-¿Tu cuerpo te pertenece?
El Caminante asintió.
-Pienso comprobarlo. No quiero líos con la banca. Los brazos en cruz.
El capataz tentó los miembros y articulaciones con mano conocedora. Cuando le mostraron la boca abierta, negó con la cabeza.
-Te aseguramos la atención médica hasta diez mil, pero los dientes son cosa tuya. Dormiréis aquí, en el granero, tu mujercita y tú. La comida entra en el trato, ensaladilla y toda el agua que podáis tragar. Sí queréis otra cosa, la pagáis. Si queréis trabajar en la vendimia, necesitamos brazos, pero el viernes descansas y te preparas. Te quiero fresco para cerrar el Día de la Cosecha.
La cabeza volvió a moverse de arriba abajo.
-¿Algo más que quieras tratar?
La voz de bronce del Caminante era tan dura como su cuerpo tostado.
-Un buen trozo de carne el mediodía del viernes. Carne de verdad.
El gordo sonrió de oreja a oreja.
-Tan grande que no podrás acabarlo y tan roja como tu sangre. Ese día te quiero ver dar el do de pecho. ¿Sabes escribir tu nombre o prefieres firma biométrica?.
***
A Verónica le gustaba la vendimia. No solo porque le ayudaba a colaborar al pecunio común; cuando era niña, sus padres habían tenido una viña cerca de Pontevedra. Eran otros tiempos, cuando la lluvia no tenía dueño y aún abundaban las propiedades familiares. Las cosas habían cambiado mucho. Los pequeños pueden tener un mal año. Caer en deudas. Eso nunca pasa con las corporaciones, y si pasa, tierra y deuda son compradas al completo por otra corporación. Embargo tras embargo, sueño roto tras sueño roto, los tractores robotizados y el monocultivo habían substituido por completo a los pequeños productores. Aún así, la uva destinada al vino de calidad debía ser seleccionada con delicadeza, y aún requería mano de obra humana.
Miró como trabajaba su hombre, dos bancales más allá. Se movía con la engañosa parsimonia que la había enamorado desde el principio. Sin prisa, como si nada le preocupase en este mundo. Pero sin pausa. No perdía terreno con los demás braceros. Repasó las espaldas anchas, las manos grandes y cuadradas, el cuerpo moreno y magro. Algunas mujeres lo contemplaban con admiración pese a sus cicatrices, lo sabía. Pero sobre todo lo hacían los hombres. Cuchicheaban entre ellos sin demasiado disimulo, jugándose, tal vez, parte de su paga. De todas formas, que más les daba. Posiblemente debían tanto dinero a Gentech que un poco más no iba a notarse.
Sus miradas se cruzaron, y los dos volvieron al trabajo. Cortaron las uvas de Gentech y bebieron el agua que les daba ad libitum Gentech. El día fue largo, y acabó agotada. Sin embargo, cuando él la buscó sobre las balas de paja, se entregó con ansia, y los trabajos del día y la incertidumbre del mañana dejaron de existir durante un instante eterno.
***
Ramón dejó vagar su mente, buscando un adecuado estado de consciencia plena. Le fue fácil; se sentía en forma. Ese día había comido carne verdadera. Nada de soja texturizada ni albúmina sintética ni cultivos de células madre. Tostada por fuera, aún sangrante por dentro. Y más que suficiente como para saciar a un hombre. Como siempre, había hecho que Verónica se sentase a comer con él. Las mujeres necesitan hierro, por el periodo. Como siempre, apenas consiguió que probara bocado.
-Cuando ganes, los dos comeremos hasta reventar- había dicho.
Cuando Ramón volvió a abrir los ojos, ya era también el Caminante. Dos dogos se cubrían de sangre en el foso. Una de las bestias vertió su vida en la tierra y la otra recibió su dosis de gloria. El dinero cambió de manos en un ambiente de excitación creciente; en unos minutos, el boxeo sería el colofón de la fiesta de la cosecha. A la gente le seguía interesando más ver destrozarse a dos hombres que a dos perros.
Mientras las manchas de sangre eran cubiertas con serrín, estudió a su rival. El tatuaje holográfico de Medicare en el pecho del joven le dijo todo lo que necesitaba saber. Aquel cuerpo era una inversión, y sería reparado hasta un límite mucho más grande que sus míseros diez mil. Diez mil no cubrían apenas una operación si le reventaban el bazo, o debían operarle un ojo. Su rival sería reparado hasta la cantidad que Medicare pensase que valía; y solo vale el que gana a menudo. Ni siquiera se había fajado las manos; los nudillos desnudos cortan más que una mano vendada, aunque la lesionarse sea más fácil. Era más bajo, pero bien nutrido. Sus mejillas estaban llenas. Sus hombros redondos, proteicos. No debía ser más joven que él mismo, pero lo parecía. Bulldog, le llamaban. El mote le sentaba como un guante a aquel matón macizo de cabeza rapada. Habría que ir con cuidado.
