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El día de la madre

Fernández, Joan Antoni

 

—Está bien, volvamos a empezar.

 

    El zumbido de la maquinaria rasgó el silencio. Por vez primera, Alex fue consciente del ruido ambiental que percibía a través de sus sensores. Colores y formas difusas se dibujaron dentro de su campo visual. Ajustó de forma automática la nitidez del enfoque y captó una figura imprecisa que se cernía sobre él.

 

    —¿Puedes visualizarme? —La voz áspera de Bata Blanca sonó estridente.

 

    —Sí.

 

    —Perfecto. Incorpórate.

 

    Alex obedeció con presteza y saltó al suelo. Las articulaciones de sus extremidades chirriaron por el esfuerzo y todo su cuerpo se bamboleó, buscando el centro de gravedad. Tras calibrar su posición, logró estabilizarse y quedó inmóvil. Entonces contempló la imponente figura del otro.

 

    —¿Estás operativo por completo?

 

    —Sí.

 

   —Bien, bien…

 

   Alex observó a Bata Blanca con detenimiento. Era un individuo alto y enjuto, de rostro anguloso con la nariz afilada. Sus ojos marrones le escrutaban vivaces bajo unas cejas de pelo cano. Un rictus surcaba sus finos labios, pretendiendo sonreír sin ganas.

 

    —Iniciemos el proceso. ¿Cuál es tu comando principal?

 

    —Quiero a mi mamá —Alex parpadeó, a la vez que infinidad de datos cruzaban su mente y el SO elegía la rutina preestablecida en su memoria.

 

    —De acuerdo —el rictus de Bata Blanca se expandió, semejaba el surco de una lombriz sobre la arena—. Ahora vamos a verla. Sígueme.

 

    Alex trazó una ruta válida de locomoción y movió sus extremidades inferiores para trasladarse tras la figura de Bata Blanca. Ambos salieron de la habitación y avanzaron por un estrecho pasillo. La luz era intensa y se reflejaba en las paredes de pintura metálica. El eco de sus pisadas resonó con fuerza, haciendo vibrar sus sensores auditivos.

 

    —Aquí es —Bata Blanca se detuvo ante una puerta cerrada y miró a Alex con expresión adusta—. Chequea tu programación básica y revisa tus comandos de rutina. Quiero que actives las redes neuronales y mantengas actualizados los patrones de conducta. Mantén el contacto abierto con el Control Central, presto a una desconexión de urgencia. ¿Lo has comprendido?

 

    —Sí.

 

    —Conforme, ya puedes ver a tu mamá.

 

    Bata Blanca se giró y empujó el batiente de la puerta con decisión.

 

    Al otro lado, un rostro femenino, ajado y tembloroso, les miró con esperanza.

 

 

 

El sol brillaba con fuerza, esparciendo sus rayos sobre el césped del gran parque. Alex corrió con torpeza sobre la hierba. Iba riendo con entonación metálica, persiguiendo la pelota que había chutado. El balón iba alejándose de él, rodando hacia el estanque. En la orilla nadaba un grupo de patos.

 

    —¡Alex, no vayas tan lejos! ¡No te acerques al agua!

 

    —No, mamá.

 

    Algo más apartados, guarecidos bajo la sombra de un ciprés, Bata Blanca y otro hombre les observaban en silencio. Alex aumentó de forma automática la capacidad de sus sensores auditivos y escuchó la conversación que la pareja mantenía en voz baja.

 

    —Estamos a punto de lograrlo, doctor —dijo Bata Blanca con ansiedad.

 

    —Estoy harto, ingeniero —el otro lanzó una patada al suelo y miró hacia madre e hijo con aspecto preocupado—. La mujer ya no puede más, mírela usted mismo: está a punto de sufrir un colapso, no sé si resistirá tanto esfuerzo. ¿Por qué diablos me dejé convencer por usted? Todo este asunto es una verdadera locura.

 

    —Comprendo que ha sido duro para todo el equipo —el tono de Bata Blanca era monocorde, sin la menor empatía—, un desafío así no es fácil de superar, pero ya estamos a las puertas del objetivo final. Confíe en mí, señor. ¡Falta muy poco!

 

    —Maldita sea su estampa, ingeniero —el hombre rechinó los dientes con rabia—. Quiero resultados. Teníamos que haber usado clones, como siempre…

 

    —¡Clones! —Bata Blanca mascó la palabra con desprecio—- Ya le he explicado a usted varias veces la diferencia, aunque sigue sin entenderlo. Debemos ser innovadores para tener éxito. Un clon nunca, repito, nunca duplicará los sentimientos de una persona muerta. Sería… otra cosa diferente.

