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Distintas orillas

Verón, Daniel

 

Pocas cosas tan extrañas halló el Supremo Thorklind en tantos años de recorrer galaxias como lo encontrado esta vez en el planeta Merican—8. En principio, el almirante dedicó un tiempo a recorrer diversos sistemas cercanos entre sí con la nave Antar a la cabeza. Después optó por tomar tierra en aquel mundo que era el asiento de la civilización mericana, una de las principales de aquella galaxia.

Lo que los federales hallaron, difícilmente podía ser más sorprendente. En aquel mundo nunca hubo ninguna clase de seres animales ni vegetales. En cambio, existían algo así como diversas “graduaciones” de seres humanos. A lo largo de su historia, habían sumado varias decenas, pero actualmente se reducían sólo a tres clases de MH (Medio Humanas) diferentes. Sin embargo, no todos disfrutaban de los mismos privilegios. En cualquier edad que fuera, siempre había existido alguna clase de raza dominante y otra sometida. A falta de animales, la raza mayor, llamada Serfos, se alimentaba de la raza menor, los Quines. La desigualdad había llegado a un nivel tan grande que los Serfos ni siquiera se tomaban la molestia de matar a los Quines, sino que empleaban a la raza intermedia, los Karpas, que eran quienes se ocupaban de estos menesteres.

Tanto los Quines como los Karpas se alimentaban de productos minerales, situación que llevó a que se desarrollaran tan plenamente como los Serfos. No obstante ello, su carne era para los Serfos mejor alimento que los minerales de Merican—8. Tanto Thorklind como Alsa—Inyi pasaron largo rato observando la vida de unos y otros, familiarizándose con ellos, pero sin poder explicarse cómo es que se podía llegar a algo así. De modo que luego tuvieron reuniones con diferentes científicos y, finalmente, fue transportado a bordo el insigne Kurkiley, uno de los mayores especialistas en civilizaciones MH. Fue él, entonces, quien desarrolló una de las primeras teorías conocidas acerca de esta clase de diferencias.

En primer lugar, para Kurkiley, el HS (Hombre Solar) era una criatura creada específicamente por alguna criatura inmensamente mayor. De ahí que siempre hubiese tenido tantas cosas a su favor para desarrollarse. En cambio, los mericanos y otras razas con características similares NO habían sido creadas, sino que se habían desarrollado gracias a condiciones favorables del ambiente, o bien habían sido “sembradas” por otras razas. Por lo tanto, al no existir mega—objetivos a largo plazo, quedaban evidenciadas sus muchas carencias. Y si bien los Serfos eran una raza que estaba en plena expansión espacial, su subsistencia aún necesitaba de métodos tan primitivos como éste, de matarse unos a otros para servir de alimento a los más poderosos.

La flota siguió viaje en su recorrida interminable del Cosmos. Diferenciándose de otros almirantes que eran esencialmente exploradores, Thorklind también era un Pantocrator y, como tal, luego de cada viaje, solía reunirse con Alsa—Inyi  y otros científicos para elaborar luego, algo así como un  resumen de todo lo visto; éste, luego, sería incluído en los archivos de la Federación. Aquí también se añade la anécdota de que Thorklind le pide expresamente a Kurkiley que los acompañe en sus viajes, al menos durante cierto período, a lo que el sabio responde que sí y, entonces, se agrega como uno más de la tripulación.

El siguiente destino estaba en un cúmulo situado en Piscis, adonde los instrumentos habían demostrado que en una galaxia relativamente pequeña existían varios mundos habitados por razas MH. Sin embargo, al acercarse a aquel lugar, los oficiales del puente de mando de la nave coincidieron en avisar que estaban recibiendo algo así como una señal de auxilio de algún planeta, y es allí adonde se dirige la nave Antar.

Es grande la sorpresa cuando los instrumentos consiguen descifrar el mensaje. Este proviene del planeta Tolar—6, habitado por una raza MH, y consiste, específicamente, en un llamado pidiendo algo así como un médico. Por lo visto, en aquel lugar la medicina es algo completamente desconocida y, a juzgar por la falta de respuestas, se diría que en toda aquella galaxia es así. Thorklind decide enviar una delegación a Tirámpolis, la ciudad capital, para conocer a sus habitantes, los tolarianos, y saber mejor de qué se trataba.

En Tolar—6 las enfermedades son desconocidas, sólo existen los accidentes, de modo que sus habitantes apenas saben de primeros auxilios. Pero, en este caso, lo que ha sucedido es algo diferente. Con la proliferación de los viajes espaciales, uno de sus principales dignatarios, el comandante Grigger, ha contraído en cierto mundo, una rara enfermedad que está consumiéndolo de a poco. Al parecer, se trata de un hombre muy querido en la sociedad en general y que goza de cierta fama. De ahí la preocupación general en que sea sanado.

