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Dejarse la piel

Castejón, María L.

I.

Habían sido unas semanas matadoras, trabajando hasta los fines de semana pero habíamos terminado la campaña a tiempo. Ahora empezarían mis cuatro semanas de vacaciones, mis bien merecidas vacaciones, después de casi dos años sin librar un sólo día. El cliente, que estaba encantado con el resultado, nos había invitado a cenar a todo el equipo y después, nos llevó a una de las discotecas de moda: “Infinity”. No era, en absoluto, mi tipo de música ni el tipo de locales que me gustaba frecuentar pero llevaba mucho tiempo sin salir, creí que me vendría bien.

Era un local de actualidad pero no para jóvenes, la media de la clientela no volvería a cumplir los treinta y, en algunos casos, los cuarenta. Los viernes por la noche pinchaba uno de los VJ más famosos del momento. Sus espectáculos de música y vídeos, de ahí que se llamaran videojockey en lugar de discjockey, eran muy alabados por su originalidad. Sólo pinchaba en los mejores locales de Londres, Nueva York, Paris y por alguna extraña razón, también en Dublín.

La gente bebía y bailaba en la pista mientras mis colegas le contaban al cliente todas sus hazañas en el mundo de la publicidad. Comenzó el espectáculo y me acomodé en la barra esperando a que me sirvieran algo de beber. La propuesta para aquella noche eran temas conocidos de los años ochenta y alguna base trance con melodías minimalistas de jazz. Saltaba de una canción a otra con mucho acierto manteniendo un ritmo rápido unido por un tema que se iba repitiendo entre las canciones; las cuales que empezaron siendo pop o incluso disco, habían dado paso a temas más rockeros hasta llegar a sonidos de guitarra más propios del hard rock. Fue en aquel momento en que las imágenes dejaron de ser temáticas o ilustraciones para ser grabaciones de baja calidad de conflictos bélicos, de batallas campales en las calles, barricadas, manifestaciones hasta que de repente vi como una chica iba por la calle cuando un coche paraba delante suyo, para salir dos hombres y la secuestraban. Antes de entrar en el coche, la mujer miró a la cámara: ¡no me lo podía creer! ¡Era mi hermana Claire! No daba crédito a lo que estaba viendo. El montaje se repitió varias veces hasta que el espectáculo terminó.

No sabía nada de Claire desde hacia unos seis meses y aunque ninguna de las dos era muy dada a escribirnos emails o llamarnos a menudo, me temía que algo no iba bien. Había llamado a su casa, a sus móviles e incluso a alguno de sus amigos pero el ritmo de trabajo me había impedido hacer mucho más. Pero aquellas imágenes me habían dejado sin respiración. Cuando el VJ se acercó a la barra, me lancé a por él.

―¡Ha sido un show impresionante! ―Dije exagerando lo más posible mi tonteo.

―¿En serio? ¿Le ha gustado? ―Se dejaba halagar ―¿Puedo invitarte a una copa?

―Me llamo Kate.

Nos sentamos y estuvimos hablando de naderías, aunque para ser exactos, VJ Sean, había monopolizado la conversación hablando de su persona, sus proyectos y por supuesto, de sus montajes. Me comentó que las imágenes que me interesaban, las de baja calidad, se las había vendido un estudiante de cine. Con la excusa de dar un enfoque nuevo a una campaña de publicidad, me dio su nombre y su móvil. Le seguí dando conversación hasta que uno de mis colegas, más borracho de lo que cabía desear, había empezado una pelea. Fue la excusa perfecta que estaba buscando, alegué que le llevaría a casa pero la única que entró en el taxi aquella noche, fui yo.

Tenía la cabeza a punto de estallar: demasiada bebida, demasiada música y Claire. Por un lado no quería creer que fuera ella, por otro lado me aferraba a que debía ser ella, necesitaba saber algo, lo que fuera, este silencio me estaba matando.

Aquella noche no dormí demasiado.

II.

