible. Aun así, el cuerpo se debilitaba y terminaban siendo expulsados.
A Lukas no le había pasado nunca; él era programador, diseñaba personajes que luego eran implementados en las simulaciones. Conocía los trucos, los perfiles, las rutinas. Nada era nuevo para él. No había descarga de adrenalina.
Cuando el mundo volvió a definirse a su alrededor, tardó un par de segundos en enfocar la vista de nuevo. En la esquina superior izquierda, casi en su visión periférica, un diminuto piloto verde certificaba que todo iba correctamente; cuando quisiera salir del sistema, solo tendría que cerrar los ojos y arrastrar la luz hasta el centro de su mente. Algo que se podía hacer incluso en estado de semiinconsciencia.
De nuevo, Lukas se descubrió a sí mismo de pie, delante de una puerta enorme que daba acceso a una sala en la que decenas de personas se distribuían en torno a largas mesas de metal. La mayoría estaban ocupadas por jóvenes, algunos prácticamente niños, que vestían de igual forma; uniformes grises de corte militar, con un emblema redondo casi a la altura del hombro. Al fondo de la sala, una gran pantalla presentaba una serie de datos bajo la imagen ampliada de uno de aquellos emblemas, en cuyo interior se representaba la figura de un lagarto. Encima, una única leyenda: Ganador de hoy: Escuadrón Salamandra.
Lukas paseó la mirada por la estancia, buscando su objetivo; un par de mesas estaban ocupadas por adultos, vestidos también con atuendos militares, aunque diferentes a los de los jóvenes. No, no estaba allí.
Continuó explorando la sala y vio un mostrador de servicio de comidas detrás del cual un hombre y una mujer parecían muy atareados. Tampoco. A saber dónde habían colocado el perfil los de Estructuras. Ya estaba girando la cabeza para apartar la mirada cuando, un poco más allá, vio que una puerta se abría. Una mujer entró portando un enorme recipiente de comida que parecía pesarle demasiado. Al instante, una fuerte palpitación le oprimió el pecho.
La había encontrado.
Meses y meses de pesada programación utilizando el volcado de información neuronal se traducían en aquella maravilla. No era exactamente ella, eso lo tenía claro; solo se podían programar redes neuronales, nunca insertar recuerdos. No era la mujer que él había conocido, porque no tenía sus experiencias, pero aun así… sí, era ella. En lo básico, lo era. Sus temores y habilidades, sus grandezas y bajezas, hasta aquella manera absurda de temerle a las alturas; todo estaba ahí, porque él lo había puesto ahí. Neurona a neurona, sinapsis a sinapsis, electrón a electrón. Había sido infinitamente minucioso estableciendo cada una de las conexiones.
No lo reconocería. Para ella, él sería un extraño. Un hombre que parecía tener un instinto especial para tratarla, venido de algún lugar desconocido. No importaba; lo volvería a conocer. Y entonces, en algún momento, todo surgiría de nuevo.
Allí, en aquel mundo etéreo, la cuidaría como en el otro no había sabido hacerlo. No en todas las vidas se tiene una segunda oportunidad y no todos los mundos eran así de verdaderos.
Antes de ponerse en movimiento, hizo uso de su último privilegio como programador maestro; utilizando un código diseñado para la ocasión, desconectó el sistema de seguridad de la simulación. Desde dentro. Muy poca gente podía hacer aquello.
Cuando su cuerpo se debilitara ya nadie podría echarlo, porque estaría dentro. Perdido. Para siempre. Con ella. Su cuerpo real se iría marchitando hasta llegar a consumirse, pero nadie lo expulsaría de allí. Esa era su prerrogativa y en ese momento acababa de hacer uso de ella.
El pequeño piloto verde fue perdiendo intensidad muy lentamente, hasta desaparecer por completo. Entones, con paso firme y decidido, Lukas se dirigió hacia la mujer que se manejaba entre los recipientes de comida. Una sonrisa en la cara, un alivio en las entrañas. Ella levantó la vista entre las bandejas de cubiertos; lo vio y ya todo lo demás dio igual.
En el exterior, una luz verde que formaba extraños surcos sobre la frente de un hombre tumbado, empezó a debilitarse. A los pocos segundos, tras parpadear como si quisiera avisar al mundo de algo, se extinguió por completo.
Y el mundo entero se volcó hacia dentro.
Nieves Delgado (Coruña, 1968) estudió astrofísica y actualmente ejerce como profesora de educación secundaria en la comunidad autónoma de Galicia. Escribe relatos de ciencia ficción y terror que han sido publicados en las revistas digitales “Portalycienciaficción” , “Ianua Mystica” y “Los zombis no saben leer”, así como en la web “Sitio de Ciencia-Ficción”. Así mismo, su relato La Condena formó parte de la Antología SdCF de Relatos de Ciencia Ficción 2012.
Podéis leer algunos de sus relatos en su perfil de Wattpad:
http://www.wattpad.com/user/NievesDelgado