 

    —¿Y usted me quiere hacer creer que eso de ahí sí es igual, es el mismo crío? ¿El que falleció?

 

    —¡Por supuesto que sí! O al menos puede llegar a serlo. La diferencia radica en los recuerdos implantados, así de sencillo. El cerebro humano edita de forma constante la información que almacena. —Bata Blanca se excitó mientras seguía hablando—. Un mismo sujeto puede recordar cierto suceso con variaciones, según la etapa de su vida. Es el tratamiento de los recuerdos que realiza nuestra mente lo que nos hace únicos, la conexión neural que va  conformando. Un clon, aunque tenga un cerebro idéntico al nuestro, no ha almacenado las mismas vivencias, no de la misma manera. Por ello su mente será distinta, tendrá la actitud y las emociones de una persona diferente.

 

    —¿Y qué más da? Seguirá sintiendo.

 

    —Cuando usted vino a verme, me planteó el reto de recrear con exactitud al hijo muerto de su paciente. Ella no aceptaba una simple copia; un sustituto era un fracaso, algo inadmisible en su rol de madre. Quería al Alex de antes del accidente. Con el mismo proceso mental e idénticos sentimientos, mantener la relación emocional establecida. En resumen, seguir educándole como antes, cuidarle y desarrollar su mente como si el trágico accidente no hubiera ocurrido nunca.

    —Como si Alex no hubiera muerto —el hombre se estremeció.

 

    —En efecto, ése era el reto.

 

    —¡Qué locura! Sólo a ella se le podría ocurrir algo semejante.

 

    —Pero lo hemos conseguido —Bata Blanca alzó la voz, henchido de orgullo—, En el interior de esa torpe carcasa metálica existe un cerebro electrónico muy sofisticado, donde están replicadas las neuronas biológicas de su hijo muerto. Hemos transferido los recuerdos de la mente del Alex original a una matriz digital, así pudimos implementarlos y programarlos para que se combinaran igual que en el cerebro humano donde se crearon, conformando el mismo patrón. Es una réplica exacta del patrón mental del niño, justo antes de morir.

 

    Algo pareció estallar en el interior de Alex, rompiéndose. ¡No, no, no! Patitos…

 

    —¡Alex, ven! ¿Qué te pasa? ¡Vuelve enseguida!

 

    Una repentina angustia se había apoderado de él y echó a correr hacia el lago.

 

    —¡Alex, aléjate del lago! ¡No, no vayas allí! ¡Otra vez no, por favor!

 

    Los dos hombres echaron a correr ante los gritos histéricos de la mujer, Pero Alex ya estaba muy cerca del agua y empezó a chapotear hacia el interior del estanque.

 

    —¡Patitos, patitos! —Chilló a la vez que avanzaba—. ¡Quiero los patitos!

 

    Mientras se hundía hacia el fondo, contempló las tres figuras humanas que llegaban hasta el borde de la orilla y miraban hacia abajo. Hacia donde estaba él, hacia la negritud que empezó a envolverle entre chasquidos.

 

 

 

El ingeniero observó al médico y a la mujer con expresión fría, tratando de aparentar amabilidad. Estaba harto, cansado de aquel juego que el doctor le obligaba a realizar. Pero precisaba de su dinero, de su consentimiento como impulsor del proyecto. Si él no estaba de acuerdo, si se retiraba, tendrían que cancelar el experimento. ¡Y faltaba tan poco para lograr el triunfo! Había que convencerle.

 

    —Estamos a punto de culminar el proceso —insistió en el tono más relajado del que era capaz—. Un intento más y alcanzaremos el éxito, en esta ocasión no habrá ningún accidente como el ocurrido ayer. Hemos tomado todas las precauciones para que no se repita de nuevo.

 

    —¡Ya está bien! —el médico se sulfuró y dio un puñetazo sobre la mesa—. ¿Cree usted que resulta agradable repetir una y otra vez el suceso que le costó la vida a… el hijo de mi paciente? ¡Es usted un demente! No puedo consentirlo más…

 

    —Doctor, por favor —ella habló con apenas un hilo de voz, acallando al hombre y haciendo que se mordiera los labios. Entonces la mujer se volvió hacia el ingeniero y le miró con intensidad—. ¿Me asegura usted que esta vez será la definitiva? No sé si podré resistir de nuevo una escena semejante. Es una pesadilla que se repite sin cesar, que me destroza. Ya no lo soporto.