Mi primer día de vacaciones empezó con resaca y dolor de cabeza, no obstante nada me frenaría. Llamé al estudiante, David Gessen, y quedamos en su estudio después de su última clase. Como tenía toda la mañana libre, busqué en la agenda todo lo relacionado con mi hermana. Me sorprendió encontrar un juego de llaves de su apartamento en unos de mis cajones. Entonces recordé que nos las habíamos intercambiado cuando se mudó a Dublín. Después de ver a David, me pasaría por su apartamento.

La mañana pasó rápidamente mientras buscaba en Internet todo lo relacionado con Claire y revisaba todos los emails que me había mandado antes de desaparecer. No había gran cosa o al menos no encontré nada que me lo pareciera. Encontré su blog y su perfil en facebook. Leí todas sus notas, miré en qué grupos estaba registrada. Claire había estudiado bellas artes; al igual que yo, era una apasionada de la pintura, la ilustración y el diseño. Mientras que yo no me lancé al vacío del arte, ella lo dio todo. Hacía exposiciones, colaboraba ilustrando libros, carteles de eventos, esculpía, hasta que llegó hacerse un nombre: Claire Disherman. A veces me preguntó qué hubiera pasado si yo hubiera hecho lo mismo. Nunca me atreví o al menos no confié tanto en mi talento y busqué una profesión que me asegurara crear y pagar mis facturas: publicista. Había veces que me sentía como un cuaderno en manos de un ciego pero el sueldo me permitía caprichos para olvidar.

La última entrada de su blog hablaba del diseño de su último tatuaje: un ave fénix surgiendo de las llamas. Dicho tatuaje le cubría toda la espalda, era espectacular. Me sentí un poco incómoda al ver las fotos. Había subido muchas de su tatuaje y en algunas, se le veía la cara. ¿No se sentía un poco al descubierto? ¡Cualquiera podría reconocerla! Nunca fui muy dada a esta clase de exposición ni a contar en Internet mis detalles o mis problemas, aquella pornografía emocional era propiedad privada. No dejaba que los extraños me conocieran tanto, incluso, a veces, ni lo más allegados sabían todos mis secretos. Siempre fui más hermética que Claire: ella se abría en su arte y yo sólo compartía migajas de mi vida a través de rendijas diminutas.

Llegué a la residencia de David pensando que tendría que esperarle y cual fue mi sorpresa cuando vi la gardai en la residencia. Pregunté a uno de los chicos que tenía a mi lado.

―¿Sabes qué ha pasado? ¿por qué la policía está aquí?

―Parece que han encontrado a uno de los estudiantes muerto.

―¿Asesinado? ―la palabra salió sola de mi boca ante mi asombro.

―No, se ha suicidado.

Me acerqué a uno de los policías que estaba en las escaleras impidiendo el paso.

―No se puede pasar, señora.

―Mire agente, tenía una cita con uno de los estudiantes. Se llama David Gessen.

―¿De qué le conoce?

―Contacté con él para unas grabaciones y reportajes que estaba haciendo. Eran de calidad y quería que trabajara en mi agencia de publicidad como becario.

El garda se lo tragó sin problemas, me comentó que le había encontrado muerto hacía una hora, colgado del techo.

―Es muy triste que estos chicos no pidan ayuda antes.

Su comentario me acompañó hasta la puerta de la residencia y me marché pensando en mi mala suerte de no haberle conocido antes. Me quedé como perdida hasta llegar al coche. Allí vi la carpeta en la que había recogido las cosas de Claire y me dirigí hacia Phoenix Park, detrás del mismo vivía ella.

Era un apartamento precioso, nuevo, con dos dormitorios aunque uno de ellos era el estudio donde pintaba y esculpía. De repente, oí un ruido de la sala de estar, me asusté y llamé en voz alta a Claire aunque sabía que no respondería. Me acerqué a la sala pero no vi nada ni a nadie, la atmósfera resultaba asfixiante, el hedor de la cocina americana lo llenaba todo. La nevera y las alacenas estaban abarrotadas de alimentos caducados. Busqué, debajo del fregadero, una bolsa de basura y fui tirando, poco a poco, lo que iba encontrando en mal estado.

