Dolor, angustia, terror.
Sangre, entrañas, lágrimas, mocos.
Sudor, alaridos, súplicas.
Ante mis ojos el horror se despliega, repta, crece y se multiplica hasta inundarlo todo.
Soy una muchacha que grita, penetrada y desgarrada por un hierro candente mientras mi violador y asesino juguetea con su fláccido miembro.
Soy un adolescente que lucha por alejar de su cuello la cuerda de la que cuelga y que lo ahoga lentamente, mientras mi asesino clava un cuchillo en mi estómago y, de un único tajo abre mi vientre y, lentamente, comienza a extraer mis vísceras.
Soy una mujer que yace sobre una mesa, mis pechos han sido rebanados, casi arrancados y caen a ambos lados de mi tórax, apenas sujetos por un trozo de piel. Mi vientre está cubierto de profundos cortes, al igual que mis brazos y piernas. Apenas gimo ya, exhausta y casi muerta en tanto el asesino, entre mis piernas abiertas, intenta penetrarme sin ningún éxito.
El asesino corta, rompe, rasga, extrae, mata.
En sus ojos el placer insano que le provoca arrancar vidas.
En los de la víctima pánico, incomprensión, dolor y muerte.
Y cuando los ojos se cierran y me creo libre, todo vuelve a comenzar.
Soy un niño que muere lleno de terror e incomprensión, golpeado, torturado, despedazado y clamando por su madre bajo la mirada fríamente analítica del asesino.
Soy una chica que es descuartizada viva, obligada a despertar cada vez que el dolor la lleva a la bendición del desmayo.
Soy un hombre que es forzado a comerse, primero, su propia lengua y luego, sus genitales.
Dolor, angustia, terror.
Gritos, sangre, miedo.
Soledad, lágrimas, muerte.
No hay descanso, ni compasión.
Muero millones de horribles muertes en miles de cuerpos.
Sufro el dolor de millones de cortes, desgarros, incisiones, decapitaciones, destripamientos, desmembramientos, violaciones, golpes...
Siento el terror más oscuro, la desesperación más profunda, la locura más extrema.
Ese es mi castigo.
Ese es mi infierno.
Morir de mil formas diferentes cada día, reviviendo por toda la eternidad cada muerte por mí infligida.
Porque soy la muchacha, el adolescente, el niño, el hombre, pero también soy el asesino que, con fríos ojos de reptil, contempla cada víctima por él (por mí) ejecutada, con indiferencia y desapego.
Soy víctima y asesino en un círculo infernal e infinito.
Siento a la vez el terror de morir torturado sabedor de que soy mi propio torturador y el pavor del asesino que se sabe causante de su propia tortura.
No quiero hacerlo, lucho por frenarme, pero no puedo, soy sólo una marioneta en manos de un poder externo.
Me miro a los ojos, suplicante, aunque sé que nada puedo hacer por detenerme.
Y así continúo en un eterno círculo de muerte y horror.
Dolor, angustia, terror.
Sangre, entrañas, lágrimas, mocos.
Sudor, alaridos, súplicas.
El asesino corta, rompe, rasga, extrae, mata.
La víctima se retuerce, grita, sufre, muere.
Somos uno, somos lo mismo.
Torturo, mato, muero...Y todo vuelve a empezar.