Una gota de sangre de cada luchador fue testada mediante biochips para garantizar la ausencia de substancias. La campana dio comienzo al baile. Golpes que no esperaban encontrar blanco se cruzaron; los dedos de cada rival tocaron las manos del otro, buscando el hueco, midiendo sus reflejos.
Caminante era más lento, pero tenía más distancia de pegada y medía mejor. Le fue fácil conectar el primer jab. No le abrió el pómulo al chico, pero lo frenó lo suficiente como para intentarlo con la diestra. El recio fintó, y lanzó dos cruzados al aire.
Tras el primer encontronazo se separaron, giraron uno sobre el otro, se midieron. La juventud es impaciente cuando no la doma el hambre, y las manos del más bajo volaron primero, otra vez fuera de distancia. Un paso de apenas dos centímetros, y la izquierda del Caminante volvió a golpear. Su rival le paró con la testuz, y se metió por debajo de su derecha. El flaco recibió el golpe con los músculos tensos, y respondió. Bulldog mordió el polvo, y la sangre que brotó de su labio partido se mezcló con la de los perros en serrín del suelo.
El nómada esperó a que se levantara. Ya tenía claro que al cambio era mejor. No más rápido, pero sí más seguro.
Sin asaltos, sin guantes, un combate puede durar realmente poco. Muchos luchadores hubieran intentado resolver sin más demora. Pero al Caminante no le gustaban las prisas. Había visto perder a muchos por un descuido. Mantuvo alejado a su rival, golpeando con moderada contundencia. Los nudillos hacen falta para trabajar. Bulldog también se había dado cuenta de su inferioridad, pero en una pelea a puño limpio la técnica no lo es todo. Intentaba pelear de cerca, lográndolo en ocasiones y castigándole sobre todo los flancos. Caminante, a su vez, se desplazaba con pasos sueltos, sin bailar apenas, haciendo honor a su mote. Paso atrás, directo. La cara bien cubierta. Paso a un lado, finta, cruzado. Castigando un pómulo, la barbilla, la nariz sin tabique.
Si ese fuese un combate con puntos, solo debería preocuparse de mantener la situación. Pero ya no se realizaban esos combates, salvo en los gimnasios de mantenimiento de los ejecutivos y la gente bien, o en las Olimpiadas. Eran una reliquia de otros tiempos más amables, cuando un cuerpo era algo más que una mercancía y una vida importaba más que su valor de uso. Antes de que el TTIP se extendiera a Rusia y a China, antes de la Economía Global. Cuando un hombre aún podía declararse insolvente y un tribunal formado por sus deudores no podía reclamar su fuerza de trabajo con la ley en una mano y un táser en la otra.
Los minutos fueron pasando. Aquél cabrón tenía la cabeza dura. Golpearlo era como intentar forjar hierro sin calentar. No cedía, no reaccionaba, no se dolía, solo aguantaba y tiraba golpes al cuerpo sin acusar cansancio. Solo cuando se separaban un tanto, dándose un momento de respiro, se permitía bajar algo los puños y crujir su grueso cuello.
Ramón no vio venir el bolado que lo derribó. El movimiento de su rival le había hecho pensar en otro golpe abajo, pero el puño le rompió la boca. Se quedó en el suelo, sintiendo el sabor salado y cobrizo de la sangre, mientras oía la cuenta y los gritos. El techo daba vueltas, y podía imaginarse viéndose desde arriba, tendido en el suelo.
“Es más duro que yo y está desesperado” pensó Ramón “Esos puños… Solo tiene que tener suerte una vez más”.
“No sabe boxear” pensó el Caminante “Mientras puedas moverte puedes pelear. Arriba”.
Primero la rodilla al suelo, mientras apuraba los últimos segundos de la cuenta. Luego, en pie y vuelta a empezar. Jab de izquierda, directo de izquierda, manteniendo la distancia, abrazándolo fuerte para que no se soltase cuando estaba demasiado cerca. La cara del Bulldog era cada vez más un collage de grumos rojos, piel cortada y párpados hinchados.
“Es de hierro y piedra” pensó Ramón.
“Solo es un hombre” pensó el Caminante.
Había encajado dos manos más en los costados que habían hecho daño. Vino la tercera, muy bien colocada, que le dejó sin resuello. Pero cuando se abrazaron no hubo forcejeo. Ambos cuerpos, el libre y el esclavo, buscaron un momento de paz, una bocanada de aire, jadeando al unísono y apoyándose uno en el otro, hermanos por primera vez. Los separaron. Un gancho del Bulldog, fuera de tiempo de combate, machacó entonces la boca del Caminante. Le dio igual. El respiro había valido la pena. No comprendía como el otro todavía seguía en pie, siendo más pesado y gastando tanta energía. El párpado izquierdo del rapado estaba tan hinchado que apenas se distinguía el ojo. Pero en el derecho ardía el fuego de la determinación.
“Es el momento” pensó Ramón.
“Es el momento” pensó el Caminante.