Había platos sin fregar y todo parecía que no pensaba marcharse o al menos no durante tanto tiempo. El contestador estaba lleno y había borrado algunos mensajes. Escuché todos los que había tratando de apuntar los nombres que más se repetía, quizás  pudieran saber algo. Damien había dejado más de treinta y cinco mensajes. Los demás eran de la amiga de Claire, Ruth, que al parecer iba a hacer una exposición en su galería. Había un mensaje de su dentista, de un presupuesto de fontanería, de la tintorería y poco más.

No encontré nada que me llamara la atención. Me llevé a casa su portátil, un power book un poco antiguo pero a ella le encantaba. Sonreí al recordar que solía poner nombres a su ipod, a su portátil, a su móvil, como si fueran mascotas. Así que me llevé a Lucinda a casa después de apagar las luces, cerrar una ventana que había dejado abierta y por supuesto, bajar la apestosa basura.

III.

A la mañana siguiente encendí el powerbook y me encontré que me pedía la contraseña, Claire solía usar como contraseñas nombres de canciones o trozos de letras o poemas. Probé sin suerte un par de Tori Amos, nada, pero me acordé que se llamaba Lucinda así que probé con partes de la canción con el mismo título: no heaven no home. Ante mi sorpresa, era la correcta. Busqué el número de Damien aunque tenía dos en la agenda. Decidí llamarles a ambos.

―¿Damien Rossen?

―Sí, soy yo. ¿Quién llama?

―Mi nombre es Kate Disherman, la hermana de Claire.

―No, me suena su nombre. ¿Tenía cita?

―¿Cita? ¿A dónde he llamado?

―Ha llamado al agente financiero del banco Halifax.

Con una excusa rápida le colgué. El que llamó tantas veces a mi hermana no era éste Damien sino el otro.

―¿Damien Burke?

―Sí, soy yo. ¿Claire, eres tú?

―Soy Kate, su hermana.

―¡Dios santo! ¡Dime que Claire está bien!

―En realidad no sé nada de ella desde hace meses. Estuve en su apartamento y vi muchas llamadas tuyas en su contestador. Me preguntaba si sabías algo de ella.

El desaliento se hizo obvio en su tono de voz. Esperaba buenas noticias y yo no podía dárselas. Estuvo hablando de ella, de la última vez que la vio, de lo que la echaba de menos, de cómo mi voz se parecía a la suya,… Me pidió que nos viéramos al día siguiente y no supe negarme. Al fin y al cabo, era el último con el que había estado.

Seguí leyendo todos los archivos del portátil, cada email, cada foto, cualquier cosa. Pero lo último que veía era el tatuaje, bueno el diseño del mismo y las fotos de su blog. Sabía que solía vender diseños suyos a grupos para maquetas o para cubiertas de CDS pero no que le gustaran tanto.

IV.

Me sentía un poco tonta al haber quedado con Damien sin haberle preguntado su aspecto o al menos, alguna manera de reconocerlo cuando un chico de unos treinta y pocos, se me acercó decidido y dijo:

―¿Kate?

―Sí, soy yo. ¿Damien?

―Soy Damien. ―Me tendió la mano y fue un apretón firme. ―Te pareces muchísimo a Claire.

―Supongo que será el aire familiar.

Aunque a menudo solían decirnos que éramos idénticas, tanto Claire como yo negábamos ese parecido e incluso tratábamos de diferenciarnos lo más posible: en la ropa, en la manera de llevar el cabello, las gafas, … Cualquier detalle que nos hiciera ser lo más distintas posible. Así que cuando Damien me dijo lo mucho que le recodaba a mi hermana, simplemente sonreí.

Me contó que se habían conocido por medio de un amigo común un par de meses antes de su desaparición no obstante, él creía que tenían muchas cosas en común. Me pareció que estaba muy enamorado de ella y que la echaba de menos. Me dijo que desde que se habían conocido habían pasado mucho tiempo juntos. Lo primero que pensó cuando no recibió ninguna llamada de respuesta a sus mensajes fue que se había asustado por su ímpetu. Me explicó que la noche anterior a su desaparición le había pedido que vivieran juntos. Luego las semanas pasaron y pensó que le podía haber pasado algo, llamó a los hospitales y a la policía. A medida que pasaban los días, las posibilidades se multiplicaban y las esperanzas, de volverla a ver, se diluían.

