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Entre dos nadas

Dolo Espinosa

 

 

De la nada vengo y a la nada me dirijo, y entre una nada y otra nada intento llenar el vacío de un alma que no tengo y una vida que no poseo. Soy consciente, veo y palpo, siento y hablo, gusto y huelo pero soy menos que humano o tal vez más, no lo sé en realidad.

Me arrastro en las tinieblas tristes de un mundo muerto, soy el detrito del detrito, lo más bajo de esta sociedad gris que camina, inexorable, hacia el final. Nos movemos entre el fango de lo que fuimos, nos regodeamos en la memoria de lo que hicimos, vivimos del recuerdo, suspiramos por el brillante ayer y renegamos del oscuro futuro.

Nadie sabe qué ocurrió y, si alguien lo supo alguna vez, nunca lo contó. Conocemos nuestro pasado, lo atesoramos y contamos nuestros antiguos logros con la misma ansia que el avaro cuenta su oro, pero la parte en que todo se derrumba está escondida tras un tupido velo que nadie ha podido mover y si alguien pudo, nunca lo contó.

Las imágenes que aún conservamos de aquel dorado pasado, muestran un mundo que aún podía disfrutar de la luz del sol, una luz que nosotros desconocemos pues está oculta tras negras y oleosas nubes. Había enormes ciudades con amplias calles y bellos parque;  nosotros vivimos ocultos en cavernas y simas, rodeados de apestosa fealdad, nada bello crece en este mundo nuestro, todo nace retorcido y deforme. Todo. Incluso nosotros.

Nuestros ancestros andaban erguidos, nosotros nos arrastramos. Incluso el más feo de ellos parecía bello a nuestro lado. Nuestros cuerpos han perdido altura, nuestras cabezas son bultos amorfos, nuestras piernas apenas logran soportar nuestro peso y nuestras manos son incapaces de trabajos sutiles.

Primero llegaron las oleosas nubes que ocultaron el sol dejando al mundo sumido en la oscuridad y el desconcierto. Aún andaban preocupados por eso cuando los primeros de nosotros nacieron. Alguna relación parecía haber entre ambos hechos pero nadie fue capaz de encontrarla y el número de “engendros” fue en aumento y el de niños “normales” descendió hasta desaparecer. Plantas y animales siguieron el mismo camino que nuestra especie. Retorcidos, deformes, purulentos, tristes...

El mundo se sumió en la oscuridad y la desesperación. La sociedad se detuvo. Las ciudades murieron. Los países cayeron.

La humanidad empezó su largo camino hacia la nada.

Y en ese sendero estamos.

Surgimos de la nada y hacia la nada nos arrastramos.

Nos creímos dioses y acabamos como demonios.

Somos conscientes, vemos y palpamos, sentimos y hablamos, gustamos y olemos pero somos menos que humano o tal vez más, nunca lo sabremos porque la nada está a punto de engullirnos.