Bulldog se fue a él. Gancho al hígado, directo al plexo. Ahí venía la volea. Esta vez pasó solo a milímetros de la nariz del Caminante, que amagó con la zurda para lanzar un croché con la diestra. Tal como esperaba, su oponente ya no veía de ese lado; el brutal golpe en la oreja hizo doblar la cabeza incluso a aquel toro. El siguiente fue el izquierdazo, un directo a fondo con el peso cambiado. El chasquido de los huesos rotos enmudeció al público; la mandíbula del uno, alguna de las falanges del otro. El pelado cayó a plomo. La cuenta comenzó, pero Ramón ya se había dado la vuelta.
Sabía que su rival no se levantaría, ni a la cuenta de diez, ni a la de treinta, ni a la de cien.
***
-¿Duele?
Ramón negó con la cabeza. Medicare había hecho un buen trabajo. En un par de semanas su mano volvería a estar soldada. Se estaba bien, tirado en el campo en aquel caluroso día de Octubre, con la barriga bien llena y dinero en el bolsillo. No habían vuelto a tener contacto con Bulldog. No tenía sentido, después del daño que le había hecho. Ramón deseó que estuviese bien. Una vez, uno de sus rivales había sido desechado como luchador. La deuda médica era tan grande que un bracero nunca podría pagarla. Se había colgado en su propio cuarto, para que la liquidación de sus órganos librase a sus hijos de heredarla.
Ella tomó su mano.
- ¿Volvieron a ofrecerte ese préstamo, verdad?
Ramón volvió a asentir. Solía suceder, tras cada combate. Cuando ganaba, como esta vez, pero sobre todo cuando perdía y no podía pagar el tratamiento.
“En mi hambre mando yo” había respondido con algo parecido al orgullo.
Se quedaron allí un buen rato, con los dedos entrelazados, los ojos perdidos en el perfecto azul del cielo. Podían permitirse unos días de descanso; después, el cuerpo de Ramón volvería a alquilarse para que Verónica no tuviese que comerciar con el suyo. Siempre era mejor alquilar que vender, en cualquier caso.
Comparados con muchos otros, eran ricos.
Manuel Moledo (1977) Nací en Serra de Outes, soy biólogo, vivo en La Coruña.
Mi primera publicación fue en la revista digital Másliteratura, con ocasión del I Concurso Literario de Relatos Cortos Steampunk y Retrofuturistas del 2011 en el cual quedé con el relato “El fin de la Inocencia” http://issuu.com/masliteratura/docs/revista-enero2012_virtual
Físicamente en Contos extraños, una publicación periódica en gallego de pulp, fantasía, terror y ci-fi, y en varias publicaciones online. En mi caso los relatos publicados fueron:
Volumen 2. "Xornada Fantástica".-"Solsticio de verán" (Cast. Solsticio de Verano, fantasía épica).
Volumen 3. "Vieiros de Mañá".-"O fin da inocencia" (Cast. El Fin de la Inocencia, Ucronía retrofuturista).
Volumen 4. "Nadal Impío".-"Bonecos de latón" (Cast. El Fin de la Inocencia, Ucronía retrofuturista).
Podéis saber algo más de Contos Extraños y Urco Editora aquí (el artículo está en castellano):
http://www.fantasymundo.com/articulos/4981/entrevista_contos_estranos_steam_pulp_da_galiza
También he participado en la publicación gallega de cuentos de corte oscuro relacionados con la infancia “Sombras no berce” (Cast. Sombras en la cuna). con el relato “A pesca do cangarexo” (Cast. La pesca del cangrego, suspense). Podéis descargar este recopilatorio de relatos gratuíta (y legalmente y con gusto de los autores) aquí:
http://www.4shared.com/office/THy0jrhH/sOmBrAs_no_bErcE.html
Actualmente colaboro en Tiempo de Héroes, una publicación de literatura 2.0 que esta dando bastante que hablar, con más de 150.000 páginas visitadas. Participo tanto con la saga del personaje Adam Berengario como en la de Marlín. Podéis visitar algunos de mis relatos (y de paso engancharos a la saga, que hay gente muy buena metida) aquí:
http://www.tiempo-de-heroes.com/2012/09/acto-2-capitulo-1-mdh-pastor-de-lobos.html
Con más razón teniendo en cuenta que también participa Juan Gonzalez Mesa, al que ya conocéis por haber publicado en esta web, entre otros buenos escritores.
Mis preferencias se decantan, por lo habitual, a la ci-fi. Es por ello que estoy dedicándome a este género concreto, lo que me llevó a ser preseleccionado (sin posterior fortuna) para el concurso de relatos de este año de Inspiraciencia por mi relato “Lenguaje Matemático” http://www.inspiraciencia.es/preseleccionats/35-relatos-en-espanol-seleccionados/relato-corto-adulto-espanol/745-lenguaje-matematico
Acabo de publicar mi primera novela, de hecho la que debe ser la primera novela en gallego de género Steampunk, “As Aventuras de Margaret White”, con la editorial Contos Extraños.