Le conté lo que vi en la discoteca y lo del suicidio del estudiante de cine.

―¿No te parece muy sospechoso que no llegaras ni hablar con él?

―Pensé que podía haber sido él quien secuestrara a mi hermana pero ahora ya no sé qué pensar. He revisado toda su casa, su portátil, todo y no aparece nada ni nadie que me pueda llevar a ella. Tú eras mi única esperanza.

Ambos nos callamos, agachamos la cabeza y el silencio nos acunó durante unos instantes.

―¿Pero? ¡No podemos rendirnos! ―Trató de sonar firme aunque no lo era.

―Lo último que tiene en su blog era sobre tu tatuaje.

―¡Espera! Sí, se lo hizo una semana o diez días antes de desaparecer. Hizo el diseño ella misma. Me dijo que había pasado una mala racha pero que estaba renaciendo y se hizo un ave fénix.

―Sí, había sufrido un cáncer cervical un año antes y aunque no necesitó quimioterapia, cayó en una fuerte depresión.

―¡Vaya! Eso no me lo contó. Por eso cuando le dije de vivir juntos, casarnos y tener familia sólo me contestó un “ya veremos”.

―¿Recuerdas dónde se hizo el tatuaje?

―No, lo siento, no me acuerdo. ¡Mierda! ¡Qué cabeza la mía!

―No te preocupes, podemos ir a su apartamento y buscar alguna tarjeta.

Fuimos al apartamento de Claire. Al contrario que la ver anterior que estuve allí, todo me pareció dormido, como a la espera. Damien estaba nervioso y hablaba todo el rato, recordando conversaciones, detalles de ella. No obstante, había momentos en los que la cabeza se me iba y dejaba de escucharle. Revisé cada papel que me iba encontrando, sin mucho éxito. Entré en su dormitorio, estaba ordenado y la cama hecha, lo había recogido pensando, deseando que pudiera volver, pero al verlo así, una corazonada de que algo no iba bien, de que no volvería a verla con vida me sobrecogió. Caí de rodillas al lado de su cama y rompí a llorar. Damien vino corriendo al oírme pero se quedó en la puerta sin atreverse a moverse, sin decir nada, sólo observando como me deshacía.

―Todo es inútil. No vamos a encontrarla jamás.

―No digas eso, Kate, por favor, no podría soportarlo…

El llanto se hizo más desesperado, más profundo. Se arrodilló a mi lado y como esperando algo, no atrevía a tocarme.

―¡Abrázame!

Se aferró a mi cuerpo y yo al suyo con la necesidad de los hambrientos antes un trozo de pan. No sé si fue él o fui yo quien le besé pero nuestros labios se unieron, moribundos. Mis manos le recorrieron con ansia, las suyas, como en una carrera con las mías, hicieron lo mismo. Se quitó el jersey, la camiseta, mientras yo le imitaba en un espejo distorsionado por el dolor. Nos abrazamos una vez más e hicimos el amor, en el suelo, sobre una alfombra mientras la lluvia nos llamaba en el cristal de la ventana. Pequeños golpes como un tintinear, pero al igual que nuestra respiración, se aceleró y los golpes eran más insistentes, más rápidos, más necesitados. Mi cuerpo se compenetró con el suyo y sus embestidas eran secas, ardientes, salvajes. El orgasmo nos dejó sin fuerza, su cuerpo cayó sin vida sobre el mío. Me costaba respirar cuando de pronto, rompió el clima de sucia melancolía.

―¿Qué es eso?

―¿El qué?