No hay ninguna duda que esta es una misión para el doctor Nobele. Este se encarga de hacer primero, todo un trabajo de investigación de lo sucedido a Grigger, tras lo cual se dirige personalmente al mundo donde ha contraído la enfermedad. No se trata sólo de un virus, sino de algo que también ha producido una deformación en algunos de sus órganos internos. El análisis continuó por varios días hasta que, finalmente, Modele logra un reactivo y decide operar a Grigger. Se trata de algo que no ha sido hecho en mucho tiempo y menos aún con razas ajenas al HS. La inmensa tecnología de que dispone, hace que la operación se extienda sólo unos 15’. En ese período, el cuerpo del comandante Grigger sufre una serie de cambios hasta que resulta totalmente restaurado.

Lo que sucede a continuación es igualmente increíble. Ya repuesto del todo, Grigger se postra ante el Dr. Nobele adorándolo como un dios, algo que éste acepta como algo natural y normal. Después, una delegación de tolarianos se dirige a Thorklind haciendo algo así como un pacto de obediencia por parte de su raza hacia lo que ellos representan, es decir, la Federación.

Esto también es aceptado por el almirante quien deja constancia que, desde entonces, los tolarianos habrán de pertenecer a la Federación; no se especifica en qué condiciones, aunque ellos mismos son conscientes de que no poseen el mismo desarrollo que el HS. Aunque no queda consignado en ninguna parte, los tolarianos estarán subordinados al HS y serán algo así como una raza colaboradora del mismos. En cuanto a Nobele, Thorklind dialoga con él y acepta que el doctor permanezca  en Tolar como una especie de embajador de la Federación.

A continuación, la flota encabezada por la nave Antar se dirige al planeta Loger—4, donde el almirante decide tomar un breve descanso, pensando especialmente en su tripulación que, en ciertos casos, lleva años viajando por el Cosmos. Además, Loger—4 es una colonia de la Federación, creada por Merning, uno de los almirantes de menor categoría, de aquellos que se limitan a recorrer regiones ya conocidas. En Loger, existen varias pequeñas ciudades, muy típicas de la Federación, de estructuras bajas, de una sola planta, y avenidas inmensas por donde circulan unos pocos vehículos. Por encontrarse a cierta distancia de su sol, el mismo, de tono celeste, se lo ve más bien pequeño y, en pleno día, la luz que arroja es como la de un atardecer.

Allí Thorklind se reúne con Merning y otros colonos que están allí hacen algún tiempo. Charlan amistosamente e intercambian experiencias. Para Merning es todo un honor recibir al almirante en aquel lugar creado por él mismo. En cuanto a los tripulantes de la flota, cada uno trata de descansar lo mejor que puede. Sin embargo, he aquí que sucede un hecho completamente inesperado. Un día, a poco de iniciadas las actividades, en la sede de gobierno es recibida una señal automática informando de la aproximación de una nave espacial desconocida.

Tras algunas vacilaciones, Thorklind se ocupa personalmente de investigar de qué se trata. Para eso convoca a varios de sus mejores oficiales y entre todos logran determinar lo siguiente: La nave forma parte de una flota mucho mayor y es comandada por un personaje que se comunica con ellos y dice llamarse Retur, el cual ostenta un cargo equivalente al de los almirantes de la Federación. Aparentemente proviene de otra Edad y de una región espacial muy diferente. Retur asegura que su misión es puramente exploratoria aunque, según él, Loger—4 y otros mundos cercanos, se encuentran “dentro de sus dominios”.

Por fin, tiene lugar el encuentro. Tal como Thorklind y otros han hecho infinidad de veces, esta vez es el almirante que resulta visitado por el líder de una fuerza exploratoria similar a la suya. Sobrevienen los saludos de costumbre, mas luego Retur, de aspecto semi—humano, se interesa particularmente en un solo tema:

– ¿Qué hacen ustedes aquí?.

Algo molesto, Thorklind explica sintéticamente quiénes son y qué hacen en esos momentos: Descansar por un breve tiempote sus numerosos viajes.

Ante la sorpresa general, esto parece producir un cambio drástico en Retur. Visiblemente molesto, responde que, siendo así, no vale la pena seguir hablando con ellos ya que su propia civilización jamás descansa. Pero aún: el descanso es considerado como algo vil y sacrílego que transgrede la concepción que ellos tienen de la vida. Merning intenta explicar que el descanso de la tripulación es sólo algo circunstancial pero, ante el estupor general, Retur da media vuelta y se va de nuevo con los suyos a la nave. Poco después, la misma se eleva en el firmamento de Loger ante el silencio general. Aún disgustado, el almirante murmura:

– Fíjese, Merning, la reacción que este ser ha tenido y la opinión que se ha formado de nosotros tan sólo por dos minutos que nos ha visto personalmente. Espero que nosotros nunca cometamos un error parecido.

– Así es, almirante – replicó Merning.

Superado el tiempo de vacaciones, Thorklind regresa a bordo de la nave Antar y, junto a Alsa—Inyi, examina algunas de las posibles rutas a seguir. Desde luego que todavía hay mucho que recorrer, pero también es cierto que, cuanto más inmensidades recorren, el espacio no conocido es cada vez menor. En lo posible, el almirante trata de seguir cierto plan según el cual, quienes vengan después que él, puedan repartirse el espacio a conquistar en sectores de medidas similares , sin que haya lugares desconocidos en el medio. Lógicamente, esto tiene mucho que ver con la distribución de sistemas planetarios en las diversas galaxias. Es así, entonces, que el almirante decide dirigirse a la región de Leo, donde hay pocas pero interesantes galaxias.