 

    —Señora —el ingeniero se levantó y cogió su mano con delicadeza—, se lo aseguro. Hasta ahora hemos tenido varios fallos, lo acepto. Resulta muy complicado calibrar la implementación exacta de las neuronas, hay que recrear una por una todas las sinapsis existentes dentro del cerebro original. Pero ya está todo mapeado, si no fuera por ese estúpido accidente de última hora… No contábamos con una repetición tan fidedigna de la conducta en el sujeto. Ahora ya estamos prevenidos, no nos cogerá otra vez por sorpresa…

 

    —Yo sólo quiero saber si es usted capaz de devolverme a mi hijo.

 

    —Por supuesto, señora —el hombre bufó desconcertado—. Déjelo todo en mis manos. Un intento más y lo lograremos.

 

    Ella se volvió hacia el doctor y éste desvió la mirada hacia el suelo, sintiéndose confuso y avergonzado. Al fin la mujer suspiró y cuadró el mentón.

 

    —Está bien, una vez más. Reviva a mi pequeño Alex. Devuélvame a mi hijo.

 

 

 

La estancia estaba en completo silencio. El ingeniero se acercó a la forma humanoide, tendida sobre una camilla, y contempló su estructura metálica con embeleso.

 

    —En esta ocasión no quiero fallos —gruñó hacia los operarios del Control Central, al otro lado de la cristalera—. Si el androide se acerca a menos de cinco pasos del lago, lo desconectan de inmediato. ¿Ha quedado claro?

 

    —Sí señor —sonó una voz metálica en el audífono.

 

    El hombre suspiró y se paró erguido ante la masa inerme del robot.

 

    —Está bien, volvamos a empezar.

 

 

En la sala de espera, el doctor miró a la mujer con inquietud. Las dudas volvieron a asaltarle. ¿Estaba haciendo bien al permitir que su paciente sufriera semejante angustia, manteniéndola en esa ilusión malsana? A pesar de su condición, ella también tenía sus derechos, lo decía la ley. Tal vez sería mejor dejarlo correr, abandonar el Proyecto Nana de una vez por todas. Había sido un iluso al pensar que algo así podía ser realizable.

 

    Mejor interrumpirlo todo antes de que la situación empeorara. Confesar a la mujer la verdad, aunque fuera a costa de romper sus ilusiones…

 

    Pero él se sentía incapaz de hacerlo, y no sólo por estar comprometido con el proyecto: le faltaba valor. Había cogido cariño a la paciente, sin importar que sus sentimientos maternos no fueran reales, sólo un implante en la matriz de su mente. Parte de un experimento del gobierno sobre estímulos humanos.

 

    Ella sólo era un modelo beta de Madre de Alquiler, la primera de una serie de androides con cerebro emocional, un ensayo para el cuidado de la infancia.

 

     La auténtica madre de Alex también murió aquel día, ahogada en el lago mientras trataba de salvar a su hijo. La paciente actual sólo era una burda imitación, una copia creada para reproducir sentimientos humanos.

 

    ¿Cómo iba a contarle a ella que todo era falso?

 

    Que, a pesar del dolor, carecía de un algo impreciso.

 

    Que ella jamás se arrojaría al lago para salvar al niño.

 

    Que aunque llorara su pérdida, sólo era madre por un día.

 

 

 

Joan Antoni Fernández nació en Barcelona el año 1957 y actualmente vive en Argentona. Escritor desde su más tierna infancia ha ido pasando desde ensuciar paredes hasta pergeñar novelas en una progresión ascendente que parece no tener fin. Ha sido ganador de premios fallidos como el ASCII o el Terra Ignota, que fenecieron sin que el pobre hombre viera un duro. Inasequible al desaliento, ha quedado finalista de premios como el Ignotus, UPC, Alberto Magno, Espiral, El Melocotón Mecánico y Manuel de Pedrolo, que incluso llegó a ganar. Ha publicado relatos y artículos en Ciberpaís, Nexus, A Quien Corresponda, La Plaga, Maelström, Valis, Dark Star, Pulp Magazine, Nitecuento y Gigamesh, así como en las webs NGC y BEMOnLine. Que la mayoría de estas publicaciones hayan cerrado es una simple coincidencia... según su abogado. También ha sido colaborador habitual en todo tipo de antologías, aunque sean de Star Trek ("Últimas Fronteras II"). Hasta la fecha ha publicado siete libros: "Reflejo en el agua"(finalista UPC e Ignotus), "Policía Sideral", "Vacío Imperfecto", “La mirada del abismo”, “Esencia divina”, “Democracia cibernética” y A vuestras mentes dispersas finalista del premio Ignotus 2015. Su madre piensa que escribe bien, su familia y amigos piensan que sólo escribe y él ni siquiera piensa.