No llegaba sonido del exterior, el aislamiento conseguía una sensación de refugio exagerada hasta lo opresivo. Esto, en una sala de espera cuya decoración era el máximo exponente del compromiso con la neutralidad. Todo muy pasado de moda, todo muy inhumano, todo muy anterior a los estudios que demostraron la necesidad de un aporte de caos para conseguir verdadero confort subjetivo. Lo contrario incomoda provocando alienación y, por si fuera poco, expone a las personas ante sus pensamientos propios.
¿Y si no era casualidad? ¿Y si no estaba en una de esas estancias que, por dejadez, mantenían la estética interior sin importar la obsolescencia? Incluso consultó su dispositivo en busca de partículas neuractivas sin encontrar ningún valor significativo. Eso le disgustó. ¿Podía confiar en un terapeuta que no apoyara con su consumo el uso de moduladores?
Pensaba en marcharse cuando su dispositivo personal indicó que era su turno.
El terapeuta le invitó a tomar asiento usando la misma fórmula amable: alegría por el encuentro, ánimo a dar un paso más, a no desperdiciar tanto esfuerzo y la oferta de un lapso en el que abandonar toda máscara, toda lucha, toda soledad. Una fórmula contrastada.
El asiento hizo «puf» cuando se dejó caer. Oko también suspiró. El terapeuta le pidió permiso para disponer de algunos facilitadores en el aire. Oko aceptó complacido, sin preguntar, luego los analizaría. Antes de que empezaran a funcionar ya estaba de otro humor. Si hubiera seguido desconfiando se hubiera planteado que las ventanas fueran meras pantallas, pero ¿quién pagaría por proyectar la imagen de tubos de circulación apenas transitados y pronto abandonados?
Supo que los moduladores ya le funcionaban porque la idea no le afectó. El gesto mínimo de incorporarse usando los reposabrazos del asiento indicó al terapeuta que casi estaba listo. Se sonrieron mutuamente. Su cara redonda, generosa en ojos y labios, pero no en nariz y orejas, era agradable. Su expresión atenta, su respiración acompasada con el pestañeo, era una invitación a comenzar, una invitación aplicada para evitar el rechazo.
Oko volvió a atender a la supuesta ventana cuyo paisaje en movimiento incluía la danza de las buenas y fiables aeronaves que aún quedaban, a pesar de los impuestos al consumo físico y a la supuesta peligrosidad. Pudo haber comentado que, según se iba expandiendo la red de teletransporte, las noticias sobre accidentes en desplazamiento se expandían en los informativos. En vez de eso refirió el sueño que había tenido esa misma noche:
—Iba escalando con mucho esfuerzo, clavando unos puñales. Era complicado porque tenía que encontrar el lugar entre las rocas dónde aplicar con eficacia. La atmósfera casi hervía, pero también yo: sudaba gotas calientes que se evaporaban. Cuanto más arriba, más calor. De repente, la pared empezó a moverse y me di cuenta que estaba trepando por un ser vivo, con escamas enormes, entre cuyas juntas clavaba los cuchillos. Miré abajo y no veía el suelo, volaba. Miré al frente y me vi reflejado en unos ojos de reptil. Entendí el motivo de tanto calor, estaba aferrado al cuello de un dragón descomunal y este, ahora, se había percatado de mi presencia. —Narró sintiendo que, según lo hacía, se desintegraban las evocaciones como dispersas por un remolino entrópico.
Se detuvo al sentirse superado por la sensación de pérdida. Cerró boca y ojos esperando una respuesta. Los abrió, y casi se incorpora, al escuchar que era un sueño recurrente, o casi.
—Puede consultarlo en su dispositivo —comentó el terapeuta, cuando le confesó que no recordaba haber soñado algo parecido con anterioridad.
No tuvo que sugerir que lo hiciera después de la sesión para no malgastar tiempo ni salir del itinerario terapéutico. Oko era de cálculo audaz y ambos lo sabían.
—Lo que no entiendo es el sentido —dijo Oko, luchando por no incorporarse en el sofá—. Ese sueño, aunque sea repetido, nada tiene que ver con la teletransporfobia. Y no me responda que se lo diga yo, mójese por una vez.
El comentario hizo sonreír al terapeuta, casi se diría que se guardaba la risa para más tarde, a solas o con algún colega de profesión.
—Si lo piensa, el motivo de que acudiera a terapia la primera vez era que su «limitación» podía resultar un impedimento para sus aspiraciones laborales. Escenario que parece estar materializándose en las últimas semanas.
—¿Cómo sabe eso? Me refiero a que lo del ascenso es cada vez más asequible —respondió Oko, incorporándose por un segundo.
Era imposible que lo hubiera comentado. ¿Y si lo había hecho pero no lo recordaba? ¿Y si los moduladores a los que le estaban exponiendo tenían efecto borrado?
