Malcolm Ramsay y Sean Farlay, pioneros en las investigaciones, llevaban años en el estudio de los osos polares que habitan las tierras árticas, sus hábitos alimentarios y distribución geográfica. En sus registros figuraban las erráticas cacerías de focas y los cambios alimentarios de la especie, lo que permitía proyectar los movimientos de la población de estos úrsidos y sus cambios.
Utilizaban plaquetas electrónicas en las orejas de algunos ejemplares, para mediciones de tamaño, peso, temperatura. Otros investigadores les colocaron radios en collares, para realizar un seguimiento de los recorridos.
Malcolm Ramsay y Sean Farlay señalaron la dificultad de esos métodos: las baterías de las plaquetas y collares se agotaban al mes, o se desprendían. Algunos osos habían sido rastreados por una extensión de casi 78.000 kilómetros durante un invierno. Esta estación, sin embargo, ofrecía más dificultades para el estudio de la especie.
Melanie Cuttern y John Bowland, de la Massachussets Institute of Technology (MIT) Division on Advanced Technologies in Communications, diseñaron un equipo sumamente útil para resolver esos problemas: el SETRAVIR (Sensorial Tracer Virtual Reality System), un sistema de rastreo que combinaba comunicaciones satelitales con tecnología de realidad virtual. Se conectaba un chip dentro del cerebro de los seres a estudiar, directamente a las células neuro-sensoriales. El chip se enlazaba a otro chip implantado en la oreja, alimentado con una batería de litio de un año de duración. Este último dispositivo actuaba de antena, cuyas emisiones de onda eran capturadas por los satélites de telecomunicación y recogidas por las terminales de RV de la estación de investigación de Resolute, Cornwallis, en el Ártico.
Percibida por un humano, la percepción sensorial de un oso polar resulta confusa. El humano puede oler, ver, oír, tocar, gustar las presas que los osos polares comen; percibir los cambios del clima, siempre riguroso, sentir la adrenalina que descargan durante sus combates de competición por las hembras. Podría también vivir por dentro la preñez de una osa polar y sentir la imperiosa necesidad de alimentarse y alimentar a los oseznos.
Ramsay y Farlay se fascinaron con esta tecnología: nunca hubieran soñado conocer tan íntimamente a sus objetos de estudio.
Zoólogos y biólogos probaban también esta técnica, aplicándola a otras especies animales, incluso a los gusanos de metano que viven en las profundidades abisales.
Con el software utilizado en el SETRAVIRS, se conocieron desde adentro los estímulos y las reacciones a nivel emocional y hormonal de los osos. Y se descubrió cuán primitivos eran, cuán radicalmente distintos de los mismos impulsos y respuestas humanas. Esto hizo que nunca se pudiera asegurar que la interface animal-SETRAVIRS-operador humano funcionara correctamente. Se carecía de parámetros objetivos claros para la interpretación de datos.
Para los lingüistas, el potencial de SETRAVIRS era particularmente sugestivo, ya que podrían identificar señales o códigos de comunicación entre los osos y aplicarlos a una interfaz que los tradujera para los humanos.
Por ello Eileen Ende se unió al equipo de Ramsay y Farlay, con el fin de elaborar un sistema útil de signos, para conseguir una comunicación viable con los osos. Usaría el SETRAVIRS.
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Las garras del oso se clavan profundamente en la carne de la foca. Salada, húmeda, caliente y aún palpitante. Los dientes arrancan y mastican grandes bocados, y la sangre empapa de rojo el pelaje del hocico. Lentamente, el oso devora los despojos, hasta que decide alejarse y aovillarse para hacer la digestión.
Entre asqueado y fascinado, Malcolm se quitó los sensores. No había contado con que se le fuera el hambre. Y era la tercera vez que le sucedía.
Camino al comedor del laboratorio, se detuvo delante del ventanal. Observó a las focas que nadaban entre las olas. No podía verlas tal cual eran, su mente sólo le mostraba lo que había debajo del pellejo: carne, vísceras, grasa recubriéndolas. Ya no podría volver a disfrutar de la majestuosidad de sus saltos.
Entró en la pequeña cantina, donde Sean y Eileen charlaban amigablemente y reían. Sintió el perfume que Eileen emanaba, y no pudo evitar mirar el escote que ella llevaba dentro del caldeado local. Se le ensancharon las aletas de la nariz, ese perfume se superpuso al resto de los olores: a carne asada, a lejía, a madera cepillada, a polvillo de pintura. Y sus ojos vieron los labios rojos de la mujer y a la mano de Sean sobre el hombro de ella.
¡Es mía!
Sin pensarlo, Malcolm se abalanzó sobre Sean y le clavó las uñas en la espalda, antes que el otro pudiera reaccionar. Le mordió un hombro. Eileen gritó y quiso apartarlo, pero Malcom la empujó y hundió los dientes en la mejilla de Sean.