Metió la mano bajo la cama de Claire y sacó su agenda. Un pequeño cuaderno del tamaño de la mitad de un folio con una goma elástica que lo mantenía cerrado. Atraje el edredón nórdico de la cama hacia mí para cubrirnos mientras lo mirábamos con curiosidad. Venía un día en cada página, estaba lleno de citas, comentarios y notas. “Cita con el dentista”, “comprar óleo verde oliva y granate”, “llamar al señor X” y así hasta que abruptamente las páginas quedaban mudas. Busqué las semanas previas alguna referencia al tatuaje y sí, allí estaba. El nombre del local, el teléfono y la hora a la que fue; incluso venía un nombre subrayado: Brett Hill.

V.

Damien y yo nos acercamos al local. Un estudio pequeño en una de las calles del centro, llamado “Deep Ink”.

―Buenas tardes, quería que me informaran sobre el precio y las condiciones para un tatuaje. ―Improvisé al llegar al mostrador. Había un hombre de unos cuarenta años mal llevados, con el rostro cubierto por numerosos piercings y los brazos tatuados.

―Depende del tatuaje el precio varía, si quiere que sea negro, o con otros colores, dependiendo del tamaño, … No hay mucho más que le pueda comentar porque sólo pedimos una autorización a los menores de dieciocho años.

―También quería saber si podría tatuarme un artista llamado Brett Hill. ―El hombre torció el gesto y me miró con sorpresa.

―¿Por qué?

―Una amiga me lo ha recomendado, estuvo aquí hace unos meses y se tatuó un ave fénix.

―Yo soy Brett Hill y sí, me acuerdo de ese diseño. Quedó muy bien.

Me dio cita para el día siguiente más o menos a la misma hora. Salí de allí con mala espina pero no quería decir que no me haría el tatuaje por miedo. Damien tampoco dijo nada hasta que estuvimos bastante lejos del local.

―¡Qué hombre tan siniestro!

―Sí, y tanto. No me gusta nada. ¿Vas a seguir adelante con lo del tatuaje?

―Es la única pista que tenemos.

Tenía un mal presentimiento y le pedí que se quedara esa noche conmigo, en mi casa. Cenamos e hicimos el amor pero esta vez apenas éramos dos animales consumidos por el miedo, por la pena. No hubo jadeos, sino estertores. No hubo embestidas, sino tímidas figuras de origami sobre las sábanas. Un efímero sentimiento de felicidad.

VI.

Retoqué el diseño del fénix de Claire y lo hice de unos cuatro centímetros de alto, en negro, como una llama de fuego que se abre creando una mezcla entre un dragón chino y el fénix original. Fuimos juntos al estudio cuando dieron las siete de la tarde, era un poco tarde pero era el último trabajo de la tarde.

Me senté en la camilla dándole la espalda a Brett, me quité la camiseta y le dije que lo quería en el omóplato izquierdo. Le mostré el diseño.

―Es muy bonito, muy original.

―Muchas gracias, Claire me ayudó a diseñarlo. ―Le mentí pero no pareció afectarle.

―Al estar tan cerca del hueso, puede que sientas alguna molestia.

No tardó mucho en hacer la forma exterior mientras que al rellanarlo de tinta, me pareció una eternidad. No sabía como sacar el tema de Claire pero Damien fue más directo.

―¿Conoce a nuestra amiga Claire?

―No, sólo vino una par de sesiones hasta que le terminé el tatuaje.

―¿Cuándo fue la última vez que la vio?

―Ya te lo he dicho, cuando terminé su jodido tatuaje.

Damien no sabía como continuar y comenté.

―Hace un par de semanas que no la vemos y pensamos que podría haber venido por aquí.

―Pues no, no ha venido.

Era cortante, seco e intimidaba. El tatuaje estaba casi terminado. Me puso una gasa y un par de esparadrapos para que no me rozara con la ropa. Me dio un par de consejos para cuidármelo pero en ese momento alguien golpeó a Damien en la cabeza y cayó al suelo.

―¡Damien! ―Grité y todo se volvió negro.

VII.

Me desperté en el suelo de una especie de almacén. Estaba frío y húmedo. A mi lado estaba Damien sin sentido.

―Damien, Damien. ―Le llamé mientras le movía ligeramente para que despertara.

―¿Sí? ―Se incorporó. ―¿Dónde estamos?