Llevó la mano al periférico de su dispositivo, apenas unos puntos en el lateral de su antebrazo, junto a la muñeca. Tendría que averiguarlo, si se acordaba. Se rascó el cráneo casi con desesperación, clamando al sentido común. Ese tipo de moduladores están al alcance de muy pocos, apenas una minoría sabe de su existencia. Una élite, entre la que se encuentra. Pronto sería realidad. Pero necesitaba superar el miedo, necesitaba hacerlo sin recurrir a sustancias. Para eso estaba ahí y no pensaba rendirse. No ahora.
—Lo he inferido del avance de sus sueños —había dicho el terapeuta. El significado de la frase obligó a Oko a abandonar las divagaciones y prestar atención—. En ellos cada vez está más arriba y, si me permite la observación, cada vez le cuesta menos clavar los puñales. Y nunca antes había estado cara a cara con la criatura.
—Así visto tiene todo el sentido —admitió Oko. Había vuelto a sumergir su espalda en la esponjosidad del asiento y su confianza en el interlocutor. Aunque esto último no duró mucho—. Pero sigo sin encontrar un nexo con mi «limitación».
—No me lo hubiera comentado, para empezar —respondió el terapeuta, parecía cómodo bajo los rizos espesos apenas controlados—. Quiero decir, que si usted, aunque ahora no pueda verlo, no tuviera una fuerte conexión entre lo que sueña y ese aspecto de su vida, no lo hubiera sacado a colación en consulta. Casi podría aventurar que cuando descubra y asimile ese nexo estará a un paso de romper las cadenas psíquicas que lo retienen.
—Me gustaría creer que eso es verdad —reconoció en un tono más áspero de lo que hubiera querido.
El matiz de desesperación no pasó desapercibido al terapeuta. Anotó algo en su intrafaz, garabateando sobre la piel, y asintió antes de cambiar de tema:
—Ya tiene materia de reflexión para la semana próxima y, respecto a sus sueños, me gustaría que se fijara en detalles concretos, como el color del dragón, el paisaje bajo sus pies o sus emociones.
—No lo entiendo —Oko sintió una oleada desagradable, intuía que no había planteado lo que tenía en mente y llevaba preparando desde la última vez. O quizá el dispensador de módulos estaba programado para distribuir desalentadores al final de cada sesión.
Era una práctica muy extendida, a pesar de los detractores y de que los inconvenientes se acumulaban con cada estudio. En el último, uno que tardaría en ver la luz pública, la constatación de que apenas con dos exposiciones el noventa por ciento de los sujetos desplazaban la repulsión hacia otros seres presentes, la mayoría de ellos en concordancia con sus esquemas cognitivos imperantes.
Oko abandonó el edificio de dispensarios por el puerto de transportes más cercano y dejó que el automatismo le llevara de vuelta a la oficina para poder pensar. Por suerte el terapeuta carecía de características indeseables para Oko, en caso contrario no habría acabado como cliente. Supuso, más bien por no atribularse, que un profesional del ramo se abstendría de modular con repelentes a sujetos con esquemas violentos. El silogismo le indujo a pensar en su trabajo, en la sección de prensa. Costaba cada vez más ocultar los altercados de origen neuroactivo, mientras que avances no se concretaban en soluciones. La visión de su destino lo alcanzó mientras se masajeaba las sienes. El transporte salió del tubo para pulular buscando el puerto de ejecutivo más cercano a su despacho, en la planta noventa y tres. El revestimiento le evocó la piel escamosa a la que se aferraba en su sueño. Casi se sintió un idiota por no haberse dado cuenta sin ayuda.
Antes de bajar del transporte aplicó un par de módulos sobre sí mismo para estar despejado y en su punto de agresividad. También dispuso una suave emisión hormonal acorde con el estatus que pretendía ir alcanzando.
Una figura conocida emergió de la plataforma de teletransportación casi al momento en el que pasaba. Una colega y rival por el ascenso. Dio un paso y se desplomó. Oko la arrastró del traje, alejándola de la plataforma antes de pedir auxilio.
No necesitó estar presente para saber que habían vuelto a meter su cuerpo dentro de la plataforma, oculto en un sudario para deshacerse de él, cuando lo llamaron de la planta noventa y ocho. Tenía bastante clara la escena:
Le mostrarían pesar por lo acontecido y ayuda para superarlo, al tiempo que le sugerirían discreción. Él respondería que no era una sugerencia necesaria, dado su estatus y su compromiso con la entidad. Y ellos, que siempre departen en una pluralidad que solo incluye testigos a su favor, le transmitirían la notificación «buena», la que incluye que su despacho sería trasladado a un nivel superior.
Entró dispuesto a mirar a los ojos del dragón y negociar con él hasta quedar por encima de quienes pueden elegir sus medios y no dan explicaciones.