Entonces, es así que Antar y la flota que le sigue, se internan en la galaxia Ylasian cuyas dimensiones son apenas la mitad de la Vía Láctea y que parece estar habitada solamente pro tres grandes civilizaciones. Tras cierto estudio, el almirante decide dirigirse al planeta Surmom que es la cuna de una de aquellas civilizaciones: la de los Surmos, aparentemente, la raza más importante de la región.

Como en tantas otras ocasiones, el Universo vuelve a demostrarle a los federales cuán inmenso es  y qué lejos se está todavía de tener todo clasificado, tal como algunos, ingenuamente, aún creen. En principio, los Surmos aparentan ser una raza MH como cualquier otra. Su físico, sus órganos internos y hasta algunas de sus costumbres, son semejantes a casi todo lo que el HS ha visto en sus viajes por cientos y cientos de galaxias. Incluso hay una noche en que Thorklind, Alsa—Inyi y varios oficiales, lo pasan en una especie de confitería dialogando con un grupo de surmos sobre una diversidad de temas. Allí es, entonces, donde se enteran de algo que no esperaban: Por alguna causa imposible de descifrar, el alma de los surmos no se encuentra perfectamente unida a su cuerpo físico. Es más, se trata de almas que poseen un recuerdo nítido de existencias anteriores con otros cuerpos.

Así es. Piram, por ejemplo, el interlocutor de Thorklind, recuerda escenas y detalles de, al menos, unas 20 vidas anteriores, si bien se trata siempre de la misma alma ocupando diferentes cuerpos. Cada cuerpo ha vivido, en promedio, unos 100 años. Ahora bien; en los primeros tiempos, el alma sí estuvo perfectamente unida a su cuerpo y no conservaba recuerdo alguno de los sucedido en cada vida. Sin embargo, poco a poco, las almas fueron volviéndose autoconscientes y así recordaban todo lo sucedido. Pero eso no era todo. Piram explicó con lujo de detalles que, entre una vida y otra, ellos poseían un poder de decisión sobre a qué cuerpo ir y evitaban, por supuesto, todo aquello que les perjudicara de alguna manera.

La charla continuó por largo tiempo más y en cierto momento Thorklind se pregunta en voz alta, qué habría sido del HS si él también hubiese dispuesto de la misma capacidad. En efecto: ¿Qué habría pasado si un alma cualquiera hubiese evitado conscientemente hacer en una región, pobres, o en una raza, sometida? Sin duda que la Historia Universal habría sido completamente distinta.

Sin embargo, hay un punto que al almirante se le ha pasado por alto. ¿De qué se trata? Veamos:

– Almirante Thorklind – dice Piram – puedo asegurarle que el vivir distintas vidas es muy interesante, especialmente cuando se trata de una novedad. Pero hay algo más.

– ¿De qué se trata? – interroga el Supremo.

– En medio de todo esto hay muchos de nosotros, entre los cuales me incluyo, que a esta altura, después de tantos miles de años vividos, lo único que realmente deseamos es descansar. Una cosa es vivir UNA sola vida como es su caso o el de tantos otros federales, pero piense que nosotros, en cierto modo, siempre estamos comenzando de nuevo. Uno vuelve a nacer, vuelve a ser niño, vuelve a trazarse planes, a crecer, a vivir distintas experiencias. Y no crea que el recuerdo de lo pasado hace que uno sea mejor, ya que se trata de vivencias que nada tienen que ver entre sí.

– ¿Esto es así, entonces? – dijo Thorklind. – ¿Usted y otros verdaderamente desean que este proceso, nacimiento y muerte, se termine alguna vez para que sus almas puedan descansar en paz de una buena vez?

– En estos momentos eso es lo que más deseamos, más que cualquier otra cosa – aseguró Piram. –  Sin embargo, ¿sabe una cosa? Sinceramente sentimos que alguien se ha olvidado de nosotros y que este proceso seguirá por siempre jamás. Y en cierto modo envidiamos a gente como ustedes que viven en este Universo una sola vez y luego su alma parte definitivamente a descansar en algunos de los universos paralelos.

Thorklind lo miró unos momentos en silencio, como poniéndose en su lugar, y finalmente, poniéndole una mano en el hombro, dijo:

—Mi estimado Piram, hay algo que le puedo asegurar. Me reuniré con mis compañeros, los demás Pantocratores, y estudiaremos más ampliamente su caso. Hoy no puedo asegurarle nada, pero le prometo que haré todo lo posible para ayudarles a revertir este proceso.

Por un momento, el rostro de Piram y sus compañeros se iluminó, esperanzado. Murmuró un agradecimiento entre dientes y luego simplemente levantó su vista más allá, al cielo estrellado de Surmom.