―No lo sé.

―¡La cabeza me va a estallar!

―A mí también me duele, nos golpearon en el estudio de tatuajes.

Nos quedamos allí sentados, me abrazó porque estaba tiritando, no sabía si era de frío o del miedo que me recorría todo el cuerpo. No sabía por qué estábamos allí pero me temía lo peor. Ambos guardamos silencio. De repente, oímos unos pasos y a varias personas hablando. Apreté la mano de Damien, él también temblaba.

Abrieron la puerta de la habitación donde nos encontrábamos y dos hombres nos sacaron a empujones. Creía que estábamos aún en el estudio de tatuajes pero no, parecía más un almacén de una galería de arte. Estaba todo a oscuras cuando se iluminó de repente. Había numerosos murales, cuadros o láminas en las paredes y al fondo, un marco muy grande.

Pensaba que eran óleos, grabados pero no, eran trozos de piel con tatuajes tensados con hilo quirúrgico detrás de un cristal. Fuimos andando hasta el centro de la habitación. La obra expuesta al fondo me resultaba familiar, demasiado. Era el tatuaje de Claire.

―¡Mira! ―Le señalé a Damien.

―¡No puede ser!

Caminamos hacia él y rompí llorar.

―Ya veo que les gusta mi colección. ― La voz nos llegaba de uno de los rincones. ―El ejemplar que están admirando es uno de mis favoritos. Me siento muy orgulloso de tenerlo. Es una obra magnífica, de una calidad inmejorable y el diseño es único.

Una figura masculina caminaba hacia nosotros. Era un hombre de unos cincuenta años, muy bien vestido, parecía que nunca se hubiera tenído que preocupar por el pago del alquiler.

―¿Qué opinan de mi galería de arte? ¡Es la mayor del mundo! Este ejemplar, lo compré en Vietnam. ¿A qué es hermoso? ―Nos miró y siguió explicando. ―Cada uno de los tatuajes debe ser arrancado del propietario aún con vida porque así la piel luego se curte mejor y duran más. ¡Los colores se mantienen durante mucho más tiempo sin necesidad de retoques! De joven estropeé algunos ejemplares de los que aún hoy, tras más de una treintena buscando, no he podido reponer. La piel humana es una de las más delicadas.

Cuanto más hablaba, más mareada me sentía hasta que al describir como arrancaba la piel de los huesos, vomité en el suelo.

―¡Ah! ¡Estos estómagos delicados! ―Se acercó a mí y me dijo. ―Tu hermana gritó hasta que perdió el sentido pero luego ya no sintió nada. Es mi mejor adquisición aunque me ha dado muchos problemas… ¡ese estúpido aprendiz de cine!

―¡David Gessen no se suicidó! ―Me tapé la boca con las manos tras caer en la cuenta. ―¡Eres un hijo de puta! ―Le escupí en la cara y me golpeó. Caí al suelo.

―No debiste meterte donde no te llamaban. Los amantes del arte no podemos permitirnos cabos sueltos. ―Sacó una pistola del interior del traje.

Cerré los ojos esperando un disparo pero cuando los abrí vi a Damien, a mi lado, sin vida. Recogí su cuerpo y lo puse sobre mis rodillas, le acuné. No sabía qué hacer. Intenté pensar en las opciones que tenía pero no eran muchas. Había tres hombres detrás, cerca de la única puerta que se veía al fondo y no vi ninguna ventana.

Se acercó a mí, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho, se agachó y en un susurro me dijo:

―Me ha dicho Brett que tienes un tatuaje ¿no es así?

 

 

 

María L. Castejón Madrid, España, 1973.

Aficionada a la literatura en general, y a la erótica y de terror en particular. Ha sido finalista en el Premio Avalon de relato 2007 y II Certamen de poesía erótica Búho Rojo. Sus trabajos han aparecido en Ediciones Efímeras, Microhorror, Químicamente Impuro, la revista digital miNatura ( http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/minatura/ ), entre otros. Actualmente reside en Dublín, Irlanda.

Su blog personal: http://stiletto.crisopeya.eu/